SERMÓN 336

Traductor: Pio de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Fiesta de dedicación de una Iglesia

1. La fiesta que nos congrega es la dedicación de esta casa de oración1. Esta es, en efecto, la casa de nuestras oraciones, la casa de Dios somos nosotros mismos. Si nosotros somos la casa de Dios, somos edificados en este mundo para ser dedicados al fin del mundo. El edificio, mejor, la edificación, requiere fatiga; la dedicación pide alegría. Lo que acontecía aquí cuando se levantaba este edificio, sucede ahora cuando se congregan los fieles en Cristo. El creer equivale, en cierto modo, a arrancar las vigas y piedras de los bosques y montes; a su vez, ser catequizados, bautizados y formados se equipara a la tarea de tallado, pulido y ajustamiento por las manos de los carpinteros y artesanos. Con todo, no edifican la casa de Dios más que cuando están trabados entre sí mediante la caridad. Si estas vigas y estas piedras no estuviesen ensambladas entre sí según un cierto orden, si no se integraran pacíficamente unas con otras, si en cierto modo no se amasen enlazándose entre sí, nadie entraría aquí. Además, cuando ves que las piedras y las vigas están bien conexionadas en algún edificio, entras tranquilo sin temer que se caiga. Así, pues, queriendo Cristo el Señor entrar y habitar en nosotros, como si estuviera edificándonos, decía: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros2. Os doy —dice— un mandamiento (nuevo). Erais viejos, aún no me levantabais una casa, yacíais en medio de vuestras ruinas. Así, pues, para libraros de la vetustez de vuestra ruina amaos los unos a los otros. Considere, por tanto, Vuestra Caridad que, como fue predicho v prometido, esta casa está aún en construcción en todo el orbe de la tierra. Cuando se edificaba el templo después de la cautividad, se decía, según indica otro salmo: Cantad al Señor un cántico nuevo; cantad al Señor toda la tierra3. Las palabras: un cántico nuevo, equivalen a las otras del Señor: un mandamiento nuevo. ¿Qué tiene de peculiar el cántico nuevo sino un nuevo amor? Cantar es propio de quien ama. La voz de este cantor es el fervor del santo amor.

2. Amemos, amemos gratuitamente, pues amamos a Dios, mejor que el cual nada podemos encontrar. Amémosle a él por él mismo y amémonos a nosotros en él, pero por él. De hecho, ama verdaderamente al amigo quien ama a Dios en el amigo o porque ya está o para que esté en él. Este es el verdadero amor. Si nuestro amor tiene otras motivaciones, más que amor, es odio. En efecto, quien ama la maldad4, ¿qué odia? ¿Tal vez a su vecino o a su vecina? Espántese: odia a su alma5. Amar la maldad y odiar el alma son la misma cosa. Dicho, pues, al revés: odiar la maldad es amar al alma. Quienes amáis al Señor, odiad el mal6. Dios es bueno, malo lo que amas, y te amas a ti mismo, que eres malo. ¿Cómo amas a Dios, si aún amas lo que odia Dios? Has escuchado que Dios nos amó; y es verdad que nos amó; y, si miramos cómo éramos cuando nos amó, nos salen los colores de vergüenza. Pero, si no nos salen los colores se debe a que, al amarnos como éramos, nos hizo distintos de como éramos. Nos avergüenza el recordar nuestro pasado y nos llena de gozo lo que esperamos para el futuro. ¿Por qué, pues, avergonzarnos de lo que fuimos y no más bien confiar en que en esperanza hemos sido salvados? Además, hemos oído: Acercaos a él, y seréis iluminados y vuestros rostros no se ruborizarán7. Si se va la luz, caes otra vez en la confusión. Acercaos a él y seréis iluminados. Por tanto, Él es luz, y nosotros, sin él, tinieblas. Si te alejas de la luz, permanecerás en tus tinieblas; pero, si te acercas a ella, iluminarás, pero no con tu luz, pues Fuisteis en otro tiempo tinieblas —dice el apóstol a los fieles que antes fueron infieles—: Fuisteis en otro tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor8. Si, pues, sois luz en el Señor, sin el Señor sois tinieblas. Por tanto, si sois luz en el Señor y tinieblas sin él, acercaos a él y seréis iluminados.

3. Prestad atención al salmo de la dedicación que acabamos de cantar, al edificio que se levanta de sus ruinas. Has desgarrado mi sayal9: esto pertenece a la ruina. ¿Qué corresponde al edificio? Y me has ceñido de alegría10. El grito de la dedicación: A fin de que mi gloria te cante y no sienta pena11. ¿Quién habla? Reconocedlo por sus palabras. Si trato de exponerlo, es cosa oscura. Por tanto, repetiré sus palabras, para que al instante reconozcáis al que habla y améis al que os habla. ¿Quién pudo decir: Señor, libraste mi alma del infierno12?¿Qué alma ha sido librada ya del infierno sino aquella de quien se dijo en otro lugar: No dejarás mi alma en el infierno?13 Se pone ante los ojos la dedicación y se proclama la liberación; se entona con júbilo el cántico de dedicación de la casa y se dice. Te exaltaré, Señor, porque me recibiste y no alegraste a mis enemigos acosta mía14. Mirad a los judíos, enemigos que pensaban haber dado muerte a Cristo, haberle vencido como si fuera un enemigo y haberlo hecho perecer como a un hombre mortal y semejante a los demás. Resucitó al tercer día, y este es su grito: Te exaltaré, Señor, porque me has recibido. Fijaos en el apóstol, que dice: Por lo cual, Dios lo exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre15. Y no alegraste a mis enemigos a costa mía. Ellos, ciertamente, se regocijaron de la muerte de Cristo; pero, una vez resucitado, ascendido y anunciado, algunos se arrepentían. Al ser predicado y anunciado por la constancia de los apóstoles, algunos se arrepentían y se convertían, mientras otros se endurecían y quedaban avergonzados; ninguno, en cambio, se regocijaba. Ahora, cuando las iglesias se encuentran llenas, ¿hemos de pensar que los judíos encuentran gozo en ello? Se edifican, se dedican, se llenan las iglesias, ¿cómo pueden regocijarse ellos? No solo no se regocijan, sino hasta se sienten confundidos y se cumple el grito de quien exultaba de alegría: Te exaltaré, Señor, porque me has recibido y no alegraste a mis enemigos a costa mía. No los regocijaste a costa mía; si me dan crédito a mí, los regocijarás en mí.

4. Para no perdernos en muchas palabras, vengamos a lo que hemos cantado. ¿Cómo dice Cristo: Has desgarrado mi sayal y me has ceñido de alegría16? Su sayal era la semejanza de la carne de pecado. No te parezca vil porque diga: mi sayal; dentro de él estaba tu precio. Has desgarrado mi sayal. En este sayal hemos buscado refugio. Has desgarrado mi sayal. Fue desgarrado en la pasión. ¿Cómo, pues, dice a Dios Padre: Has desgarrado mi sayal? ¿Quieres saber por qué dice a Dios Padre: has desgarrado mi sayal? Porque no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos17. Lo hizo por medio de los judíos, sin que ellos fueran conscientes, para redimir a los que lo sabían y confundir a los que lo negaban. Ellos ignoran, en efecto, el bien que con su mal obrar nos causaron a nosotros. El sayal fue colgado, y el impío pareció llenarse de alegría. El perseguidor rompió el sayal con la lanza, y el redentor derramó nuestro precio. Cante Cristo, el redentor; gima Judas, el vendedor, y ruborícese el judío, comprador. Ved que Judas hizo una venta y el judío una compra: hicieron un mal negocio, ambos sufrieron pérdidas, y se perdieron a sí mismos tanto el vendedor como el comprador. Quisisteis comprar; ¡cuánto mejor os hubiera sido ser rescatados! Judas vendió, el judío compró; ¡desdichado contrato! Ni el primero tiene el precio ni el segundo a Cristo. A uno le digo: «¿Dónde está lo que recibiste?»; y al otro: «¿Dónde está lo que compraste?» A aquel le dijo: «Tu venta fue un engaño a ti mismo». Salta de gozo, cristiano; tú saliste vencedor en el contrato entre tus enemigos. Tú adquiriste lo que uno vendió y el otro compró.

5. Diga, pues, nuestra cabeza; diga nuestra cabeza muerta y dedicada por su cuerpo; diga y oigámosle: Has desgarrado mi sayal y me has ceñido de alegría18; es decir, has desgarrado mi mortalidad y me has ceñido de inmortalidad e incorrupción. Para que mi gloria te cante a ti y nada me punce19. ¿Qué significa nada me punce? Que el perseguidor no arroje su lanza contra mí para que me punce: Pues Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere; la muerte ya no tiene dominio sobre él, pues lo que ha muerto, ha muerto una vez al pecado; mas lo que vive, vive para Dios. De idéntica manera nosotros —dice— considerémonos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor20. En él, por tanto, cantamos: en él hemos sido dedicados. Adonde nos precedió la cabeza, esperamos seguirle también los miembros. En efecto, estamos salvados en esperanza; mas la esperanza que se ve no es esperanza, pues lo que uno ve, ¿cómo lo espera alguien? Por tanto, si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo esperamos21, con paciencia somos edificados. Quizá encontremos allí también nuestra voz si nos fijamos bien, si miramos con esmero, si aplicamos una mirada atenta, y no como suelen hacer los ciegos amantes de los cuerpos; si, pues, aplicamos el ojo espiritual, nos encontraremos también a nosotros en las palabras mismas de nuestro Señor Jesucristo. Pues no en vano dijo el apóstol: Sabiendo que nuestro hombre viejo ha sido crucificado juntamente con él para anular al cuerpo de pecado y para que ya nunca más sirvamos al pecado22. Reconoce allí tu voz: Para que mi gloria te cante a ti y nada me punce. De hecho, ahora, mientras pujamos por la carga de este cuerpo mortal, nunca falta algo que nos punce. Si el corazón no se siente punzado y compungido, ¿por qué se golpea el pecho? Mas cuando llegue también la dedicación de nuestro cuerpo, precedida en el ejemplo del Señor, entonces no sentiremos las punzadas. La lanza del que lo atravesó fue un símbolo de la punzada que nos causa el pecado. Finalmente, está escrito: El pecado tuvo comienzo en la mujer, y por ella mueren todos23; recordad de qué miembro fue extraída24 y ved dónde punzó la lanza al Señor25. Recordad —repito— vuestra primera creación; como dije, no en vano nuestro hombre viejo fue crucificado juntamente con él, para anular al cuerpo de pecado y para que ya nunca más sirvamos al pecado. Eva, pues, de quien tomó comienzo el pecado, fue formada del costado del varón. Cuando eso aconteció, él yacía durmiendo; Cristo pendía muerto cuando lo otro sucedió. Sueño y muerte son parientes; lo mismo un costado y otro costado: el Señor fue punzado en el lugar de los pecados. Pero de un costado fue creada Eva, que, pecando, nos llevaría a la muerte y del otro fue hecha la Iglesia, que, engendrándonos, nos daría la vida.