SERMÓN 332

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

En el natalicio de los mártires

1. Cuando honramos a los mártires, honramos a amigos de Cristo. ¿Pretendéis saber qué los ha hecho amigos de Cristo? El mismo Cristo lo enseña al decir: Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros1. Se aman unos a otros los que asisten a un mismo espectáculo de histriones, se aman unos a otros quienes se emborrachan en las tabernas y se aman unos a otros quienes se encuentran asociados por la mala conciencia. Por tanto, cuando Cristo dijo: Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros, debió distinguir entre amor y amor. Así lo hizo; escuchad. Después de decir: Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros, añadió inmediatamente: Como yo os he amado2. Amaos los unos a los otros por el reino de Dios, por la vida eterna. Amad conjuntamente, pero a mí. Os amaríais los unos a los otros si todos juntos amarais al histrión; amaos más los unos a los otros amando juntos a quien no puede desagradar, al Salvador.

2. El Señor siguió adelante y enseñó algo más todavía. Como si le dijéramos: «¿Cómo nos amaste tú, para saber nosotros cómo hemos de amarnos?». Escuchad: Nadie tiene mayor amor que quien entrega su vida por sus amigos3. Amaos los unos a los otros de tal manera que cada uno entregue su vida por los demás. Eso efectivamente hicieron los mártires. Lo mismo dice el evangelista Juan en su carta: Como Cristo entregó su vida por nosotros, así también nosotros debemos entregarla por nuestros hermanos4. Vais a acercaros a la mesa del poderoso señor; bien sabéis los fieles. a qué mesa vais a acercaros; recordad lo que dice la Escritura: Cuando te acerques a la mesa del poderoso, sábete que conviene que tú prepares otra igual5. ¿Cuál es la mesa del poderoso a la que te acercas? Aquella en la que él se ofrece a sí mismo, no una mesa con alimentos preparados según el arte culinario; Cristo te muestra su mesa, es decir, a sí mismo. Acércate a esa mesa y sáciate. Sé pobre, y quedarás saciado. Comerán los pobres, y serán saciados6. Sábete que conviene que tú prepares otra igual. Para que entiendas la frase, escucha a Juan, que la expone. Quizá ignorabas qué significa: Cuando te acerques a la mesa del poderoso, sábete que conviene que tú prepares otra igual. Escucha al comentarista: «Como Cristo entregó su vida por nosotros, así también nosotros debemos preparar tales cosas». ¿Qué significa esto? Entregar la vida por los hermanos.

3. Siendo pobre, te acercaste para saciarte. ¿Con qué prepararás tú una mesa igual? Pide al mismo que te invitó para tener qué darle de comer. Si él no te lo da, nada tendrás que ofrecerle. ¿Tienes ya siquiera un poco de amor? Ni siquiera esto has de atribuírtelo a ti mismo, pues ¿Qué tienes que no hayas recibido?7 ¿Tienes ya un poco de amor? Pídele que te lo aumente, que te lo perfeccione hasta que llegues a aquella mesa mayor que la cual no hay otra en esta vida: Nadie tiene mayor amor que quien entrega su vida por sus amigos8. Te acercaste siendo pobre y vuelves rico; mejor, no vuelves, pues solo serás rico permaneciendo en él. De él recibieron los mártires haber sufrido por él; creedme, de él lo recibieron. El padre de familia les dio con que pudieran alimentarlo a él. A él lo tenemos, pidámosle a él. Y, si no somos dignos de recibir nada, pidámoslo por mediación de sus amigos, quienes le alimentaron con lo que él les había dado. Rueguen ellos por nosotros, para que nos lo conceda también. También el tener más, lo recibimos del cielo. Escucha a Juan, su precursor: Nada puede recibir el hombre que no le sea dado del cielo9. En consecuencia, incluso lo que tenemos, lo hemos recibido del cielo, y el tener más, del cielo lo recibimos.

4. Esa es la ciudad que desciende del cielo10; seamos así para entrar en ella. Acabáis de oír cómo son quienes entran y quienes no entran. No seáis como los que habéis oído que no entrarán; ante todo, no seáis fornicarios. En efecto, cuando la Escritura mencionó quiénes no entrarán, nombró también a los homicidas, y no os asustasteis; mas, cuando nombró a los fornicarios11, oí los golpes de pecho. Yo mismo lo he oído; yo lo he oído y visto; lo que no vi en vuestras habitaciones, lo he visto en el ruido que habéis causado, lo he visto en vuestros pechos cuando los golpeasteis. Arrojad de ahí el pecado, pues golpear el pecho y seguir haciendo lo mismo no es otra cosa que encallecer el pecado. Hermanos míos, hijos míos, sed castos, amad la castidad, abrazaos a ella, amad la pureza, porque Dios, autor de la pureza de su templo que sois vosotros, la busca; a los impuros los expulsa lejos del templo. Han de bastaros vuestras mujeres, puesto que queréis que ellas tengan bastante con vosotros. No quieres que ella haga nada fuera de ti; no lo hagas tú fuera de ella. Tú eres el señor, ella la sierva; pero Dios os hizo a ambos. Dice la Escritura: Sara obedecía a Abrahán, llamándole su señor12. Así es; el obispo firmó esas actas.3: vuestras mujeres son vuestras siervas; sois señores de vuestras mujeres. Mas, cuando se llega al acto en que los sexos, distintos, se unen entre sí, la mujer no tiene potestad sobre su cuerpo, sino el varón13. Te alegrabas, te erguías orgulloso, te jactabas. «Bien habló el apóstol, con toda razón dijo ese vaso de elección: La mujer no tiene potestad sobre su cuerpo, sino el varón. Yo soy el dueño». Acabas de aplaudirlo; escucha lo que sigue; escucha lo que no quieres escuchar, y yo te ruego que lo aceptes. ¿A qué viene esto? Escucha: Igualmente, el varón, aquel dueño; igualmente, el varón tampoco tiene potestad sobre su cuerpo, sino la mujer14. Escucha esto con agrado. Se te quita el vicio, no tu condición de señor de la mujer; se te prohíbe adulterar, no se pone a la mujer por encima de ti. Tú eres varón, demuéstralo; «varón» (vir) viene de «virtud», o «virtud» de «varón». Entonces, ¿tienes virtud? Vence la voluptuosidad. El varón —dice— es cabeza de la mujer15. Si eres la cabeza, guíala y que ella te siga; pero pon atención adonde la llevas. Eres su cabeza: guíala adonde ella te siga. No vayas adonde no quieras que ella te siga. No caigas en el precipicio, procura seguir una vía recta. Así debéis prepararos vosotros para entrar a aquella mujer recién casada, embellecida y adornada para su marido no con joyas, sino con virtudes. Si entráis siendo castos, santos y buenos, seréis también vosotros miembros de esa nueva esposa, la bienaventurada y gloriosa Jerusalén celestial.