SERMÓN 317(+ Wilmart 21 = Casinensis 1,144—146)

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Sobre el mártir Esteban

1. El bienaventurado mártir Esteban, el primero en ser ordenado diácono después de los apóstoles y por ellos mismos, fue coronado antes que ellos. Hizo brillar con su pasión aquellas tierras y, ya muerto, visitó estas nuestras. Pero no las hubiese visitado una vez muerto de no vivir a pesar de la muerte. Una pequeña cantidad de polvo ha congregado tan gran multitud; la ceniza apenas se la ve, pero los beneficios son manifiestos. Pensad, amadísimos, lo que Dios nos reserva para la tierra de los vivos si tanto nos concede con las cenizas de los muertos. La carne del santo Esteban es celebrada por doquier, pero se encarece el mérito de su fe. Esperemos obtener los beneficios temporales de forma que, imitándole, merezcamos recibir los eternos. Contempla, cree y practica lo que el bienaventurado mártir nos propuso como objeto de imitación en su pasión; en eso consiste la auténtica celebración de la festividad del mártir. Entre los preceptos magníficos y saludables, a la vez que divinos y altísimos, que nuestro Señor dio a sus discípulos, el que a los hombres parece más pesado es el mandato de amar a los enemigos. El precepto es oneroso, pero grande el premio que se le asocia. Además, ved lo que dijo al intimar ese precepto: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a quienes os odian y orad por quienes os persiguen1. Acabas de escuchar la tarea; espera la recompensa y mira lo que añade: Para que seáis —dice— hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir el sol sobre buenos y malos y envía la lluvia sobre justos e injustos2. Esto lo estamos viendo y no podemos negarlo. ¿Se ha dicho, acaso, a las nubes: «Lloved sobre los campos de mis adoradores y alejaos de los que blasfeman contra mí»? ¿Se ha dicho, acaso, al sol: «Véante mis adoradores y no te vean quienes me maldicen»? Beneficios del cielo, beneficios de la tierra: manan las fuentes, los campos están fértiles y los árboles se cargan de frutos. Estas cosas las tienen los buenos y los malos; los agradecidos y los ingratos. ¿Hemos de pensar que no reserva nada para los buenos quien concede tanto a buenos y malos? Da a buenos y malos lo que dio también a los que apedreaban a Esteban, pero reserva para los buenos lo que dio a Esteban.

2. Por tanto, hermanos, a ejemplo de este mártir aprendamos, ante todo, a amar a nuestros enemigos. Se nos ha puesto el ejemplo de Dios Padre, que hace salir el sol sobre buenos y malos3. Lo dijo también el Hijo de Dios, después de hecho hombre, por la boca de su carne, que tomó por amor a sus enemigos. En efecto, quien vino al mundo como amador de sus enemigos, encontró absolutamente a todos como enemigos suyos, a nadie como amigo. Por los enemigos derramó su sangre, pero con su sangre los convirtió. Con su sangre borró los pecados de sus enemigos, y, eliminando sus pecados, de enemigos los convirtió en amigos. Uno de estos amigos era también Esteban; mejor, lo es y lo será. Con todo, fue el Señor el primero en mostrar en la cruz lo que exhortó a hacer. Refiriéndose a los judíos, que por doquier bramaban, furibundos, burlones, que le insultaron y lo crucificaron, dice: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen4. La ceguera, en verdad, me crucifica, la ceguera lo crucificaba; y, crucificado, hacía de su sangre un colirio para ellos5.

3. Pero hay hombres tan perezosos ante el precepto como ávidos del premio, que no aman a sus enemigos, antes bien presumen de vengarse de ellos, sin poner sus ojos en Dios, quien, si quisiera vengarse de sus enemigos, no quedaría ni uno para alabarle. Cuando ellos escuchan este texto del evangelio, según el cual el Señor dijo en la cruz: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen6, dicen para sí: «Eso lo pudo él en cuanto Hijo de Dios, en cuanto Hijo único del Padre. Ciertamente, la carne colgaba, pero dentro se ocultaba la divinidad. Nosotros, en cambio, ¿qué somos para hacer tales cosas?» ¿Nos engañó quien nos lo mandó? De ningún modo; no nos engañó. Si piensas que es mucho para ti imitar a tu Señor, mira a Esteban, siervo como tú. Cristo el Señor era Hijo único de Dios; ¿también Esteban? Cristo el Señor nació de una virgen intacta; ¿también Esteban? Cristo el Señor vino no en carne de pecado, sino en la semejanza de la carne de pecado; ¿también Esteban? Como él has nacido también tú; de donde nació él naciste tú; de quien renació él renaciste tú; él fue rescatado con el mismo precio que tú; tanto vale él cuanto vales tú. Se nos ha procurado un único documento. El evangelio es el documento donde consta que todos hemos sido comprados; donde tú, allí también él. En cuanto somos siervos, es un documento; en cuanto hijos, un testamento. Mírale a él, mira a tu consiervo.

4. ¿Es mucho para ti, que tienes débiles los ojos, mirar al sol? Mira a la lámpara. El Señor dijo a sus discípulos: Nadie enciende una lámpara y la pone bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa7. La casa es el mundo; el candelero, la cruz de Cristo; la lámpara que luce en el candelero, Cristo pendiente de la cruz. En ese mismo candelero lucía también aquel que primero guardaba los vestidos de los que apedreaban a Esteban, luego convertido de Saulo en Pablo, de lobo en cordero, pequeño y grande al mismo tiempo; raptor de corderos y pastor de los mismos; en el mismo candelero lucía cuando decía: Lejos de mí gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo8. Luzca así dice— vuestra luz delante de los hombres9. Ved que luce la lámpara de Esteban; luce esta lámpara; mirémosla. Que nadie diga: «Es demasiado para mí». Hombre era él, hombre eres tú. Pero no lo obtuvo por sí solo. ¿Acaso, luego de recibir él, cerró la fuente? La fuente es común: bebe tú de donde bebió él. Él lo recibió como don de Dios; tiene abundancia quien se lo dio; pídele también tú, y recibirás.

5. El Señor increpó con dureza y amargura a los judíos, pero también con amor: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!10 Cuando así hablaba, ¿quién no diría que los odiaba? Llegó a la cruz y dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen11. De idéntica manera, Esteban comienza su discurso increpándolos: Hombres de dura cerviz e incircuncisos de corazón y oídos12. Son palabras del santo Esteban cuando se dirigía a los judíos: Hombres de dura cerviz e incircuncisos de corazón y oídos; vosotros siempre habéis resistido al Espíritu Santo, igual que vuestros padres. ¿A qué profeta no dieron muerte vuestros padres?13 Diciendo esto, da la impresión de que los odia, de que se muestra cruel. Grita la lengua, ama el corazón. Hemos escuchado el grito de la lengua; probemos que ama el corazón. Habiendo corrido a agarrar piedras, gente dura a las piedras duras, arrojaban contra él las que eran como ellos. Era lapidado con piedras quien por la Piedra moría, según dice el apóstol: La piedra era Cristo14. Y, siendo tanta su constancia en el enseñar, ved cuál fue su paciencia en la muerte. Sus enemigos destrozaban su cuerpo a fuerza de pedradas, pero él oraba por ellos; golpeado el hombre exterior, suplicaba el interior. Pero el Señor, que lo había ceñido, que lo había probado, que había marcado su sello no en la mano, sino en la frente, contemplaba desde lo alto a su soldado, él que lo iba a ayudar en el combate y a coronar en la victoria. Finalmente, se le apareció. He aquí —dice— que veo los cielos abiertos, y al hijo del hombre de pie a la derecha de Dios15. Sólo él lo veía, solo a él se le aparecía.

6. ¿Pero qué dice en favor propio? Señor Jesús, recibe mi espíritu16. Rogando por sí, se mantuvo en pie; por ellos, se arrodilló. Por sí mismo, erecto; por ellos, inclinado; por sí, erguido; por ellos, en actitud humilde. Se arrodilló y dijo: Señor, no les imputes este pecado17. Y, dicho esto, se durmió. ¡Oh sueño de paz! Quién durmió entre las piedras de los enemigos, ¡cómo velará en sus cenizas! Durmió tranquilo, sosegado, en paz, porque confió su espíritu al Señor. Esteban, pues, amó a sus enemigos, pues quien por sí rogó en pie, por ellos se arrodilló. Ciertamente cumplió lo que está escrito. Fue encontrado verdadero imitador de la pasión del Señor y perfecto discípulo de Cristo quien hacía realidad en su propia pasión lo que había escuchado al maestro. Efectivamente, el Señor dijo cuando pendía de la cruz: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen18; también el bienaventurado Esteban, cuando estaba ya casi cubierto de piedras, dice así: Señor Jesús, no les imputes este pecado19. ¡Oh varón apostólico, convertido ya de discípulo en maestro! Convenía ciertamente que el primer mártir de Cristo siguiese las enseñanzas del maestro. Ruega por los impíos, ruega por los blasfemos, por quienes le estaban lapidando. Como era difícil ser oído en sus ruegos por ellos, añadió la debilidad para fortalecer el amor. Se arrodilló, extorsionó. ¿Creéis que no fue escuchado cuando dijo: Señor, no les imputes este pecado? Fue escuchado. En efecto, muchos de ellos creyeron. Mas no quiero llevaros demasiado lejos. Aquel Saulo que lo lapidaba con las manos de todos, puesto que guardaba los vestidos de los demás... Esteban fue escuchado en su súplica por él. Aun después respiraba crueldad; recibidas cartas, se puso en marcha, atormentando a los cristianos; estaba sediento de sangre y ávido de muertes. Pero el Señor, que había escuchado a Esteban en favor de él, le dijo: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?20 Aquel a quien diste muerte ha rogado por ti. También yo te elijo a ti para que me confieses y mueras por mí?. Celebremos, pues, el nacimiento de san Esteban y tributémosle culto con la debida veneración. Hemos celebrado el nacimiento del Señor; celebremos también el de su siervo. Asistimos numerosos al nacimiento del Salvador, asistamos en igual número al nacimiento del mártir. Al Señor lo dio a luz la incorrupta virgen María, y al glorioso mártir lo llevó a la palma del martirio la santa madre Iglesia.