SERMÓN 3531

Traducción: Pío de Luis

En la octava de los recién bautizados, a los que exhorta con las palabras del apóstol Pedro: Depuesta, pues, toda malicia2, etc.

1. 1. ¡Que mi palabra de pastor solícito estimule los oídos y las mentes de todos aquellos a quienes abraza mi cuidado pastoral! No obstante, ahora se dirige particularmente a vosotros, cuya reciente infancia espiritual está marcada por la cuna de los sacramentos de la regeneración. A vosotros sobre todo os acaricia la palabra divina por medio del apóstol Pedro de esta manera: Depuesta, pues —dice— toda maldad, todo engaño, adulación, envidia, detracción, cual niños recién nacidos, desead la leche racional e inocente, a fin de crecer en él para la salvación, si es que habéis gustado cuán dulce es el Señor3. Soy testigo de que lo habéis gustado, pues yo mismo os he servido esa suavidad haciendo el oficio de nodriza. Oída esta amonestación, obrad a imitación de la santa infancia; deponed la maldad, el dolo, la adulación, la envidia y la detracción. Debéis mantener esta inocencia sin perderla al crecer. ¿Qué es la maldad sino ansia de dañar? ¿En qué consiste el engaño sino en hacer una cosa y simular otra? ¿Qué es la adulación sino una seducción por medio de alabanzas falsas? ¿Qué es la envidia sino el odio a la felicidad ajena? ¿Qué es la detracción sino la reprensión más mordaz que veraz? La maldad se deleita con el mal ajeno; la envidia se atormenta también con el bien ajeno; el dolo hace doble el corazón; la adulación a la lengua; la detracción vulnera la fama. Mas la inocencia de esta vuestra santidad, puesto que es hija del amor, no goza de la maldad, sino de la verdad4. Es sencilla como la paloma e igual de astuta que la serpiente5, no por afán de dañar, sino de guardarse del que daña.

2. 1. A ella os exhorto, pues de los tales es el reino de los cielos6, es decir, de los humildes, de los párvulos en el espíritu. No la despreciéis, no la aborrezcáis. Esta sencillez es propia de los grandes; la soberbia, en cambio, es la falsa grandeza de los débiles, que, cuando se adueña de la mente, levantándola la derriba; inflándola la vacía, y de tanto extenderla, la rompe. El humilde no puede dañar; el soberbio no puede no dañar. Hablo de aquella humildad que no quiere destacar sobre las cosas perecederas, sino que piensa en algo verdaderamente eterno, adonde llegar no con sus fuerzas, sino ayudada. Ella no puede querer el mal de nadie, porque tampoco acrecienta su bien. Por otra parte, la soberbia engendra inmediatamente la envidia. ¿Qué envidioso hay que no quiera el mal para aquel cuyo bien le atormenta? En consecuencia, la envidia engendra, lógicamente, la maldad, de donde procede el engaño, la adulación y la detracción y toda obra mala que no quieres padecer de mano de otro. Así, pues, si guardáis esta piadosa humildad que la Escritura Sagrada muestra ser una infancia santa, estaréis seguros de alcanzar la inmortalidad de los bienaventurados: De los tales es el reino de los cielos.

2. Ahora bien, quien no es soberbio frente a los hombres, mucho menos debe ser contumaz frente a Dios, puesto que, si no ha de hacerse a otro lo que no queremos que nos hagan a nosotros los demás7 y no hay hombre que quiera sufrir la desobediencia de un subordinado suyo, ¡cuánto más hay que guardarse de ser ante Dios como no queremos que sean los demás frente a nosotros!

3. Se engañan a sí mismos quienes creen que es suficiente no hacer a los demás lo que no quieren que les hagan a ellos, y se corrompen a sí mismos con una vida tan lujuriosa, que intentan hacer a Dios lo que no quieren que les haga hombre alguno. Tampoco quieren que nadie derribe su casa aquellos mismos que con miserable ceguera profanan en sí mismos la casa de Dios, sordos a las palabras del Apóstol, que clama: ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguien destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, pues el templo de Dios, que sois vosotros, es santo8. Que nadie se engañe. ¿Cómo es que piensan que no dañan a hombres, siendo así que se dañan a sí mismos tanto que carecen de Dios que mora en ellos y los castigará como vengador? Aquí sucede también que, caídos y dispersos a causa de los placeres dañinos, no sólo dejan de ser templos de Dios, sino que se convierten en ruinas en las que habitan los malos demonios, a los cuales comienzan a presentar súplicas y a rendir culto, y —según está dicho— para ellos su final será peor que su principio9. Por ello el mismo apóstol Pedro se dirige a vosotros, regenerados de semen inmortal10. Como antes por medio de los malvados deseos de dañar, mediante los cuales se hace a los hombres lo que detestan, así luego por medio de los torpes e ilícitos placeres de la carne y de los sacrilegios nefandos, mediante los cuales los hombres no tienen conciencia de dañar a otros hombres al no hacerles lo que ellos no quieren, al no obedecer a Dios, a quien todo está sometido, hacen al Señor de los señores lo que no quieren que les hagan a ellos sus siervos. A vosotros, pues, se dirige el mismo apóstol Pedro al decir: Habiendo padecido Cristo en la carne, armaos también vosotros con el mismo pensamiento.

4. Puesto que quien ha muerto a la carne deja de pecar, de forma que el resto de su vida en la carne la guían no los deseos humanos, sino la voluntad de Dios. Basta con que en el pasado hayáis satisfecho los deseos de los gentiles viviendo en lascivias, placeres, comilonas, borracheras y en la nefanda idolatría11. Es suficiente, pues, con que en el pasado hayáis servido a las obras fangosas del pecado, como a la dominación de los egipcios. El mar Rojo, es decir, el bautismo de Cristo consagrado con su sangre, ha derribado ya al verdadero faraón y ha hecho perecer a los egipcios12; nada temáis respecto a los pecados pasados, cual si fueran enemigos que os persiguen por la espalda. Por lo demás, pensad en atravesar el desierto de esta vida y llegar a la tierra de promisión, a la Jerusalén celeste, la tierra de los vivos; que vuestros corazones, cual bocas interiores, no pierdan el sentido del gusto por desprecio a la palabra de Dios, como hastiados del maná; no murmuréis de los alimentos celestiales apeteciendo los de los egipcios13, no forniquéis, como algunos de ellos fornicaron; ni tentéis a Cristo, como lo tentaron algunos de ellos14. Si estáis sedientos de la fe de los gentiles y os encontráis con la amargura de quienes se resisten, como la de aquellas aguas que Israel no pudo beber15, imitando la paciencia de Dios, tórnense dulces como si se les hubiera arrojado el madero de la cruz16. Si os hubiera mordido la serpiente de la tentación, contemplada aquella exaltación de la serpiente17, como la de la muerte vencida y sometida en la carne del Señor, sanaos con el mismo medicamento de la cruz. Si el enemigo amalecita intenta obstruiros el camino e impediros ir por él, vencedle con la señal de la cruz, extendiendo con suma perseverancia los brazos18. Sed cristianos verdaderos y auténticos; no imitéis a los que son cristianos de nombre, pero vacíos de obras. Una vez más lo digo y hay que repetirlo: Basta con que hayáis satisfecho en el pasado los deseos propios de los gentiles19. Detestad y aborreced a los perros que vuelven a su vómito20; detestad y aborreced la casa barrida y vacía a los que son conducidos otros siete espíritus peores, de modo que su final sea peor que su principio21. Vosotros tened como morador a quien os purificó. Os mandamos y rogamos que no recibáis en vano la gracia de Dios22. Es ya bastante que hayáis satisfecho en el pasado los deseos propios de los gentiles. Escuchad también al apóstol Pablo: Hablo a lo humano en atención a la debilidad de vuestra carne. Como pusisteis vuestros miembros al servicio de la impureza y la iniquidad para la injusticia, así ahora ponedlos al servicio de la justicia para la santificación23.