SERMÓN 327

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

En el natalicio de los mártires

1. Con la voz de los mártires hemos cantado a Dios: Júzgame, ¡oh Dios!, y distingue mi causa de la causa de la gente malvada1. Es la voz de los mártires. ¿Quién se atreverá a decir: Júzgame, ¡oh Dios!, sino quien tiene una óptima causa? Al alma se la tienta con promesas y amenazas, se la ablanda con el halago y se la atormenta con el dolor: todo esto lo vencieron por Cristo los mártires invictos. Vencieron al mundo con sus promesas y crueldades. Ni los retuvo el placer ni los aterrorizó el tormento. El oro purificado en el crisol no teme el fuego del infierno. Por eso, como purificado por el fuego de la tribulación, el muy bienaventurado mártir dice seguro: Júzgame, ¡oh Dios! Juzga cuanto de bueno encuentres en mí; tú me has dado lo que te agrada; hállalo en mí y júzgame. No me retuvo la dulzura del mundo ni me separa de ti la tribulación del siglo. Júzgame y distingue mi causa de la de la gente malvada. Son muchos los que sufren tribulaciones; pero, siendo idéntico el suplicio, no lo es la causa. «Muchos males padecen los adúlteros, los malhechores, los bandidos y homicidas, los criminales todos; muchos males —dice— padezco también yo, tu mártir; pero distingue mi causa de la causa de la gente malvada, de la de los bandidos, homicidas y criminales de toda clase. Pueden sufrir lo mismo que yo, pero no tener la misma causa. En el horno, yo soy purificado, ellos reducidos a cenizas». También los herejes lo sufren, muchas veces de su propia mano, queriendo que se les tenga por mártires. Pero contra ellos hemos cantado: Distingue mi causa de la causa de la gente malvada. Al mártir no lo hace el suplicio, sino la causa.

2. En la pasión del Señor había tres cruces; idéntico era el suplicio, pero no la causa. A la derecha estaba un bandido, a la izquierda otro; en medio estaba el juez, pendiendo de la cruz entre uno y otro, como pronunciando sentencia en un tribunal. Escuchó que uno le decía: Líbrate, si es que eres justo; oyó que el otro corregía a su compañero, diciéndole: ¿No temes a Dios? Nosotros sufrimos esto por los males que hemos realizado, mas este es justo. Personalmente, tenía una causa mala, pero distinguía la causa de los mártires. En efecto, ¿qué otra cosa significa: Nosotros sufrimos esto por los males que hemos realizado, mas este es justo?2. ¿Quién puede distinguir la causa de los mártires de la causa de los malvados que sufren el suplicio? «Este —dice— se ve que es justo; nosotros sufrimos por culpa nuestra, por los males que hicimos». Señor; advierte lo que dice a su compañero de suplicio. Cristo estaba colgado como él, pero no envilecido como él. Quien colgaba lo reconocía como Señor. Los unía el mismo suplicio, el de la cruz; pero el premio no era único. ¿Qué estoy diciendo? «Otorgas un premio a Cristo, dador de todos los premios? Señor —dice—, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino3. Lo veía colgado, lo veía crucificado, y, sin embargo, esperaba que iba a reinar». «Acuérdate de mí —dice—; pero no ahora, sino cuando llegues a tu reino. Yo —dice— he cometido muchas maldades; no me espero un descanso inmediato. Bástenme los tormentos que sufra hasta que llegues. Sea atormentado ahora; mas, cuando vengas, perdóname». Él se ponía un plazo, pero Cristo ofrecía el paraíso a quien no lo pedía. Acuérdate de mí; pero ¿cuándo? Cuando llegues a tu reino. Y el Señor: «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso4. Mis discípulos me abandonaron, mis discípulos perdieron la esperanza en mí, mientras que tú me reconociste en la cruz; no me despreciaste hallándome a punto de morir y esperaste en que iba a reinar: Hoy estarás conmigo en el paraíso. No me alejo de ti». Se ha distinguido la causa; ¿acaso el suplicio? Bueno es, pues, este grito: Júzgame, ¡oh Dios!, y distingue mi causa de la causa de la gente malvada5. Cuantos vivimos en este mundo esforcémonos por tener una causa buena, para que, si nos acaece algo en él, salgamos del mismo con buena causa.