SERMÓN 3931

Traducción: Pío de Luis

Los penitentes

Penitentes, penitentes, penitentes, si es que sois penitentes y no unos burlones: cambiad de vida y reconciliaos con Dios. También vosotros salís al pasto atados con una cadena. «¿Con qué cadena?», preguntas. Lo que atéis en la tierra será atado también en el cielo2. Oyes hablar de una atadura, y ¿piensas engañar a Dios? Estás haciendo penitencia, doblas tu rodilla, y ¿te ríes y te burlas de la paciencia de Dios? Si eres penitente, arrepiéntete; si no te arrepientes, no eres penitente. Y, si te arrepientes, ¿por qué sigues haciendo el mal que hiciste antes? Si estás arrepentido de haberlo hecho, no lo hagas. Si aún lo sigues haciendo, con toda certeza no te has arrepentido aún. Es verdad, amadísimos, que, cuando enferma un hombre, lo envían o lo traen a la Iglesia, es bautizado, renovado y, a partir de ahí, será feliz. Pero no es ese el motivo de la penitencia. Quien todavía no ha recibido el bautismo, aún no ha profanado el sacramento; pero quien lo ha profanado con su vida mala y disipada, razón por la que fue alejado del altar: para que no coma y beba su propia condenación3; cambie de vida, corríjase y reconcíliese mientras vive, mientras está sano. ¿Espera ser reconciliado en el momento en que empiece a morir? Soy testigo de que muchos expiraron antes de haber sido reconciliados. Además, en presencia de Dios, os expongo mi temor para temor vuestro. Quien no teme, me desprecia por temer, mas para su mal. Escucha, pues. Tengo la certeza de que un hombre bautizado, si lleva una vida —no me atrevo a decir sin pecado, pues ¿quién carece de pecado?—, si lleva una vida sin pecados graves, aunque tenga esos otros que se perdonan a diario al decir en la oración: Perdónanos nuestras deudas, así como también nosotros perdonamos a nuestros deudores4, cuando se acaben sus días, no acabará su vida, sino que pasará de una vida a otra, de la vida de trabajo a la de reposo, de la miserable a la feliz; sea que corra él de propia voluntad al bautismo, sea que lo reciba hallándose en peligro de muerte, si sale luego de esta vida, se encamina al Señor, se encamina al descanso. En cambio, el bautizado que ha desertado y profanado tan gran sacramento, si hace penitencia de todo corazón, si hace penitencia allí donde ve Dios, que vio el corazón de David cuando, recriminado y gravemente por el profeta después de las terribles amenazas de Dios, exclamó, diciendo: Pequé, y al instante escuchó: El Señor ha borrado tu pecado5. Tal es el valor de esas dos sílabas. Advierte que pronunció dos sílabas, pero mediante ellas subió al cielo la llama del sacrificio del corazón. Así, pues, quien haga penitencia en verdad y se vea libre de la atadura que le tenía sujeto y separado del cuerpo de Cristo, sí después de haber hecho penitencia vive santamente, como ya debía haber vivido antes, muera cuando muera después de la reconciliación, se encamina hacia Dios, se encamina al descanso, no se verá privado del reino de Dios y será separado de la compañía del diablo. Pero, si alguien a quien su enfermedad le pone en situación crítica quiere recibir la penitencia y la recibe, reconciliándose al instante, y sale de este mundo, os confieso que no le niego lo que pide, pero no doy por hecho que haya salido bien de aquí. No lo doy por hecho; no os engaño. El fiel que vive santamente, sale de aquí seguro. Si acaba de ser bautizado, sale de aquí seguro. El que hace penitencia y se reconcilia mientras goza de salud y a continuación vive santamente, sale de aquí seguro. Pero yo no tengo certeza de que salga de aquí seguro quien aguardó al último momento para hacer penitencia y ser reconciliado. De lo que estoy seguro, estoy seguro y doy seguridad, mas de lo que no estoy seguro, puedo otorgar la penitencia, mas no puedo dar seguridad. Pero dirá alguien: «Obispo bueno, tú dices que lo desconoces y que no puedes darnos seguridad alguna de si se salva y tiene acceso a Cristo aquel a quien se le concede la penitencia en el momento de morir, si no quiso hacerla mientras estaba en vida y sano; instrúyenos, pues, te ruego, sobre cómo debemos vivir santamente después de la penitencia». Os lo digo: «Absteneos de la embriaguez, de las apetencias insanas, del hurto, del mal hablar, de la risa inmoderada, de la palabra inútil, de todo lo cual han de dar cuenta los hombres en el día del juicio». Ved qué leves son las cosas que he mencionado. No obstante, todas son graves y pestíferas. Y digo todavía más: el hombre debe guardarse de estos vicios no solo después de haber recibido la penitencia, sino también antes, mientras está sano, puesto que, si espera al final de su vida, ignora si podrá recibir la penitencia y si podrá confesar sus pecados a Dios y al obispo. Ved por qué dije que hay que vivir santamente antes de recibir la penitencia, y después de haberla recibido, más santamente. Prestad atención a lo que estoy diciendo; debo exponerlo más claramente, para que nadie me entienda mal. ¿Afirmo, acaso, que será condenado? No es eso lo que digo. Pero tampoco afirmo que será liberado. —¿Y qué me dices a mí personalmente? —No lo sé, no hago conjeturas, no prometo nada; no lo sé. ¿Quieres salir de la duda? ¿Quieres huir de esa incertidumbre? Haz penitencia mientras estás sano; si haces verdadera penitencia mientras gozas de salud y te encuentra tu último día, corre a reconciliarte; si obras así, estás seguro. ¿Por qué? Porque hiciste penitencia durante el tiempo en que también pudiste pecar. Si, por el contrario, quieres hacer penitencia cuando ya no puedes pecar, te han abandonado los pecados a ti, no tú a ellos. —Pero ¿cómo sabes —dice— que tal vez Dios no me perdone? —Bien preguntas. Lo ignoro. Aquello lo sé, esto lo ignoro; por eso te concedo la penitencia, porque lo ignoro. En efecto, si supiera que no te serviría para nada, no te la concedería. E igualmente, si supiera que te iba a ser provechosa, no te haría esta advertencia ni te atemorizaría. Dos son las posibilidades: o se te perdona o no se te perdona; cuál de estas será la tuya, lo ignoro. Por tanto, sal de la incertidumbre y quédate con lo cierto.