SERMÓN 3541

Traducción: Pío De Luis

Sermón a los que practican la castidad. Primero los afianza contra los maledicentes y envidiosos, luego les manda guardarse de la soberbia

1. 1. Cuando se leyó el evangelio, el Señor nos indicó que quien cree en él, cree en quien le envió2. La fe verdadera asegura que nos ha sido enviado el Salvador del mundo, pues a Cristo le predica el mismo Cristo, es decir, el cuerpo de Cristo extendido por todo el orbe. Él estaba ciertamente en el cielo, pero decía al perseguidor que se ensañaba con él en la tierra: ¿Por qué me persigues?3 Pasaje en el que expresó el Señor que estaba también en nosotros. Así crece todo él, porque como él está en nosotros aquí, así también nosotros estamos en él allí. Esta unión es fruto de la caridad. El mismo que es nuestra cabeza es el salvador de su cuerpo. Así, pues, Cristo predica a Cristo, el cuerpo predica a su cabeza, y la cabeza protege a su cuerpo. Por eso el mundo nos odia, según hemos oído de boca del mismo Señor4. No se dirigía sólo al reducido número de apóstoles al decir que el mundo los odiaría y que deberían alegrarse cuando los hombres los calumniasen y dijesen toda clase de mal contra ellos, porque, por eso mismo, su recompensa sería mayor en los cielos5. Al decir eso, no se dirigía sólo a ellos, sino a todo su cuerpo, a todos sus miembros. Que nadie que quiera estar en su cuerpo y ser miembro suyo se extrañe de que el mundo lo odie.

2. Son muchos los que reciben el sacramento de su cuerpo, pero no todos los que lo reciben han de tener junto a él el lugar prometido a sus miembros. Casi todos afirman que este sacramento es su cuerpo, porque todos son alimentados conjuntamente en sus pastos; pero ha de llegar el que separe y ponga a unos a la derecha y a otros a la izquierda. De ambos lados le dirán: Señor, Señor, ¿cuándo te vimos y te servimos?; o: Señor, ¿cuándo te vimos y no te servimos? Se lo dirán ambas partes, pero a una le responderá: Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino; y a la otra: Id al fuego eterno, que está preparado para el diablo y sus ángeles6.

2. Por tanto, amadísimos, nosotros, los que por la recta conciencia somos miembros de Cristo, no debemos considerar como enemigos nuestros sólo a aquellos que están abiertamente fuera. En verdad, son mucho peores quienes parecen estar dentro y están fuera. Aman el mundo, y por eso son malos. Piensan que amamos lo mismo que ellos aman y sienten envidia de nosotros por aquellas cosas que nos hacen gemir, como si significaran prosperidad. Juzgan que somos felices precisamente allí donde nos encontramos en peligro. Pero desconocen nuestra felicidad interior porque nunca la han experimentado. Ignoran que, si el mundo nos sonríe por un período de tiempo, eso es más un peligro que una honra. No saben distinguir estos gozos.

3. Por eso —sobre todo viendo que habéis venido en mayor número— os exhorto a vosotros que tenéis un propósito más elevado, es decir, los que tenéis un lugar más destacado en el mismo cuerpo de Cristo por don suyo, no por méritos vuestros, y poseéis la castidad, que os ha donado Dios. También ella cae bajo la sospecha de los malvados y los que nos envidian. Pero si se la muerde, es para ponerla a prueba. En efecto, si al profesar la castidad buscamos las alabanzas de los hombres, desfalleceremos cuando ellos nos critiquen. Aunque seas un casto siervo de Dios, quizá el mundo sospeche que eres un impúdico, y te muerde, y te recrimina, e insiste de buen grado en las calumnias vertidas contra ti. A la persona malévola, en efecto, le sabe como dulce la peor sospecha; si quisiste abrazar la castidad en busca de alabanzas humanas, has desfallecido ante las críticas humanas y has perdido todo lo que te habías propuesto.

3. Si, por el contrario, sabes decir con el Apóstol: Nuestra gloria es el testimonio de nuestra conciencia7, las críticas no sólo no disminuyen tu recompensa, sino que la aumentan. Tú ora por quien te critica, para que tu recompensa no le sea causa de muerte. Pues, amadísimos, también esto es una prueba para nosotros; en efecto, si no tuviéramos enemigos, no tendríamos por quiénes orar, en cumplimiento del precepto de nuestro Señor Jesucristo, que dice: Amad a vuestros enemigos y orad por quienes os odian8. ¿Cómo probamos, cómo interrogamos a nuestro corazón si somos capaces de cumplirlo, si no tenemos que soportar a ningún enemigo, a nadie que nos critica, a ningún detractor, a ningún maldiciente? Veis, pues, que también los malos son necesarios para los buenos. Nos hallamos, en cierto modo, en el crisol del orífice, que es este mundo. Si no eres oro, ardes también tú; si eres oro, el malo es tu paja; si también tú eres paja, ambos os convertiréis en humo.

4. 4. Lo primero que tenéis que saber, amadísimos, es que los miembros más eminentes del cuerpo de Cristo no son los únicos miembros. Existe también la vida conyugal, digna de alabanza, que tiene su lugar propio en el cuerpo de Cristo del mismo modo que también en nuestro cuerpo no tienen cabida solo aquellos mejor situados, como son los sentidos de la cara, que ocupan la parte superior del cuerpo, pero que, si no los llevaran los pies, aunque estén muy elevados, yacerían por tierra. Por eso dice el Apóstol: Y nuestros miembros más vergonzosos son más necesarios. Dios dispuso el cuerpo de forma que no hubiera escisiones en él9. Sabemos que los miembros de Cristo que viven una vida conyugal, si son miembros de Cristo, es decir, si son fieles, si creen en el mundo futuro y lo esperan, si saben por qué llevan la señal de Cristo, como sabemos qué honor os tributan, sabemos que os juzgan mejores que ellos. Pero cuanto más os honran ellos a vosotros, tanto más debéis vosotros devolverles el tributo del honor. Si poseéis la santidad, temed perderla. ¿Cómo? Por la soberbia. La castidad del casto puede perderse de dos formas: o convirtiéndose en adúltero o haciéndose soberbio. Y me atrevo a decir que quienes viven la vida conyugal, si son humildes, son mejores que los castos soberbios. Considere, pues, Vuestra Caridad lo que estoy diciendo. Mirad al diablo: ¿acaso se le ha de reprochar en el juicio el haber sido adúltero o fornicario? Esto no es posible a quien no tiene carne. Sólo la soberbia y la envidia lo arrojan al fuego eterno.

5. 5. Cuando en un siervo de Dios se infiltra la soberbia, al instante aparece en él también la envidia. El soberbio no puede no ser envidioso. La envidia es hija de la soberbia. Solo que esta madre no conoce la esterilidad; donde quiera que se halle, pare inmediatamente. Para que no exista en vosotros, pensad que en tiempos de persecución no sólo fue coronada la virgen Inés, sino también Crispina, mujer casada, y hasta, quizá, cosa que no se duda, desfallecieron entonces algunos que profesaban la castidad, a la vez que muchos casados lucharon y vencieron. Por lo cual no dice en vano el Apóstol a todos los miembros de Cristo: Juzgando cada cual superiores a los demás y anticipándose en el honor recíproco10. Si pensarais en esto, no os tendríais por grandes. Debéis pensar más en lo que aún os falta que en cuanto ya tenéis. Cuídate de no perder lo que tienes; lo que aún no tienes pídelo para tenerlo. Has de pensar en cuántas cosas eres menor, no en cuántas eres mayor. Si piensas en cuánto has aventajado al otro, teme el tumor; si, en cambio, piensas en cuánto te falta todavía, gimes; y al gemir eres curado, eres humilde, caminarás más seguro, no te despeñarás, no te hincharás.

6. 6. ¡Y ojalá pudiesen pensar todos solo en el único amor! Solo él vence todo y sin él de nada vale todo lo demás, él que dondequiera que se halle atrae todo hacia sí. Él es el que no envidia. ¿Buscas la causa? Fíjate en lo que sigue: No se hincha11. Como había comenzado a decir, el primer vicio es la soberbia, luego viene la envidia. No es la envidia la que engendró la soberbia, sino la soberbia la que engendró la envidia. Detrás de la envidia está el deseo de sobresalir; deseo de sobresalir que lleva el nombre de soberbia. Aunque, en el orden lógico, lo primero es la soberbia y luego la envidia, el Apóstol, en el canto de alabanza al amor, no quiso decir primero: No se hincha, y luego: No envidia, sino que dijo primero: No envidia, y luego: No se hincha. ¿Por qué así? Porque después de haber dicho: No envidia, como si tú buscaras la causa por la que no siente envidia, añadió: No se hincha. Por tanto, si no envidia porque no se hincha, si se hinchase, envidiaría. Crezca, pues, el amor en vosotros, y el alma se hará sólida, porque no se hincha. La ciencia —dice el Apóstol— hincha12. ¿Qué decir entonces? ¿Debéis rehusar la ciencia y preferir no saber nada antes que hincharos? ¿Para qué os estoy hablando, si es preferible la ignorancia a la ciencia? ¿Para qué esta discusión? ¿Para qué hago estas distinciones? ¿Para qué exhortaros a lo que ya sabéis, traeros a los ojos lo que no sabéis, si hay que guardarse de la ciencia para que no hinche? Amad, pues, la ciencia, pero anteponedle el amor. La ciencia, si está sola, hincha; mas, como el amor edifica13, no permite que la ciencia se infle. Así, pues, la ciencia hincha allí donde el amor no edifica; y donde edifica, allí hay solidez. No hay hinchazón donde está la roca como cimiento.

7. 7. Tan grande es la tentación que causa la hinchazón, es decir, el orgullo, que, pensando en este vicio, hasta el gran apóstol Pablo dijo que se le había dado el aguijón de la carne, el ángel de Satanás que lo abofeteaba. A quien se le abofetea, se le golpea en la cabeza para que no se ensalce. En él existía el temor de que la ciencia lo condujese a la hinchazón, esto es, al orgullo. Dijo, en efecto: Para que no me enorgullezca por la grandeza de mis revelaciones14. Era de temer la aparición del orgullo en la revelación de tan grandes cosas: Para que no me enorgullezca por la grandeza de mis revelaciones, se me ha dado el aguijón de mi carne, el ángel de Satanás que me abofetee. Por lo cual rogué tres veces al Señor que me lo quitara, y me dijo: «Te basta mi gracia, pues la virtud alcanza su perfección en la debilidad»15. Pide el enfermo que le sea quitado, conforme a su antojo, lo que el médico le puso para sanarlo. Dice el médico: «No; causa picor, pero sana». Tú dices: «Quítamelo, que me pica». El médico: «No te lo quito, porque sana». ¿Para qué has venido al médico: para que te cure o para no sufrir molestias? Así, pues, el Señor no escuchó a Pablo en su voluntad, pero sí en su deseo de curación. Nada grande es que Dios escuche nuestra voluntad; no es cosa grande. No penséis y valoréis como algo grandioso el que uno sea escuchado cuando ora. Pregunta qué pide y qué petición le ha sido escuchada. No tengáis por cosa grande que sea escuchada vuestra voluntad; considerad grande, en verdad, ser escuchados en lo que os es provechoso. También los demonios fueron escuchados en lo que querían: habían pedido entrar en los puercos, y se les permitió16. También el diablo fue escuchado en lo que quería: pidió tentar a Job, y no se le negó, para prueba de Job y confusión propia17. Igualmente fue escuchada la voluntad de los israelitas, y sabéis lo que consiguieron cuando aún tenían el alimento en la boca18. No consideréis, pues, cosa grande que sea escuchada vuestra voluntad. Dios, a veces, te da airado lo que le pides, y otras veces, teniéndole propicio, te lo niega. Si le pedís lo que Dios alaba, lo que Dios manda, lo que Dios promete para el mundo futuro, pedidlo confiados y aplicaos cuanto podáis a la oración para recibirlo. Tales cosas las concede Dios cuando lo tenemos propicio; las concede no por ira, sino por misericordia. Cuando, en cambio, pedís cosas temporales, pedidlas con mesura y con temor; pedidle que os las dé si os convienen, y, si sabe que os dañan, que os las niegue. Qué daña y qué es provechoso, lo sabe el médico, no el enfermo.

8. 8. Hay, pues, personas castas humildes y soberbias. Las soberbias no se prometan el reino de Dios. La castidad conduce al lugar más destacado, pero quien se exalta será humillado19. ¿Por qué buscas, con ansias de destacar, el lugar más elevado que puedes alcanzar manteniéndote en humildad? Si te elevas, Dios te abate; si tú te abates, Dios te eleva. La afirmación es del Señor: nada se le puede añadir ni quitar20. Pero con frecuencia los hombres castos se ensoberbecen hasta tal punto que se muestran ingratos no sólo frente a cualesquiera hombres, sino incluso frente a sus padres, y se enorgullecen ante ellos. ¿Por qué? Porque los padres les engendraron, mientras ellos despreciaron el matrimonio. Si no les hubiesen dado la vida, ¿cómo podrían ser ingratos quienes han despreciado el matrimonio? — «Pero el hijo que no ha tomado mujer es mejor que su padre, casado, y la hija que no ha buscado varón, mejor que su madre, que tiene marido». Si es más soberbio, jamás será mejor; si es mejor, sin duda alguna será más humilde. Si quieres descubrir si eres mejor, interroga a tu alma, por si ves allí alguna hinchazón. Donde hay hinchazón, hay vaciedad. El diablo intenta hacer su nido donde encuentra un lugar vacío.

9. 9. Finalmente, hermanos míos, me atrevo a decir que a los castos que son soberbios les conviene caer, para que se humillen en lo mismo que les procura el orgullo. ¿De qué le aprovecha la castidad si está dominado por la soberbia? Despreció el matrimonio, de donde nació el hombre, y apetece lo que hizo caer al diablo. Has menospreciado el matrimonio: has hecho bien; has elegido algo superior, pero no te envanezcas. El hombre ha nacido del matrimonio y los ángeles cayeron por soberbia. Si considero por separado estos vuestros respectivos bienes, tú que menospreciaste el matrimonio eres mejor que tu padre, y tú que menospreciaste también el matrimonio, mejor que tu madre. En efecto, es mejor la castidad virginal que la pureza conyugal. Si se comparan juntas ambas realidades, es mejor la primera que la segunda. ¿Quién puede dudarlo? Pero, si se les comparan otras dos cosas, la soberbia y la humildad respectivamente, os pregunto a propósito de ellas; respondedme: «¿Qué es mejor: la soberbia o la humildad?». Responderás que la humildad. Asóciala a la santidad virginal. Esté ausente la soberbia tanto de tu virginidad como de tu madre. En efecto, si tú eres soberbia y tu madre humilde, la madre será mejor que la hija. De nuevo voy a compararos. Hace poco, considerando cada realidad en particular, hallé que tú eras mejor; ahora, al considerar las dos juntas, no dudo en preferir la casada humilde a la virgen soberbia. Preferir, ¿en qué manera? Ved por qué prefiero lo que antes comparaba. La pureza conyugal es buena, pero es mejor la integridad virginal. Establecía la comparación entre dos bienes, no entre un mal y un bien; distinguía entre una cosa buena y otra mejor. Sin embargo, si pongo juntas ahora la soberbia y la humildad, ¿podemos decir, acaso, que la soberbia es un bien, aunque es mejor la humildad? Mas ¿qué estoy diciendo? La soberbia es un mal, y la humildad un bien; la soberbia un gran mal, y la humildad un gran bien. Si, pues, una de estas dos cosas es un bien y la otra un mal, si se une el mal a tu bien mayor, se convierte todo en mal; si se une el bien al bien menor de tu madre, resulta un gran bien. En el reino de los cielos tendrá un lugar menor la madre que está casada que la hija virgen; será mayor el lugar de la hija y menor el de la madre, pero ambas estarán allí; la una como estrella reluciente, la otra como estrella de poca luz, pero ambas en el cielo. En cambio, si tu madre es humilde y tú soberbia, ella tendrá el lugar que sea, pero tú te quedarás sin él. ¿Y quién que no tenga lugar allí encontrará otro sitio para sí a no ser en compañía de quien de allí cayó y derribó a quien se mantenía en pie? El diablo cayó del lugar del que derribó al hombre cuando aún estaba en pie. Derribó al que estaba en pie, pero Cristo con su descenso levantó al que yacía. Considera cómo te levantó a ti tu Señor. Te levantó con su humildad al hacerse obediente hasta la muerte, se humilló a sí mismo. ¿Es humilde tu emperador y eres tú soberbio? ¿Es humilde la cabeza y soberbio el miembro? En ningún modo: quien ama la soberbia no quiere pertenecer al cuerpo que tiene una cabeza humilde. Mas, si no forma parte de él, mire dónde ha de estar en el futuro. Yo no quiero decirlo, para no dar la impresión de que os he atemorizado aún más. Mejor, ¡ojalá os atemorizara y consiguiera algo! ¡Ojalá deje de ser así quien, hombre o mujer, lo haya sido antes! ¡Ojalá haya conseguido que entren en vosotros estas palabras y no haya sido un simple esparcirlas al viento! Todo hay que esperarlo de la misericordia de Dios, puesto que quien atemoriza causa tristeza; quien causa tristeza consuela, pero en el caso de que se haya enmendado el contristado.