SERMÓN 322

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Martes de Pascua

Ayer prometí a Vuestra Caridad el relato, gracias al cual os sea posible escuchar lo que no pudisteis ver acerca de aquella curación. Por tanto, si es del agrado de Vuestra Caridad; mejor, como debe ser de vuestro agrado lo que también me agrada a mí, comparezcan ante vuestra presencia los dos hermanos, para que quienes no habían visto antes al que fue curado, viendo al otro, se percaten de lo que sufría él también. Comparezcan, pues, los dos: uno a quien le fue concedida la gracia y el otro para quien hay que pedir misericordia.

Ejemplar del relato entregado al obispo Agustín por Pablo

«Te ruego, señor beatísimo, padre Agustín, que mandes leer a la santa asamblea este mi relato que te he presentado por orden tuya: Cuando aún vivíamos en Cesárea de Capadocia, nuestra patria, nuestro hermano mayor cubrió a nuestra madre común de injurias tan graves e intolerables, que hasta no dudó en ponerle la mano. Lo cual lo sufrimos con paciencia todos los hijos allí reunidos, hasta el punto de no decir a nuestro hermano ni una palabra en favor de nuestra madre ni preguntarle por qué hizo aquello. Pero ella, excitada por las punzadas de su dolor de mujer, determinó castigar con una maldición al hijo que la había ultrajado. Después del canto del gallo, se apresuró a llegar hasta la fuente bautismal para invocar la ira de Dios sobre el mencionado hijo. Entonces le salió al encuentro no sé quién, bajo la figura de nuestro tío, al parecer el demonio, y, anticipándose él, le preguntó adonde se dirigía. Ella le respondió que se encaminaba a maldecir a su hijo por aquella afrenta intolerable. Solo que entonces aquel enemigo, como le fue fácil encontrar asiento en el corazón enfurecido de la mujer, la persuadió a que nos maldijera a todos. Inflamada por tan viperinos consejos, se echó junto a la sagrada fuente, y sobre ella, sueltos los cabellos y descubiertos los pechos, pidió a Dios, sobre todo, que, desterrados de la patria y vagando por tierras extrañas, sirviésemos de terrorífico ejemplo para todo el género humano. Inmediatamente, las súplicas maternas se convierten en eficaz venganza, y al instante al mismo hermano mayor en edad y en la culpa le entró un temblor de miembros tan grande como el que Vuestra Santidad vio en mí hace tres días. En el espacio de un año, el mismo castigo se apoderó de todos nosotros, por el orden en que habíamos nacido. La madre, a su vez, viendo la espantosa eficacia de sus maldiciones, no pudo soportar por más tiempo la conciencia de su maldad y el oprobio de los hombres, y, echando una soga al cuello, concluyó su deplorable vida de forma aún más deplorable. Así, pues, no soportando nuestra deshonra, salimos de allí todos y, abandonando la patria común, nos dispersamos sin criterio por distintos lugares. Pero de los diez hermanos que somos, el que sigue al primero mereció recobrar la salud en la memoria del glorioso mártir Lorenzo, que se ha levantado hace poco junto a Rávena, según hemos oído. Yo, el sexto de los hermanos, acompañado de mi hermana, que me sigue en edad, lleno del deseo de recobrar la salud, emprendí el viaje y me presentaba en cualquier pueblo y región donde hubiese lugares sagrados, en los que Dios realizase milagros. Para no mencionar otros lugares celebérrimos por los santos, en este mi dar vueltas de un lugar a otro llegué hasta Ancona, ciudad de Italia, donde Dios realiza muchos milagros por mediación del gloriosísimo mártir Esteban. Pero no pude alcanzar la curación allí precisamente porque la divina Providencia me tenía reservado para aquí. Ni tampoco pasé de largo de la ciudad africana de Uzala, donde se pregona que el bienaventurado mártir Esteban hace maravillas con frecuencia. No obstante, hace tres meses, es decir, el mismo día de las calendas de enero.4 tanto yo como mi hermana, que me acompaña aquí y que aún es presa del mismo mal, fuimos advertidos por una visión que no dejaba dudas. Cierta persona de rostro brillante y venerable por la blancura de sus cabellos me dijo que en el espacio de tres meses estaría en posesión de la deseada curación. Sin embargo, a mi hermana se le apareció en visión tu imagen tal como ahora te vemos, por lo cual se nos indicó que debíamos venir a este lugar. Pues a partir de entonces, en el recorrido hacia aquí a travesando otras ciudades, también yo veía a tu beatitud en todo igual a como ahora te veo. Avisados, pues, claramente por la autoridad divina, llegamos a esta ciudad hace unos quince días. Testigos de mi sufrimiento son vuestros ojos y mi desdichada hermana, que, para aleccionamiento de todos, aporta la prueba de nuestro mal común. De esta forma, cuantos vean en ella cómo fui yo, reconozcan cuánto obró en mí el Señor por su santo Espíritu. Con grandes lágrimas oraba yo a diario en el lugar de la memoria del glorioso mártir Esteban. Mas el domingo de Pascua, como vieron quienes estaban presentes, mientras oraba con gran llanto sujeto a la verja, de repente me caí. Perdí el sentido, e ignoro dónde estuve. Después de un poco me levanté, y ya no hallé en mi cuerpo aquel temblor. Para no ser ingrato a tan grande beneficio, he ofrecido este relato escrito, en el cual he expuesto tanto lo que ignorabais acerca de nuestras calamidades como lo que habéis conocido sobre mi perfecta curación; con la finalidad también de que os dignéis orar por mi hermana y dar gracias a Dios por mí».