SERMÓN 340A (Guelf 32)1

Traducción: Pío de Luis

En la ordenación de un obispo

1. El sermón del día de hoy es el tercero que dirijo a Vuestra Caridad desde que el Señor se dignó traerme hasta vosotros. En los dos días anteriores habéis escuchado lo que os concierne a vosotros sobre todo. Hoy, por gracia y misericordia de Dios, se os consagra el obispo; en consecuencia, debo hablaros de ello, de manera que, a la vez, sirva de exhortación para mí, de instrucción para él y de enseñanza para vosotros. El que preside a un pueblo debe tener presente, ante todo, que es siervo de muchos2. Y no lo rehúse; repito, no rehúse ser siervo de muchos, porque ni siquiera el Señor de los señores desdeñó servirnos a nosotros3. De la hez de la carne se les había infiltrado a los discípulos de Cristo el Señor, nuestros apóstoles, un cierto deseo de grandeza, y el humo de la altivez había comenzado a llegar ya a sus ojos. Pues, según leemos que está escrito en el Evangelio, surgió entre ellos una disputa sobre quién era el mayor4. Pero el Señor, médico que se hallaba presente, sajó aquel tumor. Cuando vio qué vicio había originado aquella disputa, poniendo delante algunos niños, dijo a los apóstoles: Quien no se haga como este niño no entrará en el reino de los cielos5. En la persona del niño les encareció la humildad. Pero no quiso que los suyos tuviesen una mentalidad infantil, puesto que dice el Apóstol en otro lugar: No os hagáis como niños en la forma de pensar. Y añadió: sino sed niños en la malicia, para ser perfectos en el juicio6. La soberbia es gran malicia, la primera de todas, el principio y el origen, la causa de todos los pecados; ella derribó al ángel y le hizo diablo. Este, derribado, dio a beber el cáliz de la soberbia al hombre, que aún se mantenía en pie; encaramó hasta la soberbia a quien fue hecho a imagen de Dios, ahora ya indigno, por soberbio. Tuvo envidia de él, y lo convenció para que despreciase la ley de Dios y disfrutase de su poder. ¿Y cómo lo convenció? Si coméis, les dijo, seréis como dioses7. Ved, pues, si no fue la soberbia lo que los persuadió. Habiendo sido hecho hombre, quiso ser Dios; tomó lo que no era, y perdió lo que era; no que perdiera la naturaleza humana, sino que quedó privado de la felicidad presente y futura. Perdió aquello hacia lo que había de ser elevado, engañado por quien de allí había sido derribado.

2. Es la razón por la que Pablo, al mencionar en la lectura que hemos escuchado las distintas virtudes que ha de poseer un obispo, añadió también esto: No sea un neófito —como un novato en la fe—; no sea que, elevado hasta la soberbia, caiga en el juicio del diablo8. ¿Qué significa el que vaya a dar en el juicio del diablo? No que vaya a ser juzgado por el diablo, sino que vaya a ser condenado con él. El diablo, en verdad, no será nuestro juez, sino que como él cayó por la soberbia, y la soberbia lo hizo impío, será condenado al fuego eterno. Esté atento, pues —dice—, aquel a quien se otorga un lugar encumbrado en la Iglesia, no sea que, elevado hasta la soberbia, caiga en el juicio en que cayó el diablo. Dirigiéndose el Señor a los apóstoles y confirmándolos en la santa humildad, tras haberles propuesto el ejemplo del niño, les dijo: Quien de vosotros quiera ser el mayor, sea vuestro servidor9. Ved cómo no he hecho afrenta alguna a mi hermano, vuestro futuro obispo, al querer e invitarlo a que sea vuestro siervo. Si se la hice a él, antes me la hice a mí mismo; no soy un cualquiera que habla sobre un obispo, sino que hablo siendo yo mismo obispo; y lo que a él aconsejo me infunde temor a mí también, y hago presente a mi alma lo que dijo el santo Apóstol: Corro, pero no a la ventura; lucho, pero no como quien golpea al aire, sino que castigo mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no sea que, predicando a otros, me encuentre con que el reprobado soy yo10.

3. Por tanto, para que lo oigáis en breves palabras, somos vuestros siervos; siervos vuestros, pero, a la vez, siervos junto con vosotros; somos siervos vuestros, pero todos tenemos un único Señor; somos siervos vuestros, pero en Jesús, como dice el Apóstol: Nosotros, en cambio, somos siervos vuestros por Jesús11. Por medio de él somos siervos vuestros, y por medio de él somos también libres. En efecto, dice a los que creen en él: Si el Hijo os libera, seréis verdaderamente libres12. ¿Dudaré, pues, en hacerme siervo por medio de quien, si no me libera, permaneceré en una esclavitud sin redención? Aunque se nos ha puesto para presidiros, somos vuestros siervos; presidimos, pero solo si os somos de provecho. Veamos, por tanto, en qué es siervo el obispo que os preside. En lo mismo en que lo fue el Señor. Cuando dijo a sus apóstoles: Quien de vosotros quiera ser el mayor, sea vuestro servidor13; para que la soberbia humana no se sintiese molesta por ese nombre servil, inmediatamente los consoló, poniéndose a sí mismo como ejemplo en el cumplimiento de aquello a lo que los había exhortado. Quien de vosotros quiera ser el mayor, sea vuestro servidor. Pero advertid cómo: Igual que el hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir14. Investiguemos en qué sirvió. Si nos fijamos en los servicios al cuerpo, vemos que eran los discípulos quienes le servían a él, siendo él quien los enviaba para que comprasen y preparasen los alimentos. En el evangelio está escrito que, al acercarse el día de su pasión, le preguntaron los discípulos: Señor, ¿dónde quieres que te preparemos la comida pascual?15 Él les indica dónde; ellos se van, la preparan y se la sirven. ¿Qué significan, pues, sus palabras: Igual que el hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir? Escucha lo que sigue: No vino —dice— a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos16. He aquí cómo sirvió el Señor, he aquí qué clase de siervos nos mandó ser. Él dio su vida en rescate por muchos: nos redimió. ¿Quién de nosotros es capaz de redimir a otro? Con su sangre y con su muerte hemos sido redimidos de la muerte; caídos como estábamos, con su humildad hemos sido levantados; pero también nosotros debemos aportar nuestro granito de arena en favor de sus miembros, puesto que nos ha hecho miembros suyos17: él es la cabeza, nosotros el cuerpo18. El apóstol Juan, además, nos exhorta en su carta a seguir el ejemplo del Señor, que había dicho que debe ser vuestro servidor quien quiera ser el mayor de vosotros, como el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su alma en rescate por muchos. Exhortándonos, pues, a asemejarnos a él, dijo: Cristo entregó su vida por nosotros; de igual manera, tenemos que entregar nosotros las nuestras por nuestros hermanos19. También el Señor mismo, después de la resurrección, preguntó: Pedro, ¿me amas? Él le respondía: Te amo. Se lo preguntó tres veces, tres veces le respondió; y las tres veces le dijo el Señor lo mismo: Apacienta mis ovejas20. ¿Cómo puedes mostrarme que me amas si no es apacentando mis ovejas? ¿Qué me puedes dar a mí con tu amor, si todo lo esperas de mí? Ahí tienes, pues, lo que has de hacer si me amas: apacienta mis ovejas. Así, una vez, dos y tres. —¿Me amas? —Te amo. —Apacienta mis ovejas. Tres veces lo había negado por temor; tres veces lo confesó por amor. A continuación, después que el Señor había confiado por tercera vez sus ovejas a quien le había respondido y confesado su amor y cuyo temor él había condenado y eliminado, añadió: Cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas a donde querías; pero, cuando seas anciano, otro te ceñirá y llevará a donde tú no quieras. Esto lo dijo indicando de qué muerte iba a glorificar a Dios21. Le anunció su cruz, le predijo su pasión. Dirigiéndose ya hacia ella, el Señor le dijo: Apacienta mis ovejas, sufre la pasión por mis ovejas.

4. Así debe ser el buen obispo, y, si no es así, no será obispo. ¿De qué le aprovecha a un desgraciado llamarse Félix (Feliz)? Si acoges en tu casa a un mendigo lleno de miserias, de nombre Félix, y le dices: «Félix, ven aquí; Félix, vete allá; Félix, levántate; Félix, siéntate», él, a pesar de la múltiple repetición de ese nombre, seguirá siendo un infeliz. Semejante a éste es quien se llama obispo pero no lo es. ¿Qué le aporta la honra asociada al nombre sino agrandar su culpa? ¿Qué es un obispo al que se le llama así, pero no lo es? El que disfruta más con su propio honor que con la salud del rebaño de Dios; quien en este ministerio tan sublime busca sus propios intereses, no los de Jesucristo, recibe el nombre de obispo, pero no lo es; para él es un nombre vacío de contenido. Pero adviertes que los hombres no dicen otra cosa. —¿Viste al obispo? ¿Saludaste al obispo? ¿De dónde vienes? —De visitar al obispo. —¿Adónde vas? —A ver al obispo. Así, pues, para ser lo que indica su nombre, escuche no a mí, sino conmigo; escuchemos juntos; aprendamos juntos, como condiscípulos, en la única escuela del único maestro, Cristo22; su cátedra está en el cielo, precisamente porque antes lo fue su cruz en la tierra. Él nos enseñó el camino de la humildad descendiendo para ascender después, visitando a quienes yacían en el abismo y elevando a quienes querían unirse a él.

5. Finalmente, escucha algo más sumamente claro. Dos discípulos suyos que eran hermanos e hijos del Zebedeo, Juan y Santiago, desearon aventajar a los demás en grandeza, y, como a ellos les daba reparo, se sirvieron de su madre. La metieron en la danza para que le manifestase sus deseos, a saber: que en tu reino uno de mis hijos se siente a tu derecha y otro a tu izquierda23. El Señor les respondió a ellos, no a ella: No sabéis lo que pedís. Y añadió: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?24 ¿Qué cáliz sino aquel del que dice en la cercanía de la pasión: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz?25 ¿Podéis —les dijo— beber el cáliz que yo he de beber? Y ellos al instante, ávidos de grandeza y olvidándose de la propia debilidad, dicen: Podemos. Y él: Mi cáliz lo beberéis ciertamente, pero sentaros a mi derecha o a mi izquierda no es competencia mía concedéroslo; mi Padre lo tiene preparado para otros26. ¿Para quiénes está preparado si no lo está para los discípulos? ¿Quiénes se sentarán allí si no van a sentarse los apóstoles? Está preparado para otros, no para vosotros; para otros, no para los soberbios. Y justamente también él pone delante su humildad al decir: Mi Padre lo tiene preparado para otros; siendo él personalmente quien lo prepara, dijo que estaba preparado por su Padre, para que tampoco aquí diese la impresión de ser vanidoso y, en consecuencia, no impulsase a la humildad, que motivaba cuanto había dicho.

Y, en verdad, el Padre no prepara lo que no prepara el Hijo, ni prepara el Hijo lo que no prepara el Padre, puesto que dice él: Yo y el Padre somos una sola cosa27; y también: Todo lo que hace el Padre, lo hace también igualmente el Hijo28. Era maestro de la humildad de palabra y obra; en efecto, en cuanto a la palabra, ya desde el comienzo de la creación, nunca calló ni cesó de enseñar al hombre la humildad por medio de los ángeles y los profetas; y se dignó enseñarla también con su ejemplo. Vino en humildad nuestro creador, creado entre nosotros el que nos hizo y fue hecho por nosotros, Dios antes del tiempo, hombre en el tiempo, para librar al hombre del tiempo. Vino, como médico extraordinario, a curar nuestra hinchazón. De oriente a occidente, el género humano yacía como un gran enfermo, y requería un gran médico. Este envió primero a sus auxiliares, y luego llegó él cuando algunos ya habían perdido la esperanza. Como también el médico, cuando envía a sus auxiliares, los envía como para hacer algo fácil; mas, cuando el peligro es grave, vienen él. Era el caso del género humano: luchaba con fatiga caído en un gran peligro, enredado en todos los vicios, sobre todo el que manaba de la fuente de la soberbia, y, en consecuencia, vino él a curarlo con su ejemplo. Avergüénzate de ser todavía soberbio, tú, hombre, por quien se humilló Dios. Grande hubiese sido la humildad de Dios aunque sólo hubiese nacido por ti; pero hasta se dignó morir por ti. Él estaba en la cruz, oculto en el hombre, cuando los judíos, sus perseguidores, movían su cabeza ante ella y le decían: Si es Hijo de Dios, que baje de la cruz y creemos en él29. No obstante esto, él conservaba la humildad y, por eso, no descendía; no había perdido el poder, sino que enseñaba la paciencia. Pensad, pues, en lo que hizo y en su poder, y ved cuán fácilmente pudo descender de la cruz quien pudo resucitar del sepulcro. Pero la humildad y la paciencia no debía mandártelas, sin antes mostrarlas; si debía mandártelas con su palabra, debía mostrártelas y encarecértelas con su ejemplo. Fijémonos al respecto en la persona del Señor; miremos su humildad, bebamos el cáliz de su humildad, estrechémonos a él y pensemos en él. Es cosa fácil pensar en grandezas, fácil gozar de los honores, fácil prestar oído a quienes piensan como nosotros y nos adulan. Soportar la afrenta, escuchar pacientemente un insulto, orar por quien te injuria: éste es el cáliz del Señor, éste es su banquete. ¿Has sido invitado por uno de más categoría que tú? Piensa que conviene que prepares eso mismo30.

6. Cuando el Apóstol describe cómo ha de ser el obispo, lo primero que puso fue esto: Quien desea el episcopado desea una buena obra31. ¿Qué significa esto? Parece como si hubiera estimulado en todos el deseo de alcanzar el episcopado. Quienes lo ambicionan ¿serán mejores que quienes sienten reparos? Quienes usurpan lo indebido con cierta arrogancia ¿serán mejores que quienes evitan por temor lo que se les debe? De ninguna manera; no se trata de eso; no enseñó lo que enseñó para que ambicionemos llegar al episcopado. Entended lo que dijo, si consigo explicar lo que pienso. Lo que afirma el Apóstol es claro para quienes lo entienden, y tenebroso y oscuro para los soberbios y ambiciosos. Lo que dice es esto: Quien desea el episcopado, desea una buena obra. Desear el episcopado no es desear ser obispo; es desear una obra buena. Pero ¿quiere ser obispo quien no realiza obra buena, sino su propia obra? Ese tal no desea el episcopado. Es lo que decía poco antes: busca el nombre, no la realidad. —Quiero ser obispo. ¡Oh, si yo fuese obispo! —¡Ojalá lo fueras! ¿Buscas el nombre o la realidad? Si buscas la realidad, deseas una buena obra; si buscas el nombre, puedes tenerlo aún con obras malas, mas para mayor suplicio tuyo. —¿Qué diré, pues? ¿Que hay obispos malos? De ninguna manera; no los hay. Sin duda alguna, me atrevo a decir que no hay obispos malos, porque, si son malos, no son obispos. Tú me remites de nuevo al nombre, y me dices: —Es obispo, pues se sienta en la cátedra. —También un espantapájaros hace de guardián de la viña.

7. Entre otras cosas, dijo: Marido de una sola mujer32. Pero ¡cuánto mejor de ninguna! Dijo hasta dónde se podía llegar: a no pasar de una; pero mucho mejor si no tiene siquiera una. Tenga a sus hijos sumisos33; esto es, si tiene hijos, que le estén sumisos; no que busque tenerlos si no los tiene. Encareció someter a disciplina a los hijos, con miras a gobernar su casa, pues quien no sabe gobernar su casa, ¿cómo podrá mostrarse diligente con la Iglesia de Dios?34 Son palabras del Apóstol mismo. Pero ¿cómo carecerá de hijos el obispo, si es buen obispo? En el nombre de Cristo, ayudado con su gracia, vuestro obispo no quiso tener hijos carnales para tenerlos espirituales. A vosotros os corresponde ser obsequiosos con él, obedecerle dignamente y servirle con un digno servicio; así tendrá hijos sumisos, muchos a cambio de unos pocos, celestes a cambio de los terrenos, coherederos en lugar de herederos.

8. He hablado de obispos buenos y de obispos malos; he dicho lo que debemos ser y lo que debemos evitar. Mas ¿qué os concierne a vosotros, ¡oh pueblo de Dios!? También a vosotros os concierne algo. Quiero que estéis edificados sobre piedra, que os alcéis como templo para Dios, que os hagáis idóneos para recibir a Dios, que vuestra esperanza no fluctúe entre las dudas, que estéis cimentados sobre roca firme. Seamos nosotros como seamos, vosotros tenéis que estar a salvo. Ciertamente es bueno para nosotros ser buenos obispos que presidan como deben y no sólo de nombre; esto es bueno para nosotros. A quienes son así se les promete una gran recompensa. Mas, si no fuéramos así, sino —lo que Dios no quiera— malos; si buscáramos nuestro honor por nosotros mismos, si descuidáramos los preceptos de Dios teniendo en nada vuestra salvación, nos esperan tormentos tanto mayores cuanto mayores son los premios prometidos. Pero, quede esto lejos de nosotros y orad por nosotros. Cuanto más elevado es el lugar en que estamos, tanto mayor el peligro en que nos encontramos. Pensamos, en efecto, en la cuenta que hemos de dar tanto de las deferencias como de las maledicencias que recibimos de los hombres. Muchos se muestran complacientes con nosotros, muchos nos critican y nos maldicen. En mayor peligro nos ponen quienes nos se muestran complacientes que quienes nos maldicen, pues la complacencia humana hace cosquillas a nuestra soberbia, mientras que las maldiciones de los hombres ejercitan nuestra paciencia. Allí temo caer, aquí pongo bases firmes. En efecto, cierto siervo de Dios me dice: No temáis las afrentas de los hombres35. También Jesucristo el Señor dice: Dichosos seréis si os maldicen los hombres y dicen, mintiendo, toda clase de males contra vosotros por causa mía36. Pues si algunos hablan mal, diciendo la verdad, no hablan mal puesto que dicen la verdad; los que hablan mal son los que dicen cosas falsas. ¿Qué nos prometió a nosotros el Señor? Gozad y alegraos, porque vuestra recompensa es abundante en los cielos37. Quien habla mal de mí aumenta mi recompensa; quien me adula quiere disminuirla. Mas ¿qué he de decir, hermanos? ¿Debo desear que habléis mal de nosotros para que aumente nuestra recompensa? No queremos que aumente nuestra recompensa con daño para vosotros. Hablad bien, obedeced; quedemos nosotros en peligro, con tal que no sufráis detrimento vosotros. ¿Y qué pasa si a un pueblo tropieza con un obispo malo? El Señor y Obispo de los obispos le ofreció seguridad, para que vuestra esperanza no se apoye en un hombre. He aquí que, como obispo, os hablo en el nombre del Señor; cómo soy, lo ignoro; ¡cuánto menos lo sabéis vosotros! En cierto modo, puedo presentir lo que soy en el momento presente; qué seré en el futuro ¿cómo puedo saberlo? Es el caso de Pedro que presumió, y quedó al desnudo ante sí; ignoraba que estaba enfermo, pero al médico no se le ocultaba. Dijo, presumió y hasta se atrevió a prometer: Iré contigo hasta la muerte38. Entregaré mi vida por ti39. Y aquel médico, tomando el pulso a la vena de su corazón, dijo: ¿Que entregas tu vida por mí? En verdad te digo: antes que cante el gallo, me negarás tres veces40.

9. Así, pues, que el Señor nos conceda, con la ayuda de vuestras oraciones, ser y perseverar, siendo hasta el final lo que queréis que seamos todos los que nos queréis bien y lo que quiere que seamos quien nos llamó y nos dio órdenes; ayúdenos él a cumplir lo que nos ha mandado. Pero seamos como seamos los obispos, vuestra esperanza no se apoye en nosotros. Dejo de lado mi persona; esto lo diré como obispo: quiero que seáis para mí causa de alegría, no de hinchazón. No felicito absolutamente a nadie que encuentre poniendo la esperanza en mí; necesita ser corregido, no confirmado; hay que cambiarlo, no reafirmarlo. Si no puedo reprenderlo, siento dolor, pero si me es posible, ya no sufro. Ahora os hablo en nombre de Cristo en cuanto pueblo de Dios; os hablo en la Iglesia de Dios, os hablo yo, un siervo cualquiera de Dios: vuestra esperanza no esté en nosotros, no esté en los hombres. Si somos buenos, somos servidores; si somos malos, servidores somos; pero si somos buenos, servidores fieles, servidores de verdad. Fijaos en lo que os servimos: si tenéis hambre y no queréis ser ingratos, advertid de qué despensa se saca. No te preocupe el plato en que se te ponga lo que tú estás ávido de comer. En la gran casa del padre de familia no sólo hay vajilla de oro y plata, sino también de barro41. Hay vasos de plata, de oro y de barro. Tú mira sólo sí tiene pan y de quién es el pan y quién lo da a quien lo sirve. Fijaos en este de quien estoy hablando, el dador de este pan que se os sirve. Él mismo es el pan: Yo soy el pan vivo que he bajado del cielo42. Así, pues, os servimos a Cristo en su lugar; os servimos a él, pero bajo sus órdenes; para que él llegue hasta vosotros, sea él mismo quien juzgue nuestro servicio. Si, por ejemplo, el obispo es un ladrón, nunca te ha de decir desde esta cátedra: «Roba»; él no te dirá otra cosa más que ésta: «No robes». Esto lo recibe de la despensa del Señor. Si te quisiera decir algo distinto de esto, lo rechazas y le dices: «Esto no es de la despensa del Señor; me dices cosas tuyas»: Quien habla mentira, habla de lo suyo43.

Dígate, pues, según Dios: «No robes, no seas adúltero, no cometas homicidio»; dígatelo según Dios, para que sientas temor, para que no te enorgullezcas, para que te apartes del amor al mundo, para que pongas tu esperanza en el Señor. Dígate eso según Dios. Si él personalmente no lo cumple, ¿a ti qué te incumbe? Cristo es el Señor tu Dios, y él te dio seguridades al decir: Los escribas y los fariseos —imagen de los que presiden— se han sentado en la cátedra de Moisés; haced lo que os dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen, pues dicen, pero no hacen44. ¿Qué has de replicar a estas palabras? ¿A qué excusa vas a recurrir en el juicio de Cristo? Vas a decir: «Obré mal porque vi que mi obispo no vivía bien». Se te responderá: «Elegiste un compañero con quien condenarte, no con quien liberarte. Imitaste a quien vivía mal; ¿por qué le imitaste más bien a él y no me escuchaste a mí por medio de él? Pues ¿no te había dicho en mi Evangelio que, cuando vieras que los que presiden obran mal, hicieses lo que ellos te dicen, pero que no hicieses lo que ellos hacen? Si me hubieras escuchado a través de ellos, no habrías perecido también mediante ellos».

10. Por tanto, si hasta los malos pueden decir cosas buenas, respondamos ahora a Cristo y digámosle con la intención de aprender, no de despreciarle o de acosarlo: «Señor, si los malos pueden decir cosas buenas —razón por la cual nos amonestaste y nos mandaste: Haced lo que dicen pero no hagáis lo que ellos hacen—; si, pues, los malos pueden decir cosas buenas, ¿cómo dices en otro lugar: Hipócritas, cómo podéis hablar cosas buenas siendo vosotros malos?45 Prestad atención a este asunto complicado hasta verlo resuelto con su ayuda. De nuevo propongo la cuestión. Cristo dice: Haced lo que ellos os dicen, mas no hagáis lo que ellos hacen, pues dicen, pero no hacen46. ¿Por qué sino porque hablan el bien y obran el mal? En consecuencia, debemos hacer lo que ellos nos dicen y no debemos hacer lo que ellos hacen. Pero en otro lugar dice: ¿Acaso se recogen uvas de las zarzas, o higos de los abrojos?47 A todo árbol se le conoce por su fruto48. ¿Qué decir, pues? ¿Cómo hemos de obedecer? ¿Cómo hemos de entenderlo? He aquí que son zarzas, que son espinos. Hacedlo. Me mandas que coja uvas de las zarzas; en un lugar me lo mandas y en otro me lo prohíbes, ¿cómo he de obedecer? Escucha, comprende. Cuando digo: Haced como os dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen, fíjate en lo que he dicho antes, esto es: Se han sentado en la cátedra de Moisés49. Cuando dicen cosas buenas, no las dicen ellos, sino la cátedra de Moisés. Puso cátedra en lugar de enseñanza; no porque hable la cátedra, sino la enseñanza de Moisés, presente en su memoria, pero no en sus obras. En cambio, cuando dicen ellos, cuando hablan ellos, esto es, cuando hablan de lo suyo, ¿qué oyen? ¿Cómo podéis hablar cosas buenas, siendo vosotros malos? Prestad atención a la otra semejanza. No cojáis uvas de las zarzas, pues las uvas nunca pueden brotar de las zarzas. Pero ¿no habéis advertido cómo, al crecer el sarmiento de la vid, se llega al seto y se mezcla con las zarzas, y entre ellas da su fruto y de ellas cuelgan los racimos? Tienes hambre, pasas y ves el racimo colgar de las zarzas; no lo coges. Tienes hambre y quieres cogerlo; cógelo; alarga tu mano con cuidado y cautela; evita las espinas, coge el fruto. Lo mismo has de hacer cuando un hombre malo o pésimo te presenta la doctrina de Cristo: escúchala, cógela, no la desprecies. Si es un hombre malo, las espinas son de él; si dice cosas buenas, se trata de un racimo que cuelga de las zarzas, pero no producido por ellas. Por tanto, si tienes hambre, cógelo, pero estate atento a las espinas. En efecto, si comienzas a imitar sus obras a la vez que lo escuchas de buen grado, has alargado tu mano sin cautela; te encontraste con las espinas antes de llegar al fruto. Sales herido, desgarrado; ya no te aprovecha el fruto, que proviene de la vid, sino que te son estorbo las espinas, que brotan de tu propia raíz. Para no equivocarte, mira de dónde coges el fruto: allí está el sarmiento. Dirige tu mirada al sarmiento y advierte que pertenece a la vid, que sale de la vid, que crece desde la vid, pero que va a parar en medio de las zarzas. ¿Acaso la vid debe encoger sus sarmientos? De idéntica manera, la doctrina de Cristo, al crecer y desarrollarse, se insertó en árboles buenos y en zarzas malas. La predican los buenos y la predican los malos. Tú advierte de dónde procede el fruto, dónde se origina lo que te alimenta y dónde lo que te punza; a la vista están mezcladas ambas cosas, pero la raíz las separa.

11. Prestad atención a esto, hermanos míos, para decir algo de mi más vivo dolor; prestad atención, hermanos, al porqué se han separado de nosotros. Dígannos el porqué. «Eran malos obispos». Ocupaban sus cátedras, ocupaban las cátedras de Cristo, estaban en la unidad de Cristo; no convenía que se separasen de la unidad de Cristo. ¿Eran malos? Tú debías haber cumplido lo que te mandó el Señor: Haced como os dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen50. ¿Por qué te separaste de la cátedra de Cristo? Si en ella se sentaba un apestado, haber oído lo que te decía a través de él, no haberlo imitado. Y, no obstante, ¿puedes probar que en ella se sentaba un apestado, como dices? Soy yo quien te demuestro que el apestado eres tú, que abandonaste la cátedra de Cristo. Lo que afirmas tú está oculto; lo que afirmo yo lo pruebo. Tu separación te condena, tu escisión te condena. Juntamente hemos sido comprados, hemos sido adquiridos con un único precio. Se leen las tablillas en que consta nuestro precio, el Evangelio, documento santo de nuestra compra. Lo abro y leo. ¿Qué abro? ¿Qué leo? El documento donde consta que hemos sido comprados, que somos hermanos y consiervos, que hemos sido constituidos en unidad. No calló lo que compró Cristo, no sucediera que alguien le quitara su propiedad y pusiese en su lugar otra. En ningún modo calló el objeto de su compra. Abre las tablillas y lee; se confeccionaron actas, no compró sin hacer escritura, previó que en el futuro iban a aparecer calumniadores. En suma, elaboró la objeción que oponer a los calumniadores. Lo que dijo es objeto de fe: se lee; mira quién lo escribió, quién lo dictó y quién hizo de notario. Lo dictaba él, lo recogían los apóstoles: nos lo dejaron escrito. Leamos, pues, ese documento, hermanos; ¿por qué seguir disputando? ¿Y si las tablillas de nuestro Señor, de quien nos compró, quitan todo motivo a nuestra disputa? Tú dices que la Iglesia de Cristo se halla en los africanos y en África; yo digo que la Iglesia de Cristo está extendida por todos los pueblos. Esta es la cuestión; aquí está el origen de la disputa entre los hermanos. Tú litigas en favor de una parte; litigas para seguir en esa parte. Yo te llevo la contraria para que poseas la totalidad. Comprende que es un litigio que busca la concordia, un pleito que suscita la caridad. No te digo: «Has sido vencido; retírate». Ya desde el comienzo desagradaron a nuestro Señor Jesucristo los divisores de la herencia. En efecto, uno de la muchedumbre dijo a quien predicaba la verdad a la muchedumbre: Señor, di a mi hermano que divida conmigo la herencia51. Y el Señor no quiso confirmar la división, pues había venido a procurar la unidad, según acabamos de oír ahora en el Evangelio sobre la unidad: Tengo otras ovejas que no son de este redil; conviene que las traiga, para que haya un solo rebaño y un solo pastor52. El Señor, pues, que amaba la unidad y odiaba la división, dice a aquel hombre: Dime, ¡oh hombre!: ¿quién me ha constituido en divisor de la herencia entre vosotros?53 Yo os digo: Guardaos de toda avaricia54. No quiso ser divisor de la herencia; había venido a congregar la unidad55, a entregar una única herencia constituida por todas las tierras. Léanse los documentos de su herencia; léanse como había comenzado a decir. Resucitó de entre los muertos, se manifestó a los discípulos, no sólo para que lo viesen, sino también para que lo tocasen y palpasen. Palpad —les dijo—; tocad, y ved que los espíritus no tienen carne y huesos como veis que yo tengo56. Pensaban, en efecto, que era un espíritu, no un cuerpo; que era un fantasma57, no él en verdad. Y cuando aún estaban llenos de extrañeza por el gozo, les dijo: «¿No sabíais que, estando aún en medio de vosotros, os decía que convenía que se cumpliesen todas las cosas que sobre mí están escritas en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos58 ¿Qué significa esto? ¿Qué está escrito sobre él en la ley, en los profetas y en los salmos? Escucha: Que convenía que Cristo padeciese59. «Lo creo» —dice—. Con razón, hermanos; poned atención a lo restante. Leo las tablillas del Señor, leo el documento, o, mejor, el acta de nuestra herencia; leámoslo, entendámoslo; ¿por qué litigamos? He aquí la lectura; escucha lo restante: Convenía que Cristo padeciera. —¿Crees esto conmigo? —Lo creo—dice. Y que resucitara de entre los muertos al tercer día60. —¿Lo crees conmigo? —Lo creo ciertamente. —Cree también lo restante, y se acabó toda discordia. ¿Qué hay en lo que resta? Y que se predique en su nombre la penitencia y el perdón de los pecados por todos los pueblos, comenzando por Jerusalén61. Ved lo que leo; ésta es la Iglesia de Cristo: Por todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Aférrate a ella conmigo, y eliminas toda discordia. Si no estás en ella, estás en una parte. Vencer te aporta daño, y ser vencido, ganancia. Reconoce que has sido vencido, y tendrás conmigo a la Iglesia difundida por todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Se leen las tablillas del Señor; habla el evangelio del Señor: ¿por qué me acusas de haber dado al fuego esas tablas? ¿Quién ha de creerse que las incendió: quien las obedeció o quien las despreció? Sea quien sea quien las haya incendiado, de dondequiera que se las haya sacado, leámoslas, escuchémoslas, cumplámoslas, vayamos de acuerdo; dejemos lo pasado a los antepasados, y las cosas que pasan, a los que ya pasaron.

12. Un abogado, un defensor de ellos, gritó en medio de nuestra conferencia, puesto en apuros: «Ni una causa prejuzga a otra causa, ni una persona a otra persona». ¿Pecó Ceciliano? Mejor, no pecó Ceciliano; pero supón que pecó Ceciliano. Escucha a quien ciertamente es tu defensor. «Ni una causa prejuzga a otra causa, ni una persona a otra persona». No prejuzga una persona a otra persona, y ¿va a prejuzgar a los confines de la tierra? ¿Va a prejuzgar a la heredad de Cristo, que se extiende por todos los pueblos, comenzando por Jerusalén? Pecó Ceciliano; ¿acaso por eso mintió Cristo? Y, sin embargo, Ceciliano no pecó, pero tú no quieres ser buen cristiano. ¿En qué me afecta lo referente al hombre? Eso es lo que yo os decía; para esto os edificaba yo. Mi esperanza no está en Ceciliano, no he puesto mi esperanza en un hombre. Si Ceciliano fue bueno, me congratulo con un buen hermano; si fue malo, no soy yo juez de las cosas ocultas de mi hermano. Por tanto, despojando momentáneamente a Ceciliano de su honor y de su memoria, recurro a mi Señor; recurro a Cristo contra mi hermano. Pero no como aquel del Evangelio. No le digo: Señor, di a mi hermano que divida conmigo su herencia62, sino: «Señor, di a mi hermano que posea conmigo la herencia». Así, pues, mi recurso al Señor contra mi hermano no es en realidad contra mi hermano, sino en favor suyo. No quiero que sea desheredado, no quiero poseer la herencia en solitario, pues sé que lo que poseo no se reducirá por el hecho de que lo posean muchos conmigo. Lo que poseo se llama caridad, que cuantos más sean los poseedores, más se dilata.