SERMÓN 162 C (=Dolbeau 10)

Traductor: José Anoz Gutiérrez, o.a.r.

Sermón del bienaventurado Agustín sobre las palabras del apóstol

a los gálatas, en el que Pablo reprende a Pedro,

con lo cual enseña primeramente cómo debe ser el obispo

1. Sé, hermanos, y gracias a la caridad comprobada creo firmemente que os congratuláis conmigo cuando en mí veis justicia. En efecto, es lógico que, cuando los santos de Dios ven sacerdotes justos, estén contentos de sus pastores y a su vez los regocijen con sus costumbres. Precisamente hace un momento, a una voz y con un solo corazón hemos cantado al Señor, Dios nuestro, esto: Tus sacerdotes vístanse de justicia y tus santos exultarán con exultación1; al ver que están vestidos de justicia, con gozo auténtico y amor absolutamente puro, sin adulación alguna, se pondrán contentos. Para que, pues, con exultación exultéis, santos de Dios, es preciso que nos vistamos de justicia y os sirvamos de ejemplo respecto a toda obra buena2. Pero quienes queréis estar contentos de nosotros, orad por nosotros3 ya que, como hemos cantado, hay que vestirse la justicia, ¿mas quién da este traje, sino quien tras el error y la perdición ha entregado al hijo menor la túnica mejor?4. Ciertamente, por el hecho de que a la justicia se la presenta como un vestido, [el salmista] ha indicado que no la tenemos por nosotros...

2. ... Es, pues, preciso que el obispo sea irreprensible5. ¿Quién negará esto? Pero, porque es preciso que el obispo sea irreprensible, ¿conviene acaso que el cristiano sea reprensible? ?Obispo? es un nombre griego; en nuestra lengua se le puede llamar superintendente o visitador. Nosotros somos obispos, pero con vosotros somos cristianos. Nuestro nombre particular proviene del vocablo «visita», el nombre común a todos proviene del vocablo «unción». Si la unción es común, también la lucha es común. Pero ¿por qué visitamos, si no hay nada bueno que ver en vosotros?

3. ... se encuentre. Si quisiéramos esto, si con un paso en falso y temeridad peligrosos lo osásemos, nos aterrorizaría ciertamente la lectura de hoy ya que, cuando se leía la carta del apóstol Pablo a los Gálatas, todos hemos oído: Cuando Pedro hubo venido a Antioquía, me encaré con él, porque era reprensible6. Pedro era reprensible, ¿y osaré yo reconocerme públicamente sin reprensión absolutamente ninguna? Yo, débil oveja, ¿no temeré mucho esta sima, cuando veo al carnero, seco el vellón? Con fortaleza se levantó de esta sima él; si yo cayese, ¿quién me encontrará? Evitaré, pues, la hinchazón de esta ola, no me meteré en ella, no me precipitaré, aunque fuese totalmente consciente de que los hombres no pueden encontrar en mí nada por lo que ser reprendido.

Otra cosa son los ojos de Dios, otra son los ojos de aquel a quien verazmente se ha dicho: Ningún viviente quedará justificado en tu presencia7. Y sin embargo, como hace un momento hemos oído cuando se leía, los hombres reprendieron incluso a Pedro. Por eso, el ánimo cristiano debe ser por entero ajeno a esta temeridad: osar presentar una vida tal que los hombres no encuentren en ella lo que puedan reprender. Reprenda incluso un hombre, si hay algo que reprenda; reprenda, en suma; si lo recibo mal, reprenda dos veces, pues Pedro actuó de forma que fuese reprendido una vez, porque con ecuanimidad soportó al reprensor; no dio, como Cristo, ejemplo de omnímoda perfección, pero dio ejemplo de humildad total. Con ecuanimidad aceptó al reprensor, no predecesor en el apostolado, sino subsiguiente. Discúlpeme el apóstol Pablo: lo que hizo es fácil; lo que Pedro hizo es difícil. Vivimos entre realidades humanas, nos circundan experiencias cotidianas; frecuentemente he visto a un hombre reprender, no sé si alguna vez he visto soportar con ecuanimidad a un reprensor. Pablo, pues, actuó con más sinceridad, pero Pedro de modo más admirable. Por otra parte, no sé si conocer la culpa ajena es incluso más natural que reconocer de buen grado la propia.

4. Pero turba a algunos que se diga que Pedro fue reprendido; [los] turba y disputan; pero no se los ha de despreciar, si los turba no su presunción, sino el amor a Pedro. No quieren creer que fue de verdad reprendido; suponen que esto fue simulado, fingido a los ojos de la gente. «Dentro», afirman, «estaba en juego una cosa, otra se mostraba al pueblo». ¡Oh hombre; tú temes la culpa de uno solo!; ¿no quieres que tema yo la falacia de ambos? Por amor a Pedro no crees que fue reprendido. Tú, por amor a Pedro, no crees que fue reprendido; yo por amor a Pablo y a Pedro creo que fue reprendido. De los apóstoles no quiero creer que dentro hacían una cosa, y presentaban al pueblo otra. Soy obispo; según mis fuerzas, sigo sus huellas; no quiero que me sea lícito engañaros. Si dentro está en juego una cosa, y se presenta al pueblo otra ¿qué santidad no será temida? No quiero ni engañaros ni que me engañéis, ya que, si suponéis que os engaño y yo supongo que me engañáis, ¿dónde queda la caridad, que cree todo? La caridad, afirma, cree todo8. Lo cree, porque se la tiene, no para que se la engañe.

5. Pero [alguien] responde: «¿Qué reprende Pablo en Pedro?». ¿Qué, sino lo que él ha dicho, él ha escrito? Él ha redactado una carta para que se la recuerde, él la ha transmitido a la Iglesia para que la lea la posteridad. En los Libros divinos ¿qué creo con total seguridad, si no creo lo que en esa carta está escrito? Es carta apostólica, es carta canónica, es carta de Pablo, el cual ha trabajado más que todos ellos; ahora bien, no él, sino la gracia de Dios con él9. Es, pues, carta de la gracia de Dios. Y si recordamos quién hablaba en él, es carta de Cristo. Pregunta [Pablo]: ¿Acaso queréis recibir una prueba de ese que en mí habla, Cristo?10. Oye tú y teme. Una prueba, dice, no una ficción. Ahora bien, si supones que esto es poco, oye a este predicador incluso tomar por testigo a Dios. Como previendo que iba a haber ciertos disputadores, comenzó a hablar así de lo que insinuaba: Ahora bien, respecto a lo que os escribo, afirma, he ahí que, ante Dios, no miento11. ¿Acaso, pues, el que así pone a Dios por testigo miente, aunque sin testimonio de Dios afirma [la Biblia]: Boca que miente matará no el cuerpo, sino el alma?12. Te ruego: no ames a Pedro de forma que mates a Pablo; te ruego: en el alma no se mate a Pablo en vez de Pedro; en la carne los mataron juntos por Cristo.

De nuevo interrogas y me dices: «¿Qué reprende Pablo en Pedro?». De nuevo te respondo: Pablo reprende en Pedro lo que ha dicho y escrito. Bajo la atestiguación de Dios, narró Pablo haber reprendido él a Pedro: ¿por qué me preguntas? A todos se lee la carta, repása[la] conmigo. Afirma: Cuando Pedro hubo venido a Antioquía, me encaré con él, porque era reprensible. En efecto, antes que de parte de Santiago viniesen unos hermanos, comía con los gentiles. En cambio, cuando hubieron venido, se sustraía, temiendo a quienes eran de la circuncisión, y simuladamente estuvieron de acuerdo con él también los demás judíos, hasta el punto de que incluso Bernabé fue inducido con la simulación de ellos13. He ahí que has oído qué reprende Pablo en Pedro. Expongámoslo y con ayuda del Señor lo haré, para que entiendas. Por cierto, lo haré no por ti, sino por quienes nos oyen a mí y a ti.

6. Los sacramentos de los judíos, a saber, circuncisión, descanso sabático, evitación de ciertos alimentos y lo demás por el estilo, han sido dados por voluntad divina, en la Ley están escritos, Dios los ha preceptuado como [sacramentos] futuros de tiempos futuros. Esos no eran como los abominables sacrilegios de los gentiles, esos no eran como los sacrificios de los demonios, esto no era un culto de ídolos, por así decirlo. Mediante Moisés lo había preceptuado a su pueblo Dios, el Dios único, el Dios auténtico, ese Dios que ha dicho: Yo soy quien soy14. Pero después de haber llegado la plenitud del tiempo, ha enviado Dios a su Hijo, hecho de mujer, hecho bajo la Ley15, pues incluso fue circuncidado16. Ahora bien, de mujer virgen. De hecho, si la costumbre del habla hebraica no llamase mujer también a una virgen, Eva no habría sido formada en otro tiempo como mujer17.

Pues bien, después que, en la plenitud del tiempo, Dios ha enviado, hecho de mujer, a su Hijo, mediante el que ha hecho a la mujer, hecho bajo Ley, mediante el cual ha dado la Ley, para redimir a quienes estaban bajo Ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos18, las sombras comenzaron a no ser necesarias, al venir la luz. Sin embargo, no precisamente por no ser necesarias, eran ya ceremonias religiosas condenables como sacrilegios de gentiles. No había de decirse al judío «No te hagas circuncidar, porque has creído en Cristo», como había de decirse al pagano hecho cristiano: «No sacrifiques a los ídolos, porque has creído en Cristo». En efecto, si colocas las dos cosas, el sacrificio de los paganos y el sacramento de los judíos, una de éstas nunca fue necesaria, siempre perniciosa; la otra, en cambio, necesaria un tiempo, después no necesaria, pero todavía no perniciosa para quienes de entre los judíos recibieron entonces el Evangelio. Aunque, pues, precisamente esos sacramentos de los judíos ya no eran necesarios tras la venida de Cristo, pero mediante estos había sido prenunciado ese gracias al cual no serían necesarios, debían acabarse con honor, no ser rechazados con horror. Como esto fuese así, Pablo apóstol, que había sido enviado a predicar principalmente a los gentiles el Evangelio, debió actuar con especial cuidado del voto, para que los sacramentos de los judíos no impidiesen la salvación de los gentiles.

Porque, pues, en él hablaba de esto Cristo19, porque Dios había inspirado en él esto y [se lo] había revelado, en ese tiempo, en la novedad del Evangelio, entonces, decidió no apartar de estos sacramentos a ningún judío, no forzar a estos sacramentos a ningún gentil. Así reconoció que esos cadáveres paternos, por así llamarlos, iban a destruirse pronto; que cual cuerpos sin el alma de la profecía habían de ser llevados con deferencia al sepulcro, por así decirlo, y que, sin embargo, por estar obsoletos y muertos, nunca había que imponerlos sobre los hombros de los gentiles.

7. Atended, pues, a lo que en aquellos sacramentos fue entonces pecado por el que se reprendiera a Pedro, y ayudad mis fuerzas, tal vez menos idóneas para romper y disolver tan gran mole de la cuestión que entonces atormentó a los apóstoles mismos; pero ayudadme, os ruego. Muchas cosas, sí, habéis oído ya, pero como nuevos oíd lo que más queréis oír y [que] yo os digo en pie y me debilito. Ciertamente, porque, por así decirlo, la cuestión se os ha propuesto de nuevo, mi narración parece tener que ver con esto. En efecto, quien, antes de exponer yo mediante la narración lo que quería, poco antes me interrogaba qué había reprendido Pablo en Pedro, ahora mismo, hecho más cauto por mi narración, dice esto: «Si, en ese tiempo, la abstinencia de tales sacramentos no se imponía a quienes habían venido de los judíos ni se imponía a los gentiles la observancia de tales sacramentos, y si Pedro, que practicaba tales cosas, venía de los judíos, ¿cómo le reprendía con razón Pablo?». Digo, hermanos, lo que indican las palabras mismas. Pablo no reprendía en Pedro observar los sacramentos judíos, sino imponerlos a los gentiles. En efecto, al judío que entonces creía en Cristo, si quería observarlos, no se le prohibía; si no quería, no se le forzaba. En cambio, cualquiera de entre los gentiles que había creído, ¿cuándo querría ser circuncidado, tras haber oído que esto no es necesario para la salvación? Quizá apenas los judíos mismos se harían circuncidar, a no ser que de pequeñines padecieran esto.

Por otra parte, ¿qué significaba forzar a los gentiles20 a observar esos sacramentos, a propósito de lo cual he dicho que Pablo reprendió a Pedro? Por si acaso alguien pregunta, ¿qué significaba ese forzar? ¿Los agarraban contra su voluntad, los ataban y los circuncidaban? ¡De ningún modo! ¿Qué significaba, pues, forzar, qué suponemos, sino decirles: «No podréis ser salvos, a no ser que, como los judíos, observéis esos preceptos establecidos por la Ley»? De hecho, propuesta esta condición, porque buscaban la salvación y se les decía que de otro modo no podrían llegar a la salvación, contra su voluntad los forzaban a observar esos sacramentos, no porque los amaban, sino porque deseaban la salvación.

8. Esa mesura, pues —que ni a los judíos se prohibiese ni a los gentiles se los forzase—, fue conservada por los apóstoles y decretada por un concilio. En efecto, porque esta cuestión atormentaba a muchos y a muchos perturbaba, hubo una reunión en Jerusalén y, congregados todos los apóstoles y los ancianos de la Iglesia, esto es, los presbíteros y algunos predicadores del Evangelio y prepósitos de las Iglesias, el común concilio decidió, evidentemente por inspiración del Señor, no impedir a los judíos esas cosas ni a ellas forzar a los gentiles. Muchos recuerdan que esto está escrito en los Hechos de los Apóstoles21; léanlo quienes no lo recuerdan. Esta norma era, pues, muy templada, religiosísima, prudentísima. Si ordenaban rechazar inmediatamente aquellas cosas como los sacrificios de los ídolos, no se creería que fue el auténtico Dios quien las había preceptuado.

Pablo, pues, reprende en Pedro no que él guardase esto, sino que a ello compeliera a los gentiles. ¿Cómo compelía? Estando de acuerdo, aunque simuladamente, con quienes decían que los gentiles no eran salvos de otra suerte, a no ser que guardasen los sacramentos judaicos. También esto está escrito en los Hechos de los Apóstoles, se narra en ese mismo libro. Afirma: de parte de Santiago, esto es, de Jerusalén, vinieron a Antioquía ciertos sujetos22 —judíos, por supuesto—, que habían creído ya en Cristo y decían a los hermanos que venían de los gentiles: «No podéis ser hechos salvos de otro modo, a no ser que guardáis los preceptos establecidos por la Ley23. Esto es forzar: decir que, de otro modo, ellos no pueden ser salvos.

9. Contra esto militaba con ardentísimo celo el apóstol Pablo. Para que los desdichados gentiles resurgiesen alguna vez como del sepulcro de Lázaro, retiraba este peñasco de horrenda presión24. Efectivamente, si reprendía esa observancia, no la coacción, se reprendería a sí mismo, pues incluso él asumió esas cosas y en Jerusalén celebró en el templo con judíos ciertos sacramentos judaicos; pero los observaba en cuanto nacido de judíos, no forzaba a ellos a los gentiles. Pablo, nacido de judíos, evangelista de los gentiles, «decretador» y asimismo cumplidor de la santa decisión de los apóstoles, preferentemente con su ejemplo mostraba qué había parecido bien al Santo Espíritu en tal cuestión, qué había decretado y estatuido. Efectivamente, a él, que se encontraba ya en Jerusalén, le dice Santiago: «Muchos», afirma, «suponen que te opones a las formalidades legales paternas y que eres enemigo personal y adversario de la Ley. ¿Qué hacer, pues?25. Óyeme. Hay aquí algunos que han venido a tomar purificación: purifícate con ellos para que todos sepan» —no está dicho «para que todos supongan», pues se preceptuaba la devoción, no se sugería la simulación— , «para que todos sepan», afirma, «que eres guardián celoso de la Ley y de las observancias paternas»26. Esto lo hizo Pablo en cuanto judío nacido de judíos, no empero para ser justificado en virtud de esos sacramentos, sino para que no se supusiera que los condenaba.

10. Por eso, hizo además esto: efectivamente, por el escándalo de los judíos, también a Timoteo, nacido de madre judía, lo circuncidó27 con su consentimiento, no coaccionado, para mostrar precisamente por su medio que él no los condenaba, pero que no los imponía a los gentiles como necesarios para la salvación. Pero después de haber circuncidado a Timoteo con esta indiferencia que frecuentemente he encomiado, y que, supongo, ya entendéis exactamente, algunos de entre los judíos que no se quitaban la vieja piel aquella y querían que se circuncidase a los gentiles, precisamente porque decían que, sin esos sacramentos, no podía haber salvación para aquellos —de lo cual resultó una herejía, pues incluso hoy hay algunos que creen en Cristo y circuncidan a sus hijos, esto es, creen que, sin esos sacramentos, no pueden aquellos tener salvación—; tras haber, pues, circuncidado a Timoteo por esta devoción sin fanatismo, no por necesidad, algunos de ellos que, como he dicho, establecían en eso la salvación — cosa que desagradaba a Pablo y por la que reprendía a Pedro—, para engañar a otros comenzaron a jactarse de que «también Pablo mantiene esto». Decían: «Lo que decimos, que sin estos sacramentos no puede haber salvación, también él lo cree. Efectivamente, si no lo cree ¿por qué ha circuncidado a Timoteo?». Tras haber oído esto él, Pablo, que lo había hecho con libertad, no por necesidad, por el escándalo de los judíos, no por la salvación de Timoteo, vio que ellos habían aprovechado la oportunidad de predicar otra cosa y de levantar contra Pablo una mala sospecha, y no quiso circuncidar a Tito. Ahora bien, está claro por qué quiso circuncidar a aquél, por qué no quiso circuncidar a éste: quiso circuncidar a aquél por el escándalo de los judíos; a éste no quiso, por las oportunidades de quienes creían erróneamente.

11. Ved cómo en su carta da a conocer evidente y claramente también esto. Pero ni Tito, afirma, aunque era griego, fue compelido a circuncidarse. Y como si se le dijese [a Pablo]: «¿Por qué no fue compelido Tito a circuncidarse, cuando Timoteo, aunque era similarmente griego, fue compelido a circuncidarse?». ¿Por qué? ¿Quieres oírlo? Por los falsos hermanos introducidos furtivamente, que se introdujeron furtivamente para espiar nuestra libertad. En circuncidar, pues, a Timoteo no hubo necesidad, sino libertad; en cuanto a Pedro, en él se reprendió la necesidad, no la libertad. Por los falsos hermanos, afirma, introducidos furtivamente, que se introdujeron furtivamente para espiar nuestra libertad, a fin de someternos a servidumbre. Someternos, afirma, a servidumbre, haciendo de la libertad necesidad, ante los cuales ni por un momento cedimos a la sujeción. ¿Para qué? Para que la verdad del Evangelio permanezca entre vosotros28. ¿Cuál es la verdad del Evangelio? A la sazón, no prohibir al judío, no forzar al gentil; no condenarles a los judíos los sacramentos de los judíos, no imponerlos a los gentiles. ¿Cuál es la verdad del Evangelio? Poder llegar a la salvación sin esos sacramentos, mediante Cristo. Esto negaban aquellos con quienes Pedro estaba de acuerdo simuladamente. Y por eso se añade: Simuladamente estuvieron de acuerdo con él otros judíos, hasta el punto de que incluso Bernabé fue inducido a la simulación de ellos. Pero tras ver yo, afirma, que no avanzan recto con arreglo a la verdad del Evangelio29, como allí asevera: Para que la verdad del Evangelio permanezca en vosotros30. Oyes que por doquier se encomia la verdad, y por doquier sospechas una falacia, tan por doquier: hasta en los Apóstoles. Vio, pues, que no avanzan recto con arreglo a la verdad del Evangelio31. Además vio que los gentiles suponían que esos sacramentos eran necesarios para su salvación. No es ésta la verdad del Evangelio32. Estos no eran ya necesarios para la salvación; acaso lo fueron alguna vez, cuando prenunciaban que Cristo iba a venir. Necesario era alguna vez el cuchillo de piedra, antes de venir la Roca33 en persona.

12. Pero tras ver yo, afirma, que no avanzan recto con arreglo a la verdad del Evangelio, dije a Pedro en presencia de todos. Dije a Pedro: Pablo a Pedro, el menor al mayor, el siguiente al precedente; dije y a Pedro y ante todos: gran aplomo, pero gran paciencia de aquel. Porque has despertado nuestra atención, escuchemos, Pablo, qué dijiste a Pedro y dónde. Entendamos qué hiciste, qué dispusiste, porque ser mendaz jamás quisiste. Dije, afirma, a Pedro en presencia de todos: «Si tú, aun siendo judío» —¿qué significa aun siendo judío? Uno a quien le era lícito observar esto sin fanatismo—«vives a lo gentil y no a lo judío»34 —porque, antes que de parte de Santiago viniesen algunos, comía con los gentiles35—, «si tú, aun siendo judío, vives a lo gentil y no a lo judío» —debió seguir y decir: «¿Cómo guardas ahora los sacramentos judaicos?»—. No dijo esto, sino que a propósito de eso en lo que [Pedro] era reprensible36, lo cual era la causa de esta conmoción, en razón de lo cual sentía [Pablo] celo por Dios, porque se esforzaba en alejar del Evangelio impedimentos, con aplomo dijo esto, lo dijo en presencia de todos: «Si tú, aun siendo judío, vives a lo gentil, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar?»37. Fuerzas a judaizar, afirma. Ya he dicho cómo fuerzas a los gentiles a judaizar: estando de acuerdo con quienes decían que, de otra forma, los gentiles no pueden tener salvación. No hizo Pablo esto cuando con algunos tomó purificaciones38; no forzó a los gentiles a judaizar cuando circuncidó a Timoteo, el cual conocía esa indistinción —que la circuncisión es nada y asimismo el prepucio es nada39—; no forzó a los gentiles a judaizar. Y, para que nadie creyese que forzaba, non circuncidó a Tito; no forzó Pablo a los gentiles a judaizar. No lo hizo y, precisamente porque él no lo hizo, con razón lo reprendió en Pedro.

13. Pero me imaginaré que, aunque esto no se encuentra y no se demuestra, también él lo hizo —digo esto no según yo, sino según algunos—. Por decirlo provisionalmente, supongamos que Pablo había hecho lo que hizo Pedro, y que Pablo había reprendido en Pedro lo que también Pablo mismo había hecho. Había que corregir a ambos, mucho antes de que se nos meta subrepticiamente para roer toda la letra de la Escritura una detestable polilla, esto es, la mentira o la sospecha de mentira, cual gusanillo maligno, del que es de temer que nos persuada de que Pablo, en su carta canónica que entrega a la Iglesia propagada por sus sucesores, había mentido en algo. Os ruego: temed este mal; temamos todos para que después no lloremos todos en vano. No es leve este mal: os aviso, temeroso os aterro. Disculpad mi solicitud: os hablo bastante menos veces de lo que queréis. Quienes, cuando quieren, encuentran preparados vuestros oídos —a mí no se me permite hablaros sino rara vez y desde este lugar—, susurran, no digo que con mala idea, no les hago injuria; pero cuidaos de quienes yerran, y actuad con ellos de forma que, más bien, se corrijan en vez de que os depraven. En efecto, si te dijesen estas cosas: «Simuladamente hizo esto Pedro, simuladamente lo corrigió Pablo; en su carta no escribió Pablo la verdad —porque era reprensible Pedro40—; en su carta no escribió Pablo la verdad —que los vio avanzar no recto con arreglo a la verdad del Evangelio—; en su carta no escribió Pablo la verdad —que Pedro forzaba a los gentiles a judaizar41—, sino que todo es simulado», ¿qué verdad retendremos, qué página no tendremos por sospechosa de mentira?

14. ¡He ahí que sobre nosotros, hombres, pesa una evidentísima autoridad, mas apenas ceden a la tonante y coruscante verdad! ¿A dónde iré, qué haré cuando quizá diga yo a alguien «Bueno es casarse, pero mejor es no casarse, como ha escrito el apóstol Pablo»42, si el condenador del matrimonio me dice: «Pablo ha condenado absolutamente el matrimonio, pero ha escrito eso con simulación, porque los débiles no podrían aguantar la verdad misma; precisamente porque la continencia se impone laboriosamente, ha dicho ?Bueno es casarse?, pues sabía que casarse es malo»? ¿Cómo pruebas que Pablo ha mentido en esto, cuando asevera: Quien da en matrimonio hace bien?43. «¿Cómo lo pruebo?». Contesta él: «Igual que, cuando asevera ?Tras ver yo que no avanzaba recto con arreglo a la verdad del Evangelio?, ha mentido, pues Pedro sí avanzaba recto con arreglo a la verdad del Evangelio; igual que, [cuando asevera] ?Dije a Pedro en presencia de todos: Si tú, aun siendo judío, vives a lo gentil, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar??44, [ha mentido], pues Pedro no forzaba de verdad a los gentiles a judaizar. Por tanto, como Pablo [dijo] simuladamente esas cosas, así también, al ver que los hombres carnales no podían conservar la excelencia de la virginidad, dijo: Quien da en matrimonio hace bien. Hacía una cosa, ponía delante otra».

Si esto es así, ¿a dónde iremos, qué oráculos consultaremos? Por cierto, los dichos divinos consignados en las Escrituras canónicas deben ser para nosotros como son verdaderamente los oráculos. ¿Se teme la falacia allí donde se descubre la verdad, donde se está seguros de la verdad? Os suplico: preved este gusanillo para guardaros de él; no lo admitáis en el armario de vuestro corazón. Si lo admitís, no encontraréis allí nada íntegro, si no sacudís pronto los paños.

15. He dicho lo que con gran solicitud he estimado que había de decirse; largo rato he retenido a Vuestra Caridad, largo rato me ha retenido la solicitud por vosotros. Yo, que examino todo lo que está escrito en los santos libros canónicos y escribo libros, los escribo de modo muy distinto: los escribo progresando, a diario aprendo, dicto escrutando, hablo llamando a la puerta. Ciertamente, en cuanto puedo, donde puedo ser útil a los hermanos, no descanso de hablar y escribir. Por mi parte, hasta donde me corresponde, aviso a Vuestra Caridad que no tengáis por escritura canónica el libro de la disquisición de nadie ni su disquisición. En los Escritos Santos aprendemos a juzgar, a propósito de mis escritos no desdeño ser juzgado. En todo caso, de las dos actividades se ha de elegir y desear preferentemente la primera, para que escribiendo o hablando digamos verdades, jamás erremos. Pero porque es difícil realizar esto, hay otro firmamento, el del canon, como cielo donde están colocadas las luminarias de las Escrituras, como entre aguas y aguas, entre la multitud de los ángeles y la multitud de los hombres, ellos arriba, éstos abajo45. Tengamos como Escritura la Escritura, como a Dios que habla; no busquemos allí al hombre, que yerra, pues no en vano está establecido en la Iglesia el canon: esto es función del Espíritu Santo.

Si alguien, pues, lee un libro mío, júzgueme: si he dicho algo razonable, siga no a mí sino a la razón misma; si con testimonio evidentísimo y divino lo he probado, siga no a mí sino a la Escritura divina. Si, en cambio, quisiera reprender algo que he dicho rectamente, no obra rectamente, pero, más que con quien en un libro mío reprende aun lo no reprensible, me aíro con un loador mío, que recibe como canónico un libro mío. Os ruego: aunque os veo atentos y casi en plenísima forma, como si ahora mismo hubierais comenzado a escuchar, no quiero empero decir nada más, para que retengáis fuertemente esto último que he dicho. Vueltos hacia el Señor, etcétera.