SERMÓN 3521

Traducción: Pío De Luis

La utilidad de la penitencia

1. 1. Es fácil reconocer la voz de un arrepentido en las palabras con que hemos respondido al salmista: Aparta tu rostro de mis pecados y borra todas mis maldades2. No habiendo preparado sermón alguno para dirigir a Vuestra Caridad, he visto que tengo que hablaros de ello por mandato del Señor. Quería hoy daros tiempo para rumiar, conocedor del opíparo banquete en el que participasteis ayer. Mas como tomáis con provecho para vuestra salud lo que se os sirve, no hay día que no gocéis de buen apetito. Que el mismo Señor Dios nuestro nos conceda a mí fuerzas abundantes y a vosotros escuchar útilmente. No ignoro que tengo que servir a vuestra voluntad, buena y provechosa. Ayudadme con vuestro deseo y vuestra atención: deseo de Dios y atención a mi palabra, para que pueda deciros lo que juzgue útil quien os alimenta por medio de mí. Reconocemos, en efecto, el grito de un arrepentido en estas palabras: Aparta tu rostro de mis pecados y borra todas mis maldades. Así, pues, me llega la orden divina de hablaros algo acerca de la penitencia. Pues no he sido yo quien ordenó al lector que cantase este salmo, sino que fue él quien, sirviéndose de un corazón infantil, ordenó que se leyese lo que consideró que es útil que vosotros oigáis. Digamos, pues, algo sobre la utilidad de la penitencia, sobre todo teniendo en cuenta que ya se acerca el día santo aniversario, ante cuya proximidad conviene poner más esmero en humillar las almas y domar los cuerpos.

2. En la Sagrada Escritura se encuentra un triple modo de hacer penitencia. En efecto, nadie se acerca como es debido al bautismo de Cristo, en el que se nos perdonan todos los pecados, sin haber hecho penitencia de su vida anterior. Nadie opta por una vida nueva sino quien se arrepiente de su vida llevada hasta entonces. Debo probar con la autoridad de los libros divinos si quienes van a ser bautizados hicieron penitencia. Cuando fue enviado el Espíritu Santo prometido con anterioridad, cumpliendo el Señor fielmente su promesa, una vez que los discípulos lo recibieron, comenzaron, como sabéis, a hablar en todas las lenguas, de forma que cada uno de los presentes reconocía la propia. Aterrados por este milagro, pidieron a los apóstoles un consejo para su vida. Entonces Pedro les indicó que tenían que adorar al que crucificaron y beber con fe la sangre que habían derramado con furor. Después de haberles sido anunciado nuestro Señor Jesucristo, reconociendo su culpa, se compungieron, para que se cumpliera en ellos lo predicho por el profeta: Me volví a mi desgracia cuando se me clavaba la espina3: se compungieron. Se volvieron a su desgracia de dolor, a la vez que se les clavaba la espina del recuerdo de su pecado. Se hallaban convencidos de no haber hecho nada mal: aún no tenían clavada la espina. Para que reconozcáis que se les clavó la espina al hablar Pedro, dijo la Escritura: Hablando Pedro, se compungieron de corazón4. Por eso, después de decir en el salmo: Me volví a mi desgracia cuando se me clavaba la espina, continúa: Reconocí mi pecado y no oculté mi delito. Dije: «Proclamaré contra mí mi delito al Señor», y tú perdonaste la impiedad de mi corazón5. Tras sentirse punzados por la espina del recuerdo, dijeron a los apóstoles: ¿Qué tenemos que hacer? Pedro les respondió: Haced penitencia y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, y se os perdonarán los pecados6. Si por casualidad están aquí presentes algunos de los que se disponen a bautizarse —pienso que asistirán a escuchar la palabra con tanto mayor afán cuanto más se acercan al momento del perdón—, a ellos hablo ahora en primer lugar para que despierten sus mentes a la esperanza. Amen convertirse en lo que no son, odien lo que fueron. Conciban ya con el deseo el nuevo hombre que ha de nacer; no duden que puede perdonárseles cualquier cosa de la vida pasada por la que sientan remordimiento, cuanto atormente su conciencia, todo absolutamente, sea grande o pequeño, deba o no decirse, no sea que la duda humana retenga en contra suya lo que la misericordia de Dios quiere perdonar.

3. Recuerde cada uno con precisión el ejemplo que encontramos en aquel primer pueblo. Refiriéndose a ello, dice el Apóstol: Todas estas cosas fueron figuras nuestras. ¿Qué había dicho? No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron bajo la nube y que todos fueron bautizados en Moisés, en la nube y en el mar; que todos comieron el mismo alimento espiritual y bebieron la misma bebida espiritual. Bebían, en efecto, de la roca espiritual que les seguía. La roca era Cristo7. Aquel a quien ningún fiel ha llevado nunca la contraria, dijo que todo eso eran figuras para nosotros. Y, a pesar de haber enumerado muchas, solo expuso una al decir: La roca era Cristo. Al exponer una sola invitó a investigar las restantes; mas para que el investigador no se extravíe alejándose de Cristo, para que investigue con firmeza, fundamentado sobre la roca, dice: La roca era Cristo. Dijo que todas aquellas cosas eran figuras nuestras, pero todas se hallaban envueltas en oscuridad. ¿Quién podrá quitarles su revestimiento? ¿Quién las desvelará? ¿Quién osará discutir sobre ellas? En esta como selva densa y sombra espesa encendió una luz: La roca —dice— era Cristo. Ya en presencia de la luz, investiguemos lo que significan las demás: cuál es el significado del mar, las nubes, el maná. Esto no nos lo expuso, pero nos mostró qué era la roca. El tránsito a través del mar es el bautismo. Mas como el bautismo, es decir, el agua salvadora, no es salvadora si no ha sido consagrada con el nombre de Cristo, que derramó su sangre por nosotros, se signa al agua con su cruz. Para significarse esto en aquel bautismo, se atravesó el mar Rojo. Qué simbolice el maná del cielo lo expuso claramente el mismo Señor: Vuestros padres —dice— comieron el maná en el desierto y murieron8. ¿Cómo iban a vivir, si la figura, aunque pudiese preanunciar la vida, no podía ser vida? Comieron —dice— el maná y murieron, es decir, el maná que comieron no pudo librarlos de la muerte; lo cual no significa que el maná les causase la muerte, sino simplemente que no los libró de ella. Quien, en cambio, iba a librarlos era quien estaba figurado en el maná. El maná procedía, en verdad, del cielo. Ved lo que figuraba: Yo soy —dice— el pan vivo que he bajado del cielo9. Como personas aplicadas y bien atentas, prestad atención a las palabras del Señor para progresar y saber leer y escuchar. Comieron —dice— el mismo alimento espiritual. ¿Qué significa el mismo sino que comieron el mismo que nosotros? Veo que es un tanto difícil de exponer y explicar lo que he intentado decir, pero me ayudará vuestra benevolencia; ella conseguirá del Señor que sea capaz. Comieron —dice— el mismo alimento espiritual. Hubiera bastado decir: «Comieron un alimento espiritual». Pero dijo el mismo. No encuentro otra forma de entender este el mismo que refiriéndolo al que comemos también nosotros. Entonces —dirá alguno—, ¿aquel maná es el mismo que recibo yo ahora? Si es así, nada vino ahora, si es que ya estuvo antes. De esta forma queda sin contenido el escándalo de la cruz, ¿Por qué, pues, es el mismo sino porque añadió espiritual? En efecto, quienes entonces recibieron el maná pensando que sólo satisfacía su necesidad corporal y que alimentaba su vientre, no su mente, nada grande comieron; simplemente satisficieron su necesidad. Dios a algunos los alimentó y a otros les significó algo. Los primeros comieron un alimento corporal, pero no un alimento espiritual.

¿De qué padres nuestros afirma que comieron el mismo alimento espiritual? ¿Quiénes hemos de pensar, hermanos, sino los que fueron en verdad padres nuestros? Mejor, no sólo fueron padres nuestros, sino que lo son, pues todos ellos viven aún. Dijo el Señor a algunos que no creían: Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron10. ¿Qué significa aquí vuestros padres sino aquellos que imitáis con vuestra infidelidad, cuyos caminos seguís al no creer y ofrecer resistencia a Dios? Según esta forma de entenderlo, dice a algunos: Vosotros tenéis por padre al diablo11. El diablo, es verdad, ni creó con su poder ni engendró a ningún hombre, y, no obstante, se le llama padre de los impíos, no por haberlos engendrado, sino porque le imitan. De igual manera, pero al contrario, se dice: Por tanto, sois linaje de Abrahán12, aunque esté hablando a los gentiles, que no traían su descendencia carnal de Abrahán. Eran sus hijos no porque hubiesen nacido de él, sino porque le imitaban. El Señor abroga y rehúsa la paternidad de Abrahán sobre los incrédulos cuando les dice: Si fuerais hijos de Abrahán, realizaríais sus obras13. Y para erradicar aquellos malos árboles que se gloriaban de la paternidad de Abrahán, se prometen hijos suyos sacados de las piedras14. Como en este lugar dice: Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron, pues no comprendieron lo que comieron, y, no comprendiéndolo, no tomaron más que un alimento corporal, así también el Apóstol dice que nuestros padres —no los padres de los infieles, de los impíos, que comieron y murieron, sino nuestros padres, los padres de los fieles— comieron un alimento espiritual, y, en consecuencia, el mismo. Nuestros padres —dice— comieron el mismo alimento espiritual y bebieron la misma bebida espiritual15. Había, pues, allí quienes entendían qué comían; había allí quienes saboreaban más a Cristo en su corazón que el maná en la boca. ¿Para qué hablar de otros? Entre ellos estaba, en primer lugar, el siervo de Dios Moisés, fiel en toda su casa16, que sabía lo que dispensaba, porque entonces debían dispensarse realidades cerradas en el presente y desveladas en el futuro. Para decirlo en pocas palabras: todos los que en el maná vieron significado a Cristo, comieron el mismo alimento espiritual que nosotros; todos los que en el maná no buscaron más que la saciedad corporal, son los padres de los infieles, que lo comieron y murieron. De igual manera, bebieron la misma bebida: Pues la roca era Cristo17. Bebieron, pues, la misma bebida que nosotros; pero bebida espiritual, es decir, la que se tomaba por la fe, no la que se bebía con el cuerpo. Oísteis que era la misma bebida: La roca era Cristo, pues no es uno el Cristo de entonces y otro el de ahora. Ciertamente, una cosa era aquella roca18 y otra la piedra que Jacob puso junto a su cabeza19; uno el cordero sacrificado para ser comido20 y otro el carnero enredado en las zarzas para ser inmolado cuando Abrahán perdonó a su hijo porque se le mandó, como lo había ofrecido también por obedecer a un mandato21. Distintos eran los animales, distintas las piedras, pero eran un mismo Cristo y, por tanto, un mismo alimento y una misma bebida. Finalmente, fue golpeada la roca misma con el madero para que saliera agua, pues fue golpeada con una vara22. ¿Por qué con madera y no con hierro sino porque la cruz fue acercada a Cristo para darnos a beber la gracia? Así, pues, el mismo alimento y la misma bebida, mas para los que entienden y creen. Para los que no entienden, aquello era solo maná, aquella solo agua; aquel, alimento para el hambriento, y aquella, bebida para el sediento; ni aquel ni esta para creyente; para el creyente es el mismo que ahora. Entonces, Cristo tenía que venir aún; ahora, Cristo ya ha venido. Ha de venir y vino: distintas palabras, pero el mismo Cristo.

4. Puesto que se presenta la ocasión, quiero decir algo acerca de la duda del siervo de Dios Moisés. También ella era figura de los santos antiguos. Moisés dudó ante el agua; dudó cuando golpeó la roca con la vara para que saliese agua23. Quien tal vez lea esa duda, quizá pase de largo sin entenderla, puesto que ni siquiera se atreva a investigarla. A Dios, el Señor, le desagradó aquella duda, y la hizo notar no sólo recriminándola, sino también castigándola. Por ella se dice a Moisés: No introducirás a tu pueblo en la tierra de promisión24. Sube al monte y muere25. Dios aquí aparece ciertamente airado. Entonces, ¿qué hemos de decir de Moisés, hermanos míos? Todo su trabajo, todo su ardor y amor por el pueblo hasta decir: Si les perdonas su pecado, perdónaselo; de lo contrario, bórrame de tu libro26, ¿quedó perdido por esta duda súbita y repentina? Pero ¿cómo concluyó el lector el texto del Apóstol? La caridad nunca acaba27. Habiéndome propuesto dar solución a algunas cuestiones, vuestra atención me ha hecho proponer otra que tal vez no os intrigue. Veamos, pues, e intentemos todavía penetrar el misterio en cuanto nos sea posible. Dios se aíra, le dice que no ha de introducir a su pueblo en la tierra de promisión, y le manda que suba al monte y muera. Y, no obstante, aún le añade muchas cosas que ha de hacer el mismo Moisés. Le ordena qué hacer, cómo distribuir al pueblo y cómo no ha de dejar nada sin orden ni concierto por negligencia. Nunca se dignaría mandar tales cosas a un condenado. Oíd algo todavía más asombroso. Habiéndosele dicho a Moisés —así plugo a Dios por cierta misteriosa disposición de su gracia— que él no introduciría al pueblo en la tierra de promisión, es elegido otro, Jesús Nave, hombre que no se llamaba así, sino Ausés28. Al confiarle Moisés la tarea de introducir al pueblo a la tierra de promisión, lo llamó, le cambió el nombre y le puso Jesús, a fin de que el pueblo de Dios entrara en la tierra de promisión no guiado por Moisés, sino por Jesús; es decir, no por la ley, sino por la gracia. Así como aquél no era el verdadero Jesús, sino una figura de él, así tampoco aquella tierra de promisión era la verdadera, sino una figura. Aquella, la ofrecida al primer pueblo, fue temporal; la que se nos ha prometido a nosotros será eterna. Pero esta eterna era prefigurada y preanunciada por medio de figuras temporales. Por tanto, como aquel no era el verdadero Jesús, tampoco aquella era la verdadera tierra de promisión, sino una figura de la misma; de igual manera, el maná no era el verdadero alimento celeste, sino su figura; ni la roca era verdaderamente Cristo, sino su figura. Dígase lo mismo de todo lo demás. ¿Qué consideración reclama para sí la duda de Moisés? Quizá también en ella se encuentre expresada alguna figura que se insinúa al capaz de entenderla y que mueve y provoca al alma a investigarla. Pues advierto que, tras aquella duda, tras la ira de Dios, tras la amenaza de muerte y el impedirle introducir al pueblo en la tierra de promisión, Dios se dirige muchas veces a Moisés hablándole como a un amigo29, igual que antes; hasta el punto que Moisés es propuesto como ejemplo de obediencia al mismo Jesús Nave y Dios le amonesta a que le sirva como le sirvió Moisés y le promete que ha de estar con él como se estuvo con Moisés30. Evidentemente, amadísimos, Dios mismo nos constriñe a no reprenderle sin más, sino a comprender la duda de Moisés. Son figura la roca fija, la vara que la golpea, el agua que brota; figura era también Moisés, que dudaba. Y donde dudó, allí golpeó. La duda de Moisés tuvo lugar cuando el madero se aplicó a la roca. Los veloces ya se han echado a volar, mas esperen con paciencia a los lentos. Moisés dudó cuando el madero se aplicó a la roca: dudaron los discípulos cuando vieron al Señor crucificado. De ellos era figura Moisés. Era figura de aquel Pedro que lo negó tres veces31. ¿Por qué dudó Pedro? Porque el madero se aplicó a la roca. Cuando el Señor anunció el modo de su muerte, es decir, la cruz, Pedro se asustó: ¡Lejos de ti, Señor; eso no sucederá!32 Dudas porque ves que la vara se acerca a la roca. Entonces perdieron los discípulos la esperanza que tenían en el Señor; en cierto modo quedó interrumpida cuando le vieron crucificado, cuando le lloraron muerto. Después de su resurrección, el Señor les halló hablando entre sí, envueltos en la tristeza, sobre ello; y reteniendo sus ojos para que no le reconocieran, no con el fin de retirarse de los creyentes, sino de diferir darse a conocer a los que dudaban, se unió a ellos como un tercero en conversación y les preguntó de qué hablaban. Se extrañaron ellos de que fuera el único en ignorar lo que había tenido lugar en el mismo que preguntaba. ¿Sólo tú —le dijeron— eres extranjero en Jerusalén?33 Y le narran lo ocurrido con Jesús. E inmediatamente abren las médulas de su desesperación y, sin saberlo, muestran su herida al médico: Nosotros esperábamos —le dicen— que en él iba a tener lugar la redención de Israel34. He aquí la duda al aplicarse el madero a la roca: se hizo realidad lo que era figura en Moisés.

5. Veamos también esta otra figura: Sube al monte y muere35. En la muerte corporal de Moisés se significó la muerte de la duda misma, pero en el monte. ¡Oh misterios admirables! ¿No es esto más dulce que el maná, una vez expuesto y comprendido? La duda nació junto a la roca y murió en el monte. Cuando Cristo se presentó humilde en su pasión, yacía ante los ojos cual roca; con razón se dudaba en ella, pues aquella humildad nada grande manifestaba. Con razón se convirtió en piedra de tropiezo por su misma humildad; mas, glorificado por la resurrección, mostró su grandeza: ya es monte. Muera ya, pues, en el monte aquella duda nacida junto a la roca. Reconozcan los discípulos su salvación, recuperen su esperanza. Considera cómo muere aquella duda, mira cómo muere Moisés en el monte. No entre en la tierra de promisión; no queremos duda alguna allí; muera. Muéstrenos Cristo la muerte de la duda. Tembló Pedro y lo negó tres veces36. Pues la roca era Cristo37. Resucitó: se convirtió en monte y afianzó a Pedro. Pero muere la duda. ¿Cómo? Pedro, ¿me amas?38 Quien ve y conoce el corazón es quien interroga y quiere escuchar que se le ama, y no una vez solamente. Se lo pregunta, y lo escucha casi con tedio del mismo Pedro, que se extraña de que le pregunte quien ya lo sabe, y, sobre todo, que le pregunte tantas veces, cuando bastaría una sola respuesta aun para quien nada supiese. Mas como si el Señor te dijera a ti: «Espero que se cumpla el número legal»; confiese tres veces por amor39 quien había negado tres veces por temor. Así, pues, al preguntar tantas veces el Señor, daba muerte en el monte a la duda.

6. ¿Qué decir, pues, amadísimos, si esto está claro? No estaban ocultas estas cosas para engañar, sino para producir gozo. Ni sería tan dulce el comprenderlas si la facilidad las hubiese hecho viles. Por tanto, quien se dispone a recibir el bautismo, a quien había comenzado a hablar, mire a lo que le afecta. El mar Rojo significaba el bautismo; el pueblo era bautizado al transitar por él. El mismo tránsito era el bautismo, pero en una nube. Todavía estaba tenebroso lo que se anunciaba. Ahora se alejó ya la nube, ha llegado el tiempo de la verdad manifiesta, puesto que se ha levantado el velo a través del cual hablaba Moisés. Este velo pendía también del templo para ocultar los secretos del mismo, pero en la cruz del Señor se rasgó para que se descubrieran40. Allégate, pues, al bautismo; entra sin miedo en la vía del mar Rojo; no te preocupes de los pecados pasados como si fueran egipcios en tu persecución. Tus pecados te oprimían con la dura carga de la esclavitud, pero cuando te hallabas en Egipto, en el amor de este mundo, peregrino lejano; te obligaban a seguir las obras terrenas, a hacer como ladrillos; realizabas obras de barro. Si te oprimen los pecados, ven confiado al bautismo: el enemigo puede seguirte hasta el agua; en ella morirá. Teme algo por tus pecados pasados, cree que quedó algún rastro de ellos si se salvó uno solo de los egipcios41. Escucho la voz de los perezosos: «Yo no temo —dice— por mis pecados pasados; no dudo que me son perdonados en el agua santa por el amor de la Iglesia. Pero temo los pecados futuros». ¿Te agrada permanecer en Egipto? De momento, huye del enemigo presente, que ya te ha oprimido y subyugado. ¿Por qué te preocupan los enemigos futuros? Lo que has hecho, hecho está, aunque no quieras; lo que piensas que vas a hacer, no existirá, si tú no quieres. Pero el camino es peligroso, pues el hecho de pasar el mar Rojo no me coloca en la tierra de promisión: aquel pueblo fue llevado a través de un largo desierto. De momento, líbrate de Egipto. ¿Por qué piensas que te ha de faltar como auxiliador en el camino quien te libró de la antigua cautividad? ¿No reprime a tus nuevos enemigos quien te libró de los antiguos? Pasa sin miedo, camina sin temor, obedece, no amargues a aquel Moisés de quien era figura el otro en este obedecer. No faltan enemigos, lo confieso. Como no faltaban quienes siguiesen a los que huían, así tampoco faltaban quienes impidiesen caminar. Amadísimos, ellos fueron figura nuestra en todo. Nada haya en ti de momento que cause enfado a Moisés; no seas agua amarga, como la que no pudo beber aquel pueblo tras el paso del mar Rojo. También allí se presentaba la tentación. Y, sin embargo, cuando acontecen tales cosas, cuando el pueblo se vuelve amargo, les mostramos a Cristo, lo que padeció por ellos, cómo por ellos derramó su sangre; entonces se amansan, como si arrojáramos el madero al agua42. Ciertamente tendrás a Amalec como el enemigo que se opone a tu marcha. Entonces Moisés oraba, entonces extendía sus brazos; y cuando los bajaba triunfaba Amalec; cuando los levantaba, era derrotado43. Estén extendidas tus manos también; sea derrotado Amalec, tentador e impedimento en nuestro camino. Sé sobrio y vigilante en la oración, en las buenas obras; pero no fuera de Cristo, puesto que aquel extender los brazos simbolizaba la cruz de Cristo. En ella se extiende el Apóstol cuando dice: El mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo44. Desaparezca, pues, Amalec; sea vencido y no impida el tránsito al pueblo de Dios. Si apartas tus manos del bien obrar, de la cruz de Cristo, prevalecerá Amalec. De todos modos, ni pienses que has de ser siempre valeroso, ni desfallezcas perdiendo toda esperanza. Aquel alternarse de flaqueza y fortaleza en las manos del siervo de Dios Moisés fue, quizá, símbolo del mismo alternarse en ti. A veces, en efecto, desfalleces en medio de las tentaciones, pero no sucumbes. Él bajaba las manos por un poco de tiempo, no se derrumbaba totalmente. Si decía: «Mi pie se ha movido», he aquí que tu misericordia me ayudaba45. No temas, pues está como auxiliador en el camino quien no faltó como liberador en Egipto. No temas; emprende el camino, ten confianza. A veces bajaba él los brazos y a veces los levantaba, pero Amalec fue vencido. Pudo rebelarse, pero no vencer.

2. 7. De esta manera se me exhorta a hablaros ya de la otra penitencia. Os anticipé que en la Sagrada Escritura existe un triple modo de contemplarla. El primero es el de los competentes y de quienes están sedientos de llegar al bautismo; es el que he mostrado con textos de la Sagrada Escritura. Hay otro que es diario. ¿Y cómo puedo demostrar que existe esta penitencia cotidiana? No tengo nada mejor para mostrarla que la oración diaria con la que el Señor nos enseñó a orar, nos mostró lo que hemos de decir al Padre, y lo indicó en estas palabras: Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros las perdonamos a nuestros deudores46. ¿Qué deudas, hermanos? Puesto que no se puede pensar en otras deudas que no sean los pecados, ¿pedimos que nos perdone de nuevo los que ya nos perdonó en el bautismo? Ciertamente murieron todos los egipcios que perseguían al pueblo. Si no quedó ni rastro de los enemigos perseguidores, ¿qué pedimos que se nos perdone sino el bajar las manos contra Amalee? Perdónanos, como también nosotros las perdonamos. Preparó la medicina, firmó un pacto. Aquí dicta las preces, allí responde a quien suplica: conoce el derecho vigente en el cielo, cómo puede conseguirse lo que se desea. ¿Quieres ser perdonado? Perdona, te dice. ¿Qué tienes para dar a Dios, si deseas que él te dé algo a ti? ¿Acaso camina aún Cristo en la tierra? ¿Acaso lo recibe ahora en su casa Zaqueo lleno de gozo?47 ¿Por ventura le ofrece Marta hospitalidad y comida?48 Nada de esto necesita; está sentado a la derecha del Padre. Pero cuando lo hicisteis a uno de estos mis pequeños, a mí me lo hicisteis49. He aquí el extender los brazos que hizo desfallecer a Amalec. Das ciertamente a un pobre cuando das algo a un hambriento; quizá veas disminuir tus haberes de aquello que has dado; pero en tu casa, no en el cielo. Incluso aquí, en la tierra, te restituirá lo que diste aquel por cuyo mandato lo diste. Hablando de esto, dijo el Apóstol: El cual suministra semilla al sembrador y le da pan para alimentarse50. Cuando das al necesitado, te conviertes en obrero de Dios: siembras en invierno lo que cosecharás en el verano. ¿Por qué, pues, temes, incrédulo, que tan gran padre de familia no alimente en tan gran casa a su obrero? Habrá también allí para ti, pero lo necesario. Dios te dará todo lo que requiera tu necesidad, no tu avaricia. Actúa, pues, sin temor, extiende tus brazos, desfallezca Amalec. Pero —como dije— cuando des algo de lo que tienes en tu casa, verás menos lo que solías ver, pues no verás allí lo que has dado hasta que no te lo restituya Dios. Dime: cuando perdonas de corazón, ¿qué es lo que pierdes? Cuando perdonas a quien peca contra ti, ¿qué tienes de menos en tu corazón? Perdonas de corazón, pero nada de allí pierdes. Más aún, cierta ola de amor se movía en tu corazón y manaba como de una vena interior: si mantienes el odio contra tu hermano, has obturado la fuente. Por tanto, cuando perdonas, no sólo no pierdes nada, sino que obtienes una más abundante irrigación.

Al amor no se le contiene. Si pones allí una piedra de tropiezo, eres tú quien sufres estrecheces. «Me desquitaré, me vengaré, le mostraré quién soy, actuaré personalmente»: te hierve la sangre, te fatigas tú, a quien, con sólo perdonar, es posible estar, vivir y orar tranquilo. Pues ¿qué vas a hacer? Vas a orar. ¿Para qué preguntar cuándo? Hoy mismo vas a orar. ¿O no vas a orar? Repleto de ira y de odio, amenazas venganza: no perdonas de corazón. Hete orando; hete que ha llegado la hora de orar; comienzas a oír o a recitar tú mismo aquellas palabras. Recitadas o escuchadas las anteriores peticiones, has de llegar a esta otra. O si no has de llegar, ¿adónde has de ir? ¿Te desviarás de Cristo para no perdonar al enemigo? En efecto, supongamos que te desvías en la oración para no decir: Perdónanos nuestras deudas, dado que no puedes continuar: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores51, no sea que se te responda al instante: «Te perdono del mismo modo que perdonas tú»; dado que no puedes pronunciar tales palabras y no quieres perdonar, te desviarás de este versillo, lo pasarás por alto y dirás lo que viene a continuación: No aceptes que seamos puestos en tentación52. Aquí te apresará tu acreedor, cuyo rostro tratabas de evitar. Sucede como cuando en una aldea uno se encuentra con otro a quien debe algo: si tiene fácil una callejuela, abandona el camino que llevaba y toma otra dirección para no encontrarse con el acreedor. Esto mismo has pensado haber hecho con este versillo. Evitaste decir: «Perdóname, como yo perdono», para que no te perdonara como tú, es decir, te negara el perdón, puesto que tú no quieres perdonar; no lo quisiste decir, evitando la presencia del acreedor. ¿A quién rehúyes? ¿Quién eres tú que lo rehúyes? ¿Adónde irás, dónde puedes estar tú que no esté él? Tendrás que decir: ¿Adónde iré que me aleje de tu espíritu? ¿Adónde huiré de tu presencia? Si subo al cielo, allí estás tú; si desciendo al infierno, allí estás53. ¿Puedes tú, deudor, ir, huyendo de Cristo, a un lugar más lejano que el infierno? También allí está tu acreedor. ¿Qué has de hacer sino lo que sigue? Desplegaré mis alas sin detenerme y volaré hasta la extremidad del mar54, es decir, meditaré desde mi esperanza en el fin del mundo, viviré en tus preceptos y me levantaré con las dos alas de la caridad. Cumple, pues, las dos alas de la caridad. Ama al prójimo como a ti mismo55 y no mantengas el odio que te haga huir del acreedor.

3. 8. Queda aún el tercer tipo de penitencia, sobre el que voy a hablar brevemente para cumplir, con la ayuda del Señor, lo que me había propuesto y prometido. Es la penitencia más severa y más dolorosa la que propiamente da el nombre en la Iglesia a los penitentes, alejados de la participación en el sacramento del altar, no sea que, recibiéndolo indignamente, coman y beban su propia condenación56. Esta penitencia es luctuosa. La herida es grave: quizá se ha cometido un adulterio, quizá un homicidio, quizá algún sacrilegio; acción grave, herida grave, letal, mortal; pero el médico es todopoderoso. Después de haber sufrido la sugestión de la acción, de haberse deleitado en ella, haber dado el consentimiento y haberla realizado, hiede ya como si fuese un muerto de cuatro días. Pero ni siquiera a este lo abandonó el Señor, sino que clamó: Lázaro, sal fuera57. La mole de la sepultura cedió ante la voz de la misericordia: cedió la muerte ante la vida; el infierno, ante el excelso. Lázaro se levantó y salió del sepulcro; estaba atado, como lo están los hombres penitentes cuando confiesan su pecado. Ya salieron de la muerte, pues no lo confesarían de no haber salido. El mismo confesarlo es salir ya del lugar oscuro y tenebroso. Mas ¿qué dice el Señor a su Iglesia? Lo que atéis en la tierra será desatado en el cielo58. Por eso, al salir Lázaro, como el Señor ha llevado a cabo lo propio de su misericordia, esto es, llevar a la confesión al muerto enterrado y putrefacto, lo demás lo realiza ya el ministerio de la Iglesia: Desatadlo y dejadlo ir59. Pero, amadísimos, nadie se proponga este género de penitencia, nadie se prepare para él; con todo, si aconteciera tener que sufrirlo, que nadie pierda la esperanza. A Judas el traidor no lo hizo perecer tanto el crimen cometido como el perder la esperanza de alcanzar el perdón. No era digno de misericordia; por eso no brilló en su corazón la luz que le impulsara a correr hacia el perdón de aquel a quien había entregado, como lo hicieron los que le crucificaron60. Perdiendo la esperanza, se suicidó, se colgó de una soga, se ahogó61. Lo que hizo en su cuerpo, eso mismo ocurrió en su alma. Se llama espíritu también al viento y al aire. Del mismo modo que quienes se ahorcan se causan la muerte al no permitir que les entre el espíritu —el aire—, así quienes han perdido la esperanza del perdón de Dios se ahogan interiormente por la misma desesperación, de modo que el Espíritu Santo no puede entrar a visitarlos.

9. Los paganos acostumbran reprochar a los cristianos la penitencia que ha instituido la Iglesia, que ha mantenido esta verdad católica contra algunas herejías. Hubo quienes enseñaron que a ciertos pecados no se podía conceder la penitencia; los tales fueron excluidos de la Iglesia y se convirtieron en herejes. La madre Iglesia no pierde sus piadosas entrañas ante ninguna clase de pecado. A propósito de lo cual suelen como insultarnos los paganos, sin saber lo que dicen, puesto que no han llegado hasta la Palabra, que hace locuaces las lenguas de los niños de pecho. «Vosotros —dicen— promovéis el pecado de los hombres al prometerles el perdón si luego hacen penitencia. Esto es libertinaje, no una exhortación a no pecar». Esta afirmación cada cual la exagera con cuantas palabras puede y no callan con su lengua, ya sonante, ya tartamudeante. Cuando les hablamos, aunque les venzamos, no dan su asentimiento. No obstante, escuche Vuestra Caridad cómo han de ser vencidos, porque la misericordia divina lo ha dispuesto todo de forma maravillosa en su Iglesia. Afirman que nosotros damos licencia para pecar porque prometemos el puerto de la penitencia. Si se cerrase la entrada a la penitencia, ¿no añadiría aquel pecador pecados sobre pecados, tantos más cuanto menor fuera su esperanza de alcanzar el perdón? En efecto, se diría a sí mismo: «He aquí que he pecado, he cometido un delito; para mí ya no tiene cabida el perdón; la penitencia es infructuosa; voy a ser condenado; ¿por qué no vivir ya a mis anchas? Dado que ya no encuentro amor allí (en la otra vida), al menos saciaré aquí (en esta vida) mi pasión. ¿Por qué abstenerme? Allí se me ha cerrado la entrada; lo que no haga aquí, eso perderé, puesto que no se me concederá la vida futura. ¿Por qué, pues, no ponerme al servicio de mis pasiones, para darles satisfacción y saciarlas, y hacer lo que me agrada, aunque no sea lícito?». Se le podría decir tal vez: «Pero, miserable, serás apresado, acusado, torturado, castigado». Saben bien los malvados que así suelen hablar los hombres y que así es entre ellos, pero se fijan en que muchos malvados y criminales mantienen la impunidad de sus pecados. Pueden ocultarlos y redimir los que no pueden ocultar; pueden redimir hasta la vejez una vida lasciva, blasfema, sacrílega, perdida. Echan cuentas para sí. ¿Qué se dicen? ¿No llegó hasta la vejez aquel que cometió tantos pecados? ¿No adviertes que aquel pecador y malvado murió anciano precisamente para que Dios mostrase en él su paciencia, esperando que hiciera penitencia? Por lo cual dice el Apóstol: ¿Ignoras que la paciencia de Dios te conduce a la penitencia? Él, en cambio, de acuerdo con la dureza e impenitencia de su corazón, se atesora ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, que pagará a cada uno según sus obras62. Es preciso, pues, que este temor se apodere de las personas; es preciso que aquel que no quiere pecar piense en su interior que tiene a Dios presente no solo cuando está en público, sino también en su casa; y no solo en casa, sino también en su habitación, en la noche, en su lecho, en su corazón. Por tanto, si eliminas el puerto de la penitencia, con la desesperación aumentarán los pecados. Ved que nada responden quienes piensan que aumentan los pecados porque la fe cristiana ofrece el puerto de la penitencia. ¿Qué decir, pues? ¿No debió proveer Dios para que, a causa de la esperanza de perdón, no aumentasen los pecados? Del mismo modo que ha provisto para que la desesperación no los aumentase, debe haber provisto para que tampoco la esperanza los aumente. En verdad, del mismo modo que aumenta los pecados quien ha perdido la esperanza, puede aumentarlos también quien espere el perdón. Puede uno decirse: «Haré lo que quiero. Dios es bueno, y me perdonará cuando me convierta». Dite a ti mismo, pues: «Me perdonará cuando me convierta»; esto supuesto que tengas asegurado el día de mañana. ¿No va en esta dirección la exhortación de la Escritura, que dice: No tardes en convertirte al Señor ni lo difieras de un día para otro; de improviso vendrá su ira y en el tiempo de la venganza te perderá?63 Ved, por tanto, que la providencia de Dios ha estado vigilante a favor nuestro. Para que no aumentemos nuestros pecados por falta de esperanza, nos propuso el puerto de la penitencia, y para que no los aumentáramos por exceso de ella, dejó en la incertidumbre el día de nuestra muerte.