SERMÓN 335

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

En el natalicio de los mártires

1. Puesto que es un día de fiesta de santos mártires ¿de qué nos puede deleitar más hablar, sino de la gloria de los mismos? Ayúdenos el Señor de los mártires, puesto que él es su corona. Hace poco hemos escuchado al bienaventurado apóstol Pablo que pregonaba el grito de los mártires: ¿Quién nos separará del amor de Cristo?1.Tal es el grito de los mártires. ¿La tribulación? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada? Como está escrito: «Por ti somos mortificados todo el día y considerados como ovejas de matadero». Pero en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó2. Este es el grito de los mártires: soportarlo todo, no presumir de sí mismos y amar a quien es glorificado en los suyos, para que quien se gloríe, se gloríe en el Señor3. Ellos conocían también lo que hace poco hemos cantado: Alegraos en él Señor y exultad, justos4. Si los justos se alegran en el Señor, los injustos no saben alegrarse más que en el mundo. Pero este es el primer ejército que hay que vencer: primero hay que vencer al placer y luego al dolor. ¿Cómo puede superar la crueldad del mundo quien es incapaz de superar sus halagos? Este mundo halaga prometiendo honores, riquezas, placer; este mundo amenaza sirviéndose del dolor, la penuria y la humillación. Quien no desprecia lo que él promete, ¿cómo puede vencer sus amenazas? Las riquezas causan su propio deleite; ¿quién lo ignora? Pero la justicia lo tiene aún mayor. Halla tu deleite en las riquezas, pero acompañadas de la justicia. Cuando se te presenta una tentación de este género, es decir, cuando se te junten ambas cosas: las riquezas y la justicia, y no puedas quedarte con ambas, de forma que, si echas la mano a las riquezas, pierdes la justicia, y si te quedas con la justicia, pierdes las riquezas, es el momento de elegir y de luchar; es el momento de ver si no cantaste sin motivo: Alegraos en el Señor y exultad, justos; es el momento de ver si no escuchaste sin motivo: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? El apóstol pasó ciertamente por alto todos los halagos del mundo, y quiso que los recordases tú, halagado por el mundo. ¿Por qué? Porque anunciaba de antemano los combates de los mártires; aquellos combates en que vencieron la persecución, el hambre, la sed, la penuria, la deshonra y, por último, el temor de la muerte y al más cruel de los enemigos.

2. Mas considerad, hermanos, que todo es obra del arte de Cristo. El apóstol nos invita a preferir el amor de Cristo al mundo. ¿Cuántas estrecheces han de pasar quienes quieren robar las cosas ajenas? ¿Acaso la persecución?5, dice. Ni la persecución los quiebra. Aterrorizado por la avaricia, el avaro roba y teme el castigo, pero arde en deseos de robar. Muchos sufren también hambre a la vez que adquieren y acumulan ganancias; a esos les mandamos ayunar, y se excusan con el estómago. Emplean todo el día en contar sus riquezas, y se van a dormir en ayunas. ¿Acaso la desnudez?6, dice. ¿Qué puedo decir de la desnudez? Cada día vemos negociantes salir desnudos del naufragio y volver a navegar hacia el peligro. ¿Por qué los hombres se meten a diario en peligros sino para adquirir riquezas? Ni siquiera la espada se lo impide. La falsificación es un crimen capital, y, no obstante, se mangonean herencias. Así, pues, si se asume riesgo tan grande por la ambición temporal, ¿por qué no se va a asumir por la herencia que es Cristo? El avaro dice en su corazón lo que quizá no se atreve a decir con su lengua: «¿Quién me separará de la ambición del oro? ¿La tribulación? ¿La angustia? ¿La persecución?». También los avaros pueden decir al oro: «Por ti somos llevados a la muerte día a día». Con razón, pues, dicen los santos mártires en el salmo: Júzgame, ¡oh Dios!, y distingue mi causa de la causa de la gente malvada7. Distingue —dice— mi tribulación, pues tribulaciones las sufren también los avaros. Distingue mis angustias, pues las sufren también los avaros. Distingue mis persecuciones, pues las sufren también los avaros. Distingue mi hambre, pues, con tal de adquirir el oro, la sufren también los avaros. Distingue mi desnudez, pues por el oro se dejan desnudar también los avaros. Distingue mi muerte, pues por el oro mueren también los avaros. ¿Qué significa: Distingue mi causa? Por ti somos llevados a la muerte día a día8. Ellos sufren todo eso por el oro, nosotros por ti. El suplicio es igual, pero distinta la causa. Donde se distingue la causa, allí la victoria está asegurada. Por tanto, si miramos a su causa, amamos las fiestas de los mártires. Amemos en ellos no sus suplicios, sino la causa de los mismos; pues, si amamos solamente sus suplicios, encontraremos a muchos que sufren cosas peores por causas malas. Pero fijémonos en la causa; mirad la cruz de Cristo; allí estaba Cristo y allí había también bandidos. El suplicio era semejante, pero diferente la causa. Un bandido creyó, otro blasfemó. El Señor, como desde un tribunal, hizo de juez para ambos; al que blasfemó lo mandó al infierno;1al otro lo llevó consigo al paraíso. ¿Por qué esto? Porque, aunque el suplicio era igual, la causa de cada uno era diferente. Elegid, pues, las causas de los mártires si queréis alcanzar la palma de los mártires.