SERMÓN 335 E (= Lambot 7)

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Sobre los mártires

1. El Señor quiso que yo celebrara con vosotros este día festivo en honor de los bienaventurados mártires. Voy a hablar, pues, algo al respecto; lo que se digne concederme el Señor, que quiso que el arca, figura de la Iglesia, fuese construida con maderas cuadradas1. Una cosa cuadrada, de cualquier forma que la tires al suelo, la encontrarás siempre estable. Es algo admirable y casi imposible; mas, con todo, prestad atención y lo veréis: un cuadrado puede ser tirado, pero no puede caer. Los mártires fueron tirados en la tierra de la humildad, pero no cayeron, puesto que han sido coronados en el cielo. No hubo ningún mártir que no fuera cuadrado por la verdad.

2. La gloria de los mártires pueden observarla los hombres en los días de sus fiestas, pero no pueden ver cuán grande es en la presencia de Dios. La muerte de sus santos es preciosa a los ojos de Dios2. Preciosa ¡en qué medida! ¡Y precisamente a los ojos del Señor! Pues, cuando morían a los ojos de los hombres, carecieron de valor. ¿Cómo se habría derramado tanta sangre de los mártires de no haber sido cosa sin valor para quienes la derramaban? Quienes les daban muerte ignoraban que su sangre iba a ser sembrada. De hecho, cayendo en tierra unos pocos, brotó esta cosecha. Era, pues, preciosa ante el Señor la muerte de sus santos incluso cuando a los ojos de los hombres parecía sin valor. ¡Y cuán preciosa! ¿Cuál fue el precio de tal muerte sino la muerte del Santo de los santos? ¿Qué quiere decir «del Santo de los santos»? Todos lo sabéis, no hace falta que os lo diga. Entonces, ¿por qué nos extrañamos de que sea preciosa la muerte de los santos, por quienes murió el Santo de los santos? Él fue aquel primer grano del que procede este. Sobre él habló él mismo en el evangelio: Si el grano de trigo —dice— no cae en tierra, queda infecundo. Pero, si cae y muere, dará mucho fruto3. Sembraba Cristo y germinaba la Iglesia. Y cayó el grano, y resucitó el grano, y subió el grano al cielo, donde está la muchedumbre de los granos. Pregunta al salmo: ¿dónde está el grano que cayó? Levántate sobre los cielos, ¡oh Dios!4¿Dónde está la cosecha? ¿Por qué gritasteis antes de yo decirlo sino porque también vosotros pertenecéis a ella? Diré, no obstante, algo que ya sabéis, pues me agrada decir lo que debemos, para así merecer poseer lo que creemos. ¿Dónde está el grano que cayó? Levántate sobre los cielos, ¡oh Dios! ¿Dónde está su cosecha? Y sobre toda la tierra tu gloria5.

3. Pero quizá habéis advertido, amadísimos, en las santas lecturas que hace poco hemos oído una cuestión que no debe ser pasada por alto. En efecto, en el libro de san Juan intitulado Apocalipsis, hablando de la gloria de los mártires, se dijo de ellos: En su boca no se halló mentira y son irreprensibles6. A su vez, el salmo que hemos escuchado y cantado, que se acomoda perfectamente a los mártires, dice: Todo hombre es mentiroso7. Alabando a los mártires, se dice: En su boca no se halló mentira. Y otra vez, apropiándose la voz del mártir, se dice: Yo dije en mi arrobamiento: «Todo hombre es mentiroso»8.Si todo hombre es mentiroso, mentiroso es también quien dijo esto; mas como no es mentiroso quien dijo esto, entonces todo hombre es mentiroso. Pero ¿no era mentiroso quien dijo esto siendo hombre? ¿Cómo es verdad esto que dijo: Todo hombre es mentiroso? Si encontrase un solo hombre veraz, probaría la falsedad de la afirmación de que todo hombre es mentiroso. Según lo que se leyó del Apocalipsis, se hallaron tantos miles de hombres en cuya boca no se halló mentira, y se me lee: Todo hombre es mentiroso. ¿O acaso hay que sentir compasión de quien esto dijo, porque lo dijo en estado de alteración? Dijo, pues: Yo dije en mi arrobamiento. Arrobamiento está aquí por pavor, pues muchos códices, en vez de tener escrito: Yo dije en mi éxtasis, tienen: Yo dije en mi pavor. Algunos tienen: en un extravío de mi mente. En consecuencia, como unos tradujeron «con extravío de la mente» y otros «con pavor», quien mantuvo la misma palabra griega pensó que recogía en síntesis las dos formas y la dejó para que la osadía del traductor no quitase fuerza al término. Como el pavor es un temor que saca a la mente de quicio, quizá por eso no andaba descaminado quien tradujo «con pavor» para armonizarse con quien puso: en un extravío de mi mente. Quizá se hallaba sometido a prueba y dispuesto a negar cuando dijo en su pavor: Todo hombre es mentiroso, es decir: «¿De qué me sirve el morir diciendo la verdad? Pero si niego a Cristo y digo mentira, seguiré siendo lo que era: un mentiroso, pues todo hombre es mentiroso». No dé crédito a lo que le inspira pavor; quizá ese mismo pavor hace que se engañe. Y, a pesar del temor que le embargaba, sacó fuerzas para decir: «¡Oh Señor!, yo soy tu siervo e hijo de tu sierva; rompiste mis cadenas9. Mi gran cadena era el amor a la vida, y en él estaba la causa de mi muerte». En efecto, muchos han muerto para siempre por amar la vida. Y, al revés, muchos mártires, despreciando esta vida que tiene fin, consiguieron la vida sin fin. Sucede lo mismo a quien ama el dinero: a veces, por amor al dinero, se desentiende de él para ganar más con ese desentenderse. De ahí la conocida sentencia de un célebre personaje: «Despreciar momentáneamente el dinero es, a veces, la mayor ganancia». Y esto es lo que hacen los usureros. Prestando dinero, lo reciben en mayor cantidad, como si sembraran una pequeña cantidad para recoger una mayor. Así, también los mártires, por amor a la vida, despreciaron la vida. Temiendo la muerte, murieron; queriendo vivir, no quisieron vivir. Muchas son, pues, las cadenas que aprisionan al alma: el amor a las riquezas, el amor al poder, el amor al afecto de la esposa, de los padres, de los hijos, de los hermanos; el amor a la patria, el amor a la propia tierra, el amor a esta luz, el amor, cualquiera que sea, a esta vida en tanto que vida. Así, pues, retenido con todas estas cadenas, se presentó a la prueba, de forma que, si confiesa a Cristo, todas se rompen. Aterrorizado y atado con tantas amarras, temiendo morir, dijo lleno de pavor: Todo hombre es mentiroso. Perdonemos al que siente pavor y pongámonos de parte del que se alegra: Rompiste mis cadenas10. El amor hizo veraz a quien el pavor había hecho mentiroso. Mira a Pedro, que dice: Iré contigo hasta la muerte11. Mira cómo promete, llevado por su presunción, y cómo niega, lleno de pavor. Turbado por la pregunta de una simple sirvienta, dijo: No sé, no lo conozco12. ¿Piensas que no dijo acto seguido: Todo hombre es mentiroso? Pero lloró amargamente, y con la abundancia de sus lágrimas borró la mancha de su temor. Resucitó el Señor y lo confirmó con el ejemplo de su resurrección. Veía con vida a quien había llorado muerto. Cristo ya no encontraba a quien, aterrorizado, le había negado. En efecto, ¿por qué le negó sino porque temió morir, porque no esperaba que resucitara? Resucitó el Señor, lo afianzó en el amor interrogando por tres veces sobre el amor a quien le había negado otras tres veces por temor13 y le infundió el Espíritu Santo14. Le pareció vil esta vida corta y amó la que no tiene fin, y Pedro sufrió la pasión. Perece el temor, venció el amor. Cuando fue interrogado. Todo hombre es mentiroso. Cuando sufrió la pasión: Rompiste mis cadenas.

4. Podemos hablar de esta manera y, en atención al pavor de quien lo dijo, considerar como no verdadera la frase: Todo hombre es mentiroso15. Pero esta forma de interpretarlo la corrige el apóstol Pablo, quien, aduciendo este testimonio de las Escrituras, dice: Sólo Dios es veraz, mientras que, como está escrito, todo hombre es mentiroso16. En consecuencia, todo hombre es mentiroso. Advierte aquí la voz de la verdad, no del pavor; pues, si ves en ello la voz del pavor y no de la verdad, estás acusando al apóstol de falsedad. Es absolutamente cierto: Todo hombre es mentiroso. Y es verdad también lo dicho sobre tantos miles de hombres: En su boca no se halló mentira17. En su pasión, los mártires confesaron a Cristo, no negaron ser cristianos. Sin dudar y sin nada temer, admitieron haberse reunido contra el mandato de los emperadores, infieles por aquella época. Por eso no se halló en su boca mentira. Y si por casualidad tuvieron antes algunas mentiras, precisamente porque es verdad que todo hombre es mentiroso, las diluyeron en la verdad y las cubrieron con la caridad, puesto que la caridad cubre la multitud de los pecados18.

5. Un más atento escrutador de las Escrituras puede todavía preguntarme y decirme: «Entonces ¿qué?; cuando fueron veraces, ¿no fueron hombres? ¿Acaso no fueron hombres entonces cuando mostraron ser veraces, esto es, en el momento de su confesión, de su pasión? Si, por el contrario, fueron hombres y a la vez veraces, ¿cómo es cierto que todo hombre es mentiroso?19 ». Digo sin vacilar, sin hacer ninguna afrenta a los mártires; más aún, lo digo con gloria para ellos a fin de que quien se gloríe, se gloríe en el Señor20. Con toda seguridad, en cuanto fueron hombres, fueron mentirosos. Entonces, ¿cómo dijeron verdad? Porque el Señor les había dicho: Pues no sois vosotros los que habláis21. ¿No escuchasteis también lo que decía la lectura del evangelio de hoy? No penséis en lo que vais a decir, pues yo os daré a vosotros la palabra y la sabiduría22. Yo os la doy, pues todo hombre es mentiroso. Así, pues, todo hombre por sí mismo es mentiroso, pero es veraz por Dios. Mentiroso en sí mismo, veraz en Dios. Pues en otro tiempo fuisteis tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor23. Fíjate en el mismo Pedro: Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo24. Hombre veraz, pero ¿acaso en cuanto hombre? No por sí mismo, dado que todo hombre es mentiroso. Es veraz, pero ¿de dónde le viene? Escucha al Señor mismo: Dichoso eres, Simón, hijo de Juan, porque no te lo reveló la carne ni la sangre —esto es, el hombre, puesto que todo hombre es mentiroso—, sino mi Padre que está en los cielos25. Por tanto, por ti eres mentiroso; por don mío, eres veraz. Todo lo que tiene el Padre es mío26. Finalmente, ¿quieres ver poco después a Pedro como uno entre los demás; quieres oírlo en cuanto hombre y, por tanto, como mentiroso? A continuación comenzó el Señor a indicarles su futura pasión y muerte. ¿Dónde está Pedro? ¿Dónde está el hombre? ¡Lejos de ti, Señor! Eso no sucederá27. Es un hombre, un hombre mentiroso, como lo es el hombre por sí mismo. ¿Quieres ver cómo es mentiroso por sí mismo? ¿Qué dijo acto seguido el Señor? Ponte detrás de mí, Satanás, pues me sirves de escándalo28. ¿Por qué esto sino porque mintió; porque, siendo mentiroso, dijo lo que le era propio? Mas ¿de dónde le viene la mentira? No gustas las cosas de Dios, sino las de los hombres29.

6. Así, pues, todos los bienes nos vienen del sumo bien. Todos los bienes nos llegan de la fuente perpetua de la bondad. A no ser que tal vez la bondad nos venga de parte de Dios, y la paciencia de nosotros, pues así acabó la lectura del evangelio: Y en vuestra paciencia poseeréis vuestras almas30. Dirá, pues, alguien: «La verdad no es nuestra, puesto que todo hombre es mentiroso31, y el único que es veraz, cuando lo es, lo recibe de Dios. Pero la paciencia es cosecha nuestra. El Señor mismo dice: En vuestra paciencia poseeréis vuestras almas». No te enorgullezcas, no sea que pierdas lo que has recibido. Pues la paciencia es tuya, en cuanto que la tienes tú, si es que la tienes. Es tuya porque la posees tú, no porque proceda de ti. En efecto, ¿qué tienes que no has recibido?32 De idéntica manera dices: Danos hoy nuestro pan de cada día33. Al mismo tiempo que dices que es nuestro, pides que nos lo dé. Por tanto, aquello a lo que llamas nuestro, para que sea tuyo no procede de ti. En efecto, si Dios no hiciese nuestro lo que nos da, no nos lo daría ciertamente. Lo que él te da se convierte en tuyo cuando lo recibes. Pero probemos esto mismo a propósito de la paciencia, no sea que eso sea así respecto del pan, pero no respecto de la paciencia. ¿Quién nos dijo a nosotros: En vuestra paciencia poseeréis vuestras almas? ¿Quién sino Cristo? ¿Quién sino Dios? A él es a quien decimos: ¿No está sometida a Dios mi alma? De él, en efecto, procede mi paciencia34. Él nos dice a nosotros: En vuestra paciencia poseeréis vuestras almas; nosotros le decimos a él: Porque tú eres mi paciencia35. De aquí que el débil diga a la fortaleza, si es que quiere poseerla: Te amaré, Señor, mi fortaleza36.Oremos para poseer lo que aún no poseemos. No seamos ingratos respecto a lo que poseemos. Pues no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el Espíritu de Dios para saber lo que Dios nos ha concedido37.