SERMÓN 379 (= Lambot 20)1

Traducción: Pío de Luis

San Juan Bautista

1. San Juan Bautista, cuya fecha de nacimiento celebramos hoy, destacaba tanto entre los hombres, que Cristo el Señor dio de él el siguiente testimonio: Entre los nacidos de mujer no ha surgido otro mayor que Juan el bautista2. Cuando se leyó el santo evangelio, escuchamos cómo fue concebido contra toda esperanza y engendrado, dando testimonio de él el Espíritu Santo. Su padre se quedó mudo por falta de fe. Juan fue anunciado por el ángel, privó a su padre de la voz por no creer el anuncio y le devolvió el habla al nacer3. Es difícil no ya explicar, sino hasta pensar dignamente el misterio grande y profundo de este tan gran varón. No obstante, según las fuerzas que Dios quiera concederme, en atención a la solemnidad del día de hoy, acoged el misterio de este acontecimiento, puesto que es lo que hoy, ante todo, debéis y esperáis oír.

2. Juan fue enviado delante de Cristo el Señor. Delante de él fueron enviados también en los siglos anteriores los profetas, que no cesaron de anunciar a Cristo y de predecir su venida. Tan grande era el juez que estaba para llegar, que debían precederle muchos heraldos. Ya desde el comienzo del género humano, las profecías y los anuncios de la venida de Cristo se sucedieron continuamente. No podemos recordar ahora todas las profecías; mas quienes gustan de estudiar las Escrituras divinas saben lo que callo y conocen lo que digo. Finalmente, nació Juan, un hombre; pero un hombre mayor que el cual no ha surgido ni surgirá otro que pueda compararse con él4. Estaba para llegar Cristo el Señor, no solamente hombre, sino también Dios; siendo Dios en la carne, era ciertamente Dios y hombre; Dios desde siempre y hombre a partir de determinado momento; Dios antes del tiempo y hombre en el tiempo; Dios antes de los siglos y hombre al fin del siglo; Dios por quien fue creado el hombre, que hizo al hombre, que por el hombre se dignó hacerse lo que hizo. Eso era Cristo; Juan, en cambio, era solamente hombre. Al llegar, pues, Jesucristo el Señor, que era más que hombre, para que no le considerasen solamente hombre, Juan debió dar de él un testimonio mayor.

3. Lo he dicho brevemente. Si los más inteligentes lo comprendieron ya, no por eso hay que abandonar a los más lentos. Con la ayuda del Señor, voy a explicar de nuevo, más claramente, lo que acabo de decir. Cristo el Señor —repito— no es Dios solamente ni solamente hombre, sino Dios y hombre; como Dios nos hizo, como hombre nos rehízo. Juan, por el contrario, era solamente un hombre. Pero ¿cuán grande era? Escucha el testimonio de quien es Dios y hombre, respecto a él. «¡Oh Señor!, ¿quién es Juan? ¿Cuál es la grandeza de Juan? Entre los nacidos de mujer —dice— no ha surgido otro mayor que Juan el bautista5. ¡Oh Juan! ¡Oh hombre grande, mayor que el cual no ha surgido otro entre los nacidos de mujer! Dime también tú: ¿Quién es éste? Dime, ¡oh hombre grande!: ¿quién es éste, que es juzgado solo un hombre? —Escucha quién es: Aquel —dice—, de quien no soy digno de llevar las sandalias6. —Escucha quién es, pues repito las palabras de Juan a propósito de Cristo el Señor: Quien tiene la esposa —dice— es el esposo; en cambio, el amigo del esposo —hablaba de sí mismo— se queda de pie a su lado, le escucha y goza con la voz del esposo7. He aquí un testimonio más del mismo Juan: Todos nosotros —dice— hemos recibido de su plenitud8.

4. Comprended, hermanos míos; recordad el misterio saludable, tened hambre de la palabra de Dios, quedaos con lo que predico para gozar juntos de la verdad. Pregunta a Juan el evangelista quién y cuán grande era Cristo el Señor, que por nosotros se hizo tan pequeño. Diga él refiriéndose a Cristo el Señor: En el principio existía la Palabra9. ¿Qué dice Moisés? En el principio hizo Dios el cielo y la tierra10. Y Juan, ¿qué dice? En el principio existía la Palabra, no «hizo Dios la Palabra», sino existía la Palabra. La Palabra existía antes de que en el principio fueran hechos el cielo y la tierra; existía ya la Palabra para hacerlos, pero la Palabra de Dios, para que no se desprecie la palabra creadora por la costumbre de la palabra humana. Escucha a Juan: La Palabra existía junto a Dios, y la Palabra era Dios. Dios, pero ¿qué Dios, cuán grande? Todo fue hecho por ella, y sin ella no se hizo nada. Lo que fue hecho era vida en ella, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la acogieron11.

5. ¿Por qué se dice: Las tinieblas no la acogieron?12 Sed luz para comprenderlo. Que la fe os convierta en luz para que os llene la visión. Mientras vivimos en el cuerpo somos forasteros lejos del Señor13; si somos forasteros alejados del Señor, estamos alejados de la luz. Entonces, ¿qué? ¿Permaneceremos en las tinieblas? De ningún modo. Acercaos a él y sois iluminados14. Puesto que Juan el evangelista dijo: La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la acogieron, ¿qué dice a continuación para que desaparecieran las tinieblas? Hubo un hombre enviado por Dios cuyo nombre era Juan. No se podía ver a Dios, se encendió la lámpara: Hubo un hombre cuyo nombre era Juan. Era tanta la luz que desprendía Cristo, que no podían percibirla los corazones enfermos; pero se les dio el solaz de una lámpara, para que la lámpara diera testimonio al Día. Hubo, pues, un hombre enviado por Dios cuyo nombre era Juan. Él vino para dar testimonio de la luz15. ¿Por qué? Porque la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la acogieron16. Vino, por tanto, Juan, un hombre acomodado a las tinieblas por la mortalidad de su debilidad. Venga y diga sobre Cristo lo que no comprende el hombre; vino para dar testimonio de la Verdad. Y prosigue: No era él la luz ¿Quién? Juan. No era él la luz, pero vino para dar testimonio de la luz. ¿De qué luz? Continúa: Existía la luz verdadera. La luz verdadera. ¿Cuál es la luz verdadera? La que alumbra a todo hombre que viene a este mundo17, y, en consecuencia, también a Juan. Si ilumina a todo hombre, también a Juan, mayor que el cual no ha surgido otro entre los nacidos de mujer18. Si ilumina a todo hombre, es cierto lo que dijo Juan: Todos nosotros hemos recibido de su plenitud19.

6. Entonces, ¿no era Juan la luz? ¿Podemos afirmar algo que contradiga al Evangelio? Otro Juan, veraz también él, lo atestigua, diciendo: No era él la luz20. A los apóstoles se les llama luz, y ¿no era luz aquel mayor que el cual no ha surgido otro entre los nacidos de mujer? ¿Cómo probamos que a los apóstoles se les llama luz? Escuchad a Cristo el Señor dirigiéndose a ellos: Vosotros sois la luz del mundo21. También Juan era luz; no me atrevo a privar a Juan de lo que se concedió a los apóstoles, ni quitar credibilidad al mismo Señor Jesús que se dignó dar este testimonio de él: Entre los nacidos de mujer, no ha surgido otro mayor que Juan el bautista22. Resuélvanos el problema quien nos prometió la iluminación; resuélvalo él. Escucha. Se dijo que no era él la luz para que no pensases que era él quien te iluminaba. En sí mismo, por lo que se refiere a él personalmente, en cuanto había sido iluminado, también él era luz; pero no era luz para iluminarte a ti. A continuación, para enseñarte cómo no era él la luz, añadió en comparación de quien no era luz. Existía la luz verdadera. Añadió la palabra verdadera. ¿A qué llamas luz verdadera? A la que ilumina a todo hombre23, pues la luz que es iluminada es luz por participación de la luz, no por propio poder. La luz verdadera que ilumina no se extingue; la lámpara puede encenderse y apagarse. ¿En qué sentido se llama luz a los apóstoles? En cuanto lámparas. ¿Cómo lo probamos? Para no dar la impresión de que los estoy injuriando, escucha al Señor un poco más adelante: Vosotros sois la luz del mundo; y sigue: Nadie enciende una lámpara y la pone bajo el celemín24; por tanto, vosotros sois luz, en cuanto lámparas. Y Juan, ¿qué? Escuchemos lo que dijo el mismo Señor de Juan: Él era la lámpara que arde y da luz25. Lámpara son los apóstoles, lámpara es Juan. Justamente reconoció ser lámpara y se sometió al Día: No soy digno —dice— de desatar las correas de su calzado26. Hizo bien en no ponerse en lo alto para que no la apagase el viento de la soberbia.

7. Digo, pues, que por medio de Juan y por medio del hombre hay que creer en Cristo pero que no hay que poner la esperanza en el hombre, sino en Cristo. Ve que tienes un gran hombre, mayor que el cual no ha nacido nadie27. Se trata de Juan, pero mira a quién te remite. Juan, el amigo del esposo, siente celo por el esposo, no por sí mismo, como el bienaventurado apóstol Pablo. Y el mismo amigo del esposo, ¿cómo no quería que se pusiera la esperanza en él? Los hombres carnales estaban divididos entonces; mientras unos decían: Yo soy de Pablo; otros: Yo de Apolo; otros: Yo de Cefas, y otros, por fin, Yo de Cristo28. Triple es la voz de la paja, única la del trigo. Yo soy de Pablo: se oye la voz de la paja; Yo de Apolo: aún es la paja quien habla; Yo de Cefas, es decir, de Pedro: todavía habla la paja. Yo soy de Cristo: ya aparece el trigo; ahí está la parva, que, una vez aventada la era, aparecerá al final y llenará el granero de la vida eterna. Por tanto, el apóstol Pablo, que sentía celo por el esposo, no por sí mismo, los recrimina y los aleja de sí. ¿Así se comporta consigo mismo? ¿Qué dice refiriéndose a sí? Dijo: ¿Es que está dividido Cristo? ¿Acaso fue crucificado Pablo por vosotros o habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?29 Es cierto que me habéis honrado; ciertamente quisisteis ser míos; mas no queráis ser míos para no perecer juntos; antes bien, seamos todos de él para permanecer en la limpia. ¿Acaso fue crucificado Pablo por vosotros? «Soy amigo del esposo —dice—; siento celo por el esposo, no por mí». Prestad atención, hermanos míos, y ved lo que digo. Si alguno va de viaje y confía su esposa al amigo, y mientras dura tal viaje la mujer fija su mirada lasciva en el amigo guardián, ¿no siente él horror ante la pasión ajena, para no perder su propia fidelidad? Así, pues, ved adonde remitía Juan: Yo —dice— os bautizo en agua. Mas quien viene detrás de mí es mayor que yo, y no soy digno de desatar la correa de su calzado30. Él os bautizará en el Espíritu Santo31. Venid a través de mí, pero no os quedéis en mí. Pasad a quien os creó a vosotros y a mí, puesto que él es quien vivifica. Todos nosotros —dice— hemos recibido de su plenitud32. Yo recibo de donde recibís vosotros; bebamos juntos para no perecer por la soberbia. Juan, pues, remitió a Cristo. Por justos que sean, por mucho que destaquen en gracia, por grande que sea el resplandor de su sabiduría, por muy altos que les eleven los méritos, son montes. Considerad el salmo: He levantado mis ojos a los montes de donde me vendrá el auxilio33. Puesto que hubo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan, que vino para dar testimonio de la luz34. Has levantado tus ojos al monte Juan, lugar de donde ha de venirte el auxilio, puesto que da testimonio de la luz. Sigue escuchando el salmo; no te quedes en el monte: Mi auxilio procede del Señor, que hizo el cielo y la tierra35. Ese es Cristo: Todo fue hecho por él36. Él ha fabricado el mundo, pues es la Palabra del Padre, y el Padre lo hizo todo por su Palabra. No desprecies su vestido humilde, porque es medicina para el enfermo. ¿O acaso se hizo despreciable por haberse mantenido oculta? ¿Hubieses podido soportarla si se hubiese manifestado? Démosle gracias a él, porque se revistió de hombre y se ajustó a nuestra debilidad para hacernos partícipes de su divinidad. Canta la fe para llegar a la visión. Marcha por el camino para que te lleve a la patria. Él permanece allí adonde iremos, vino por donde regresamos; pero vino sin alejarse de allí y subió al cielo sin abandonarnos a nosotros.