SERMÓN 319

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno,osa

Sobre el mártir Esteban

1. Que el Señor me conceda deciros unas pocas palabras saludables, él que otorgó al santo Esteban decirlas tan magníficas lleno de valentía. Como si los temiese, así comenzó, dirigiéndose a sus perseguidores: Hermanos y padres, escuchad1 ¿Hay mayor suavidad e indulgencia? Se conciliaba al auditorio para encarecerle al Salvador. Comenzó con suavidad, para que le escuchasen por más tiempo. Y como había sido acusado de haber hablado contra Dios y la ley, les expuso la misma ley, convirtiéndose en predicador de la ley quien era acusado de destruirla. Esto lo habéis oído vosotros igual que yo; no son necesarias muchas palabras mías, porque ya habéis oído las suficientes. Una sola cosa exhorto a Vuestra Caridad para edificaros: que sepáis que el santo Esteban buscó el honor de Cristo; que sepáis que el santo mártir fue testigo de Cristo; que sepáis que él hizo entonces milagros tan grandes en el nombre de Cristo. Para vuestra salvación, en efecto, sabéis que el santo Esteban hizo milagros en el nombre de Cristo, mientras que Cristo no hizo ningún milagro en el nombre de Esteban. Distinguid, pues, al siervo, del Señor; al que rinde culto a Dios, de Dios; al adorador, del digno de adoración. Cuando hacéis esta distinción es cuando os ama, pues no derramó su sangre por sí mismo, sino por Cristo.

2. Ved a quién confió su alma. He aquí—dice— que veo los cielos abiertos, y al hijo del hombre de pie a la derecha de Dios2. Vio a Cristo cuando confesaba a Cristo, a punto de morir por Cristo y de partir hacia Cristo. Y al final, cuando las piedras llovían con más intensidad sobre él; cuando aquellos corazones duros le causaban duras heridas; cuando se encontró cerca no de la perdición, sino de la partida, vio que su alma estaba a punto de emigrar y la confió. ¿A quién? A aquel al que vio, al que adoró, a quien sirvió, en cuyo nombre predicó, por cuyo Evangelio entregó su vida; a él le confió su alma. Señor Jesús —dice— recibe mi espíritu3. Me hiciste vencedor, recíbeme en triunfo. Recibe mi espíritu. Ellos me persiguen, tú acógeme; ellos me echan fuera, tú introdúceme dentro. Di a mi espíritu: Entra en el gozo de tu Señor4. No otra cosa significa: Recibe mi espíritu.3.Pero ¿dónde recibió Jesús el espíritu de Esteban? ¿En qué morada, en qué cielo del cielo? 5. ¿Quién puede explicarlo?

3. ¿Deseas oírlo en pocas palabras? Escucha a Cristo mismo: Padre, quiero que donde estoy yo estén ellos también conmigo6. Estar donde está Cristo, ¿qué pensamiento puede comprenderlo? ¿Qué sermón será suficiente para explicarlo? Confíese a la fe y no se ponga la esperanza en la lengua. Cuando se leyó el evangelio, escuchasteis: Donde estoy yo, allí estará también mi servidor7. Si os servís de un códice griego, encontraréis la palabra «diácono», que, traducida al latín, significa «servidor». En griego se dice «diácono»; «diácono» en griego y «servidor» en latín, como mártir y testigo, apóstol y enviado respectivamente. Pero ya nos hemos acostumbrado a usar los términos griegos en lugar de los latinos. En efecto, muchos son los códices de los evangelios en que leemos así: Donde yo estoy, allí estará también mi diácono. Pensad que, como es en verdad, el texto sonaba así: Donde estoy yo, allí estará también mi diácono. Con razón, por tanto, dijo su diácono: Señor Jesús, recibe mi espíritu8. Tú lo prometiste; he leído y anunciado tu Evangelio: Donde estoy yo, allí estará también mi diácono. He sido tu diácono, te he servido mi sangre.4, he entregado por ti mi vida: dame lo que has prometido.

4. ¿Y cómo oró por los judíos, por los que lo apedreaban, por aquellos corazones sanguinarios y espíritus crueles? Hincado de rodillas. Tan grande humildad de Esteban se corresponde con la gran culpa de aquel pueblo. Por sí mismo oró de pie; por ellos, de rodillas. ¿Los antepuso a ellos a sí mismo? En ningún modo hay que pensar eso. Amaba a los enemigos, pero a propósito del prójimo se dijo: Amarás a tu prójimo como a ti mismo9. ¿Por qué, pues, se puso de rodillas? Porque sabía que estaba orando por criminales, y cuanto más malvados eran ellos, tanto más difícil era ser escuchado. El Señor dijo cuando pendía de la cruz: Padre, perdónalos10; Esteban, de rodillas bajo la lluvia de piedras: Señor, no les imputes este pecado11. Como buena oveja, siguió las huellas de su pastor; como buen cordero, siguió al Cordero, cuya sangre quitó el pecado del mundo12. Cumplió lo que dice el apóstol Pedro: Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas13.

5. Contempla a ese hombre siguiendo las huellas de su Señor. Cristo en la cruz dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu14; Esteban, bajo las piedras: Señor Jesús, recibe mi espíritu15. Cristo en la cruz dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen16; Esteban bajo las piedras: Señor Jesús, no les imputes este pecado17. ¿Cómo podría no estar él donde estaba aquel a quien siguió e imitó?

6. Triunfó y fue coronado. Su cuerpo se mantuvo oculto por mucho tiempo; mas, cuando Dios quiso, salió a la luz, iluminó las tierras, hizo grandes milagros; estando muerto, convierte en vivos los muertos, porque tampoco él está muerto. Así, pues, esto recomiendo a Vuestra Caridad: que sepáis que sus oraciones consiguen muchos favores, pero no todos. En efecto, en los relatos que circulan vemos cómo ha tenido dificultades para conseguir algún beneficio, que ha obtenido después gracias a la fe perseverante de quien suplicaba. No se dejó de orar, y Dios lo concedió después por medio de Esteban. Se conservan las palabras de quien oraba a Esteban y la respuesta que recibió: «La persona por quien ruegas no es digna, pues ha hecho esto y aquello» Pero tanto insistió y rogó que lo consiguió. .Él nos ha dado a entender que, como antes de abandonar su carne obraba milagros en nombre de Cristo, así ahora, en el nombre de Cristo, sus oraciones hacen que se obtengan los beneficios para quienes él sabe que deben concederse.

7. Pero él ora como siervo. Acompañaba a Juan cierto ángel. Tales ángeles están en la compañía de Dios, y, si somos buenos y llegamos a merecerlo plenamente, seremos iguales a ellos. Serán —dijo— iguales a los ángeles de Dios18. Aquel ángel estaba mostrando muchos prodigios a san Juan el evangelista: lleno de turbación ante ellos, lo adoró. Un hombre adoró a un ángel, y el ángel dijo al hombre: Levántate; ¿qué estás haciendo? Adórale a él; yo soy siervo como tú y tus hermanos19.

8. Si tan grande humildad manifestó tener el ángel, ¡cuánta pensáis que debe ser la de un mártir, cómo es en realidad! No creamos, pues, que Esteban es soberbio, pensando que cuanto hace lo hace por su poder. Por medio de nuestro consiervo, recibamos los beneficios de Dios, demos honor y gloria al Señor. ¿Qué necesidad tengo de deciros más cosas y hablar por más tiempo? Leed los cuatro versos que hemos escrito en su camarín.6; leedlos, aprendedlos y retenedlos en vuestro corazón. Quisimos escribirlos allí precisamente para que los lea quien quiera y cuando quiera. Son pocos intencionadamente, para que todos puedan aprendérselos, y están escritos en lugar público, para que todos los lean. No es preciso andar buscando el códice; sea aquella capilla vuestro códice. Hoy hemos venido un poco más puntuales que de costumbre; mas como las lecturas escuchadas han sido largas y aprietan los calores, difiramos para el domingo la lectura del relato que contiene los beneficios hechos por Dios mediante el mártir, relato que queríamos leer hoy.