SERMÓN 3611

Traducción: Pío de Luis

La resurrección de los muertos

1. 1. Cuando se leyó la carta del Apóstol, pude advertir un encomiable movimiento de vuestra fe y amor, que mostraba cuánto horror os causan quienes piensan que no hay más vida que esta que tenemos en común con las bestias y que tras la muerte no queda rastro del hombre ni hay esperanza alguna de otra vida mejor. Cediendo a la comezón corruptora de los oídos insanos, dicen: Comamos y bebamos, pues mañana morimos2. Tome inicio de aquí mi discusión y sea ello como el quicio de mi sermón, punto de referencia para todo lo que el Señor se digne sugerirme.

2. 2. Nuestra esperanza y nuestra fe es la resurrección de los muertos. La resurrección de los muertos es igualmente nuestro amor, que se inflama con el anuncio de las cosas que aún no se ven y se enciende con su deseo, cuya enormidad haga a nuestros corazones capaces de la felicidad futura que se nos promete, mientras creemos lo que aún no vemos. Nuestro amor, pues, no debe ocuparse de estas cosas temporales y visibles, esperando que hemos de tener en la resurrección algo parecido a aquello que, si lo despreciamos ahora, hace que vivamos mejor y seamos mejores, es decir, los placeres y deleites carnales. Eliminada la fe en la resurrección de los muertos, se derrumba toda la doctrina cristiana. En cambio, bien cimentada la fe en ella, la seguridad no se produce automáticamente para el alma cristiana si no se distingue la vida futura de esta que pasa. En consecuencia, hay que plantear el problema del siguiente modo: si los muertos no resucitan3, ninguna esperanza nos queda de vida futura; si, en cambio, resucitan, habrá ciertamente vida futura. Pero la segunda cuestión se refiere a cómo será esa vida. Así, pues, la primera discusión se centra sobre si habrá resurrección de los muertos; la segunda, sobre cuál será la vida de los santos una vez resucitados.

3. 3. Por tanto, quienes dicen que los muertos no resucitan, no son cristianos; quienes, por el contrario, piensan que después de la resurrección los muertos han de vivir carnalmente, son cristianos carnales. Así, pues, todo debate contra la opinión de los que niegan la resurrección de los muertos se dirige contra los que están fuera; no pienso que ninguno de ellos se halle aquí presente. Por ello pudiera parecer superflua mi discusión si me detuviera en intentar demostrar que los muertos resucitan. Al cristiano que ya creyó en Cristo, y que sabe que el Apóstol no puede mentir jamás hay que guiarlo con el peso de la autoridad. Basta con que el cristiano escuche: Si los muertos no resucitan, vana es nuestra predicación y vana es vuestra fe. Si los muertos no resucitan —dice— tampoco Cristo ha resucitado4. Pero, si ha resucitado Cristo, en quien se halla la salvación de los cristianos, ya no es imposible que resuciten los muertos, porque quien resucitó a su Hijo y resucitó a su carne dejó en la cabeza un ejemplo para el resto del cuerpo, que es la Iglesia. Bien podía resultar superfluo hablar sobre la resurrección de los muertos para pasar a debatir sobre lo que los cristianos acostumbran hacer, esto es, cómo seremos después de la resurrección, cómo viviremos, cuáles serán nuestras ocupaciones, si tendremos alguna o, más bien, ninguna; en caso de no tener ninguna, si viviremos en el ocio, sin hacer nada; en caso de hacer algo, qué haremos; también, si hemos de comer y beber, si subsistirá la unión del hombre y la mujer o si habrá algún tipo de vida común sencilla e incorrupta; y en este caso cómo será esa vida misma, cuál su movimiento y cuál la forma de los cuerpos. Sobre esto debaten los cristianos una vez asegurada la fe en la resurrección.

4. 4. Yo pasaría ya a debatir esto, en cuanto puede entenderlo o exponerlo un hombre a otro hombre —eso somos vosotros y yo—, si cierta preocupación por algunos hermanos nuestros demasiado carnales y casi paganos no me obligase a detenerme un poco en la cuestión de si en verdad resucitan los muertos. Pienso que aquí no hay ningún pagano, sino que todos son cristianos. Pero los paganos y quienes se mofan de la resurrección no cesan de susurrar cada día a los oídos de los cristianos: Comamos y bebamos, pues mañana morimos5. Y, como ya dijo el Apóstol, mostrando su preocupación y añadiendo esta frase: Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres6. Temiendo estos males y lleno de preocupación por los débiles, con amor no solo paterno, sino también materno, he de decir algo al respecto, cuanto sea suficiente para cristianos, puesto que una devoción mayor a las Sagradas Escrituras es lo que ha movido a cuantos se han reunido en el día de hoy. Pues no ha sido la solemnidad propia de un día festivo la que ha convocado a la Iglesia incluso a las masas que frecuentan los teatros. Efectivamente, muchos suelen asistir no porque les mueva la piedad, sino la festividad. Esta consideración ha hecho que primero hable de la resurrección de los muertos, y luego, si el Señor me concede abundancia de ideas, de cómo ha de ser después la vida de los justos.

5. 5. Temo —dice el Apóstol— que, como la serpiente sedujo a Eva con su astucia, así también vuestras mentes se aparten de la castidad en relación con Cristo Jesús7. Las mentes de estos las corrompen palabras como estas: Comamos y bebamos, pues mañana moriremos8. Quienes esto aman y buscan, quienes piensan que no hay más que esta vida, quienes nada más esperan, quienes o no oran a Dios o le piden lo dicho, aquellos a quienes resulta pesada toda palabra que invita a la vigilancia, escúchenme a mí que digo esto con gran tristeza. Quieren comer y beber, pues mañana morirán. ¡Ojalá pensaran en verdad que mañana van a morir! ¿Quién, en efecto, es tan demente y están tan extraviado, quién es tan enemigo de su alma que, habiendo de morir en el día de mañana, no piense que se acabarán todas las cosas por las que afana? Así está escrito: En aquel día perecerán todos sus pensamientos9. Si los hombres, ante la inminencia de su muerte, se preocupan de su testamento pensando en quienes dejan aquí, ¡cuánto más deben pensar algo relacionado con su alma! ¡Piensa el hombre en aquellos a los que abandona y no piensa en sí mismo, que todo lo abandona! Tus hijos tendrán lo que dejas; tú, en cambio, nada, y todo tu pensamiento se acaba en enseñar a los forasteros que vengan detrás de ti por dónde han de pasar, no adónde han de llegar. ¡Ojalá pensasen, pues, en la muerte! Cuando se lleva a enterrar a los muertos, se piensa en ella y se dice: «¡Qué desdichado! Así fue; ayer aún caminaba». O: «Lo vi hace siete días, habló conmigo de esto y aquello. El hombre no es nada». Susurran todo esto. Pero tal vez, tales palabras tienen valor mientras se llora al muerto, se dispone el funeral, se preparan las exequias, se le saca de la casa, se va al cementerio, se le da sepultura; mas, una vez sepultado el muerto, se da sepultura también a tales pensamientos. Vuelven las preocupaciones mortíferas, se olvidan del que han conducido al cementerio, y quien también ha de morir piensa en quién ha de suceder al otro; se retorna al fraude, a las rapiñas, a los perjurios, a las borracheras, a los innumerables placeres corporales que han de desaparecer, no digo ya cuando se agoten, sino que perecen mientras se los consume. Y lo que es más dañino todavía, de la sepultura del muerto sacan un argumento para sepultar también el corazón, y dicen: Comamos y bebamos, pues mañana morimos.

6. 6. Se mofan también de la fe de quienes afirman que los muertos han de resucitar, y dicen para sí: «Este yace ya en el sepulcro; oigamos su voz. Pero su voz no puede oírse; oiga yo la voz de mi padre, de mi abuelo o bisabuelo. ¿Quién ha resucitado de allí? ¿Quién ha mostrado lo que hay en los infiernos? Pasémoslo bien mientras vivimos, pues una vez que hayamos muerto, aunque nuestros padres o seres queridos o nuestros familiares lleven dones a nuestros sepulcros, los llevan para sí mismos, que viven, no para nosotros, muertos». De esto se mofó también la Escritura, afirmando de algunos que no son sensibles a los bienes presentes: Como si rodearas —dice— a un muerto de manjares10. Está claro que esas viandas no son para los muertos y que se trata de una costumbre pagana, que no trae su origen de la raíz y venero de justicia de nuestros padres los patriarcas, respecto a los cuales leemos que se celebraron las exequias, pero no que se ofrecieran sacrificios en sus tumbas. Esto puede advertirse también en las costumbres de los judíos. No mantuvieron el fruto de su virtud, pero sí conservaron las viejas usanzas en ciertas solemnidades. Algunos objetan con textos de la Escritura: Parte tu pan, derrama tu vino sobre los sepulcros de los justos y no lo entregues a los injustos11. No es preciso hablar de esto, pero sostengo que los fieles pueden entender estas palabras. Los fieles saben cómo los cristianos realizan esto religiosamente en las memorias de los suyos y que no hay que practicarlo con los injustos, es decir, con los infieles, puesto que el justo vive de la fe12. También esto lo saben los fieles. Nadie, pues, busque hacer de la medicina una herida, ni intente hacer de las Escrituras, tergiversándolas, un lazo de muerte para su alma. Está claro cómo ha de entenderse el texto; el rito celebrativo de los cristianos es claro y saludable.

7. 7. Como había comenzado a decir y pensando en los hombres que susurran a los oídos de los débiles las palabras: Comamos y bebamos, pues mañana morimos13, veamos, pues, lo que dicen: «Nadie se ha levantado del sepulcro; no he oído la voz de nadie; desde que fue depositado allí mi abuelo, mi tatarabuelo, mi padre, no he oído la voz de ninguno». Responded, cristianos, si es que lo sois; no sea que, deseando emborracharos con la muchedumbre, sintáis vergüenza de responder a los que corrompen las buenas costumbres14. Tenéis qué responder: pero os hace fluctuar el deseo del placer y queréis ser tragados y sepultados vivos. Surge el ansia de emborracharse y cae como una ola sobre el alma, levantada por el soplo de quien persuade el mal. Estás sufriendo una gran tempestad, no quieres responder al corruptor, a la vez que favoreces al que te da de beber; pero la ola del deseo se eleva a demasiada altura y quiere sumergir tu corazón cual si fuera una nave. Cristiano, en tu nave duerme Cristo; despiértalo; dará orden a la tempestad para que todo recobre la calma15. El fluctuar de los discípulos en la barca mientras Cristo dormía simbolizaba entonces el fluctuar de los cristianos cuando su fe cristiana está adormecida. Ya ves lo que dice el Apóstol: Cristo habita por la fe en nuestros corazones16. Con la presencia de su belleza y divinidad, está siempre con el Padre; con su presencia corporal está ya por encima de los cielos a la derecha del Padre; en cambio, con la presencia en la fe, está en todos los cristianos. Por eso fluctúas: porque Cristo está dormido, es decir, no logras vencer aquellos deseos que se levantan con el soplo de los que persuaden el mal, porque tu fe está dormida. ¿Qué significa que tu fe está dormida? Que está apagada. ¿Qué significa el decir que está apagada? Que te olvidaste de ella. ¿Qué es despertar a Cristo? Despertar la fe, recordar lo que has creído. Haz memoria, pues, de tu fe, despierta a Cristo. Tu misma fe dará órdenes a las olas que te turban y a los vientos de quienes te persuaden despropósitos; al instante desaparecerán, al instante amainarán puesto que, aunque no cese de hablar el malvado persuasor, ya no sacude tu nave, ya no levanta olas ni sumerge el medio que te lleva.

8. ¿Qué haces, pues, al despertar a Cristo? ¿Qué te había dicho aquel charlatán malvado? ¿Qué había dicho aquel corruptor de las buenas costumbres con sus malas palabras? ¿Qué había dicho? Ciertamente esto: «Nadie ha vuelto de allí, no he oído a mi padre, ni a mi abuelo; que regrese alguien y nos diga lo que allí hay».

8. Tú, habiendo despertado ya a Cristo en tu nave, haciendo memoria de tu fe, respóndele y dile: «Necio, dices que creerías si resucitara tu padre; ha resucitado el Señor de todos, ¿y no crees? ¿Por qué quiso morir y resucitar sino para que todos creyéramos a uno solo y no fuéramos engañados por una muchedumbre? ¿Y qué iba a hacer tu padre, en el caso de que resucitara y te hablara, volviendo de nuevo a la muerte? Considera con cuánto poder resucitó Cristo, pues ya no muere y la muerte ya no tiene dominio sobre él17. Se mostró a sus discípulos y a los que le habían permanecido fieles; tocaron la solidez de su cuerpo, puesto que a algunos les pareció poco ver lo que recordaban si no tocaban también lo que estaban viendo. Se confirmó la fe no solo en los corazones, sino también en los ojos de los hombres. Quien nos mostró todo esto subió al cielo, envió el Espíritu Santo sobre sus discípulos y se predicó el Evangelio. Si miento diciendo esto, interroga al orbe de la tierra. Muchas promesas se han cumplido; muchas cosas esperadas son ya realidad; el orbe entero florece en la fe de Cristo. No se atreven a hablar contra la resurrección de Cristo ni siquiera quienes aún no han creído en Cristo. Lo atestigua el cielo, lo atestigua la tierra; lo atestiguan los ángeles, lo atestiguan los infiernos. ¿Qué ha quedado sin levantar su voz? ¡Y tú dices: Comamos y bebamos, pues mañana morimos!»18.

9. Pero te has vuelto triste porque no has oído al instante la voz de aquel tu difunto queridísimo. Vivía, murió; comía, ya no come; sentía, ya no siente; no le interesan los gozos y alegrías de los vivos.

9. ¿Acaso llorarías por la semilla en el momento de arar? Si hubiera alguien tan inexperto en la agricultura que, cuando se arroja la semilla al campo, cuando se la deja caer en la tierra y se la entierra; si, pues, hubiese alguien tan desconocedor de realidades pertenecientes a un futuro cercano que llorase por el trigo acordándose del verano pasado y pensase en su interior: «Este trigo que ahora ha sido enterrado, ¡con cuánto esfuerzo fue segado, acarreado, trillado, limpiado! Estaba guardado en el granero, veíamos su calidad y nos llenaba de gozo; ahora ha desaparecido de nuestros ojos; veo la tierra arada; al trigo, en cambio, no lo veo ni en el granero ni aquí»; si llorase enlutado al trigo como a alguien que hubiese muerto y lo hubiesen sepultado; si llorase abundantemente contemplando los terrones y la tierra, pero sin ver la mies, ¡cómo se mofarían de él personas indoctas, pero no en eso; ignorantes ciertamente de otros asuntos, pero conocedoras de aquel por el que el otro, un analfabeto, lloraba! ¿Y qué le dirían los que lo sabían en el caso, supuesto que llorase porque nada del asunto? «No estés triste; es cierto que lo que acabamos de enterrar ya no está en el granero ni en nuestras manos, pero volveremos a este campo y nos deleitará ver la belleza de la cosecha allí donde ahora lloras la desnudez del terreno arado. El que sabía qué iba a producir aquel trigo gozaba hasta con la misma aradura; el otro, en cambio, incrédulo o más bien necio, o, para hablar con más verdad, falto de experiencia, lloraría, quizá, al principio; pero, dando fe al bien informado, se alejaría consolado y esperando con él la mies futura.

10. 10. Año tras año suelen verse las cosechas; mas por lo que se refiere al género humano, la única y última cosecha tendrá lugar al fin del mundo. Ahora no puede mostrarse a los ojos; pero se nos ha dado la prueba de un único grano, el más importante. Dice el mismo Señor: Si el grano permanece así y no muere, quedará solo19, hablando de su muerte, puesto que en él se dará la múltiple resurrección futura de los creyentes. Se ha ofrecido la prueba de un único grano, pero un ejemplo tal que en él han de creer todos los que quieran ser granos. En realidad, toda la creación está pregonando la resurrección, si es que no somos sordos; de ella debemos deducir lo que al final hará Dios de una sola vez con el género humano. ¡Son tantos los casos similares que vemos a diario! La resurrección de los cristianos tendrá lugar una sola vez, mientras que el dormir y despertarse de los seres animados es algo cotidiano. Dormir es como morir, y despertar como resucitar. A partir de estos hechos que se repiten a diario, cree lo que ha de acontecer una única vez. Cada mes la luna nace, crece, llega a ser luna llena, mengua, se consume y se renueva. Lo que acontece cada mes con la luna, eso mismo acontecerá una sola vez en todo tiempo en el momento de la resurrección. Lo que sucede cada día a los que duermen, eso mismo le pasa a la luna cada mes. ¿De dónde se aleja, de donde regresa la fronda de los árboles? ¿A qué lugares secretos se retira y de qué lugares recónditos regresa? Estamos en invierno; los árboles que ahora parecen estar secos, llegada la primavera, se volverán verdes. ¿Ha sucedido esto ahora por primera vez o fue así también el año pasado? También el año pasado fue así. A partir del otoño, la fronda se interrumpe en invierno y, pasada la primavera, vuelve en el verano. Entonces, retorna el año con el tiempo; y los hombres, hechos a imagen de Dios20, ¿han de perecer para siempre una vez muertos?

11. 11. Pero alguien que no se haya esmerado mucho en examinar el mudarse y el restablecerse de las cosas puede decirme: «Aquellas hojas se pudrieron y nacen otras». Pero quien bien considera esto, advierte que también las cosas que se pudren caen para dar fuerza a la tierra. ¿Con qué se abona la tierra sino con cosas terrenas putrefactas? Esto lo advierten quienes cultivan la tierra; los que no la cultivan, porque viven siempre en las ciudades, vean en los huertos cercanos a la ciudad con qué esmero se recogen sus residuos, quiénes incluso los compran a buen precio y adónde los llevan. La gente ignorante podría considerarlos como despreciables y carentes de toda utilidad. ¿Y quién se digna poner su mirada en el estiércol? Es el hombre quien guarda eso mismo que le da asco mirar. Lo que ya parecía fuera de todo uso y abyecto se vuelve engorde para la tierra, el engorde en savia, y la sabia en raíz; y lo que desde la tierra pasó a la raíz, de forma invisible sube al tronco, se distribuye por las ramas, de las ramas pasa a las yemas, y de las yemas a los frutos y a las hojas. Advierte que lo que aborrecías en el estiércol putrefacto lo admiras ahora en la fecundidad y el verdor del árbol.

12. 12. No quiero que me objetes con lo que acostumbras: «El cuerpo del muerto que ha sido sepultado no permanece íntegro; si permaneciese, aún podría creer que resucitase. Solo los egipcios creen en la resurrección, puesto que cuidan con esmero los cadáveres de sus muertos. Tienen la costumbre de disecarlos y hacerlos como de bronce. Los llaman gabbaras». Así, pues, según estos que ignoran los recovecos ocultos de la naturaleza, en los que todas las cosas quedan salvaguardadas para el creador, incluso cuando se sustraen a los sentidos mortales, ¿solo los egipcios creen rectamente en la resurrección de sus muertos, mientras que la fe de los restantes cristianos se halla en un callejón sin salida? Con frecuencia se abren los sepulcros o porque ya son muy antiguos o por alguna otra necesidad no sacrílega, y se halla que los cuerpos están podridos; con grandes suspiros gimieron los hombres que acostumbran deleitarse en la belleza corporal y dijeron en su interior: «¿Es cierto que esta ceniza tendrá alguna vez aquella su hermosura, que será devuelta a la vida y a la luz? ¿Cuándo acontecerá tal cosa? ¿Cómo puedo esperar yo vida de esta ceniza?». Tú que eso dices, al menos ves en el sepulcro la ceniza. Recorre hacia atrás tus años, si tienes, por ejemplo, treinta, cincuenta o más años; en el sepulcro se encuentra, al menos, la ceniza del muerto; pero ¿qué eras tú hace cincuenta años? ¿Dónde estabas? Los cuerpos de todos nosotros que ahora hablamos o escuchamos, dentro de pocos años serán cenizas, y hace no muchos años no eran ni siquiera eso. Entonces, quien pudo preparar lo que no existía ¿será incapaz de reparar lo que existía?

13. 13. Cesen, pues, las murmuraciones de quienes hablan lo indebido y corrompen las buenas costumbres con sus malignas palabras21. Fijad vuestros pies en el camino, fijadlos para no abandonarlo, no para anclaros en él; al contrario, según está escrito: Corred de forma que lo alcancéis22. Esté siempre vivo en vuestro corazón Cristo, que quiso mostrar en la cabeza lo que han de esperar los restantes miembros. En efecto, nosotros nos fatigamos en la tierra, pero nuestra cabeza en el cielo y no muere ya, ni sufre mengua, ni padece nada; mas padeció por nosotros, puesto que fue entregado por nuestros delitos y resucitó para nuestra justificación23. Esto lo sabemos por la fe; aquellos a quienes se manifestó lo aprendieron por sus mismos ojos. Sin embargo, no estamos reprobados porque, resucitado, no pudimos verlo con los ojos de la carne. Tenemos a nuestro favor el testimonio que el Señor mismo dijo al discípulo que dudaba y quería tocar para creer. Después de haber palpado sus cicatrices, ya convencido, exclamó y dijo: ¡Señor mío y Dios mío!; a lo que el Señor replicó: Porque me has visto has creído; dichosos los que no ven y creen24. Despertad, pues, con vistas a vuestra bienaventuranza; que nadie con malignas persuasiones arranque de vuestro corazón lo que Cristo clavó en él.

14. Tampoco se me venga con otra cuestión. Esto lo dicen todos los que, aun contra su voluntad, han cedido ante la autoridad de Cristo. Casi ningún pagano, incluso los que no quieren o difieren poseer a Cristo con devoción, se atreve a hacerle un reproche; aunque osen reprochar a los cristianos, no osan hacer lo mismo con Cristo; ceden ante la cabeza, pero aún insultan al cuerpo. El cuerpo, al escuchar los insultos de quienes ya se doblegan ante la cabeza, no ha de considerarse mutilado de la cabeza, sino unido y sometido a ella. Pues, si estuviésemos disgregados de ella, entonces sí deberíamos temer las voces de los que nos insultan; pero que no lo estamos lo atestigua el mismo que dijo a Pablo, todavía Saulo, perseguidor de la Iglesia: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?25 Ya había pasado por las manos impías de los judíos, ya había penetrado en los infiernos, ya había resucitado del sepulcro, ya había ascendido al cielo, ya había enriquecido y afirmado los corazones de los fieles con el don del Espíritu Santo estando sentado a la derecha del Padre e intercediendo por nosotros; ya no iba a entregarse de nuevo a la muerte por nosotros, pero sí a librarnos a nosotros de ella. ¿Qué podía hacerle la crueldad de Saulo? ¿Cómo podía tocarle aquella mano, aunque él, según está escrito, estaba sediento de muerte?26 Podía atacar a los cristianos que se fatigaban en la tierra, pero a Cristo, ¿cuándo y cómo? Sin embargo, grita en favor de los restantes miembros, pero no dice: «¿Por qué persigues a los míos?»; pues, si hubiese dicho eso, nos creeríamos siervos. Pero los siervos no están tan unidos a su amo como los cristianos a Cristo. Se trata de otra clase de unión, es otro el orden de los miembros y otra la unidad del amor. La cabeza habla en favor de sus miembros, pero no dice ni siquiera: «¿Por qué persigues a mis miembros?», sino: ¿Por qué me persigues? No tocaba a la cabeza, pero tocaba a lo que está unido a la cabeza.

14. Ya lo he dicho muchas veces; mas como la semejanza cuadra perfectamente y aclara bien el tema, voy a repetirlo. Quien te pisa en medio de una muchedumbre, pisa a tu pie, pero a tu lengua nada hace. ¿Qué significa entonces el que la lengua grite: «¡Que me pisas!»? El pisotón lo recibe el pie y la lengua no sufre lesión alguna, pero se trata de un único organismo. Y si un miembro sufre, sufren con él todos los demás; y si un miembro es glorificado, gozan con él todos los demás27. Si, pues, tu lengua habla en favor de tu pie, ¿no habla Cristo desde el cielo en favor de los cristianos? Tu lengua no habla en favor de tu pie diciendo: «Estás pisando mi pie», sino: «Me pisas», aunque a ella no se la haya tocado. Reconoce a tu cabeza cuando habla por ti desde el cielo con estas palabras: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Hermanos, ¿por qué he dicho esto? Para que no se insinúen entre vosotros aquellos de quienes dice el Apóstol: Corrompen las buenas costumbres con sus malignas palabras28, dado que dicen: Comamos y bebamos, pues mañana morimos29, para deciros —pues no osan meterse con Cristo, ante cuya autoridad y majestad, cimentada en el orbe entero, tiemblan; antes bien, según está escrito: El pecador verá esto, y se irritará; rechinarán sus dientes, y se consumirá30; puede hacerlos rechinar y consumirse, pero no se atreve a blasfemar contra Cristo—, no sea que hablen de esta manera y digan: «Solamente le fue permitido a Cristo». A veces lo dicen de corazón y a veces por temor; pero tú estate atento a lo que osen decir y a lo que no se atrevan a proclamar.

15. 15. Han de decir, pues: «Me cuentas que Cristo ha resucitado, y por eso esperas la resurrección de los muertos; pero solo a Cristo le fue permitido resucitar de entre los muertos». Y comienza ya a alabar a Cristo; no para tributarle honor, sino para llevarte a ti a la desesperación. Es la forma astuta como la serpiente te lleva a la muerte: para apartarte de Cristo mediante su misma alabanza predica dolosamente a quien no se atreve a vituperar. Exagera su majestad para hacerle único y para que tú no esperes nada semejante a lo que se ha mostrado en él al resucitar. Y hasta da la impresión de ser más respetuoso con Cristo cuando dice: «Ved quien se atreve a compararse con Cristo y piensa que ha de resucitar él por el hecho de que ha resucitado Cristo». No te sientas turbado por la alabanza engañosa dirigida a tu emperador; las asechanzas del enemigo te producen turbación, pero la humildad y la humanidad de Cristo te consuelan. Él pregona cuánto más alto es Cristo que tú; Cristo, en cambio, te dice cuánto descendió hasta ti. Respóndele, pues; despierta aquella fe; hay tempestad, hay olas, la nave zozobra, Cristo duerme; despierta aquella fe, no te olvides de lo que has creído31. Cuando la fe evangélica comience a despertar en ti, le responderás al instante. Tu respuesta no será pobre, pues no serás tú quien hable. Si Cristo permanece en ti, él tomará tu lengua como su arma, como su espada, sirviéndose de tu voz y de tu corazón; como posesor que habita en tu interior, ofrecerá resistencia al adversario y te dará seguridad; tú solo tienes que despertar a quien duerme, es decir, acordarte de tu fe olvidada.

16. 16. Pero ahora, ¿qué he de decir? ¿Qué les has de responder? No te voy a decir nada nuevo: dile lo que has creído. Despierta, pues, tu fe, y a quien te diga: «Solo Cristo pudo resucitar, nosotros no podemos», respóndele y dile: «Cristo pudo porque era Dios, él resucitó porque era Dios. Porque era Dios, es decir, porque era omnipotente; y si es omnipotente, ¿por qué voy a perder la esperanza de que pueda en mí también lo que mostró en sí por causa mía?». Luego pregunto de dónde resucitó Cristo. Él responderá: «De entre los muertos». Sigo preguntando por qué murió. ¿Es que Dios puede morir acaso? ¿Pudo morir aquella divinidad, es decir, la Palabra igual al Padre, el arte del artífice todopoderoso por quien fueron hechas todas las cosas; la sabiduría inmutable, que permanece en sí misma y todo lo renueva32, que se extiende poderosa de un confín al otro y dispone todo con suavidad?33 «No», dice. Y, sin embargo, Cristo murió. ¿Cómo pudo morir? Porque no juzgó una rapiña el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo. Pero ¿qué dijo previamente? Quien existiendo en la forma de Dios34. Esa forma de Dios, ¿la había recibido o era natural en él? El Apóstol distingue bien. Al hablar de la forma de Dios, emplea el verbo ser; mientras que, cuando se refiere a la forma de siervo, usa recibir. Por consiguiente, Cristo era una cosa y recibió otra, para ser una sola cosa con la otra. En la forma de Dios era igual a Dios, como dice el evangelista pescador: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios35; es decir: Quien, existiendo en la forma de Dios, no consideró una rapiña el ser igual a Dios. Se da la rapiña cuando se usurpa de forma ilícita lo que no es connatural a uno. El ángel usurpó la igualdad con Dios: cayó y se convirtió en diablo; el hombre usurpó la igualdad con Dios: cayó y se convirtió en mortal. Cristo, en cambio, que nació siendo igual, puesto que no nació en el tiempo, sino como hijo sempiterno del sempiterno Padre, nacido desde siempre, él, por quien fueron hechas todas las cosas, existía en la forma de Dios. Mas para ser mediador entre Dios y los hombres36, entre el justo y los injustos, entre el inmortal y los mortales, asumió algo de los injustos y mortales, conservando algo en común con el justo e inmortal. En común con el justo e inmortal conservó la justicia; de los injustos y mortales asumió la mortalidad, poniéndose en medio como reconciliador, derribando el muro de nuestros pecados. Por eso su pueblo le canta: Y en mi Dios atravesaré el muro37, devolviendo a Dios lo que los pecados le habían enajenado y rescatando con su sangre lo que el diablo poseía; murió por nosotros y por nosotros resucitó. Llevó nuestros pecados, no adhiriéndose a ellos, sino cargando con ellos, del mismo modo que Jacob llevó la piel de cabrito para aparentar como hirsuto ante el padre, que le iba a bendecir38. Esaú, que era malo, tenía pelos propios; el bueno de Jacob, en cambio, cargaba con los ajenos. Los hombres mortales tienen adheridos a sí los pecados, pero no aquel que había dicho: Tengo poder para entregar mi alma y poder para recuperarla de nuevo39.

17. En consecuencia, la muerte de nuestro Señor fue signo de pecados ajenos, no castigo por pecados propios. La mortalidad es el castigo del pecado para todos los hombres; procede del pecado de origen de donde todos venimos; de la caída de Adán, no del descenso de Cristo. En efecto, una cosa es caer y otra descender. Cayó aquel por maldad y este descendió por misericordia. Pues como todos mueren en Adán, así todos serán vivificados en Cristo40. Al cargar con los pecados ajenos, entonces —dice— devolvía lo que no había robado41, es decir, moría sin tener pecado. Ved —dice— que vendrá el príncipe de este mundo y nada hallará en mí. ¿Qué significa nada hallará en mí? Nada hallará en mí que merezca la muerte, pues lo que hace merecer la muerte es el pecado. ¿Por qué, pues, mueres? Continúa diciendo: Para que sepan todos que cumplo la voluntad de mi Padre, levantaos, vamos de aquí42. Y levantándose se encaminó hacia la pasión. ¿Por qué? Porque cumplía la voluntad de su Padre, no porque debiera algo al príncipe del pecado, él en quien no había pecado alguno. Así, pues, nuestro Señor Jesucristo trajo consigo su divinidad, pero la mortalidad la tomó de nosotros. La recibió en el seno de la virgen María, uniéndose él, la Palabra de Dios, a la naturaleza humana, como esposo a la esposa en el lecho virginal, para salir como esposo de su lecho43.

17. Volvamos, pues, a lo que estaba diciendo. La mortalidad llegó a todos los hombres por el pecado; al Señor, en cambio, por misericordia suya; pero era una mortalidad verdadera, porque su carne era verdadera y verdaderamente mortal al tener la semejanza de la carne de pecado44; no una semejanza de carne, sino una semejanza de carne de pecado: la carne era verdadera, pero no carne de pecado. Como dije, no recibió la mortalidad como merecimiento por sus pecados quien se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo y haciéndose obediente hasta la muerte45. ¿Qué era, pues, y qué tenía? Era la divinidad que tenía la mortalidad. En lo que murió, en eso mismo resucitó.

18. Vuelve tu mirada ya a los que dicen: «Solo Cristo pudo resucitar, pero no tú». Respóndeles y diles: «Cristo resucitó en lo que había tomado de nosotros. Elimina su forma de siervo, y no tendría en qué resucitar, porque tampoco habría tenido en qué morir. ¿Por qué, pues, pretendes destruir, a base de alabanzas a mi Señor, mi fe, edificada en mí por él? Murió en la forma de siervo que recibió. Y resucitó en la misma en que murió. De ninguna manera, por tanto, perdería la esperanza en la resurrección del siervo si el Señor resucitó en su forma de siervo. Y si atribuyen al poder del hombre el que Cristo haya resucitado de entre los muertos —pues también acostumbran decir que era un hombre tan justo que pudo resucitar de entre los muertos—, voy a hablar de momento a su manera, prescindiendo de la divinidad de nuestro Señor: él, que era tan justo que mereció hasta resucitar de entre los muertos, de ninguna manera pudo engañarnos cuando nos prometió la resurrección también a nosotros.

19. 18. Todo lo dicho, hermanos, va dirigido a vuestra instrucción, por si os dicen que los muertos no resucitan. Si bien recordáis, he dicho cuanto Dios me ha sugerido que era necesario; he tomado pruebas de la naturaleza de las cosas y de los ejemplos cotidianos; también las he tomado de la omnipotencia de Dios, para quien nada es difícil; pues, si pudo crear lo que no existía, con más motivo podrá reparar lo que ya existía; y, por último, del mismo Señor y Salvador Jesucristo, de quien consta que resucitó y que su resurrección no tuvo lugar más que en la forma de siervo, puesto que, de no ser en ella, no hubiera podido tener lugar la muerte, requisito para la resurrección. Por lo cual, dado que somos siervos, debemos esperar en nuestra condición lo mismo que él se dignó anticipar en su forma de siervo. Callen, pues, las lenguas de los que dicen: Comamos y bebamos, pues mañana morimos46. Respondedles también vosotros y decidles: «Ayunemos y oremos, pues mañana moriremos».

20. 19. Solo nos queda por decir cómo será la vida de los justos en la resurrección. Pero como estáis viendo que hoy se ha agotado ya el tiempo disponible, rumiad lo que os he dicho, y orad también para que alguna vez pueda pagaros lo que os debo. Retened, sobre todo, por qué os he hablado: principalmente, hermanos míos, a causa de las fiestas que suelen celebrar los paganos. Prestad atención; este mundo pasa; recordad el Evangelio, donde el Señor predijo que en el último día sucedería lo que en los tiempos de Noé. Comían y bebían, compraban y vendían, tomaban esposa y marido, hasta que Noé entró en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos47. Tenéis también la advertencia clarísima del Señor, que dice en otro lugar: No se emboten vuestros corazones por la crápula y la embriaguez48. Tened los lomos ceñidos y las lámparas encendidas y sed como los niños que esperan a su Señor de retorno de sus nupcias49. Estemos a la espera de su llegada; no nos encuentre adormilados. Vergonzoso es para una mujer casada no desear el retorno de su marido. ¡Cuánto más vergonzoso es para la Iglesia no desear a Cristo! Llega el marido para dar el abrazo carnal, y es recibido con gran ansia por su casta esposa; ha de venir el esposo de la Iglesia a traer los abrazos eternos, a hacernos herederos para siempre consigo, ¡y nosotros vivimos de tal manera que no solo no deseamos su venida, sino que hasta la tememos! ¡Cuán verdad es que ha de llegar aquel día, como en los tiempos de Noé! ¡A cuántos ha de hallar así, e incluso entre los que se llaman cristianos! Esta es la razón por la que se tarda tantos años en edificar el arca: para que despierten quienes aún no creen50. Aquella primera tardó cien años en ser construida, y no despertaron para decir: «Por algún motivo construye el arca el hombre de Dios; quizá esté a punto de llegar la ruina del género humano»; hubiesen aplacado la ira de Dios convirtiéndose al modo de vida que le agrada, como hicieron los ninivitas.

21. Dieron frutos de penitencia aplacaron la ira de Dios.

20. Jonás anunció no la misericordia, sino la ira inminente. No dijo: «Dentro de tres días Nínive será destruida; pero, si en estos tres días hacéis penitencia, Dios os perdonará»; no fue eso lo que dijo. Solamente amenazó con la destrucción y la proclamó; no obstante, ellos, sin perder la esperanza en la misericordia de Dios, se convirtieron a la penitencia y Dios les perdonó51. Mas ¿qué hemos de decir? ¿Que mintió el profeta? Si lo entiendes carnalmente, parece haber dicho algo que fue falso; pero, si lo entiendes espiritualmente, se cumplió lo que predijo el profeta. Nínive, en efecto, fue derruida. Presta atención a lo que era Nínive, y advierte que fue derruida. ¿Qué era Nínive? Comían y bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; se entregaban al perjurio, a la mentira, a la embriaguez, a las injusticias, a toda clase de corrupción: esto era Nínive. Fíjate en cómo es ahora: lloran, se lamentan, y expresan su tristeza con el cilicio y la ceniza, el ayuno y la oración. ¿Dónde está aquella otra Nínive? Ciertamente ha sido derruida, porque no se sostiene sobre sus acciones anteriores52.

22. 21. Por tanto, hermanos, también ahora se edifica el arca y aquellos cien años equivale al tiempo presente; todo este espacio de tiempo está significado en aquel número de años. Si perecieron merecidamente quienes se desentendieron del arca que estaba construyendo Noé, ¡qué merecerán los que se desentienden de la salvación mientras Cristo construye la Iglesia! La diferencia entre Noé y Cristo es la misma que entre el siervo y el señor; más aún, la misma que entre Dios y el hombre. En efecto, del siervo y el señor puede decirse que ambos son hombres. Y, al no creer los hombres cuando el otro edificaba el arca, se hizo de ellos un ejemplo del que ha de guardarse la posteridad. Cristo Dios, hecho hombre por nosotros, construye la Iglesia y se puso a sí mismo como fundamento de tal arca; a diario entran a formar parte de ella maderas no sujetas a la putrefacción, es decir, los hombres fieles que renuncian a este mundo; ¡y todavía se dice: Comamos y bebamos, pues mañana morimos!53 Vosotros, en cambio, hermanos, según os he indicado, oponeos a ellos diciendo: «Ayunemos y oremos, pues mañana morimos». Los que no esperan la resurrección dicen: Comamos y bebamos, pues mañana morimos; pero nosotros, que, tras las palabras de los profetas y el anuncio de Cristo y de los apóstoles, creemos y anunciamos ya la resurrección, que esperamos vivir después de esta muerte, no desfallezcamos ni embotemos nuestros corazones con la crápula y las borracheras54, antes bien esperemos solícitos, con los lomos ceñidos y encendidas nuestras lámparas, la llegada de nuestro Señor55; ayunemos y oremos no porque vayamos a morir mañana, sino para morir seguros. Lo que me queda por decir, hermanos, exigídmelo, en el nombre del Señor, en otra ocasión. Vueltos al Señor...