SERMÓN 375 C (= Mai 95)1

Traducción: Pío de Luis

Sermón predicado el jueves de Pascua

1. La lectura del santo evangelio de hoy ha relatado de nuevo la manifestación del Señor a los siervos, de Cristo a los apóstoles y cómo convenció al discípulo incrédulo. El apóstol Tomás, uno de los doce discípulos, no dio crédito ni a las mujeres, ni tampoco a los varones que le anunciaban la resurrección de Cristo el Señor. Y era ciertamente un apóstol que iba a ser enviado a predicar el Evangelio. Cuando comenzó a predicar a Cristo, ¿cómo podía pretender que le creyeran lo que él mismo no había creído? Pienso que se llenaría de vergüenza propia al increpar a los incrédulos. Le dicen sus condiscípulos, apóstoles como él: Hemos visto al Señor. Y él respondió: Si no introduzco mis manos en su costado y no toco los lugares de los clavos, no creeré2. Quería garantizar su fe tocándole. Si el Señor había venido para que lo tocasen, ¿cómo dice a María en el texto anterior: No me toques, pues aún no he subido al Padre?3 A la mujer que cree le dice: No me toques, mientras dice al varón incrédulo: «Tócame». María ya se había acercado al sepulcro, y, antes de nada, creyendo que el Señor, que estaba allí en pie, era el hortelano, le había dicho: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo cogeré. El Señor le respondió con su nombre: María4. Ella reconoció al instante al Señor cuando pronunció su nombre; él la llamó y ella lo conoció. La hizo feliz con su llamada, dándole el conocimiento. Tan pronto como oyó su nombre con la autoridad y voz acostumbrada, respondió también ella como solía: Rabí5. María, pues, ya había creído; pero el Señor le dice: No me toques, pues aún no he subido al Padre.

2. ¿Qué oísteis ahora que dijo Tomás en la lectura que acaba de sonar en vuestros oídos? «No lo creo si no lo toco». Y el Señor dice al mismo Tomás: «Ven, tócame; introduce tus manos en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente6. Si piensas —dice— que es poco el que me presente a tus ojos, me ofrezco también a tus manos. Quizá eres uno de aquellos que cantan en el salmo: En el día de mi tribulación busqué al Señor con mis manos, de noche, en su presencia»7. ¿Por qué buscaba con las manos? Porque buscaba de noche. ¿Qué significa este buscar de noche? Que llevaba en su corazón las tinieblas de la infidelidad. Mas esto se hizo no solo por él, sino también por aquellos que iban a negar la verdadera carne del Señor. Cristo podía efectivamente haber curado las heridas de su carne sin que hubiesen quedado ni las huellas de las cicatrices; podía haberse visto libre de las señales de los clavos en sus manos y de la llaga en su costado; pero quiso que quedasen en su carne las cicatrices para eliminar de los corazones de los hombres la herida de la incredulidad y que las señales de las heridas curasen las verdaderas heridas. Quien permitió que continuasen en su cuerpo las señales de los clavos y de la lanza sabía que iban a aparecer en algún momento herejes tan impíos y perversos que dirían que Jesucristo nuestro Señor mintió en lo referente a su carne y que a sus discípulos y evangelistas profirió palabras mendaces al decir: «Toca y ve». He aquí que Tomás duda. ¿Cómo es que duda? Si no toco, no creeré. El paso a la fe lo confía al tacto. Si no toco —dice—, no creo8. ¿Qué opinamos que dijo Manes? Tomás lo vio, lo tocó, palpó los lugares de los clavos, y, no obstante, su carne era falsa. Por tanto, de haberse hallado entonces allí, ni aun tocando hubiese creído.

3. Considere Vuestra Caridad qué horrendo daño, qué detestable falacia y qué increíble impiedad. Ved cuán distante se encuentra de la santa María Magdalena, que nada más oír: María9, ante esta única palabra de Cristo, creyó que había resucitado. ¿Qué distancia pensamos que existe entre la fe de esta y la de aquellos, que, tan pronto como vieron a Cristo en la fracción del pan, creyeron al instante? ¿Qué diferencia hay? Ella vio como en un claroscuro, mientras que ellos vieron en plena claridad; con todo, tanto ellos como ella creyeron porque vieron. Después se apareció a todos: Ellos pensaron estar viendo un espíritu10. Les quitó esa falsa opinión y les introdujo en la verdad certísima. Pensaron estar viendo un espíritu. Esto es lo que piensan los maniqueos: que Cristo fue un espíritu y que no era carne. Quédate también tú con esa opinión si Cristo dejó que sus discípulos siguiesen en ella. Tú piensas que Cristo fue un espíritu y que se apareció como un fantasma, es decir, que la carne de Cristo no fue verdadera: esto lo pensaron también los discípulos; tienes la misma herida que los discípulos, cúrate con ellos. Cuando los discípulos pensaban que Cristo era un espíritu y que cuanto veían era más una apariencia que una realidad, ¿qué hizo el Señor? ¿Por qué —dice— surgen esos pensamientos en vuestro corazón?11 Ningún enemigo os ha llegado de fuera, pero el pensamiento interno yugula vuestras almas. Respecto a lo que vosotros pensáis de mí, ¿por qué surgen esos pensamientos en vuestro corazón? ¿Qué pensamientos? Pensaban estar viendo un espíritu. El Señor teme que esos pensamientos estrangulen la fe de los discípulos; temed, pues, tener esos pensamientos. El enfermo no ha de estar tranquilo teniendo aquello que causa temor al médico. ¿Por qué surgen esos pensamientos en vuestro corazón? Ved mis manos y mis pies; palpad y ved que un espíritu no tiene huesos y carne como veis que tengo yo12. Lo vieron, lo tocaron, creyeron y lo anunciaron; pero los maniqueos aún se sirven, para oponerse, de lo que dijo Tomás: «Sí no toco, no creo». Por tanto, no seas incrédulo13. ¿Eran falsas las cicatrices del Señor y verdaderas las palabras dé Manes? ¡Lejos de nosotros pensar eso! Al contrario, las palabras del Señor son verdaderas; el Señor mostró verdaderos huesos, verdaderas cicatrices; elevó al cielo verdaderos miembros, pero al cielo no elevó la corrupción. La carne dijo: «La muerte ha muerto».

4. Volvamos al problema que nos presentaba lo referente a la santa María. Ved que lo tocan los discípulos: Palpad y ved que un espíritu no tiene huesos ni carne, como veis que yo tengo14. Lo toca el dubitante Tomás y exclama: ¡Señor mío y Dios mío! Y el Señor le responde: Porque has visto has creído; dichosos quienes no ven y creen15. Aquellos a quienes me anuncias superan tu fe. Tú anuncias lo que has visto, anuncias lo que tocaste, anuncias lo que, viendo y tocando, apenas creíste; y, no obstante, ha de creerte quien ni vio ni tocó. Me ves, y no me crees; me tocas, y a duras penas me crees; otro te oye a ti y cree en mí. Mas preguntarás: «¿Por qué a Tomás se le permite tocar, mientras que a María se le dice: No me toques?». Allí mismo expuso la causa al decir: Pues aún no he subido al Padre16. ¿Qué significa esto? Estando aquí, en la tierra, impides que te toquen; cuando hayas ascendido, ¿quién te va a tocar? Estando en la tierra, rechazas la mano que se te acerca. A este respecto podemos inventar finas conjeturas y decir: «Hizo bien el Señor en reservar a los incrédulos que lo tocaran; a esta mujer le impidió que lo tocara porque ya había creído. En efecto, ¿qué necesidad tenía de tocar y buscar a quien había reconocido ya en el hablar?». Mas no se calló; luego indicó la causa. No me toques. ¿Por qué? Pues aún no he subido a mi Padre. Toca al que sube al Padre. ¿Qué quiere decir esto? Tócalo como igual al Padre. ¿Qué significa: «Tócalo como igual al Padre»? Tócalo como a Dios, es decir, cree que es Dios. Creer lo que ves es fácil; la forma de siervo fue asumida por ti, es el vestido de Dios. No significa gran cosa ver la carne. La vieron hasta los judíos que le dieron muerte; en cambio, no la vieron los gentiles y creyeron. Por tanto —dice—, no me toques como me ves, no toques los miembros de mi carne, la imagen que conoces; es decir, no te quedes en ella, no detengas ahí tu mirada, no sea ello el término de tu fe. Quiero, sí, que creas que soy hombre, pero no te quedes ahí; alarga la mano de tu fe; no te quedes ahí.

5. Ni lo toques tampoco como lo tocó el hereje Fotino. Dijo que Cristo era un hombre y nada más; por tanto, no llegó a él, no lo comprendió, no lo tocó. La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros17. Para que María no pensase que Cristo era solo hombre dijo: «No me toques así; ante ti está mi vestido; presta atención a lo que fue hecho en el cielo, introduce la mano del corazón; entonces me tocarás cuando haya subido al Padre». Así lo tocaron quienes confesaron que «subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre». Así lo toca la Iglesia, de la que era figura María. Toquemos a Cristo, toquémoslo. Creer es tocarlo. No alargues tu mano hasta el hombre; di lo mismo que Pedro: Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo18. No te parezca que Cristo es solo un hombre, porque, si lo tocas como dijo el hereje, serás como Fotino. Insisto en que no prescindas de la humanidad de Cristo, en que no te quedes en ella. No te digo que te alejes, sino que no te quedes en ella; quien quiere estancarse en el camino no llegará a la posada. Levántate, camina; Cristo, en cuanto hombre, es tu camino; en cuanto Dios, tu patria. Nuestra patria: La verdad y la vida19; nuestro camino: La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Sentíamos pereza para caminar, y el camino vino hasta nosotros; puesto que el camino vino hasta nosotros, caminemos. Cristo, en cuanto hombre, es nuestro camino: no abandonemos el camino para alcanzar al Hijo unigénito de Dios, igual al Padre, trascendente a toda creatura, coeterno con el Padre, día sin día y artífice de la fe. Caminemos para tocarlo.

6. Así lo tocó la que padecía flujo de sangre. ¡Qué fe tenía para decirle el Señor: «Descúbrete y manifiéstate a la muchedumbre; obtén la alabanza de quien has obtenido ya la salud»! Vete, hija; tu fe te ha salvado; vete en paz20. Si preguntas por esa fe, escucha. Dijo en su corazón: Si llego a tocar la orla de su vestido, seré sana21. Lo tocó para que conseguir aquello en que creía, no para probar algo en lo que no creía. Entonces el Señor pregunta, diciendo: ¿Quién me ha tocado?22 ¿Ignoras, pues, Señor, quién te ha tocado? ¿Ves el pensamiento y preguntas por la acción? ¿Qué significa: Quién me ha tocado? Voy a mostraros quién me ha tocado: la fe me ha tocado; ella consiguió con su tacto que saliera de mí el poder. Allí donde no estuve, donde no recorrí sus caminos, donde no nací, allí creyeron en mí: El pueblo que no he conocido me sirvió23. ¡Qué tocar! ¡Qué creer! ¡Qué exigir! Y esto por obra de una mujer agotada por sus flujos de sangre, igual que la Iglesia, afligida y lastimada en sus mártires por el derramamiento de la sangre, pero llena de las virtudes de la fe. Antes gastó sus bienes en médicos, es decir, en los dioses de los gentiles, que nunca pudieron curarla24; Iglesia a la que el Señor no mostró su presencia corporal, sino espiritual. Ahora ya se conocen la mujer que lo tocó y el hombre tocado. Mas para enseñar a tocar a aquellos que necesitaban conocer la salvación dijo: ¿Quién me ha tocado? Y los discípulos le replicaron: La muchedumbre te apretuja y tú preguntas: «¿Quién me ha tocado?»25. Preguntas quién te ha tocado, como si te hallaras en un lugar elevado, donde nadie te toca, siendo así que una turba inmensa te apretuja. Dice el Señor: Alguien me ha tocado26; ha sido más intensa la sensación de ser tocado por una sola persona que la de ser apretujado por la muchedumbre. La muchedumbre sabe apretujar fácilmente. ¡Ojalá aprenda a tocar!

7. Hermanos, he aquí la conclusión de mi sermón: creamos que nuestro Señor Jesucristo existe desde antes de Abrahán27, de Adán; antes que el cielo y la tierra, antes que los ángeles y arcángeles, los tronos y las dominaciones, los principados y las potestades28; antes que cuantas cosas han sido creadas y hechas, tanto visibles como invisibles; sin espacio alguno de tiempo, sin número alguno de años; que es coeterno al Padre, igual al Padre, verdadero unigénito del Padre, poder y sabiduría del Padre29; como él, sempiterno; como él, inmortal; verdaderamente inmortal, porque absolutamente inmutable; como él invisible, porque incorpóreo; como él poderoso, también él todopoderoso. Creamos que así es el Hijo unigénito de Dios. Mas cuando digamos: «Y en Jesucristo, su único Hijo, Señor nuestro», recordad lo que sigue: «Quien nació del Espíritu Santo y de la virgen María». Aquí abajo, en la tierra, nació de madre sin padre quien ya había nacido arriba antes de los tiempos, pero creador de ellos, de padre sin madre. Ahora, al final de los tiempos, fue engendrado de carne verdadera en carne verdadera; pero su carne era semejante a la carne de pecado, mas no carne de pecado. ¿Por qué era semejante? Porque era mortal. ¿Por qué no era carne de pecado? Porque había venido mediante la fe de una virgen. Esa misma carne de Cristo creció y llegó a la edad madura. En ella sintió Cristo hambre, sed; en ella comió, bebió, se cansó, descansó y durmió; en ella tuvieron lugar todas estas cosas, pero en ningún lugar hubo pecado. En ella padeció, en ella se manifestó hombre el Dios oculto, buscando al hombre en el hombre, buscando al perdido mediante el asumido. En ella padeció, de manos de los hombres y en favor del mismo hombre, cosas indignas. Carne verdadera era la que fue apresada por los judíos; carne verdadera la que comió la Pascua con sus discípulos; carne verdadera la que abofetearon los judíos; carne verdadera a la que pusieron la corona de espinas; carne verdadera la que suspendieron del madero los incrédulos; carne verdadera la que, habiéndose alejado el alma, hirieron los infieles y miserables; carne verdadera la que bajaron los discípulos del madero y colocaron en el sepulcro; carne verdadera la que resucitó la verdad; carne verdadera la que después de la resurrección mostró a los discípulos la verdad; carne verdadera cuyas cicatrices mostró a las manos de quienes lo tocaban la verdad. Avergüéncese, pues, la falsedad, porque ha vencido la verdad.