SERMÓN 341 AUM (= Dolbeau 22)1

Traducción: Pío de Luis

Sermón del mismo Agustín sobre el salmo veintiuno. Y sobre cómo se habla de Cristo en las Escrituras, a saber, según la divinidad, según el hombre asumido, y en cuanto es cabeza de la Iglesia, y sobre las tres varas de Jacob

1. Como es conocido a todos los cristianos, este salmo es, en verdad, figurado respecto a la persona de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, porque ahí está escrito Horadaron mis manos y mis pies, contaron todos mis huesos. Ellos verdaderamente pensaron en mí y me miraron, se dividieron mis vestimentos y han echado la suerte sobre mi vestimento2. Ahora bien, aunque supongo que no os es desconocido cómo se encomia e insinúa a los corazones de los fieles la persona de nuestro Señor Jesucristo, se os ha de recordar empero, porque algunos lo ignoran, muchos han olvidado lo que han oído, otros quieren verse confirmados en lo que afirman, y no faltan quienes, en atención a mí mismo, también quieren oír de mí eso en que están firmes. Ahora bien, este sentido que, según las fuerzas que el Señor se digna suministrar, intento insinuar a Vuestra Caridad, vale para entender muchas oscuridades de los Libros sacratísimos, esto es, cómo se habla de Cristo.

2. En efecto, hasta donde he podido fijarme en las Páginas Santas, se le nombra de tres modos: cuando se le predica ora mediante la Ley y los Profetas, ora mediante las epístolas apostólicas, ora mediante la fe de los hechos realizados, que conocemos en el evangelio. Un modo es según Dios y según la divinidad coigual y coeterna con el Padre, antes de la asunción de la carne. Otro modo es, con el que, asumida la carne, se lee y se entiende el mismo Dios que hombre y el mismo hombre que Dios, según cierta propiedad de su excelencia, con la que no se coiguala con los demás, sino que es mediador y cabeza de la Iglesia3. El modo tercero es, cuando de cierta manera se predica a los creyentes y se ofrece cognoscible a los prudentes el Cristo todo en la plenitud de la Iglesia, esto es, cabeza y cuerpo, según la plenitud de cierto varón perfecto, en el que somos miembros4. Ahora bien, en tan pequeño y angosto tiempo no puedo recoger o explicar todos los testimonios de las Escrituras, con que probar estos tres géneros; no los dejaré empero sin probar, para que, conmemorados ciertos testimonios, en las Escrituras podáis ya por vosotros mismos observar y encontrar los demás que por angustias de tiempo no me es permitido conmemorar.

3. Pues bien, con el modo primero de insinuar a nuestro Señor Jesucristo, salvador nuestro, Hijo único de Dios5, mediante el que todo ha sido hecho, tiene que ver eso que en el evangelio según Juan es nobilísimo y preclarísimo: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba cabe Dios y la Palabra era Dios. Ésta en el principio estaba cabe Dios. Todo ha sido hecho mediante ella y sin ella nada ha sido hecho. Lo que ha sido hecho es en ella vida, y la vida era la luz de los hombres y la luz luce en las tinieblas y las tinieblas no la han comprehendido6. Admirables y asombrosas son estas palabras, antes de que se entiendan; entendidas, hay que abrazarlas. Ahora bien, ser entendidas lo dan no los recursos humanos, sino la inspiración que para conocerlas da quien se dignó inspirar a pescadores a decirlas.

En efecto, las ha dicho el pescador, hijo de Zebedeo, que dejó padre, nave y redes y, no por dejar al padre hombre sino por elegir como padre a Dios, siguió a Dios7. A quien de verdad deja navecilla y redes, se le imputa haber dejado el mundo todo. En efecto, nuestro Señor Jesucristo no atiende qué han dejado los pobres que lo han seguido, esto es, qué han dejado respecto a sus haberes, sino qué han dejado respecto a su codicia, pues todo el que tiene poco quiere tener más, y quien deja lo poco que tenía, más deja lo que deseaba tener. Y, por eso, como el rico se retirase contristado del Señor —Dios a quien, para recibir consejo, denominó maestro bueno y a quien, dador del consejo, abandonó como a mal maestro—8, los discípulos, contristado él y tras marcharse, después que oyeron que por misericordia de Dios pueden entrar al reino de los cielos también los ricos, de cuya salvación habían desesperado, como oyesen que más fácilmente entra un camello por el ojo de una aguja, que un rico al reino de los cielos9, añadieron diciendo: He aquí que nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?10 Y el Señor: Os sentaréis —dice— sobre doce sedes, para juzgar a las doce tribus de Israel11. También a otros que dejan todo lo suyo y lo siguen ha prometido gran premio —en promesa, gran solaz; en manifestación, gran gozo—: que, cualquiera que por él dejase todo lo que tenía en esta era, recibirá —dice— en esta era cien veces tanto, en la era futura empero vida eterna12. Si se expone todo esto con diligencia grande, nos retiene y nos apartará del asunto propuesto. En cambio, Vuestra Caridad atienda ahora lo que toca al asunto emprendido: que los pobres primeros dejaron todo lo suyo, siguieron a Dios y quedaron hechos apóstoles, y que a ellos, que dejaron poco, se les imputa cuanto a los que dejan grandezas. Y, lo que verdaderamente es de admirar: entonces el rico, al oír de boca del Señor que había que dejar todo y seguir a Dios, se retiró triste13, al oírlo de la boca del Señor; ahora, sin ver carnalmente al Señor, de su evangelio oyen esto los hombres, hacen lo que aquel no hizo, y así se cumple en ellos: Dichosos quienes no ven y creen14.

4. El Apóstol, pues, expone el sacramento de por qué el Señor, pese a tener ante sus ojos una turba grande15, primeramente ha elegido a proletarios, pobres, iletrados, incultos —ciertamente, muy pocos ricos en comparación de los muchos pobres, mas, en su clase, muchos ricos, nobles, doctos, sabios, de los que después también se preocupó pues no los abandonó; todas esas clases han venido a la fe—: Ha elegido lo débil de este mundo para confundir lo fuerte, y ha elegido lo estulto para confundir a los sabios, y Dios ha elegido lo vulgar del mundo y lo que no es —es decir, no cuenta—, como si fuese, para que quede abolido lo que es16. Había venido, en efecto, a enseñar humildad, a derrotar la soberbia; Dios había venido en condición baja. Quien tan bajo había venido, de ningún modo buscaría aquí altos. Primeramente, porque ha elegido nacer de esa mujer que estaba desposada con un obrero17. No ha elegido, pues, alcurnia ilustre, para que en esta tierra no se ensoberbeciese la aristocracia. Ni siquiera para nacer ha elegido una ciudad enorme, sino que ha nacido en Belén de Judea18, a la que ni siquiera juzgan digna del nombre de ciudad. En efecto, incluso hoy los íncolas de ese lugar lo denominan villa: tan pequeña, exigua y casi nula es, si el nacimiento de Cristo no la ennobleciera. Ha venido, pues, él no a ser ilustre por el lugar, sino a hacer él ilustre el lugar; y así, lo demás de nuestro Señor Jesucristo, que es largo conmemorar.

Ha elegido, pues, a débiles, pobres, indoctos, proletarios, no porque abandonó a fuertes, ricos, sabios, aristócratas; mas, si primero hubiera elegido a éstos, les parecería que eran elegidos por mérito de sus dignidades, por mérito de sus riquezas, por mérito de su origen, y así, inflados de estas cosas, no recibirían la cura de humildad, sin la que nadie puede regresar a esa vida de la que no se caería sino por soberbia. El médico sana, pues, una enfermedad con su contrario: la fría con ayudas cálidas, la cálida con frías, la seca con húmedas, la húmeda con secas. Si, pues, vemos que el arte de la medicina sana con contrarios al enfermo, no hay que extrañarse si la condición baja de Dios sana a quienes enfermábamos de soberbia humana. Por eso, de un pescador el Señor ha lucrado un orador más saludablemente que de un orador un pescador. En efecto, orador fue el mártir Cipriano, mas primer apóstol fue un pescador. Después, los emperadores fueron hechos cristianos, mas porque primero unos pescadores predicaron a Cristo mismo. Y Dios, eligiendo lo verdaderamente débil del mundo ha confundido lo fuerte —ha confundido empero para sanar, ha arrojado para levantar—, hasta el punto de que, por los hechos mismos, la fe usual nos manifiesta lo que en nuestros tiempos hemos conocido y no ha de callarse: que Dios ha elegido lo débil del mundo para confundir lo fuerte19. En nuestros tiempos, en efecto, ha venido el emperador a la ciudad de Roma; allí está el templo del emperador, allí está el sepulcro del pescador. Por eso, el emperador piadoso y cristiano a pedir al Señor salvación ha ido directamente no al templo soberbio del emperador sino al sepulcro del pescador, donde, humilde, pueda imitar al pescador mismo, para, reflexionando entonces, pedir al Señor algo que, soberbio, el emperador no podría merecer.

5. Así pues, ¿por qué he expuesto esto? Porque he conmemorado ese modo de insinuar a Cristo según la divinidad, antes de la asunción de la carne, cierto modo admirable y estupendo para cuantos lo oyen, conocido, en cambio, para los pocos que cuando llamen a la puerta entienden, de forma que los sobrecoja como cierta coruscación de la luz sempiterna e inefable, al decir y recordar yo: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba cabe Dios y la Palabra era Dios20, etcétera. Para que no me pidáis superfluamente la inteligencia de estas palabras, he dicho esto: que podéis entenderlas con la inspiración de aquel cuya inspiración hizo que las predicara un pescador indocto. En efecto, ese pescador no las había conocido por sí mismo ni era tan grande en ingenio o formación, que con la inteligencia pudiese penetrar y trascender todo este aire y todas las potestades aéreas, llegase de ahí a las naturalezas de las luminarias, fuerzas, potestades y ángeles y a toda supereminentísima criatura espiritual —no caída en ningún pecado, mas siempre adherida a la contemplación de la inconmutable verdad—, la trascendiese también y llegase a eso que ni ojo ha visto ni oído ha oído ni ha subido a corazón de hombre21.

¿De qué clase es el Verbo del Padre? ¿cómo es Verbo? ¿Ha sido pensado? ¿ha sonado? No por cierto, ya que, si ha sido pensado, ha pasado tiempo; si ha sonado, se ha transmitido, verberado el aire. No es así el Verbo de Dios, sino, Verbo permanente22 y siempre Verbo dicho y no desdicho o, más bien, ni dicho, no sea que se entienda cierta distancia corporal. Y nadie expresa con boca humana como ha de decirse: piadosamente se cree engendrada a la Palabra; él puede decirse y expresarse, el Hijo de Dios es el único que puede decirse; en cambio, aquel a quien él se manifiesta, puede entenderlo, decirlo empero no puede.

El pescador ¿cómo la ha visto, sino porque él en persona ha querido mostrarse? El pescador la ha visto allí de donde ha bebido; ahora bien, ¿de dónde la ha bebido? Fijémonos en el convite del Señor, por si encontramos de dónde la ha bebido el pescador. Estaban recostados con el Señor todos los discípulos; de Juan se escribe en el evangelio que solía recostarse sobre el pecho del Señor23. ¿Qué tiene, pues, de extraño, si de su pecho bebía lo que de su divinidad decía? En efecto, el Señor del convite y Señor de los convidados no permitiría a su discípulo llenar de esa mesa el vientre y de su pecho no llenar la mente. Así hizo efectivamente: de su pecho apacentó y saturó al discípulo. Éste, por su parte, saciado eructó, y ese eructo es el evangelio. Con los ojos de la fe habéis visto, pues, en el evangelio al pescador banquetear; oídlo eructar: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba cabe Dios y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio cabe Dios. Como oyeses «palabra», minusvalorabas, pues cotidianamente se oyen palabras; no minusvalores ya, porque la Palabra era Dios. «Y ¿cómo entenderé a Dios y la Palabra?». Hágate beber quien saturó al pescador. Entre tanto, óyelo ahora eructar, cree al eructador, para que también tú, ascendiendo por la escala de la fe, quedes saturado por la vivacidad de la comprensión.

6. «¿Qué, pues»?, dirás. «Ahora creeré que la Palabra de Dios es Hijo de Dios». Hijo único de Dios, no dos palabras, sino única Palabra, aunque dos son las palabras de la Escritura, verbigracia, los dos preceptos referidos al amor doble24, o a la retribución25. En efecto, el Señor dice ciertas cosas a los piadosos, puestos a la derecha, y otras dice a los impíos, puestos a la siniestra. No dice a los piadosos lo que a los impíos. Según nuestra comprensión, según nuestros méritos, el narrador distribuye como dos palabras: se distribuyen aquí; allí, en cambio, algo..., como, si, tomada de las realidades corporales, puedo decir cierta similitud, apta empero para las entendederas de los débiles, si puedo decir cómo el fulgor o fuego de una estrella o de la luna o del sol son uno solo y son de modo idéntico. Ahora bien, si varias personas con ojos diversos se fijan en ellos, una con ojos íntegros y sanos, otra con ojos enfermos e inflamados, a uno la luz [le] parece plácida, al otro como rabiosa y airada, pues rechaza a la mirada enferma y causa dolor, de donde producía gozo al sano. He aquí que la luz es plácida, he aquí que es rabiosa. ¿Está dividida, es desemejante? No, mas según los méritos de quienes miran diversamente. Atended, hermanos míos, y por lo pequeño conoced lo mayor.

Así, la Palabra de Dios es única, mas según méritos distribuye lo digno, al decir a unos «Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino que os está preparado desde el origen del mundo»26; a otros, en cambio: Id al fuego eterno, que está preparado para el diablo y sus ángeles27. ¿Qué hay tan diverso como venid al reino, e id al fuego eterno? ¿Es, pues, diversa la Palabra? No. Única es, pero diversos son los méritos de los oyentes. Oíd a un profeta decir en los salmos esto mismo: Una sola vez ha hablado Dios: he oído estas dos cosas28. ¡Gran cuestión: si habéis entendido lo que he dicho, no os turbe! ¿Una sola vez ha hablado, y tú has oído dos cosas? Una sola vez ha hablado según la única Palabra; ¿cómo, pues, has oído dos cosas? Porque tienes la potestad —dice— y tienes, Señor, misericordia: potestad, pues, para castigar, misericordia para liberar. Oye lo que sigue: Porque pagarás a cada uno según sus obras29.

7. ¡Oh, la única Palabra, la dulce Palabra inspírenos su amor! Ahora bien, lo inspira por el Espíritu Santo. En efecto, así es la Trinidad: el Padre, que ha engendrado; la Palabra, que él ha engendrado; el Espíritu, por quien es inspirada la caridad; quien ha engendrado, lo que ha engendrado y por quien se realiza la inspiración. La suavísima, excelentísima e inefable Trinidad, eminente sobre toda creatura que ella ha comenzado, culminado, ordenado, por completo sobreeminente, para que la amen desea corazones de amantes. Pero rectamente se dice «desea», porque hace desear. En efecto, porque el Espíritu hace gozar, también se dice que goza. Y de Dios: Os prueba el Señor, Dios vuestro, para que sepa si le queréis30. ¿Qué es «para que sepa», sino «para haceros saber»? Apacienta, pues, los corazones de quienes desean, aman puramente, aman gratis porque no encuentran nada mejor que amar —o encuentren algo mejor y recíbanlo en pago—: pidan esta realidad, <si> no encuentran otra mejor. Si, pues, en persona no se te diese tu creador, mejor que el cual nada encuentras, más que pedir alguna otra realidad, habrías de gemir siempre; si en persona no se te diese tu creador, mejor que el cual nada hay —si empero admite que de él se digan estas palabras; ahora bien, lo admite porque somos párvulos; lo admite porque, si quisiéramos decir algo digno, no diríamos absolutamente nada—; si, pues, tu creador, como había yo comenzado a decir, no quisiera dársete él en persona, más que [hacer] cualquier otra cosa, habrías de gemir siempre. Ahora, en cambio, se ofrece en persona, y tú buscas otra cosa; en cierto modo ruega [él] que lo ame quien no lo ama. ¡Oh, miserable eres tú, no él! Busca, pues, él corazones de quienes sinceramente lo quieran, que con intención piadosa excedan toda creatura mudable; ahora bien, la exceden si fuesen humildes: <no> exceden los excelsos los lugares excelsos. Si quieres exceder toda criatura y llegar a lo que has oído de la boca del pescador cuando eructa, sé humilde, busca piadosamente. En efecto, cuando trasciendas todo lo mudable, tanto lo corporal como lo espiritual, llegarás a mirar la Trinidad y beberás de donde él ha bebido; cuando llegues a ella, te reirás de todos los calumniadores, que mediante contenciones vanas contra sí levantan humo para no verla, y, una vez que te hayas reído, quizá llorarás después.

8. Sería, pues, suficiente, hermanos, haberos insinuado esto. Pero, para que lo entendáis, pulsad a su puerta31. Nadie se diga con pensamiento carnal: ¿Cómo estuvo la Palabra cabe Dios32 y cómo en el útero de la Virgen, para nacer? ¿Descendió, pues, la Palabra en persona, de forma que, cuando estuvo en el útero de la virgen María se apartó del Padre? Si no se apartó del Padre, ¿cómo pudo estar aquí? ¿O quizá permaneció mitad con el Padre, y mitad estuvo en el útero? ¿O quizá una parte grande permaneció con el Padre, y cierto poquito o un trozo pequeño descendió al útero de la Virgen?». No despedaces a Dios en trozos: las disensiones de tus pensamientos únanse en él de cierta manera, no sea él troceado en ellas; recójate él, no lo esparzas tú a él. «Y ¿cómo, dices, he de entender? No lo sé, no puedo. Está cabe el Padre y asimismo en el útero de la Virgen. ¿Quién hay que pueda entender esto?».

Mas acerca de Dios estás oyendo; tú, por la costumbre del pensamiento carnal, te representas cierto cuerpo. Cuando haces esto, es ya necesario que cortes. En verdad no encuentras todo por doquier. Una parte de tierra, aquí; otra, fuera, en la calle; no la misma, porque es tierra, porque es cuerpo; una parte es grande, otra pequeña. También así se divide el agua: una parte está vecina a esta playa, otra a aquella, y la parte que está aquí no es la misma que la de allí; aunque toda parece como que se estira por doquier por sus lugares, no tiene empero por doquier parte idéntica, sino una aquí, otra allí. Así esta difusión del aire: un aire hay en esta basílica, <otro en aquella>, porque el aire es único por todo, pero una parte <en> ésta, otra parte en aquella; no está allí la parte que aquí, ni la de aquí es la de allí. También así las partes del cielo: unas son las que observamos cuando miramos el oriente, otras partes las que observamos cuando nos volvemos a occidente. No puede suceder que una e idéntica parte esté por doquier, sino una parte en un lugar, otra en otro: aunque parece que todo está por partes por doquier, no está por doquier su totalidad, sino una parte en un lugar, otra en otro. No penséis, pues, así corporalmente, de Dios. ¿O quizá no podéis sino pensar tales cosas? Tal vez daré un ejemplo, por el que para la atención de Vuestra Caridad esto se convierta en conocimiento.

9. Quieres dividir la Palabra de Dios, y no te parece creíble que esté toda con el Padre, toda en el útero de la virgen María. Yo digo más: toda está en cualquier lugar que quieras, pero no por doquier ha asumido la persona de hombre en la que Dios y el hombre queden hechos un único individuo. No quiero que dividas: comprende cuanto puedes. ¿Quieres dividir la Palabra de Dios? Oye la palabra del hombre. Ciertamente te parecía que la Palabra de Dios no ha podido estar en María y asimismo cabe el Padre, sino distribuida, digamos, en porciones, de forma que una parte suya esté aquí, otra allí. Cuando oís de mí una palabra, o de mí oís palabras —atended a lo que hablo, pues de esta palabra que se dice a vosotros muchos, recibís un ejemplo mejor que de las que, aun siendo, sí, de idéntica naturaleza, os decís mutuamente, pues vosotros tratáis con muy pocos y yo con tantísimos—, todos oyen lo que digo y todos oyen todo.

Si pusiese yo el alimento corporal con que os alimentaseis, habríais de dividir entre vosotros el alimento y, para comer, uno se llevaría esta parte, otro aquella. Aunque todos os alimentarais de uno e idéntico alimento, no todos empero lo harías con idénticas partes, sino que según vuestras capacidades, tomando uno esta parte, otro aquella, os dividiríais en porciones lo que estaba puesto; a todos llegaría el único alimento, mas no a todos todo el alimento. Ciertamente sería así. Ahora bien, como ese alimento sería servido a vuestra boca, así ahora cierto alimento, digamos, de voces y palabras se sirve a vuestros oídos y empero llega todo a todos. ¿O quizá, cuando hablo, uno se coge una sílaba, otro otra? ¿o uno una palabra, otro otra? Si es así, he de decir tantas palabras cuantas personas veo, para que a todos lleguen las palabras, siquiera una a cada uno. Y, por cierto, sucede fácilmente: digo más palabras que personas hay aquí, y todas llegan a todos. Así pues, la palabra del hombre no queda dividida por sílabas para que todos oigan, ¿y la Palabra de Dios se rompe en pedazos para estar por doquier? ¿Acaso, hermanos, pensamos que bajo algún concepto éstas que suenan y pasan han de compararse a la Palabra inconmutablemente permanente? ¿O, porque he dicho esto, las he comparado? Más bien he querido insinuaros de cualquier modo, cómo lo que Dios muestra en las realidades corporales os vale para creer lo que sobre las realidades espirituales aún no veis.

Pero pasemos ya a lo mejor, pues las palabras suenan y se van. Piensa en realidades espirituales, piensa en la justicia. Al pensar en la justicia quien vive en estas partes occidentales, al pensar en la justicia quien vive en oriente, ¿cómo sucede que uno la piense toda y otro asimismo toda, y que uno la vea toda y el otro toda? En verdad, quien ve la justicia según la que gestionar algo, ése gestiona justamente. Ve dentro, gestiona fuera. ¿Cómo ve dentro, si nada estuviera presente al que ve? Ahora bien, si eso está presente porque él vive en una parte, ¿no llegará a idéntica parte el pensamiento de otro? Ahora bien, cuando tú, puesto aquí, veas con la mente lo que ve quien tan lejos está puesto, y todo luzca para ti, todo asimismo a él, ve que por doquier está entero lo que es divino e incorpóreo, y cree que la Palabra está toda en el Padre, toda en el útero, pues lo crees de la Palabra de Dios, la cual es Dios cabe Dios33.

10. Escucha también otra insinuación, otro modo de insinuar a Cristo, al que la Escritura predica, pues dice estas cosas antes de que la carne fuese asumida. ¿Cómo, pues, lo predica la Escritura? La Palabra —dice— se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros34. En verdad, quien había dicho «En el principio existía la Palabra y la Palabra existía cabe Dios y la Palabra era Dios. Esta existía en el principio cabe Dios. Todo ha sido hecho por ella y sin ella nada ha sido hecho»35, en vano nos predicaría la divinidad de la Palabra, si omitiese la humanidad de la Palabra, pues de que yo vea a esta se trata conmigo a partir de aquí; para que yo sea purgado en orden a contemplarla, él viene en ayuda de mi debilidad. Tomando de la naturaleza humana esta naturaleza humana, se ha hecho hombre. Con el jumento de la carne ha venido al que yacía herido en el camino36, para informar y nutrir con el sacramento de su encarnación nuestra pequeña fe, y para serenar el entendimiento en orden a ver lo que, mediante lo que asumió, nunca perdió, pues comenzó a ser hombre, no desistió de ser Dios. Por tanto, cuando Juan dice «Y la Palabra se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros», esta es la predicación sobre nuestro Señor Jesucristo en cuanto que es mediador, en cuanto que es cabeza de la Iglesia: que Dios es un hombre y que un hombre es Dios.

11. Oíd ya una y otra [afirmación] en el conocidísimo capítulo del apóstol Pablo: Como existiese en forma de Dios —dice— no ha considerado rapiña ser él igual a Dios37; esto es «En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba cabe Dios y la Palabra era Dios»38. ¿Cómo ha dicho el apóstol «No ha considerado rapiña ser igual a Dios»39, si no es igual a Dios? Ahora bien, ¿cómo es igual, si el Padre es Dios y él no es Dios? Por tanto, donde uno dice «La Palabra era Dios»40 el otro dice «No ha considerado rapiña ser igual a Dios»; y, donde uno [dice] «La Palabra se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros»41, el otro [dice]: Sino que se ha vaciado a sí mismo asumiendo forma de siervo42. Atended. Por haberse, pues, hecho hombre, porque la Palabra se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros, por eso se ha vaciado a sí mismo asumiendo forma de siervo. ¿Qué [es], en efecto, se ha vaciado? No que haya perdido la divinidad, sino que se ha vestido la humanidad, apareciendo a los hombres lo que no era antes de ser hombre. Apareciendo así, se ha vaciado, esto es, conservando la divinidad de la majestad y ofreciendo el vestido de la carne de la humanidad. Porque, pues, se ha vaciado a sí mismo asumiendo forma de siervo, no recibiendo forma de Dios —pues al hablar de la forma de Dios, no ha dicho «ha asumido», sino como existiese en forma de Dios; en cambio, cuando se llegó a la forma de siervo, dice «asumiendo forma de siervo»—, por eso, pues, es mediador y cabeza de la Iglesia43, mediante el cual somos reconciliados con Dios44, mediante el sacramento de su condición baja, de su pasión, resurrección, ascensión y juicio futuro, de forma que, si bien Dios ha hablado una sola vez45, se oyen las dos afirmaciones. ¿Dónde se oyen las dos? Donde paga a cada uno según sus obras46.

12. Aferrados, pues, a esto, no os extrañéis de las cuestiones de los hombres, las cuales, según ha dicho el apóstol, serpean como cáncer47, sino custodiad vuestros oídos y la virginidad de vuestra mente, como desposados por el amigo del esposo con un único varón, para ser presentados al Mesías como virgen casta48. La virginidad del cuerpo se da en pocos de la Iglesia, la virginidad de la mente debe darse en todos. Esta virginidad quiere corromper la serpiente de la que idéntico apóstol dice: Os he desposado con un único varón para presentar a Cristo una virgen casta. Y temo que, como la serpiente sedujo con su astucia a Eva, así vuestros sentidos se corrompan de la castidad que es en el Mesías49. Vuestros sentidos —dice— esto es, vuestras mentes. En verdad, esto es más propio, pues los sentidos se entienden también de este cuerpo: ver, oír, oler, gustar, tocar. El Apóstol ha temido que se corrompan nuestras mentes, donde está la virginidad de la fe. Ahora, pues, oh alma, conserva tu virginidad, que después ha de ser fecundada en el abrazo de tu esposo. Vallad, pues, como está escrito, vuestros oídos con espinas50. Ha turbado a los hermanos débiles de la Iglesia la cuestión de los arrianos, pero la fe de la Iglesia ha vencido con la misericordia del Señor, pues él no ha abandonado a su Iglesia, aunque turbada por un tiempo, para que siempre se suplique a Dios, que la confirmará en roca sólida. Y todavía musita la serpiente y no calla: con cierta oferta de ciencia busca echar del paraíso de la Iglesia a quien no permitirá volver a ese paraíso de donde primeramente fue echado51.

13. Atended, hermanos míos: lo que sucedió en el paraíso, esto sucede en la Iglesia. Nadie se os lleve de este paraíso; baste haber caído de allí; corrijámonos, siquiera experimentados. Ella es la serpiente que siempre sugiere impiedad; ella alguna vez promete impunidad, como la ha prometido allí; «No moriréis de verdad»52 —dice— porque Dios ha dicho: Moriréis de verdad53. Tales cosas sugiera ahora, para que los cristianos vivan mal: «¿Acaso ha de perder a todos?». Él dice: «Condenaré, perdonaré a quienes se muden; muden sus hechos, mudo mis amenazas». Ella es, pues, la que murmura, musita y dice «He aquí que está escrito: Mi Padre es mayor que yo»54, ¿y tú lo dices igual al Padre? Acojo lo que dices y acojo una y otra afirmaciones, pues leo una y otra. ¿Por qué tú acoges una sola, no quieres la otra? En verdad, has leído conmigo una y otra. He aquí que no de ti sino del evangelio acojo «Mi Padre es mayor que yo»; del Apóstol también tú acoge que es igual a Dios55. Une una y otra; concuerden una y otra porque, quien ha hablado en el evangelio mediante Juan, ése ha hablado mediante Pablo en la carta. Ése no puede discordar consigo; tú empero no quieres entender la concordia de las Escrituras, cuando te gusta litigar.

«Mas —dice— lo pruebo por el evangelio: El Padre es mayor que yo». También yo, por el evangelio: El Padre y yo somos uno56. «¿Cómo son verdad una y otra afirmaciones?». ¿Cómo nos enseña el apóstol? Oye. El Padre y yo somos uno: Como existiese en forma de Dios, no ha considerado rapiña ser igual a Dios57. Oye. El Padre es mayor que yo: Sino que se ha vaciado a sí mismo asumiendo forma de siervo58. He aquí que yo he mostrado por qué es mayor; muestra tú en qué es igual, pues hemos leído una y otra afirmaciones. Menor que el Padre es en cuanto es hijo de hombre; igual al Padre en cuanto Hijo de Dios, porque la Palabra era Dios59. El mediador60 es tanto Dios cuanto hombre: Dios igual al Padre, hombre menor que el Padre. Es, pues, igual y menor: igual en forma de Dios; menor en forma de siervo. Tú, pues, di por qué es igual. ¿Acaso es igual en una parte y menor en otra? ¡Ea, exceptuada la suscepción de la carne, muéstramelo igual y menor! Quiero ver cómo lo demostrarás.

14. Atended a que la estólida impiedad sabe de carne, como está escrito: Saber según la carne es muerte61. Dejo aún aparte la encarnación de nuestro Señor, único Hijo de Dios, y todavía no hablo de [ella]; más bien, como si aún no hubiese sucedido lo que ya ha sucedido, contigo atiendo: En el principio existía la Palabra y la Palabra existía cabe Dios y la Palabra era Dios62; contigo atiendo: Como existiese en forma de Dios, no ha considerado rapiña ser igual a Dios63. Muéstramelo ahí menor. ¿Qué vas a decir? ¿Vas a dividir a Dios por cualidades, esto es, por ciertas afecciones corporales o animales, en las que percibimos que hay esto y aquello? Puedo, sí, hablar naturalmente, mas Dios verá si sucede que entendáis.

Como había yo, pues, comenzado a decir, antes de la suscepción de la carne, antes de que la Palabra se hiciese carne y habitase entre nosotros64, muéstrala menor, muéstrala igual. ¿Acaso Dios es esto y aquello, de forma que por una parte es hijo menor que él, por otra, igual? Por ejemplo, si dijese yo «Son ciertos cuerpos», podrías decirme: «Es igual en longitud pero menor en robustez», pues con frecuencia se presentan dos cuerpos tales, que son iguales en estatura de longitud, mas en robustez uno es menos, otro, más. ¿Vamos, pues, a pensar tales cuerpos, por así llamarlos; vamos a pensar así a Dios y a su Hijo? Retire Dios de los corazones de los cristianos estos pensamientos. Todo él existió cabe el Padre, todo en carne, todo sobre los ángeles. Mas ¿quizá pensarás de forma que digas: «Tanto en robustez cuanto en longitud son iguales, mas en color dispares?». ¿Dónde hay color sino en los cuerpos? En cambio allí está la luz de la sabiduría. Muéstrame el color de la sabiduría. Muéstrame el color de la justicia. Si estas realidades no tienen color, tú, si tuvieses color de pudor, ¿dirías de Dios esas cosas?

15. ¿Qué vas a decir, pues? ¿En potestad son iguales pero en prudencia es menor el Hijo? Injusto es Dios si a prudencia menor dio potestad igual. Si en prudencia son iguales, mas en potestad es menor el Hijo, envidioso es Dios, que a prudencia igual dio potestad menor. Mas en Dios todo lo que se dice es lo mismo, pues en Dios no es una cosa la potestad, otra la prudencia, otra la fortaleza, otra la justicia u otra la castidad. Cualquiera de estas que dices de Dios, no se entiende como realidad distinta, y nada se dice dignamente, porque estas realidades son de las almas, a las que esa luz inunda en cierto modo y afecta según las cualidades de ellas. Como, cuando esta luz visible sale para los cuerpos, si se la quita, todos los cuerpos tienen único color, más bien, al contrario no se ha de hablar de color alguno; en cambio, cuando, lanzada, ilumina los cuerpos, aunque ella sea de un modo solo, asperja sobre ellos nitores diversos según las diversas cualidades de los cuerpos. Éstas son, pues, afecciones de las almas, a las que afecta bien esa luz que no es afectada, y formadas por esa luz que no es formada.

16. Sin embargo, de Dios decimos esto porque no encontramos algo mejor que decir. Justo designo a Dios porque nada mejor encuentro entre las palabras humanas, ya que él está más allá de la justicia. Se dice en las Escrituras: Justo es el Señor y ha amado la justicia65. Pero también allí se dice que Dios se arrepiente, allí se dice también que Dios ignora66. ¿Quién no se espantará? ¿Dios se arrepiente, Dios ignora? Sin embargo, a estas palabras de que te espantas desciende saludablemente la Escritura, para que no imagines dignamente dichas las que supones grandes. Como si quisieras creer que Dios se arrepiente de algo según el afecto humano, y otro que ya ha entendido mejor te corrigiese, al exponerte, si en las Escrituras encuentras algo así, que [eso] está dicho no porque Dios padece algo tal cual tú, con dolor de corazón en la condenación de un proyecto o acción tuyos, sino que, porque se esperaba que haría una cosa y hace otra —porque cambia contrariamente a lo que los hombres imaginan— se dice que se arrepiente; mas figuradamente, porque, si los hombres hacen algo así, si se apartan de lo propuesto, lo hacen arrepintiéndose, mientras que el fijo y eterno designio de él permanece67.

Y así, si preguntas «¿qué se dice de Dios dignamente?», tal vez te responda diciendo que es justo. En cambio, otro entendedor mejor que éste te dirá que la excelencia de aquel supera esa palabra, y que incluso esta se dice de Dios indignamente, si bien según la capacidad de los hombres se diga más congruentemente. Mas, como quisiere él probarlo por las Escrituras, porque está escrito «Justo es el Señor», rectamente se le responde que en idénticas Escrituras está puesto que Dios se arrepiente. Como no entiendes esto según la costumbre de los hablantes —cual suelen arrepentirse los hombres—, así entiendes que designarlo justo no compete a su supereminencia, aunque la Escritura haya puesto bien esto, para que mediante cualesquiera vocablos, el ánimo sea conducido gradualmente a lo que no puede ser dicho. Designas, sí, justo a Dios, mas entiende tú algo más allá de la justicia que sueles pensar también del hombre. Mas las Escrituras lo han designado justo; por eso lo han designado tanto arrepentido cuanto ignorante, cosa que ya no quieres decir. Como, pues, entiendes que lo que te horroriza está dicho en atención a tu debilidad, así esto que mucho valoras ha sido dicho en bien de alguna debilidad de los fuertes. Ahora bien, quien haya trascendido esto y, cuanto se le concede al hombre, haya comenzado a pensar dignamente acerca de Dios, hallará el silencio que la inefable voz del corazón ha de loar.

17. Porque, pues, en Dios, hermanos, la fuerza es lo mismo que la justicia —y cualquier cosa que de él dijeres, dirás lo mismo, pues empero nada digno dirás—, no puedes decir que por la justicia el Hijo es igual al Padre y que no es igual por la fuerza, o que es igual por la fuerza y no lo es por el conocimiento, porque, igual en alguna realidad, es igual en toda realidad, porque todo lo que dices ahí es idéntico y vale lo mismo. Basta, pues, de que no puedes decir cómo el Hijo es igual al Padre, si no concedes ciertas diversidades en la sustancia de Dios, concedidas las cuales, la verdad te enviará fuera y no accederás al santuario68 en que se la ve sincerísima. Además, puesto que, pues en Dios no hay partes, no puedes designarlo igual en una parte e inigual en otra, no puedes designarlo igual en una cualidad, menor en otra, porque en Dios no hay cualidades; en cuanto Dios, no puedes designarlo igual, si no lo designas igual absolutamente. ¿Por qué puedes, pues, designarlo menor, sino porque ha tomado forma de siervo?69 Por tanto, hermanos, advertid siempre esto. Si en las Escrituras recibiereis alguna regla, la Luz en persona os mostrará todo. Si en alguna parte halláis que el Hijo es denominado igual al Padre, entendedlo según cierta esencia de la divinidad; si en alguna parte halláis [que es denominado] menor, entended[lo] según la asumida forma de siervo; según lo que está dicho «Yo soy quien soy»70, y según lo que está dicho «Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob»71; así mantendréis lo que es en su naturaleza y lo que es en su misericordia.

18. Ahora bien, no os haga vacilar lo que el Señor ha dicho en el evangelio y lo que ahora hemos cantado en el salmo72, porque también esto está dicho según esta diferencia. Ahora bien, para que yo exponga e insinúe con testimonio muy manifiesto, está dicho en el evangelio: A mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios73. A mi Padre y a vuestro Padre: no os conturbe, pues el Hijo siempre tiene al Padre, nunca el Hijo es no engendrado, nunca el Padre no lo es; en cambio, es Padre nuestro de otro modo, mediante la misericordia de la adopción. A él [lo] ha engendrado, a nosotros [nos] ha adoptado. Lo ha engendrado antes del lucífero74, que no entendáis una estrella; sino que místicamente es lucífero por ser portador de luz; no porque sea luz, sino porque para ser portador de luz lo ilumina la luz.

En verdad, también del arcángel que no se mantuvo en la verdad75 se ha dicho que salía como lucífero76, mas no se mantuvo en esa luz. Se designa, pues, lucífero a toda alma, que es iluminada para lucir; si se retirase de la luz iluminante, se entenebrece. Por eso, Juan evangelista dice del Señor en persona: Era la luz verdadera77. Y, como si alguien preguntase «Qué significa luz verdadera» —dice «Que ilumina a todo hombre»78; no, pues, que es iluminada, sino que ilumina. En cambio, de Juan Bautista dice: No era él la luz79. Pero ¿qué clase de luz no era él? La que ilumina80 y no es iluminada, ya que, pues de su plenitud81 había recibido, Juan era la luz que es iluminada. Por eso dice el Señor en persona: Y vosotros quisisteis exultar un momento en su luz82. Y a sus discípulos dice «Vosotros sois la luz del mundo»83, pues son iluminados para ser luz; mas él era la luz verdadera que ilumina a todo hombre84; otra cosa fue hecha la luz que es iluminada. La luz, pues, verdadera, que ilumina, esto es nuestro Señor Jesucristo; en cambio, la luz hecha que es iluminada, esto Juan, esto los apóstoles, esto todas las almas santas y los beatísimos espíritus intelectuales que, recibiendo la luz, son lucíferos.

Antes del lucífero, pues, te he engendrado, a saber, antes de toda criatura. Ha de entenderse: antes de toda criatura, en la que tiene el principado la criatura espiritual y racional, que, iluminada, es portadora de luz. En nuestro Señor Jesucristo, pues, retengamos, hermanos, una y otra realidad: según la que es Dios, es igual al Padre; según la que es hombre, es menor que el Padre.

Mas —lo que yo había comenzado a decir—, nadie se moleste porque dice «Mi Padre y vuestro padre»85, pues siempre es Padre del Hijo unigénito, este siempre ha nacido y ha nacido antes del lucífero, esto es, antes de toda criatura que iluminando es hecha luz. Rectamente, por tanto, mi Padre y vuestro Padre, porque de él hemos recibido nosotros ser hijos de Dios, el cual nos ha dado potestad de ser hechos hijos de Dios86. Y a Vuestra Caridad es bien conocida la adopción nuestra, de que habla el apóstol, de la que dice «Aguardando la adopción, la redención de nuestro cuerpo»87; y de nuevo: Ha enviado Dios a su hijo, hecho de mujer, hecho bajo Ley, para redimir a quienes estaban bajo Ley, de forma que recibiéramos la adopción de hijos88. Con razón, pues, dice primero en singular «mi Padre», después «vuestro Padre». Pero ¿cómo «Dios mío y Dios vuestro»? Si la regla es ya conocida, ¿qué aguardáis de mí? «Mi Padre», siempre; «mi Dios», desde que soy hombre. Oye el salmo que se ha leído: En ti he sido lanzado desde el útero, desde el vientre de mi madre tú eres mi Dios89. Supongo que queda dicho suficientemente también sobre el modo en que nuestro Señor Jesucristo, salvador nuestro, cabeza de la Iglesia90, hecho mediador mediante el cual somos reconciliados con Dios91, es insinuado en las Escrituras Dios y hombre.

19. El modo tercero es cómo se predica a Cristo todo en cuanto Iglesia, esto es, cabeza y cuerpo. En efecto, tanto la cabeza cuanto los miembros son un único Cristo, no porque sin el cuerpo no sea íntegro, sino porque se ha dignado ser íntegro con nosotros quien, aun sin nosotros, también es siempre íntegro, no sólo en lo que la Palabra es el Hijo unigénito, igual al Padre, sino en el hombre mismo al que ha tomado y junto con el que simultáneamente es Dios y hombre. Ahora bien, hermanos, ¿cómo nosotros [seríamos] su cuerpo, si también con nosotros no [fuese] el único Cristo? ¿Dónde encontramos esto, que el único Cristo es cabeza y cuerpo, esto es, cuerpo con su cabeza, esposa con su esposo? Como en singular habla en Isaías, y habla único e idéntico, y ved qué dice: Como a esposo me ha atado la mitra, y como a esposa me ha vestido de adorno92. De la misma persona dice esposo y esposa: esposo, según la cabeza, esposa según el cuerpo. Parecen dos, y es único. En caso contrario, ¿cómo somos miembros de Cristo, pues el Apóstol dice abiertísimamente: Vosotros sois cuerpo y miembros de Cristo?93 Si somos miembros de Cristo, todos juntos somos también cuerpo: quienes estamos no sólo en este lugar, sino también por toda la tierra; ni sólo quienes existen en este tiempo, sino —¿qué voy a decir?— desde Abel el Justo94 hasta el final del tiempo, cuando las personas ya no engendran ni son engendradas, cualquier justo que por esta vida hizo tránsito, cualquiera que está ahora aquí —esto es, no en este lugar, sino en esta vida—, cualquiera que nazca después, todos ellos son el único cuerpo de Cristo, cada uno empero miembro95.

Si, pues, todos somos cuerpo, cada uno empero miembro, hay una cabeza a que pertenece este cuerpo. Y él es —dice— cabeza del cuerpo, de la Iglesia, primogénito, él, poseedor del primado96. Y, porque de él afirma también que es cabeza de todo principado y potestad97, esta Iglesia que ahora es peregrina se añade a la Iglesia celeste, donde tenemos de ciudadanos a los ángeles —en verdad, desvergonzadamente nos arrogaríamos serles iguales tras la resurrección de los cuerpos, si la Verdad no lo prometiese diciendo «Serán iguales a ángeles de Dios»98. Por otra parte, la única Iglesia es hecha ciudad del gran rey99, cuyo Hijo, tomando carne de la parte peregrina de ella, ha querido también ser su rey y su fecundador, para volver a llamar lo que de allí se había desviado. En efecto, en figura de misterio ella es la Sion de la que está escrito «"Madre Sión", dirá un hombre, y un hombre ha sido hecho en ella y el Altísimo en persona la ha fundado»100, esto es, el mismo que, como fuese de condición bajísima, en ella ha sido hecho hombre, el Altísimo en persona, la ha fundado, porque todo ha sido hecho por medio de él y sin él nada ha sido hecho101. A un cuerpo truncado no se le puede designar íntegro sin cabeza, sino que la cabeza quiere ser admirada con su cuerpo. Y Cristo es único con su cuerpo por dignación, no por necesidad, pues nosotros necesitamos el bien de Dios, Dios no necesita nuestro bien. Oye a un profeta: He dicho al Señor: «Mi Dios eres tú porque no careces de mis bienes»102.

20. En las Escrituras, pues, a veces se insinúa a Cristo, de modo que entiendas que la Palabra es igual al Padre; a veces, de modo que entiendas al hombre mediador, cuando la Palabra se ha hecho carne, para habitar entre nosotros103, cuando el Unigénito, mediante el que todo ha sido hecho104, no ha considerado rapiña ser él igual a Dios sino que se ha vaciado a sí mismo asumiendo forma de siervo, hecho obediente hasta la muerte de cruz105; a veces, por otra parte, de modo que entiendas cabeza y cuerpo, pues el mismo apóstol expone abiertísimamente lo que en el Génesis está dicho de marido y esposa: Y existirán —dice— los dos en única carne106. Para que no parezca que oso decir algo por conjeturas mías, atendedle exponer. Y existirán —dice— los dos en única carne; y ha añadido: Este sacramento es grande107. Y, para que alguno no supusiese que está en marido y esposa según las naturales mezcla corporal y copulación de uno y otro sexo, dice: Ahora bien, yo hablo respecto a Cristo y a la Iglesia108.

Así pues, según esto de «respecto a Cristo y a la Iglesia» se entiende lo que está dicho: Existirán los dos en única carne; no ya dos, sino única carne109. Como esposo y esposa, así cabeza y cuerpo, porque cabeza de la mujer es el marido110. Ora, pues, diga yo cabeza y cuerpo, ora diga esposo y esposa, entended una única realidad. E idéntico apóstol, como aún fuese Saulo, ha oído «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?»111, porque el cuerpo se une a la cabeza; y asimismo, como el ya predicador de Cristo padeciese de otros lo que él, perseguidor, había hecho, dice «Para suplir en mi carne lo que falta de las presuras del Mesías»112, para mostrar que lo que padecía tenía que ver con las presuras del Mesías. Esto no puede entenderse según la cabeza, que, ya en el cielo, nada tal padece, sino según el cuerpo, esto es, la Iglesia113, porque el cuerpo es con su cabeza único Cristo.

21. Exhibíos, pues, como cuerpo digno de cabeza tal, como esposa digna de esposo tal. Esa cabeza no puede tener sino un cuerpo condigno, ni ese marido se casa sino con esposa digna de sí. Para exhibir para sí —dice— gloriosa la Iglesia, que no tiene mácula, arruga o algo por el estilo114. Ésta es la esposa de Cristo, que no tiene mácula o arruga. ¿No quieres tener mácula? Haz lo que está escrito: Lavaos, estad limpios, retirad de vuestros corazones las nequicias115. ¿No quieres tener arruga? Estírate a la medida de la cruz, pues es preciso no sólo que te laves, sino también que te estires para estar sin mácula o arruga. Mediante el lavacro, en efecto, quedan retirados los pecados; mediante el estiramiento, en cambio, se realiza el deseo del siglo futuro, a causa del cual Cristo ha sido crucificado. Oye a Pablo mismo lavado: No —dice— en atención a las obras de justicia que hemos hecho, sino según su misericordia nos ha hecho salvos mediante el lavacro de la regeneración116. Óyelo estirado: Olvidado —dice— de lo de atrás, estirado a lo que está delante, según la intención sigo hacia la palma de la superna vocación de Dios en Cristo Jesús117. Con razón, pues, él, sin mácula de iniquidad y sin arruga de corazón doble, como bueno y leal amigo del esposo118, desposa una virgen casta sin mácula y arruga para exhibirla a él, único marido119. En efecto, no sin causa se conmemora la profecía de Isaías junto al camino del batanero120.

22. Tales cosas están todas en sacramento: cualesquiera realidades que en la Escritura suenan como absurdas, como innecesarias, están cerradas, pero no cerradas e inanes: Dios cierra sobre algo pleno, pero para abrir busca a quienes llamen a la puerta121. En todo caso, pesa tú. En efecto, para decir yo algo hilarantemente, cuando los niños se compran nueces, para que no los engañen las pesan con la mano y, cuando encuentran que pesan, con gran seguridad tienen lo que aún está cerrado. Pesa, pues, cuando oyes algunas afirmaciones cerradas en tan santas Escrituras, tan ilustres, conocidas al mundo universo, difundidas en todo el disco de las tierras: desde que se predican hasta este tiempo, nada ha sucedido en los asuntos humanos, sino lo que ahí ha sido predicho. Grande es, pues, el peso de la autoridad.

Según este peso pesa tú las afirmaciones, y tu alma, que quizá ya quería despreciarlas, dígate lo que está dicho: Y existirán los dos en única carne122. Ya se decía ella: «¿Qué es esto? ¿Verdaderamente, que Dios había de cuidar de cómo se mezclan varón y fémina, para decir "Existirán los dos en única carne?"». No arrojes; niño eres, pesa. «Y ¿cómo —dice— pesaré?». Dite: «En verdad esto diría cualquier estulto, mucho más cualquiera al que se designa hombre de Dios. Moisés, que ha escrito estas cosas, al menos ha tenido corazón mediocre». Porque no sin causa estos escritos se han dado a conocer al universo mundo y por el universo mundo las honra la religión de los creyentes, añade tú: «No sin causa diría "existirán los dos en única carne", sino porque ahí no hay no sé qué, que horroriza al pensamiento humano; más bien, de algún modo está cerrado. No está inane». Cuando te dices esto, pesas; si [lo] has pesado, has encontrado que es grave; seguro lo tienes. Pero quizá eres niño tan inválido, que no puedes romperlo; limítate a tenerlo y disfruta, sábete que tienes algo lleno; no faltará quien rompa y alimente. «Y ¿quién —dice— partirá»? Absolutamente hay quien parta —comportémonos como con un chiquillo—, dalo a cierto padre blando que ha dicho: Digo esto no para confundiros, sino que os aviso como a hijos míos carísimos123. Ahí está el Apóstol, sin duda es padre de algún modo, te parte lo que llevas cerrado, lo que ya has pesado y percibiste de peso. Partirá —no temas— quien, cuando dice «Aunque tenéis muchos pedagogos en Cristo, sin embargo, no tenéis muchos padres, pues en Cristo Jesús mediante el Evangelio os he engendrado yo»124, hacia ti tiene caridad paterna, y asimismo materna, cuando dice: Me he hecho chiquillo en medio de vosotros, como nodriza que cuida a sus hijos125. No ha dicho «madre», porque a veces las madres, ora las más delicadas, ora las que no aman a sus hijos, cuando los paren los entregan a otras para que los nutran. De otra parte, si sólo hubiese dicho «como nodriza que cuida», y no hubiese añadido «a sus hijos», parecería que los recibía para nutrirlos como si los hubiese parido otra. Se declara nodriza porque los alimentaba, y los declara hijos suyos por haberlos parido él, pues dice: Hijitos míos, a los que paro de nuevo, hasta que Cristo se forme en vosotros126. Pare empero como pare la Iglesia: con su útero, no con su semen.

Da, pues, a este padre o esta madre —llámalo lo que quieras; no se aíra, pues por afecto ha querido ser una y otra cosa, pues es neutro en sexo—, da, para que parta lo que llevas encerrado, de tanto peso, de tanta autoridad. Está escrito en el libro del Génesis127; no es cosa leve, algo encerrado se oculta ahí. ¿Acaso no parece que ha dicho algo quien ha dicho «sacramento»? En efecto, lo percibo: es de peso, pero aún está cerrado. Ahora bien, yo hablo —dice— respecto a Cristo y a la Iglesia128. Aquí hay comida: aliméntate [tú] que no [la] has despreciado cerrada. En cambio, quien, cerrada, [la] desprecie y arroje, no llegará a la comida.

23. Por haber conmemorado yo la nuez, de una cosa me viene a la mente otra que he entrelazado a este discurso, congruentísimamente por cierto, porque ha sucedido que yo he tratado de sacramentos cerrados. Jacob, en efecto, no en vano puso tres varas diversas en el agua, de donde al tiempo de su apareamiento bebiesen los ganados, y quiso que fuesen no de tronco único sino de diversos. Para el efecto que se tramaba, bastaba ciertamente que fuesen de tronco único; tampoco era preciso que fuesen tres, sino menos o más, para poner en las aguas sólo varas diversas. ¿Qué significa, pues, que puso tres varas y de tres troncos129, sino que intima un misterio, pero éste está cerrado? Según las fuerzas que el Señor se digne darme, partiré y abriré para vosotros.

Con su suegro, cuyas ovejas apacentaba, había pactado Jacob que, si algo moteado nacía o entre las ovejas o entre las cabras, sería suyo, esto es, pertenecería al salario del pastor130. Por eso procuraba esto, sirviéndose de las varas moteadas, para que los ganados, al verlas en el momento de la concepción, por el deseo de algo tal, impreso a través de los ojos, concibiesen fetos desiguales131. En los ganados desiguales se significaba la variedad de gentes. Por una parte, los ganados eran de única especie, por otra, concebían a desiguales y parían a desiguales. Ciertamente, de la única gente de los judíos existieron los primeros predicadores del Evangelio; mas, para que fuesen engendradas muchas gentes, convenía que concibiesen a desiguales y pariesen a desiguales. Y ésta es la porción de Jacob132, pues en Jacob se prefiguraba a Cristo. Menor, ciertamente, ese pueblo en Jacob, por lo que está dicho: Y el mayor servirá al menor133. Ya reconocéis que he expuesto a Vuestra Santidad sobre Esaú y Jacob, a quien en la bendición que tomó del padre está dicho: Te servirán todas las gentes134. La variedad de gentes, pues, tenía que ver con Jacob; mas si los anunciadores no fuesen del pueblo de los judíos, de forma que ganados de única especie concibieran de la bebida de las varas, no parirían a los fieles mediante la variedad de gentes.

24. Pero ¿cómo concebirían los ganados la variedad de gentes? Ciertamente esto pudo hacerse de las tres varas. A punto de concebir, en efecto, estaban los animales, cuando él diversificó las varas, esto es, en lugares las excorió a intervalos y las puso en las aguas, de donde, en bebiendo, sacasen el deseo de la diversidad que aparecería en los colores de los nacientes135. Pero ¡de cuántas varas y de qué especie podría hacerse esto! Ahora bien, el sacramento del futuro pueblo cristiano no era conocido al pueblo de los judíos, sino a pocos santos profetas y a pocos doctores de la Ley envidiosos, a los que dice el Señor: Ay de vosotros que tenéis las llaves del reino de los cielos; ni entráis ni permitís a otros entrar136. Ellos están significados también en la semejanza, donde los arrendadores de la viña, que no pagaban el arriendo, dijeron: Este es el heredero. Venid, matémoslo, y nuestra será la heredad137. No lo dirían si no conociesen de alguna manera a Cristo, cuya divinidad empero, por la que es igual al Padre, se les ocultaba, ya que, si la hubiesen conocido, nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloria138. Mas no de su número ha enviado predicadores quien ha elegido lo débil del mundo para confundir lo fuerte139, de forma que se pudiese decir: ¿Dónde el sabio? ¿dónde el letrado; ¿dónde el investigador de este mundo? ¿Acaso no ha hecho Dios estulta la sabiduría de este mundo?140 Por lo cual, el sacramento que les estaba escondido, revelado a indoctos e ignorantes141, mediante el bautismo de Cristo ha sido intimado también a naciones varias; por eso, de las tres varas puestas en el agua concibieron los ganados fetos varios.

En efecto, mientras se predicaba a Dios Padre, mas estaba oculta la encarnación del Hijo, la cual aún era preanunciada proféticamente y poquísimos la entendían, no era parida la variedad de gentes. Ahora bien, esto sucedió para que de las tres varas bebiesen las ovejas, esto es, los primeros israelitas, mediante los que naciese a la suerte de Jacob, esto es, a la heredad de Cristo, la variedad de gentes; de esos israelitas dice el Apóstol: También yo soy israelita de la semilla de Abrahán, de la tribu de Benjamín142. En verdad, israelitas eran Pedro, Andrés, Juan, Santiago, los otros apóstoles y los demás predicadores primeros de Cristo, de los que el Apóstol dice que deudores de ellos son las gentes; en efecto, si las gentes han tenido parte —dice— en las realidades espirituales de ellos, deben estar a su servicio también con las carnales143. Esos israelitas, pues, eran como ganados de única especie, porque eran de única raza; en cierto modo bebieron el sacramento de la encarnación del Señor, para mediante el sacramente de la encarnación del Señor parir mediante el Evangelio gentes varias, esto es, variedad de ganados.

25. ¿Cómo, pues, se muestra en las tres varas el sacramento de la encarnación del Señor? ¿De dónde procedieron las varas? Una fue de nogal, otra de plátano, otra estiracácea144. Así está escrito. Interroguemos, por tanto, a nuestra fe cómo es la encarnación del Señor. Lo creemos, en efecto, nacido del Espíritu Santo y de María virgen. El nacido pertenece a la vara de nogal, pues como en la nuez se llega al fruto mediante el leño, así nuestro Señor Jesucristo no nos llevaría, si a su cuerpo no llegásemos mediante el leño de la cruz. Esto está tan claro, que con vuestra intelección os habéis adelantado a mi voz; antes de explicar yo lo que había comenzado a decir, lo habéis declarado con vuestra voz. ¿Quién os ha conducido a este alimento, de forma que habéis entendido tan rápidamente, sino el que ha estado colgado en el leño?145 En efecto, no seríais cristianos sino gracias a la cruz del Señor; si no fueseis cristianos, no comprenderíais esto tan pronto y tan suavemente.

¿Con qué tiene que ver la vara de plátano? Decimos que Cristo ha nacido del Espíritu Santo. Opino que la vara de plátano tiene que ver congruentemente con el Espíritu Santo, pues no se duda que la vara que resta, la estiracácea, en atención al olor suavísimo se ha de atribuir a la inviolada integridad de María, pues la fama de la natividad del Señor, fama de agradabilísima fragancia y suaveolencia, ha surgido de haber él nacido de virgen. Más laboriosa es la intelección respecto a la vara de plátano, cómo pueda demostrarse que tiene que ver con el Espíritu Santo. Con ayuda de vuestras oraciones asistirá el Señor, y, mediante mi ministerio y servicio humilde y devoto a vuestros progresos, os abrirá cómo debemos entender que la vara de plátano es el Espíritu Santo.

Busco qué elegir en el plátano y encuentro que se alaba al árbol del plátano no por otra razón, sino porque ofrece am­plísima sombra a quienes descansan del calor. Quienes saben que [este] árbol es así, entienden que digo verdad. Para esto se elige el árbol del plátano y se apetece, por la latitud de sombra y la delectación de la opacidad, donde descansamos del calor. Ahora bien, María virgen, que había de concebir al hijo no por el calor de la libido sino con cierto refrigerio de fidelísima cas­tidad e incorrupta virginidad, no boquiabierta por avidez de abrazos viriles sino concibiendo por fe, virgen preñada, virgen paritura, virgen constante, ha recibido, pues, del Espíritu Santo estas cosas. El Espíritu en persona le otorgó refrigerio del calor de toda concupiscencia carnal, y por eso está figurado median­te la vara de plátano. Miento, si en el evangelio mismo el ángel no le habla y dice: El Espíritu de Dios vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra146.

26. Ya, pues, dilectísimos, como el Señor ha querido, no por mérito mío sino en atención a nuestra fe, ofrece lo que él se digna. Como siempre digo y nunca ha de callarse: todo avance de la palabra encuéntrese en vuestras obras. Muy mísera es la tierra que, aunque bien regada, o no produce frutos o inclu­so engendra espinas147. Compadeced conmigo a esos a quienes lloramos. Suelo decir que durante estos días festivos de los paganos se han de practicar ayunos para rogar a Dios por los paganos mismos. Pero de los infelices excesos de muchos siento tal horror, que os exhorto, hermanos, a orar conmigo por algunos hermanos cristianos, para que so­porten que alguna vez los enmienden y corrijan de esta nequi­cia. ¿Qué es, pues, este mal, cuán grande es y cuán deplorable? No desprecia entretenimientos tan pequeños, tan inanes: ¿qué ha de despreciar, qué ha de sufrir por Cristo tal cristiano, cuan­do llegue alguna prueba de tribulación? A quien la saliva ahoga ¿cómo arrebata el río? No haya dicho yo, pues, hermanos, no haya dicho en vano a Vuestra Santidad mi dolor. Quienes están hoy aquí, que ayer no han ayunado, duélanse de haber vivido así los demás días festivos de los paganos, triste yo por ellos, y dígnense alguna vez quitarme a mí la tristeza y a ellos mismos la nequicia.