SERMÓN 3761

Traducción: Pío de Luis

Sermón predicado en la octava de Pascua

Cuando se leyó el evangelio, Vuestra Caridad oyó que Jesucristo nuestro Señor y Salvador entró después de su resurrección, estando cerradas las puertas, al lugar en que se encontraban sus discípulos2. Milagro grandioso; pero dejarás de extrañarte si piensas que está Dios en medio. Sería, en efecto, algo admirable de haberlo hecho quien era solo un hombre. Ponlo a cuenta de la omnipotencia, no lo tomes por una ficción. Entró estando cerradas las puertas. Lo que te digo es esto: para que sepas que su carne era verdadera, mostró las cicatrices a fin de que las tocaran3. Pero —dices— igual que no es propio de la naturaleza de los cuerpos entrar a través de puertas cerrada, así tampoco lo es caminar sobre las olas del mar4. —Entró a través de puertas cerradas; respóndeme y muéstrame la solidez de la carne. —Caminó sobre las aguas del mar; muéstrame tú también el peso de la carne. —¿Quieres saber que eso fue obra de la omnipotencia? Se lo concedió también a Pedro5. El otorgó lo que quiso, reservándose lo que le era propio. Quien al nacer no violó la integridad de su madre, fue el mismo que entró en vida a través de las puertas cerradas. Por tanto, hermanos, llenos de admiración, creamos; creyendo, obedezcamos; obedeciendo, esperemos lo prometido, si cumplimos con lo mandado, porque aquel de quien esperamos lo prometido nos ayuda a cumplir con lo mandado.