SERMÓN 3771

Traducción: Pío de Luis

La ascensión del Señor

Amadísimos hermanos: ¿quién podrá pronunciar una palabra temporal digna de la Palabra eterna? ¿Puede bastar lo ínfimo para hablar de lo grande? La alaban los cielos, la alaban las virtudes, la alaban las potestades del aire, la alaban los astros del cielo, la alaban las estrellas y la alaba también, en cuanto puede, la tierra; tal alabanza no es la que se merece, pero evita la condenación por ingratitud. ¿Quién puede explicar, o hablar, o conocer a quien se extiende con poder de un confín al otro y dispone todo con suavidad2, cómo saltó de gozo para recorrer su camino, saliendo de un extremo de los cielos y regresado hasta el mismo extremo?3 Si está por doquier, ¿de dónde sale? Si está en todas partes, ¿adónde se encamina? Ni se extiende localmente, ni varía temporalmente, ni tiene salidas y retornos; permaneciendo en sí mismo, rodea todo en su plenitud. ¿Qué espacios hay que no contengan al omnipotente, que no contengan al que es inmenso, que no acojan al que viene? Si piensas en la Palabra, no he dicho nada. Mas para enseñar a los humildes a decir algo sobre ella, se humilló, tomando la forma de siervo4. En esta forma descendió; en esta forma progresó, como dice el evangelio, en el afán por la sabiduría5; en esta forma fue paciente, en esta forma luchó con valentía, en esta forma murió, en esta forma venció a la muerte y resucitó, en esta forma regresó al cielo quien nunca se alejó. Bendito es, por tanto, en el firmamento del cielo quien —según el Apóstol— se hizo maldito por nosotros para que entre los gentiles se hiciese presente la bendición de Abrahán6. Saltó de gozo como un gigante7. ¿Qué clase de gigante? Superó a la muerte con su muerte. ¿Qué clase de gigante? Derribó las puertas del infierno, salió y ascendió. ¿Quién es este rey de la gloria por quien se dijo a ciertos príncipes: Retirad, ¡oh príncipes!, vuestras puertas y elevaos, puertas eternas?8 Elevaos, pues él es grande; sois estrechas, no tenéis capacidad; elevaos. ¿Para qué? Para que entre el rey de la gloria. Se llenan de pavor: ¿Quién es este rey de la gloria?9 No lo reconocen. No solo es Dios, también es hombre; no es solo hombre, es también Dios. Sufre la pasión: ¿es, en verdad, Dios? Resucita: ¿es realmente hombre? ¿O es Dios y hombre a la vez? Pues su pasión y su resurrección son auténticas. Esto se dice hasta dos veces en un mismo salmo: Retirad, ¡oh príncipes!, vuestras puertas; elevaos, puertas eternas, y entrará el rey de la gloria10. Y después de estas palabras repite lo mismo. Podría pensarse que se trata de algo superfluo y no necesario; mas considera el fin que se pretende con la repetición de idénticas palabras y advierte por qué se repitieron dos veces. Se abren dos veces las puertas, es decir, las del infierno y las del cielo, para quien ha resucitado una sola vez y una vez ha ascendido al cielo. Se dan cita dos novedades: que Dios se presente en los infiernos y que un hombre sea asumido en los cielos. En ambos momentos, en ambos lugares, se estremecen los príncipes. ¿Quién es este rey de la gloria? ¿Cómo podemos saberlo? Escucha lo que se les responde; a sus preguntas se les contesta: El Señor fuerte y poderoso, el Señor poderoso en la guerra11. ¿En qué guerra? En sufrir la muerte por los mortales, sufrir él solo por todos, no oponer resistencia siendo omnipotente, y, no obstante, vencer muriendo. Grande es, pues, este rey de la gloria incluso en los infiernos. Esto mismo se repite a las potestades celestes: Retirad, ¡oh príncipes!, vuestras puertas; elevaos, puertas eternas. ¿O acaso no son eternas aquellas puertas cuyas llaves recibió Pedro?12 Mas como eleva consigo al hombre, como si se tratase de un ignoto se pregunta: ¿Quién es este rey de la gloria? Pero como allí ya no combate, sino que es vencedor; ya no lucha, sino que cosecha el triunfo, no se les responde: El Señor poderoso en la guerra, sino: El Señor de los ejércitos es el rey de la gloria.