SERMÓN 335 D (= Lambot 6)

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Sobre los mártires

1. Cuando los santos mártires sufren aquí males, ponen su esperanza en el Señor. En efecto, están salvados en esperanza1: se encaminan hacia lo prometido, pero aún no lo poseen. Puesto que esperaban a la sombra de tus alas2 para soportar valerosamente los males del mundo, ¿qué les darás? Serán embriagados de la abundancia de tu casa3. Si tuviera más que decir, lo diría. ¿Qué podía decir? «¿Beben?» Puede beberse una mínima cantidad. ¿Qué podía decir? «¿Se saciarán?» Se saciarán también los sobrios. Beben hasta embriagarse. Con esa embriaguez se olvida todos los males pasados. ¡Oh santa embriaguez! ¡Desearía que todos estuviésemos embriagados con esta embriaguez!

2. Ved qué embriaguez desean quienes se embriagan en los lugares de los mártires. Y a los que ellos persiguieron con piedras. los persiguen con botellones. Además se entregan también al baile y como diversión entregan los miembros de Cristo a los demonios, piensan que agradan a los mártires cuando a los que agradan es a los espíritus inmundos. ¡Cuánto hablo al respecto! Fijen su mirada en aquellos en cuyas memorias se embriagan; si hubiesen amado estas cosas, no hubiesen sido mártires.

3. No penséis, amadísimos hermanos, que vosotros no podéis alcanzar los méritos de los mártires por el hecho de que no hay persecuciones como aquellas en que ellos consiguieron su corona. Ahora no hay persecuciones, pero nunca faltan tentaciones. Ciertamente, hermanos míos, hay hombres cristianos de aquellos hijos de los hombres que esperan a la sombra de las alas de Dios4. Cuando haya pasado el tiempo de la esperanza y llegue el gozo de lo esperado, se embriagarán de la abundancia de su casa y les dará a beber del torrente de sus delicias. ¿Qué les dará a beber? ¿Con qué se embriagarán? Escucha con qué. Porque en ti está la fuente de la vida5. La embriaguez de vivir es el vivir sin fin. Esa embriaguez es indigerible; nadie la digiere y vuelve a sentir sed. Hay, pues, hombres del número de los hijos de los hombres que esperan a la sombra de las alas de Dios, que en su mismo lecho luchan y vencen, vencen y son coronados. En cambio, los hombres que pertenecen al hombre, no hijos del hombre, dado que no se preocupan más que de esta salud que, una vez acabada, piensan que no tiene continuación, cuando esta les comienza a fallar, aunque se llamen cristianos, buscan los hechiceros, recurren a los astrólogos y cuelgan de sus cuellos amuletos ilícitos. Desean la salud y se echan la soga al propio cuello; atan la cerviz del hombre exterior y estrangulan la garganta del interior. A quien, en cambio, dice: «No lo hago» —por sugerencia de su amigo o susurrándoselo el sirviente o la sirvienta de al lado, y a veces hasta su niñera.—; a quien dice: «No lo hago, soy cristiano; Dios me lo prohíbe; son ritos demoníacos; escucha al apóstol: No quiero que os hagáis socios de los demonios»6, le replica quien le hizo la sugerencia: «Hazlo y quedarás sano; Fulano y Fulano lo hicieron. Y ¿qué? ¿No son cristianos? ¿No son fieles? ¿No van a la iglesia? Con todo, lo hicieron y están sanos. Fulano lo hizo, y al instante fue curado. ¿Ignoras que él es un cristiano y bautizado? Mira que él lo hizo y está sano». Pero aquel enfermo, que no ama la salud que el hombre tiene en común con las cabalgaduras7, le dice: «Si él sanó de esa manera, yo quiero sanar así, pues puede sanarme aquel a quien se dijo: A los hombres y a los jumentos sanarás, Señor, según el multiplicarse de tus misericordias, ¡oh Dios!»8.¡Ves a un atleta de Dios, ves a un atleta de Cristo! ¡Oh varón enfermo y sano al mismo tiempo! ¡Oh varón débil y fuerte a la vez! ¡Oh tú que yaces en el lecho y reinas en el cielo! «Mas suponte que no quiere. ¿Acaso me privará de aquella salud divina? Sigue así: Mas los hijos de los hombres esperarán bajo la protección de tus alas9. Pero tú no ves esta salud, porque la salud de los justos viene del Señor10. Yo sé que me la tiene reservada. Quien me hizo él me rehizo. ¡Pero tú intentas aterrorizarme con la muerte a mí, por quien murió la misma vida! Si Cristo entregó su muerte al impío, ¿no dará la vida al piadoso?» Quien así habla y rechaza aquellos remedios, los más aprobados, sobre todo aquellos así llamados como si estuviesen experimentados; quien de ellos huye, en su mismo lecho es un mártir. Languidece y vence; apenas mueve los miembros y libra batallas. Así, pues, ningún mal padece este aun en el caso de que muera de aquella enfermedad. De hecho, ni perece él ni pierde nada; entonces más bien encuentra lo que busca. Saldrá al encuentro de su Señor marcada su frente con la cruz de Cristo, a la que no hizo afrenta alguna con amuletos ilícitos. ¿No le dará, pues, lo que prometió al que protegía cuando luchaba? Ciertamente, el Señor lo protegió para que no sufriera ningún mal y lo ayudó en el combate para que venciese al diablo. En efecto, son muchos, hermanos míos, los que dicen: «¿Cómo vencieron los mártires al diablo?». De la misma manera que lo vencen los buenos fieles. Escucha lo que dice el apóstol: Vuestra lucha no es contra la carne ni la sangre11. La carne y la sangre se ensañaban con los santos mártires. ¿Qué es la carne y la sangre? Los hombres mortales. Los emperadores, los prefectos, los jueces, los soldados, fueron carne y sangre. Los pueblos enfurecidos y las muchedumbres furiosas, ¿qué otra cosa son sino carne y sangre? Para que los mártires no odiasen y en su corazón devolviesen mal por mal a esos hombres enfurecidos y crueles, y de esa manera fuesen vencidos por el mal, el apóstol les advierte contra quiénes han de combatir. Vuestra lucha —dice— no es contra la carne y la sangre. Esos que veis que, enfurecidos y con saña, claman: ¡Crucifícalo, crucifícalo!12, son carne y sangre. No están solos, no son solo los que ves, pues es el diablo el que se ensaña por medio de ellos. Tú guarda tu oro del ladrón, el diablo. ¿Por qué temes al heno en el heno? ¿Por qué temes a la tierra por la tierra? ¿Qué es un hombre malvado sino tierra? ¿Por qué le temes sino por tu tierra, es decir, por tu carne hecha de tierra?13 Pasará la ajena y resucitará tu propia tierra. No los temas; antes bien ora por ellos y diles: «¿Por qué te muestras cruel, hermano; por qué te exasperas? Te ensañas, ciertamente, contra mí, pero tú pereces. ¡Oh, si cambiases tu forma de pensar! ¡Oh, si cambiases tu vida! Pues todos hemos de morir y resucitar. Yo ciertamente tengo esperanza en Dios, por quien sufro todo esto. Tú, en cambio, si permaneces en esta mala fe, dentro de poco no existirás. Y ¡ojalá no existieses, lo que sería para tu bien! Mas para tu mal te hallarás en el fuego inextinguible con el gusano que no muere14 ». Él te replicará: —Esas son palabras de los soberbios cristianos, que se jactan de que han de resucitar. ¿Quién ha venido de allí para mostrar la verdad de lo que afirmas? —Dices bien; no ha venido de allí tu abuelo, pero sí tu Señor, el mismo Dios a quien persigues en mi persona15 y por el que me das muerte como a un reo que no ha ofendido a Dios.

4. Recobremos el hilo, hermanos míos. Vuestra lucha no es contra la carne y la sangre16. Se muestran crueles ciertamente, pero son instrumentos en manos de otro. Teme al que lleva el arco, no al arco mismo, es decir, al diablo, no al hombre por quien actúa el diablo. No le temas ni siquiera a él; simplemente muéstrate precavido. ¿Cómo no le temerás? Esperando a la sombra de las alas de Dios, de quien procede la salud de los justos, puesto que es su protector en el tiempo de la tribulación17. Pues vuestra lucha no es —dice— contra la carne y la sangre, sino contra los principados, las potestades y los rectores del mundo18, es decir, de los hombres que aman el mundo. No llamó a estos espíritus inmundos rectores del cielo y la tierra, sino rectores del mundo, porque entiende por «mundo» a los amantes del mundo, porque son instrumentos de la crueldad de aquellos. Una vez instigados, se dirigen contra ti. El príncipe de la potestad de este aire19, esto es, el diablo, dice el apóstol. ¿Y qué añadió? Que actúa ahora en los hijos de la incredulidad20. He aquí los hijos de la incredulidad: la carne y la sangre. Hay que guardarse de ellos, porque por su mediación actúa el diablo para ensañarse contra ti. Guárdate de él y ámalos a ellos; atácale a él y ora por estos para que sea expulsado también de ellos y se conviertan en imitadores tuyos quienes fueron antes tus perseguidores. De los primeros, pues, hay que guardarse. Pero me dirás: «No los veo; ¿cómo voy a luchar contra ellos, contra los espíritus de la maldad que residen en los lugares celestes21?», dice. Al decir en los lugares celestes se está refiriendo a este aire, pues ellos no se encuentran en aquel cielo donde están el sol, la luna, las estrellas, sino allí donde vuelan las aves, aunque se diga de ellas que son aves del cielo; estos espíritus inmundos, pues, dado que fueron ángeles excelsos, se encuentran encerrados en este aire como en su cárcel y seducen a quienes han de arder con ellos.

5. No digáis, pues, que no hay persecuciones, puesto que no cesan las tentaciones. Absteneos, por tanto, de las cosas ilícitas, de los amuletos, de los hechizos, de los astrólogos y adivinos. Cuando os halléis enfermos, no busquéis tales cosas y no os apartéis de Dios para no perecer. Al contrario, has de decir con el apóstol: Cuando soy débil, entonces soy fuerte22. Yaces en el lecho, y eres un atleta de Dios. No mueves los miembros, y libras batallas. La fiebre no se aleja, pero la fe te precede en el caminar hacia Dios. Mas suponte que está al lado tu vecino, tu amigo, su sirvienta y quizá, como dije, tu niñera, trayendo cera o un huevo en las manos, y te dicen: «Haz esto y sanarás. ¿Por qué prolongas tu enfermedad? Pon este amuleto. Yo he escuchado a quien invoca sobre él el nombre de Dios y el de los ángeles, y quedarás sano. ¿A quién dejas tu esposa viuda? ¿A quién confías tus tiernos hijos?» Pero él replica: «No lo hago porque soy cristiano. Moriré así para que mi muerte no sea definitiva a causa de ello». Escuchad la palabra del mártir. Ved si no era esto lo que decía el pagano: «Ofrece el sacrificio y vivirás». Pero él: «No lo hago». ¡Oh méritos de los mártires!: nunca retroceder. Ellos vencieron en la palestra; este enfermo, en el lecho; aquellos, al verdugo; este, al seductor. Pero nadie es vencido con la protección de quien por él pendió del madero.