SERMÓN 3801

Traducción: Pío de Luis

En el nacimiento de Juan Bautista

1. Para quienes están quietos basta con poca voz. Si queréis, hermanos, escuchar tranquilos, no tengáis el corazón en los oídos, sino los oídos en el corazón. La Iglesia ha transmitido y cree que el día de hoy ha brillado con la solemnidad del bienaventurado Juan Bautista. Conviene aceptar, respecto a este día, lo que acepta unánimemente el orbe entero. Nadie duda de que hoy es el día de Juan; no del Juan que escribió el evangelio, sino de Juan el bautista y precursor del Señor, quien mostró tanta grandeza cuanta humildad demostró al decir, cuando le tenían a él por Cristo, que no era digno de desatar la correa del calzado de aquel al que reconocía como Señor2, para así merecer ser amigo suyo. Algunos piensan que hoy se celebra el día de su pasión. Vuestra Santidad ha de saber, ante todo, que hoy es el día de su nacimiento, no de su pasión. De la lectura del evangelio se deduce que su nacimiento precedió en seis meses a la del Señor. Y como el consenso eclesial ha aceptado que el Señor nació el 25 de diciembre, solo queda advertir que hoy se celebra el nacimiento de Juan.

2. Así, pues, Juan precedió al Señor no como el maestro al discípulo, sino como el heraldo al juez; no para imponerle su autoridad, sino para cumplir una función. El testimonio del mismo Juan a este respecto suena así: Quien viene detrás de mí ha sido hecho antes que yo, porque era anterior a mí3. El Señor vino después que Juan por lo que se refiere a su nacimiento de la virgen María, no al nacimiento de la sustancia del Padre. Hemos aceptado dos nacimientos del Señor, uno divino y otro humano, pero ambos admirables; aquel sin madre, este sin padre; aquel eterno, para crear el temporal; este temporal, para manifestar el eterno. Aquel del que dice Juan, no el bautista, sino el evangelista, que en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios, y que por ella se hicieron todas las cosas, y sin ella nada se hizo4; aquel tan grande e igual al Padre en la forma de Dios5, aquel que carece de tiempo y es creador de los tiempos fuera del tiempo, que es juez de los siglos desde antes de todos los siglos, se hizo tan pequeño que hasta nació de una mujer, pero permaneció tan grande que no se separó del Padre. Obsequiosos ante él, como lámparas ante el día, y dándole testimonio, todos los profetas que lo anunciaron le precedieron en el nacer, pero él les precedió a ellos en cuanto que por la fe se le adhirieron. Convenía que anunciasen su venida y milagros; milagros que a los buenos entendedores le mostrarían como Dios, aunque a quienes se limitasen a mirar con ojos humanos lo viesen como hombre, pequeño para los pequeños, pero humilde para los soberbios, enseñando al hombre, con su pequeñez, a reconocerse pequeño y a no creerse grande por hallarse hinchado, no por haber crecido. La soberbia, en efecto, no es grandeza, sino hinchazón. Para sanar esta hinchazón del género humano, siendo él mismo médico y medicina, es decir, no solo mostrando la medicina, sino convirtiéndose él mismo en ella, apareció ante los hombres como hombre, ofreciendo su ser humano a quienes le veían y reservando su ser divino para quienes creyeran en él. Mirar su humanidad sanó a los débiles; contemplar su divinidad requiere gente fuerte. Aún no había hombres que pudieran ver a Dios en el hombre, ni podían ver más que al hombre; con todo, no deben poner su esperanza en el hombre. Entonces ¿qué debía hacerse? El hombre puede ver al hombre, pero no puede seguir al hombre. Había que seguir a Dios, al que no se podía ver, y no seguir al hombre, al que se podía ver. Así, pues, Dios se hizo hombre a fin de mostrarse al hombre para que el hombre lo viera y lo siguiera. ¡Oh hombre, por quien Dios se hizo hombre! Debes creerte grande en verdad; pero desciende para ascender, puesto que también Dios se hizo hombre descendiendo. Adhiérete a tu medicina, imita a tu maestro, reconoce a tu Señor, abraza a tu hermano, comprende que es tu Dios. Esto era aquel, tan grande y tan pequeño: un gusano, no un hombre6; mas por quien fue hecho el hombre. Esto es él; ¿qué es Juan sino lo que dice de él el Señor, lo que dice de él quien es veraz, lo que dice de él la verdad? En efecto, si debemos creer a Juan hablando de la verdad, ¿no hemos de creer a la verdad hablando de Juan?

3. Dé primero testimonio en favor de la verdad quien participa de la verdad misma, y luego dé testimonio en favor del hombre el creador del hombre. Escuchemos en primer lugar lo que dice Juan de Cristo, y luego lo que dice Cristo de Juan; escuchemos primero a Juan, pero entendamos que es posterior; hable primero quien nació antes, pero reciba la confirmación de aquel por quien fue creado. Viene después de mí —dice— y fue hecho antes que yo7. Quienes creen que el hacedor de todo fue hecho también antes de todas las demás cosas, toman pie de estas palabras, y por medio de ellas nos critican, diciendo: «Ved que ha sido hecho; lo dice Juan: Viene después de mí y fue sido hecho antes que yo. Exponme lo que significa: Fue hecho antes que yo». No hago más que repetir sus palabras y presentarlas a debate. «Cuando —dice— se aplican a Cristo algunos textos que le muestran menor que el Padre, soléis refugiaros en que han de aplicarse a su condición humana, de manera que en su forma de Dios es igual al Padre; mas en cuanto se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, y se hizo semejante a los hombres, hallado como hombre en su parte externo8, el Padre es mayor. ¿Qué decís entonces a estas palabras de Juan: Fe hecho antes que yo?». Escucha lo que decimos; pero antes advierte que el Apóstol, distinguiendo ambos aspectos y haciendo notar que en ambos se trata de una sola persona, no dijo: «Tomando la forma de Dios». ¿Qué dijo refiriéndose a la forma de Dios? Existiendo en la forma de Dios9, poniendo su mirada en lo dicho por quien había sido llamado antes que él y en cuyo evangelio se encuentra: En el principio existía la Palabra10; más aún, poniendo su mirada en aquella luz que le iluminó para decir eso mismo. Tampoco Juan dijo: «En el principio hizo Dios la Palabra», habiendo podido expresarse como Moisés cuando hablaba de la creación del Señor Dios: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra11. Por tanto, si él hubiese pensado lo que piensan los arrianos, hubiera podido decir: «En el principio hizo Dios la Palabra»; pero no dice eso, sino: En el principio existía la Palabra. Lo que existía desde el principio no había sido hecho. Pues, de hecho, nada precedió a la Palabra. Todo lo que Dios hizo, por la Palabra lo hizo: Lo dijo, y se hizo; lo mandó, y fue creado12. Grande es la distancia entre quien dice que algo se haga y lo hecho por quien lo dice; pero, si algo dice, tiene Palabra; si tiene Palabra, por la Palabra lo hizo; si lo hizo por la Palabra, no hizo la Palabra.

4. «¿Cómo?», preguntan. «Acaso no escuchaste también a propósito de la tierra: La tierra existía; era invisible e informe?13 Si dices —insisten— que la Palabra no ha sido hecha, porque se afirma: Existía la Palabra14, entonces tampoco ha sido hecha la tierra, puesto que se dijo igualmente: Existía la tierra». ¡Oh locura ciega y propia de herejes! Presta atención, si tienes con qué; escucha, si tienes con qué escuchar, no sea que el sonido golpee inútilmente el oído de alguien cuyo corazón ilumina la verdad. Voy a presentarte palabras de la misma Escritura que encontraste al leer, pero que pasaste por alto para litigar. ¿Piensas que es idéntico lo dicho sobre la Palabra de Dios, a saber: En el principio existía la Palabra, a lo dicho referente a la tierra, o sea: La tierra existía invisible e informe? Voy a leerte las palabras anteriores del libro del Génesis; antes de que el escritor, el siervo de Dios, anotase: Existía la tierra, para mostrar que había sido hecha había dicho ya: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra15. Primero te he mostrado que la tierra ha sido hecha, y hecha precisamente por Dios, según reza la Escritura, e irrumpe en los oídos de quienes lo rechazan: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra. Todas estas cosas habían sido ya creadas, pero aún no embellecidas, aún no manifestadas; la tierra aún no se había diversificado, pero ya había sido hecha. Y para que no pensaras que la tierra fue hecha de una vez, como la estás viendo, sin necesidad de ser embellecida, añadió a continuación: «Es cierto que había sido hecha, puesto que en el principio Dios hizo el cielo y la tierra; pero la tierra hecha por Dios era aún invisible e informe». Te ha mostrado cómo era lo que ya había sido hecho, no que ya existiera algo sin haber sido hecho. Juan, pues, podía haber dicho: «En el principio hizo Dios la Palabra, mas la Palabra era...», del mismo modo que dijo: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra, mas la tierra era... de modo que el orden de las palabras fuera este: en el principio hizo Dios la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, para que entendiésemos que se hallaba junto a Dios la Palabra hecha por Dios. En cambio, lo que ahora oyes es: En el principio existía la Palabra. ¿Por qué buscas nada anterior, tú que te has ido a parar al otro extremo? Al caer en tu error, has ido a parar al otro extremo: hablas desde el abismo y al abismo miras. En caso de hablar desde el abismo, querría que levantases tu corazón hacia arriba y gritases desde lo profundo al Señor16: él rasgaría las nubes de las tinieblas de tu carne: él, luz que viene en humildad, abriría tus oíos a la humildad, y verías que en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios; ella estaba al principio junto a Dios17. Diga también Pablo: Quien existiendo en la forma de Dios. ¿Qué dice Juan refiriéndose al nacimiento humano? Y la Palabra se hizo carne18. Diga también Pablo: Se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo19. ¿Qué decías entonces a propósito de las palabras de Juan bautista? Repítemelas ahora, dímelas otra vez. ¿Qué dice Juan bautista? Viene después de mí20. Reconozco su nacimiento. Juan nació de una mujer estéril; Cristo, de una mujer virgen. La esterilidad se convirtió en fecundidad; no obstante la fecundidad, permaneció la virginidad.

5. «Pero —dice— si Juan hubiese dicho esas palabras refiriéndolas al nacimiento de la virgen, no hubiese afirmado: Fue hecho antes que yo21, dado que de la virgen nació después de él. Entonces, ¿qué otra cosa significan las palabras: Fue hecho antes que yo, sino que la Palabra había sido hecha en el principio? Solo en este sentido podemos entender que era anterior a Juan, pues en el nacer de la virgen era posterior a él». Escucha y, abandonada la polémica, presta atención: lo que quieres entender es ya, quizá, un tanto oscuro como para acrecentar con la polémica el humo que te impida la comprensión. Fíjate primero en la Escritura, que te enseña a hacerte dócil: Sé manso para oír la palabra, a fin de comprenderla22. Ten, pues, un poco de paciencia; quizá averigüemos en qué sentido se dijo: Fue hecho antes que yo, excluyendo siempre que haya sido hecha la Palabra, autora de todo. «¿Cómo?», pregunta. Voy a decirlo, si puedo; mas, en el caso de que yo no pueda, no por eso no tiene nada que decir quien pueda decirlo. Mas creo y espero que la majestad del Unigénito, que, siendo la Palabra, se hizo niño sin habla, elimine la mudez de mi lengua y produzca en mi boca el parto quien hizo que concibiera en mi corazón. Voy a decirlo como pueda; tú compréndelo, si te es posible. Pero, si no puedes comprenderlo, no lo rechaces como si fueras ya mayor; difiérelo para merecer el crecimiento. Ciertamente, te turba saber en qué sentido se ha dicho: Quien viene después de mí fue hecho antes que yo23. Túrbete, pero como a quien busca, no como a quien pleitea. También yo busco contigo; juntos hallaremos, si juntos buscamos; ambos recibiremos, si ambos pedimos; a ambos se nos abrirá, si ambos llamamos. Viene después de mí —dice—: reconoce el nacimiento de la virgen María. Fue hecho antes que yo. ¿Qué significa: Fue hecho antes que yo? Entiéndelo así: ha sido antepuesto a mí. Quien vino después de mí ha sido hecho antes que yo. Sucede como si dos caminasen por un camino, siendo uno más lento y otro más veloz, y el más lento se adelantara algo respecto del más veloz, que le seguiría un poco después. El más lento, que va delante, mira al más veloz, que le sigue, y dice: «Viene detrás de mí». Mas he aquí que el otro acelera el paso, se le acerca, le alcanza y le pasa, y a quien antes veía detrás, ahora lo ve delante. Si en cierto modo se asombrase y admirase su velocidad, ¿no podría expresarse de esta manera: «Ve que este hombre caminaba detrás de mí, pero se ha colocado delante de mí»? ¿Qué quiere decir: «quien estaba antes que yo, fue hecho antes que yo»? Que quien caminaba detrás de mí, con su velocidad fue hecho estar delante de mí». En efecto, si siempre que lees la expresión fue hecho no la entiendes más que en el sentido de ser formado lo que no existía, has de decir que también fue hecho el Señor Dios, de quien se ha afirmado: El Señor fue hecho mi refugio24; El Señor fue hecho mi ayuda25 y fue hecho mi salvación26. ¿Cuántas veces fue hecho? Y es él quien hizo todas las cosas. Entiende, pues, aquellas palabras como yo. Tampoco calló Juan mismo lo que era la Palabra, para que no pensases que se refería a ella cuando dijo: Fue hecha antes que yo. Para que veas que esas palabras han de entenderse en el sentido de «me precedió», «ha sido más glorificado que yo». La razón es que, cuando los hombres reconocieron mi condición de precursor, conocieron al Señor, al que yo había precedido en el nacer y al que había anunciado obsequiosamente, haciéndose el Señor su esperanza y su auxilio; él fue glorificado como Hijo de Dios, hecho antes que yo, según lo que dice el Apóstol: Por eso, Dios lo exaltó y le dio el nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos27. Su gloria, pues, no comenzó a existir, aunque sí a manifestarse. Fue hecho antes que Juan, puesto que precedió a Juan en dignidad.

6. Mas considera si eso aconteció con razón. Pregunta a Juan mismo: «¿Por qué fue hecho antes que tú quien vino detrás de ti? ¿Por qué fue antepuesto a ti quien iba detrás de ti?». Prosigue: Puesto que existía antes que yo; es decir: En el principio existía la Palabra28. Con razón, pues, fue hecho antes que yo, puesto que existía antes que yo29. Existía antes que Juan, antes que Abrahán, antes que Adán, antes que el cielo y la tierra, antes que los ángeles, los tronos, las dominaciones, los principados y las potestades. ¿Por qué antes? Porque todas las cosas fueron hechas por ella30. Reconozca el siervo su humildad y muestre el Señor su majestad. Diga el mismo Juan: No soy digno de desatar la correa de su calzado31. Mucho se hubiera humillado con solo decir: «Soy digno». En efecto, ¿de qué se hubiera declarado digno? ¿Acaso de sentarse a la derecha del Padre en el día del juicio? ¿Acaso de venir a juzgar a vivos y muertos? ¿Qué decir si se considerara digno de desatar la correa de su calzado? Gran humildad la del amigo del esposo32 si se considera digno de eso. Iba a decir que era amigo del esposo, y para que nadie interpretase imprudentemente tal amistad como signo de igualdad, se declara amigo por el amor que siente hacia él, se postra a sus pies por temor. Y aún es poco el postrarse a sus pies: no se considera digno de desatar la correa de su calzado. Mostraría ciertamente su humildad aun considerándose digno de ello; mas como no se consideró tal, fue digno de ser levantado desde su humildad. Diga con mayor claridad, distinguiendo bien, lo que significa: Quien viene después de mí fue hecho antes que yo. Adujo también el motivo: Porque existía antes que yo, puesto que en el principio existía la Palabra33 y, existiendo en la forma de Dios, no consideró una rapiña ser igual a Dios34. Conviene que él crezca y que yo, en cambio, mengüe35. Convenía que creciera quien vino después y que disminuyera quien vino antes. Si creció quien vino después de él fue hecho antes que él al crecer. Conviene —dice— que él crezca y que yo mengüe. Esto significa: Fue hecho antes que yo: Pero ¿cómo creció Cristo y menguó Juan? Juan precedió al Señor por edad en cuanto al nacimiento humano; con el pasar del tiempo crecieron ambos en estatura y en cuanto hombres llegaron a cierta medida. Pero Juan es hombre; Cristo, Dios y hombre. Si pensamos que Cristo creció en su divinidad, caemos en el absurdo y erramos de cabo a rabo. El crecimiento significa siempre progreso. Dios no tiene en qué crecer, pues, si tiene en qué crecer, era menor antes de crecer. Volvamos a la condición humana. En este aspecto creció igual que Juan, sin que creciera él menguando Juan. Entonces tal vez hemos de referir a gloria tales palabras, entendiendo la afirmación: Conviene que él crezca y que yo mengüe en el sentido de esta otra: Viene después de mí y fue hecho antes que yo. Juan representaba al hombre y hablaba en nombre del género humano para cuya salvación había venido Cristo. Habíamos dicho, hermanos, que el Dios humilde descendió hasta el hombre soberbio. Reconózcase el hombre como hombre y manifiéstese Dios al hombre. Si Cristo vino para que el hombre se humillara y a partir de esa humildad creciera, convenía que cesara ya la gloria del hombre y se encareciese la gloria de Dios, de modo que la esperanza del hombre radicase en la gloria de Dios y no en la suya propia, según las palabras del Apóstol: Quien se gloríe que se gloríe en el Señor36. Con razón, pues, se dice al hombre: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?37 Esta forma de humildad humana mostraba Juan, puesto que en la medida en que progresaba la buena opinión y la fama de Cristo, no su estatura, ni su majestad, ni su sabiduría, ni la Palabra de Dios, sino aquella fama que comenzó por una nada y ya alcanza al orbe de la tierra; la gloria de Cristo, no la gloria del hombre, para que el hombre reconozca su humildad y Dios done su divinidad... He aquí, hermanos, que la gloria de Dios es nuestra propia gloria. Cuanto más dulcemente se glorifica a Dios, tanto mayor es el provecho que obtenemos nosotros. Dios no ganará en excelsitud por el hecho de que le honremos nosotros; humillarnos nosotros equivale a ensalzarle a él, pues está escrito: Te ensalzaré, Señor38. ¿Qué significa: Te ensalzaré, Señor? ¿Acaso estaba en la tierra y lo colocaste en el cielo? ¿Puede el hombre elevar a Dios? ¿Qué significa: Te ensalzaré, Señor? Confesaré tu excelsitud. Confiese, pues, el hombre su condición de hombre; mengüe primero para crecer después. Diga Juan, menguando hasta la humildad, que no es digno de desatar la correa de su calzado, y comprenda que su iluminación tiene lugar participando de él.

7. Esto, efectivamente, dijo de él Juan el evangelista: No era él la luz39. ¿Acaso hizo una afrenta a Juan al decir: No era él la luz, siendo así que el Señor dijo a los apóstoles: Vosotros sois la luz del mundo?40 ¿Se antepusieron los apóstoles a Juan? No, para no tachar de mentiroso al mismo Señor, que dijo: Entre los nacidos de mujer no ha surgido otro mayor que Juan bautista41. Ciertamente no mayor por la estatura del cuerpo, sino por la gracia de la participación en la sabiduría y en la salvación. ¿Qué significa, pues: No era él la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz?42 ¿Por qué dijo esto? «Sé —dice— lo que digo: para dar testimonio a la luz». Existía la luz verdadera, distinta de Juan; no se trata de que Juan no sea en ningún modo luz, sino que las palabras: No era él la luz, hay que entenderlas en comparación con la otra luz, de la que se dice: Existía la luz verdadera. ¿Cómo adviertes cuál es la luz verdadera? La que alumbra —dice— a todo hombre que viene a este mundo43. Si a todo hombre, entonces también a Juan. Mas para no dar la impresión de que sacamos de las palabras más de lo que ellas contienen, aunque pueda entenderse con lógica, diga el mismo Juan: Todos nosotros hemos recibido de su plenitud44. Existía, pues, la luz verdadera. Juan era luz iluminada; Cristo, la luz que ilumina. Con todo, para que sepáis que Juan era luz, dé el Señor su propio testimonio al respecto. Juan dio su testimonio sobre su Señor, el testimonio de la verdad sobre su Señor, testimonio recibido de él. Lo que dijo acerca de su Señor, lo había recibido de él; en cambio, lo que el Señor dijo de su siervo, no lo recibió de éste. Cristo habló personalmente de Juan, y en Juan de sí. Dé testimonio, pues, la Verdad misma; escuchemos que Juan es luz. Refiriéndose a Juan, dice a los judíos: Él era la lámpara que arde y da luz45. La lámpara es, ciertamente, una luz; aunque no es como el día, es luz. La lámpara se enciende para que ilumine, y Juan fue iluminado para hablar. Por tanto, si Juan fue iluminado para hablar, reconózcase lámpara, para que no la apague el viento de la soberbia. Entonces, ¿son luz los discípulos, y Juan una lámpara? En efecto, el Señor dice de Juan: Él era la lámpara que arde y da luz, mientras que a los discípulos les dice: Vosotros sois la luz del mundo. ¿Antepuso a sus discípulos por encima de Juan? ¿Acaso hay que anteponerle también aquellos fieles a quienes se dirige Pablo, diciéndoles: Fuisteis en otro tiempo tinieblas; ahora, en cambio, sois luz en el Señor?46 Así, pues, son luz los apóstoles y luz también los fieles, hechos justos de pecadores y fieles de incrédulos; pero a los discípulos no se les da el nombre de lámpara. Presta atención, pues quizá se los llame así, y no en otro lugar, sino allí mismo, para manifestar en qué modo dijo que eran luz, puesto que no eran la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Continúa leyendo las palabras del Evangelio: Vosotros sois la luz del mundo. No puede esconderse una ciudad edificada sobre un monte47. «Pero aquí ha hablado de una ciudad, no de la luz». Sigue leyendo: Ni encienden una lámpara para ponerla bajo un celemín48. Vosotros sois luz al modo de Juan: una lámpara iluminada. Como aquel o aquellos cuya voz había precedido: Tú iluminarás mi lámpara, Señor; Dios mío, ilumina mis tinieblas49. ¿Qué tinieblas hay en los apóstoles? También nosotros fuimos en otro tiempo... como réprobos de él y blasfemos: Yo que antes blasfemaba contra él, lo perseguía y lo ultrajaba. He aquí las tinieblas; enciéndase la lámpara: Pero he alcanzado misericordia50. Y para que sepas que se dijeron de ellos estas palabras: Ni encienden la lámpara para ponerla bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que ilumine a todos los que están en la casa, prosigue inmediatamente: Brille así vuestra luz en presencia de los hombres para que vean vuestras buenas obras, pero en humildad, puesto que conviene que el hombre mengüe. ¿Cómo es que crece Dios? Y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos51. Es glorificado el Padre, es glorificado el Hijo, puesto que el Padre glorifica al Hijo y el Hijo al Padre. Reconózcase, pues, humilde el hombre; reconozca que el Dios excelso se ha humillado por él, para que el hombre, humillado por la confesión del pecado, sea exaltado por la consecución de la justicia. Son, por tanto, dos: el Señor y Juan, la humildad y la grandeza; Dios, humilde en su grandeza, y el hombre, humilde en su debilidad; Dios, humilde por el hombre, y el hombre, humilde por sí mismo. Dios, hecho humilde en beneficio del hombre, y el hombre, humilde para no hacerse daño.

8. Reconozcamos estas dos realidades incluso en las distintas muertes de ambos. Hemos leído que Juan sufrió el martirio por la verdad. ¿Acaso lo sufrió por Cristo? No lo sufrió por Cristo si Cristo no es la verdad. Es cierto que no lo sufrió por su nombre, pero sí por la verdad. Juan no fue decapitado por haber confesado a Cristo. Pero exhortaba a la templanza y a la justicia, diciendo: No te es lícito tener la mujer de tu hermano52. La ley que había ordenado tal cosa se refería a los varones que habían muerto sin hijos, y disponía que los hermanos tomasen las mujeres de sus hermanos y les diesen descendencia53. Donde no existía este motivo no había sino pasión. Esta pasión era la que recriminaba Juan; el casto acusaba al deshonesto, pues no figuraba otra cosa que esto: Conviene que él crezca y que yo, en cambio, mengüe54. Ya se había mandado que, si alguien moría sin descendencia, su pariente más cercano tomase su mujer y se la diese. ¿Para qué había ordenado esto Dios sino para significar de este modo que hay que dar descendencia al hermano para perpetuar el nombre del hermano? Esta ley se había establecido para que quienes naciesen de esa manera llevasen el nombre del difunto. Cristo murió, y los apóstoles tomaron a su esposa, la Iglesia. A los que engendraron de ella no los llamaron paulinos o petrinos, sino cristianos. Así, pues, las pasiones de ambos indican esta realidad: Conviene que él crezca y que yo, en cambio, mengüe. Cristo creció en el madero, Juan disminuyó con la espada. Sus respectivas pasiones mostraron este misterio; muéstrenlo también los días: nace Cristo, y aumentan; nace Juan, y menguan. Mengüe, pues, la honra del hombre y aumente la de Dios, para que el hombre encuentre su honra en la honra de Dios.