SERMÓN 315

Traductor: Pío de Luis vizcaíno, o.s.a.

En la solemnidad del mártir Esteban.

1. Durante la lectura acabáis de oír cómo el muy bienaventurado Esteban fue ordenado con otros seis diáconos, siendo él el séptimo, y cómo llegó a la suprema corona. He aquí el primer mérito del mártir que ha de encarecerse a Vuestra Caridad; de los otros mártires, a duras penas encontramos las actas de su pasión para poder leerlas en sus respectivas fiestas, mientras que la pasión de Esteban se halla en un libro canónico. Los Hechos de los Apóstoles forman parte del canon de las Escrituras y comienzan a leerse, por costumbre de la Iglesia, el domingo de Pascua. En este libro, pues, intitulado Hechos de los Apóstoles habéis oído cómo fueron elegidos y ordenados por los apóstoles los siete diáconos, entre los cuales estaba san Esteban. Los primeros fueron los apóstoles, siguiéndoles los diáconos; pero los diáconos contaron con un mártir de entre sus filas antes que los apóstoles; la primera víctima fue tomada de entre los corderos, no de entre los carneros.

2. Por otra parte, ¡cuán grande fue la semejanza entre su pasión y la de su Señor y Salvador! Testigos falsos contra uno y contra otro y sobre el mismo asunto. Sabéis y recordáis lo que dijeron contra el Señor los falsos testigos: Nosotros le hemos oído decir: «Destruyo este templo y levanto uno nuevo en tres día»1. No era eso lo que había dicho el Señor; pero la falsedad quiso quedarse cercana a la verdad. ¿Por qué son testigos falsos? Porque ellos le oyeron decir: Destruid este templo, y yo lo levantaré en tres días2. El evangelista, a su vez, dice: Esto lo decía del templo de su cuerpo3. Como testigos falsos cambiaron el Destruid, por Destruyo. Un mínimo cambio en las sílabas, pero testigos falsos; tanto peores cuanto que quisieron acercarse a la verdad mediante la calumnia. ¿Y qué se le reprochó a Esteban? Nosotros le escuchamos decir que Jesús Nazareno destruirá este templo y cambiará las costumbres de la ley4. Proferían un falso testimonio a la vez que profetizaban la verdad. De idéntica manera, aquel Caifás, su maestro, príncipe de los sacerdotes, aconsejando a los judíos que matasen a Cristo, dijo esto: Conviene que muera uno antes de que perezca todo un pueblo5. El evangelista, a su vez, dice: Esto no lo dijo de su propia cosecha, sino que, como era pontífice aquel año, profetizó que convenía que Cristo muriese por el pueblo6. ¿Qué significa esto, hermanos? Grande es la fuerza de la verdad. Los hombres odian la verdad y al mismo tiempo la profetizan sin saberlo. No la realizan, pero se realiza en ellos. Se presentaron, pues, estos falsos testigos, semejantes a (cualesquiera otros) testigos falsos, pero con la diferencia de que Cristo murió por ellos.

3. Lo condujeron ante el sanedrín para que el juicio tuviese mayor relieve. Mas el amigo de Cristo, al sostener su causa personal, proclamó la verdad de su Señor. Iba a morir: ¿qué sentido tenía que su lengua piadosa callase ante los impíos? ¿Por qué no morir por la verdad? Sólo en esto no guarda semejanza con su Señor por lo que respecta a su pasión por razón de cierto misterio. Él es, en efecto, Dios por la excelencia de su majestad. Cuando el Señor fue conducido a su pasión, prefirió callar en el interrogatorio; Esteban no calló. ¿Por qué el Señor prefirió callar? Porque había sido profetizado de él: Fue llevado como oveja al sacrificio, y como cordero que no bala ante el esquilador, así tampoco él abrió su boca7. ¿Por qué, en cambio, Esteban no quiso callar? Porque el mismo Señor había dicho: Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz, y lo que escucháis al oído, anunciadlo sobre los tejados8. ¿Cómo lo anunció sobre los tejados el santo Esteban? Pisoteando su carne, casa de barro. Quien no teme la muerte pisotea la carne. Él comenzó exponiéndoles la ley de Dios desde sus inicios: desde Abrahán hasta Moisés; luego, hasta la entrega de la ley y el ingreso en la tierra prometida, para mostrar que no era verdadero el testimonio en base al cual le acusaban. Luego, a partir de Moisés, les presentó una semejanza grande entre él y Cristo9. Ellos rechazaron a Moisés, y él fue quien los liberó; rechazado, los liberó; no les devolvió mal por mal, sino bien por mal. Así también los judíos rechazaron a Cristo que luego iba a librarlos a ellos.

4. Pero ahora quien muere, muerto queda. Los judíos que ves tendrán un tiempo para su liberación por obra precisamente de aquel a quien reprobaron, pero lo ignoran. Al presente, quienes blasfeman perecen; entonces habrá otros, no estos de ahora. Al decir estas cosas, prometemos la salvación no a otros, sino a ellos mismos. Será libertado el pueblo, pero no estos.5. Prestad atención y advertid la semejanza. ¿Acaso no libera ahora Dios a los gentiles? Todos los gentiles creen en Cristo, y de hijos del diablo se convierten en hijos de Dios; sin embargo, aquellos nuestros antepasados de quienes hemos nacido, al adorar a los ídolos, perecieron junto con ellos.

5. Escuchasteis la lectura, y vuestro corazón contempló el espectáculo. A los oídos llegaba el sonido y a la mente la imagen. Contemplasteis el gran combate del santo Esteban, quien en el mismo combate era apedreado. ¿Quién? El que poco antes enseñaba la ley. ¿Qué ley? La que ellos recibieron en tablas de piedra. Con razón, convertidos en piedras, lapidaron al amigo de Cristo. Después de haberles adoctrinado, les reprochó, diciéndoles: Hombres de dura cerviz, incircuncisos de corazón y oídos, ¿a qué profeta no dieron muerte vuestros padres?10 Parece ensañarse contra ellos: la lengua es feroz, pero el corazón suave. Gritaba, y los amaba. Se mostraba cruel con ellos, y quería que se salvasen. ¿Quién no creería que estaba furioso e inflamado con las fauces del odio al oírle decir: Hombres de dura cerviz e incircuncisos de corazón y oídos?11 Entre tanto, el Señor miró desde el cielo, y Esteban lo vio. Se abrió el cielo, y vio a Jesús animando a su atleta. Y no calló lo que vio: He aquí —dice— que estoy viendo el cielo abierto, y al hijo del hombre de pie a la derecha de la Majestad12. Oído esto, cual si fuese una blasfemia lo que acababa de decir, ellos se taparon los oídos y corrieron a coger piedras. Había dicho el salmo: Cual áspid sordo que tapa su oído13. Plenamente mostraron que se cumplía lo profetizado de ellos. Comenzaron a apedrearlo. Mirad ahora a aquel hombre cruel, recordad la dureza de sus palabras: Hombres de dura cerviz e incircuncisos de corazón y oídos. Aparecía casi como un enemigo; como si desease dar muerte a todos, si le fuera posible. Diga esto quien no ve el corazón. Su corazón permanecía oculto; pero, una vez escuchadas sus últimas palabras, en el momento de ser apedreado, quedó al descubierto su interior. Señor Jesús —dice— recibe mi espíritu14. Te lo he dicho a ti; muero por ti. Señor Jesús, recibe mi espíritu. Porque lo ayudaste, venció aquel a quien acoges. Recibe mi espíritu de las manos de quienes odian el tuyo. Esto lo dijo el santo Esteban manteniéndose en pie. Pero a continuación dobló la rodilla y dijo: Señor, no les imputes este pecado15 . ¿Dónde queda aquello de Hombres de dura cerviz? ¿Tanto gritar para esto? ¿A esto se reduce toda tu crueldad? Exteriormente gritabas, pero en el interior orabas.

6. Señor Jesús, recibe mi espíritu16; esto lo dijo de pie. En efecto, al decir: Señor Jesús, recibe mi espíritu, exigía lo que se le debía. Exigía que se le pagase lo prometido a los mártires; una deuda de la que dice el apóstol: Yo estoy ya a punto de ser inmolado y el tiempo de mi partida es inminente. He combatido el buen combate, he concluido la carrera, he mantenido la fe. Por lo demás, me aguarda la corona de justicia con que en aquel día me retribuirá el Señor, juez justo17. Me dará, me pagará lo que me debe. Aquel a quien antes se le debían suplicios, comenzó luego a tener a Dios como dador de premios. ¿A qué se debió el que al apóstol Pablo sólo le cupiera esperar suplicios? Al haber sido enemigo y perseguidor de la Iglesia. Escúchale a él: No soy digno de ser llamado apóstol, pues perseguí a la Iglesia de Dios18. No soy digno: lo dice el que lo era. ¿Por qué no eres digno? Merecía sufrir los castigos, ir a parar al infierno, ser atormentado por mis merecimientos; pero ser apóstol no lo merecía. ¿De dónde te vino, pues, eso que no merecías? Así continúa: Mas por la gracia de Dios soy lo que soy19. Para mi mal fui lo que fui; por don de Dios soy lo que soy. Por tanto, para después exigir lo que se me debía, antes hube de recibir lo que no merecía. ¿Qué se me debía después? Me aguarda la corona de justicia con que en aquel día me retribuirá el Señor, juez justo. Me retribuirá; se me debe, aunque antes fuese inmerecida. ¿Por qué? No soy digno de ser llamado apóstol; mas por la gracia de Dios soy lo que soy. Así, también el santo Esteban dijo: Señor Jesús20, manteniéndose en pie, en la confianza de haber sido buen soldado, de haber luchado bien, no haber cedido ante el enemigo, haber pisoteado el temor, haber despreciado la carne, haber vencido al mundo y al diablo. Esta es la razón por la que se mantenía en pie cuando decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu21.

7. En el momento en que Esteban reclamaba lo que se le debía, el apóstol Pablo acrecentaba su deuda. Aquél pedía el bien que se le debía; este sumaba cifras a lo que debía. ¿Qué pensáis, hermanos? Escuchasteis cuando fue lapidado Esteban; pero quizá no advertisteis que los falsos testigos que iban a apedrear a Esteban pusieron sus vestidos a los pies de cierto joven llamado Saulo. Este Saulo, después Pablo: Saulo cuando perseguidor, Pablo cuando predicador. En efecto, el nombre de Saulo procede de Saúl. Saúl era perseguidor del rey David. Lo que fue Saúl respecto a David, eso mismo fue Pablo respecto a Esteban. Pero luego, tras haber sido llamado desde el cielo —llamado, derribado, transformado— comenzó a anunciar la palabra de Dios como apóstol. Cambió su propio nombre, y se llamó Pablo. ¿Por qué eligió este nombre? Porque Pablo (Paulus) significa poco, pequeño. Nosotros mismos acostumbramos hablar así: Post paulum, es decir, después de poco te veré. ¿Por qué, pues, se llama Pablo? Yo soy el menor de los apóstoles22. ¡Grandiosos y divinos espectáculos! Quien era perseguidor cuando la muerte de Esteban, se hizo luego predicador del reino de los cielos. ¿Queréis escuchar cuál era su crueldad en aquella muerte? Guardaba los vestidos de los que lanzaban las piedras para apedrearlo él con las manos de todos. Así, pues, luego que el santo Esteban, de pie, exigió lo que se le debía con estas palabras: Señor Jesús, recibe mi espíritu23, volviendo la mirada a sus enemigos, que, lapidándole a él, contraían una deuda mala y la agregaban a aquel tesoro del que dice el apóstol Pablo: Pero tú, por la dureza e impenitencia de tu corazón, te atesoras ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios24, les dirigió su mirada, se compadeció de ellos y por ellos dobló su rodilla. Pensando en sí, se mantenía en pie; pensando en ellos, hincó la rodilla. Distinguió entre el justo y los pecadores. Oraba de pie por el justo, porque exigía la recompensa; por los pecadores dobló las rodillas, porque sabía cuán difícilmente podía ser escuchada su oración por gente tan criminal. Aunque justo, aunque con la corona sobre la cabeza, no presumió de sí mismo, sino que hincó las rodillas; no miraba lo que él merecía recibir en su oración, sino lo que merecían aquellos de quienes quería alejar tan horrendos suplicios. Señor —dice— no les imputes este pecado25.

8. Lo que hizo el humilde Esteban, lo hizo el excelso Cristo; lo que aquél hizo inclinado en la tierra, lo hizo este colgado del madero. Recordad, en efecto, que también él dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen26. Estaba sentado en la cátedra de la cruz, y enseñaba a Esteban la regla de la piedad. ¡Oh maestro bueno, bien te has expresado, bien has enseñado! He aquí que tu discípulo ora por sus enemigos, por sus lapidadores. Él mostró cómo él, humilde, debe imitarte a ti, excelso; él, criatura, a ti, creador; él víctima, a ti mediador; él, hombre, a ti Dios y hombre; Dios, pero que, en cuanto hombre, está en la cruz; Cristo Dios, pero hombre cuando estaba en la cruz y decía con voz clara: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Alguien dice para sí: «El oró por sus enemigos, pero en cuanto Cristo, en cuanto Dios, en cuanto Hijo único; ¿quién soy yo para hacer lo mismo?». Si consideras mucho para ti imitar a tu Señor, ¿ignoras que Esteban es siervo como tú? Dios te enseñó mediante Esteban a punto de morir. Hermanos míos, si veis que ya en el evangelio hay casos como este, que nadie diga en su corazón: «¿Quién puede hacer eso?» Ved que Esteban lo hizo. ¿Por sí mismo? ¿Por sus propias fuerzas? Si, por el contrario, lo hizo por don de Dios, ¿acaso, nada más entrar él, te cerró la puerta? ¿Acaso, luego de pasar él, cortó el puente? ¿Es mucho para ti? Pídelo también tú. La fuente sigue manando; no se ha secado.

9. Y, con toda sinceridad, hermanos míos, exhorto a Vuestra Caridad: ejercitaos cuanto podáis en mostraros mansos incluso con vuestros enemigos. Poned frenos a la ira que os impulsa a la venganza, pues la ira es como un escorpión. Si te excita con sus llamas interiores, piensas que el vengarte de tu enemigo es algo grande. Si quieres vengarte de tu enemigo, pon el blanco en tu misma ira, porque ella es, en verdad, tu enemiga, puesto que da muerte a tu alma. ¡Oh hombre bueno! No quiero dirigirme a ti como a un hombre malo; me resulta mejor tratarte como quiero que seas antes que como eres. ¡Hombre bueno! ¿Qué puede hacerte tu enemigo? ¿Qué puede hacerte aun cuando pueda mucho, aun en el caso de que Dios le conceda todo lo que él desea? Desea derramar tu sangre; es difícil ciertamente e incluso son raros los enemigos que hacen llegar su crueldad hasta la muerte. Hasta los mismos enemigos, cuando ven que aquellos a quienes persiguen se encuentran afligidos, acostumbran tornar su ira en misericordia. Es difícil que encuentres un enemigo que se ensañe hasta causar la muerte. Pero suponte que es así. Piensa en un enemigo que te torture hasta hacerte morir. ¿Qué puede hacerte? Lo mismo que los judíos a Esteban: procurarse para sí el castigo y para él la corona. ¿Te va a matar tu enemigo? ¿Es que no vas a morir? ¿O es que vas a vivir para siempre? El enemigo no hará nada más que lo que tendrá que hacer alguna vez la fiebre; si te causa la muerte, será semejante a la fiebre. Entonces, al darte muerte, ¿te va a dañar? No; al contrario, si mueres bien y le amas, estás añadiendo algo a tu premio celestial. ¿Ignoras cuánto otorgaron al santo Esteban sus mismos lapidadores? ¿Sabían acaso que iba a concedérsele una corona por su bondad, mientras que ellos recibirían el castigo por la propia maldad? ¿Cuántos bienes no nos otorgó el diablo? Él nos ha dado todos los mártires. Pero ¿acaso ha de salir de aquí?. Mas estos beneficios él no los tenía en vista; por eso se le imputará lo que él personalmente buscaba, no lo que Dios hacía por medio de él. En consecuencia, ningún enemigo tuyo te dañará aunque llegue hasta causarte la muerte.

10. Mira el daño que causa la ira. Reconócela como enemiga tuya; advierte que es ella con quien luchas en el anfiteatro de tu interior. Ese anfiteatro es estrecho, pero está Dios de espectador; domeña allí a tu enemiga. ¿Quieres ver cómo ella es, en verdad, tu enemiga? Te lo voy a mostrar. Te pones a orar a Dios; ha de llegar el momento en que digas: Padre nuestro, que estás en el cielo27. Llegarás a aquella petición: Perdónanos nuestras deudas28. ¿Cómo sigue? Como también nosotros perdonamos a nuestros deudores29. Ahí se mantiene tu enemiga en pie ofreciéndote resistencia; ella corta el paso a tu oración; levanta un muro y no tienes por dónde pasar. Bien has dicho todo lo anterior: Padre nuestro. La oración corrió fluida hasta: Perdónanos nuestras deudas. ¿Qué viene a continuación? Como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. He aquí que tu adversaria se te opone, pero no en público, sino dentro de ti; en la misma cámara secreta de tu corazón levanta su voz contra ti y se te opone. ¡Y qué enemiga, hermanos, esa que se te opone! Como también nosotros perdonamos. No te está permitido ensañarte contra tu enemigo; ensáñate contra ella. Es mejor quien domina la ira que quien conquista una ciudad, dice la Escritura30. Lo que acabo de decir está escrito. Mejor es quien domina la ira que quien conquista una ciudad. Un emperador guerrero, cuando se enfrenta a algunos enemigos y se halla frente a una ciudad amurallada, bien guarnecida y grande que le ofrece resistencia, ¿no reclama los honores del triunfo si la conquista, la vence o la arrasa? Sin embargo, como dice la Escritura, mejor es quien domina la ira que quien conquista una ciudad. Esto está en tu mano. Si no puedes hacerla desaparecer, puedes, al menos, dominarla. Si eres fuerte, vence la ira y perdona a la ciudad. Veo que estáis atentos, sé cuán bien lo habéis recibido. Dios os asista en vuestros combates para que os sea de provecho el haber asistido como espectadores al combate de tan gran mártir, de manera que como le habéis visto vencer y le habéis aclamado en su victoria, así también vosotros venzáis la ira en vuestro corazón.