SERMÓN 330

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

En el natalicio de los mártires

1. La festividad de los bienaventurados mártires y la expectación de Vuestra Santidad están pidiendo de mí un sermón. Entiendo que hoy he de hablar de algo en consonancia con la fecha. Lo queréis vosotros, lo quiero yo; hágalo realidad aquel en cuyas manos estoy yo y mis palabras; concédame poder quien me ha otorgado querer. Efectivamente, en relación con esto se encendieron los mártires: abrasados en el amor a las cosas invisibles, despreciaron las visibles. ¿Qué amó en sí quien hasta se despreció a sí mismo para no perderse a sí? Eran templos de Dios, y sentían que habitaba en ellos el Dios verdadero, por lo que no adoraban a dioses extraños. Habían escuchado, sedientos habían bebido, habían hecho llegar hasta las fibras íntimas del corazón, y en cierto modo las habían hecho carne de su carne, estas palabras del Señor: Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo. Niéguese —dice— a sí mismo, tome su cruz y sígame1. Quiero decir algo sobre esto; me espanta vuestra atención; me manda vuestra oración.

2. ¿Qué significa, os suplico: Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame?2 Comprendemos qué significa: Tome su cruz, es decir, soporte su tribulación, pues tome está por soportar, sufrir. Acepte con paciencia —dice— todo lo que sufre por mí. Y sígame. ¿Adónde? Adonde sabemos que fue él después de resucitado: subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre.2. Allí nos ha colocado también a nosotros. Entre tanto vaya delante la esperanza, para que le siga la realidad. ¿Cómo debe ir delante la esperanza? Lo saben quienes escuchan «Levantemos el corazón». Pero, en la medida en que nos ayude el Señor, queda por averiguar, y discutir, y entrar —si él nos abre—; hallar —si él nos lo concede3— y exponeros a vosotros lo que yo haya podido encontrar, qué significa: Niéguese. ¿Cómo se niega a sí mismo quien se ama? Preguntar así es propio de la razón, pero de la razón humana; un hombre me pregunta: «¿Cómo se niega a sí mismo quien se ama?» Pero Dios responde a ese hombre: «Si se ama, niéguese, pues amándose a sí mismo, se pierde, y negándose, se encuentra». Quien ama —dice— su vida, la perderá4 . Lo mandó quien sabe lo que ha de mandar, porque sabe mirar por alguien quien sabe instruir y sabe cómo reparar quien se dignó crear. El que ama que la pierda. Es cosa triste perder lo que amas; pero a veces también el agricultor pierde lo que siembra. Saca el grano, lo esparce, lo tira y lo cubre de tierra. ¿De qué te extrañas? Este que así lo desprecia y lo pierde es un avaro a la hora de cosechar. El invierno y el verano han aprobado lo hecho: el gozo del que cosecha te manifiesta la intención del que siembra. Por tanto, el que ama su vida, la perderá. Quien busque fruto de ella, siémbrela. Esto significa, pues, negarse; no sea que, amándola indebidamente, se pierda.

3. No hay nadie que no se ame a sí mismo; pero hay que buscar el recto amor y evitar el que no está bien orientado. En efecto, quien se ama a sí mismo, abandonando a Dios, y quien abandona a Dios por amarse a sí mismo, ni siquiera permanece en sí, sino que sale incluso de sí. Sale desterrado de su corazón, despreciando lo interior y amando lo exterior. ¿Qué he dicho? ¿No desprecian su conciencia todos los que obran el mal? Quien respeta su conciencia pone límites a su maldad. Así, pues, dado que despreció a Dios para amarse a sí mismo, amando exteriormente lo que no es él mismo, se despreció también a sí mismo. Ved y escuchad al apóstol, que aporta un testimonio a favor de esta interpretación. En los últimos tiempos —dice— sobrevendrán tiempos peligrosos5 . ¿Cuáles son estos tiempos peligrosos? Habrá hombres amantes de sí mismos6. Este es el principio del mal. Veamos, pues, si, al amarse a sí mismos, permanecen, al menos, dentro de sí; veámoslo, escuchemos lo que sigue: Habrá —dice— hombres amantes de sí mismos, amantes del dinero7.¿Dónde estás tú que te amabas? Efectivamente estás fuera. Dime, te suplico: «¿Eres tú acaso el dinero?» Por tanto, tú que, abandonando a Dios, te amaste a ti mismo amando el dinero, te abandonaste también a ti. Primero te abandonaste, luego te perdiste. El amor al dinero fue el causante de que te perdieras. Por el dinero llegas a mentir: La boca que miente da muerte al alma8. He aquí, pues, que, cuando vas tras el dinero, has perdido tu alma. Trae la báscula de la verdad, no la de la ambición. Trae la balanza, pero la de la verdad, no la de la ambición; tráela, te lo ruego, y pon en un platillo el dinero y en el otro el alma. Eres ya tú quien los pesa, y, llevado por la ambición, introduces fraudulentamente tus dedos: quieres que baje el platillo que contiene el dinero. Cesa, no peses; quieres cometer fraude contra ti mismo; veo lo que estás haciendo.

Quieres anteponer el dinero a tu alma; quieres mentir por él y perderla a ella. Apártate, sea Dios quien pese; pese él, que no puede engañar ni ser engañado. Ved que pesa él; vedlo pesando y escuchad el resultado: ¿Qué aprovecha a un hombre ganar todo el mundo?9 Son palabras divinas, palabras de quien pesa sin engañar; palabras de quien informa y amonesta. Tú ponías en una parte el dinero, y en la otra el alma; mira dónde has puesto el dinero. ¿Qué te responde el que pesa? Tú has colocado el dinero: ¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si sufre detrimento su alma?10 Pero tú querías poner en la misma balanza tu alma y tus ganancias; compárala con el mundo. Querías perderla para adquirir tierra: ella pesa más que el cielo y la tierra. Pero actúas así porque, abandonando a Dios y amándote a ti, saliste hasta de ti, y aprecias ya, más que a ti, a otras cosas que están fuera de ti. Vuelve a ti mismo; mas, cuando, levantado, hayas vuelto de nuevo a ti, no permanezcas en ti. Antes de nada, vuelve a ti desde lo que está fuera de ti, y luego devuélvete a quien te hizo, a quien te buscó cuando estabas perdido, a quien te alcanzó cuando huías y a quien, cuando le dabas la espalda, te volvió hacia sí. Vuelve, pues, a ti mismo y dirígete hacia quien te hizo. Imita a aquel hijo menor, porque quizá eres tú mismo. Hablo al pueblo, no a un solo hombre; y, aunque no3 todos puedan oírme, no lo digo a uno solo, sino al género humano. Vuelve, pues; sé como aquel hijo menor que, después de malgastar y perder todos sus haberes viviendo pródigamente, sintió necesidad, apacentó puercos y, agotado por el hambre, cobró aliento y se acordó de su padre. ¿Y qué dice de él el evangelio? Y vuelto a sí mismo. Quien se había perdido hasta a sí mismo, volvió a sí mismo; veamos si se quedó en sí mismo. Vuelto a sí mismo, dijo: «Me levantaré». Luego había caído. Me levantaré —dice— e iré a casa de mi padre11. Ved que ya se niega a sí mismo quien se ha hallado a sí mismo. ¿Cómo se niega? Escuchad: Y le diré: «He pecado contra el cielo y contra ti»12.Se niega a sí mismo: Ya no soy digno de llamarme hijo tuyo13. He aquí lo que hicieron los santos mártires: despreciaron las cosas de fuera: todos los halagos de este mundo, todos sus errores y terrores; cuanto agradaba, cuanto infundía temor, todo lo despreciaron, todo lo pisotearon. Entraron también en sí mismos y se miraron a sí mismos; se hallaron a sí mismos en sí mismos y se encontraron desagradables; corrieron a aquel que los formó, para revivir y permanecer en él y para que en él pereciera lo que por sí mismos habían comenzado a ser y permaneciese lo que él había creado en ellos. Esto es negarse a sí mismo.

4. Esto aún no podía comprenderlo el apóstol Pedro cuando dijo a Jesucristo nuestro Señor, que le acababa de anunciar su pasión: ¡Lejos de ti, Señor; eso no acontecerá!14 Temía que muriese la vida. Ahora, cuando se leía el santo evangelio, habéis escuchado lo que respondió el bienaventurado Pedro al Salvador, que le anunciaba su pasión por nosotros y en cierto modo la prometía. El cautivo contradecía al que le rescataba. ¿Qué haces, oh apóstol? ¿Cómo le llevas la contraria? ¿Cómo dices: Eso no acontecerá? Entonces, ¿no ha de sufrir la pasión el Señor? La palabra de la cruz es escándalo para ti; es necedad para los que se pierden15. ¿Necesitas ser redimido y llevas la contraria a quien va a pagar tu rescate? Déjalo que sufra la pasión; él sabe lo que tiene que hacer, sabe para qué ha venido, sabe cómo ha de buscarte y cómo puede encontrarte. No quieras enseñar a tu maestro; busca tu precio, salido de su costado. Escúchalo, más bien, tú cuando te corrige; no quieras corregirlo a él; está fuera de lugar, es alterar el orden. Escucha lo que le dice: ¡Vete detrás de mí!16 Como él lo dijo, yo lo repito; ni voy a callar las palabras del Señor ni hago injuria al apóstol. Cristo el Señor dijo: ¡Vete detrás de mí, Satanás!17 ¿Por qué Satanás? Porque quieres ir delante de mí. ¿Quieres no ser Satanás? Vete detrás de mí pues, si vas detrás, me sigues; si me sigues, tomarás tu cruz, y, en vez de ser mi consejero, serás mi discípulo. Pues ¿por qué te asustaste cuando el Señor predijo su muerte? ¿Por qué te asustaste sino porque temiste que también tú fueras a morir? Temiendo morir, no te negaste; y amándote mal, lo negaste a él 18. Pero luego el bienaventurado apóstol Pedro, después de haber negado tres veces al Señor, destruyó aquella culpa con sus lágrimas; una vez resucitado el Señor, ya confirmado y edificado al respecto, murió por quien había negado temiendo la muerte; confesándole encontró la muerte, pero al encontrar la muerte alcanzó la vida. Y he aquí que Pedro ya no muere. Todo su temor es cosa pasada; ya no derramará más lágrimas, todo queda atrás y él permanece en la felicidad con Cristo. Pisoteó, pues, todos los halagos, amenazas y terrores exteriores; se negó a sí mismo, tomó su cruz y siguió al Señor19. Escucha también al apóstol Pablo negándose a sí mismo: ¡Lejos de mí —dice— gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo!20 Escúchale todavía negándose: Vivo —dice—, pero no yo21. Clara negación de sí mismo; pero ya sigue la gloriosa confesión de Cristo: pues es Cristo quien vive en mí22. ¿Qué significa, pues: Niégate a ti mismo? No quieras vivir en ti. No hagas tu voluntad, sino la de aquel que habita en ti.