SERMÓN 313 E = Guelf. 28

Traductor: José Anoz Gutiérrez, o.a.r.

Homilía sobre el natalicio de san Cipriano

1. Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, en quien tenemos nuestra esperanza de salvación eterna, siendo Dios, se hizo hombre, para que el hombre, alejado de Dios, no se considerase dejado y abandonado en esa lejanía. Así, pues, hecho mediador, en tal modo llenó la distancia que nos separaba de Dios, que gracias a él no sólo no permaneciéramos alejados, sino que hasta pudiéramos acercarnos a él1. Nada hay más unido que la Palabra y Dios, y, a la vez, nada más unido que la carne y el hombre. Por eso, estando la Palabra y Dios alejados de la carne y el hombre, la Palabra se hizo carne, y unió al hombre a Dios. Nuestro Señor y Salvador, el Hijo de Dios, la Palabra de Dios hecha carne, asumiendo la carne, no transformándose en carne, enseñó a vivir y a morir a los que creen en él: a vivir sin ambición y a morir sin temor. Nos enseñó a vivir para no morir eternamente; nos enseñó a morir, para vivir eternamente. Entre aquellos a quienes lo enseñó destaca san Cipriano, que vivió como quien sabe que ha de morir y murió con la certeza de que había de resucitar, gracia doble por la que fue grato a Dios; gracia que ciertamente recibió de aquel a quien agradó. Agradó, pues, a Dios por don suyo, pues por lo que se refería a él personalmente tenía con qué desagradarle, pero no con qué agradarle; mas, como está escrito, donde abundó el pecado sobreabundó la gracia2. El mártir y siervo de Dios verídico y veraz, veraz por don de Dios, confiesa en sus escritos cómo fue con anterioridad. No olvida cómo fue, para no ser ingrato para con quien hizo que dejara de ser como era. Por doble gracia, pues, es recomendado ante Dios: por el episcopado y por el martirio. Como obispo, defendió y mantuvo la unidad; como mártir, enseñó e hizo realidad la confesión.

2. ¡Qué grande y admirable es la fe! Cosa grande es la fe; pero ¿dónde está? Nos vemos mutuamente nuestras caras, nuestra fisonomía, nuestros vestidos, y, finalmente, con el oído percibimos nuestras palabras y nuestro hablar: ¿dónde está la fe de la que ahora hablo? Muéstrese a nuestros ojos. He aquí que la fe no es visible, y, sin embargo, toda esta multitud que se ve aquí en la casa de Dios la atrajo la fe misma que no se ve. Cosa grande es, pues, la fe, como lo dice también el Señor en el evangelio: Que te suceda conforme a tu fe3. Más aún: el mismo Señor, Dios nuestro, dijo alabando la fe de algunos: No he hallado fe tan grande en Israel4. No es, por tanto, extraño que por la fe invisible se desprecie la vida visible para adquirir la invisible. De esta fe estaba lleno san Cipriano; de esta fe están llenos los cristianos; no los falsos, sino los verdaderos, quienes creen a Dios de todo corazón y con fe inquebrantable. En cambio, los herejes y los donatistas, quienes falsamente se jactan de pertenecer a Cipriano, si hubiesen mirado a su episcopado, no se hubiesen separado; si mirasen a su martirio, no se precipitarían. De ninguna manera es discípulo de Cristo ni compañero de Cipriano el hereje, separado por su herejía, o el donatista, que se precipita a la muerte.

3. Consideremos, hermanos amadísimos, al maestro Cristo y al discípulo Cipriano, y a estos que de soslayo gritan que son cristianos y que pertenecen a Cipriano. Escuchad lo que enseña Cristo: Mi paz os doy, mi paz os dejo5. No es discípulo de Cristo ni el donatista ni el hereje; no es discípulo de Cristo el enemigo de la paz. Ved si el mismo Señor Dios nuestro, que dijo: Mi paz os doy, mi paz os dejo, lo dijo y no lo hizo. Soportó entre sus discípulos a Judas, un diablo, no lo alejó; fue admitido a la cena del Señor después de haber recibido ya la cantidad pagada por el Señor. Quiso vender a Cristo, pero no quiso ser redimido por él. De esta manera, Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, nos enseñó que hay que precaver la separación, dirimir la escisión y amar la paz y la unidad. Paz que el Señor dejó a sus discípulos, nuestros apóstoles, en lo que fue como su último testamento. En efecto, a punto de ir al Padre, dijo: Mi paz os doy, mi paz os dejo, y no apartó a Judas, quien no hubiera podido equivocarse de haber querido apartarlo; ni hubiese separado a uno inofensivo en lugar de uno nocivo, ni por separar a los nocivos hubiese abandonado a los inofensivos. Él, que sabía lo que tenía que hacer, no lo hizo; quien mandó amar la paz no hizo separación alguna. El, que sabía lo que tenía que hacer, no lo hizo; no lo hizo quien lo sabía para que no osara hacerlo quien lo ignoraba. Fue personalmente Judas quien se separó del Señor. Fue tolerado hasta el final; quien no poseía la paz dio y recibió el beso de la paz. Con aquel beso no se unía a Cristo, antes bien era condenado; en efecto, el Señor le dio el beso como diciéndole: «He aquí lo que tengo, he aquí lo que no tienes». De hecho, Cristo era la cabeza de su cuerpo que cantaba y decía: Era hacedor de paz con quienes odian la paz6. Así, pues, al haberlo tolerado hasta el final Jesucristo el Señor recomendó vivamente que no hay que crear separación alguna, sino que hay que amar la unidad y mantener la paz.

4. He dicho lo referente a mantener la paz pensando en los herejes que se separaron de la Iglesia católica, se siguen separando a diario y se llaman falsamente católicos. Así, pues, he recordado el precepto del Señor sobre la paz pensando en los herejes. Mas veamos también lo que dice el Señor sobre el martirio. Debo recordarlo y, con la mente puesta en los donatistas que se precipitan, recomendar el magisterio del Señor. En el momento de la tentación —pues el Señor fue tentado, para que nosotros aprendiéramos a resistir al tentador— dijo el diablo al Señor: Si eres Hijo de Dios, tírate abajo7. En efecto, lo había llevado al pináculo del templo; no reconocía en él a su Señor, y le enseñaba el precipicio como a un hombre. Ignorando que era su Señor, probaba en el verdadero Cristo lo que preparaba para persuadir a los falsos cristianos. Los donatistas no son falsos cristianos, porque no son ni cristianos, puesto que oyen lo que fue sugerido por el diablo y no escuchan lo que le respondió Cristo. ¿Qué respondió el Señor, nuestro maestro y salvador, al diablo que le sugería tales cosas? Ponte detrás, Satanás, pues está escrito «No tentarás al Señor tu Dios»8.Efectivamente, el diablo tomó de la Escritura su sugerencia, y el Señor le respondió con la Escritura. El diablo había dicho al Señor: «Pues está escrito que te mandará a sus ángeles, que te cogerán en sus manos, no sea que tu pie tropiece contra una piedra9. Precipítate —le dice— y, si eres Hijo de Dios, los ángeles te recibirán en palmas; ¿por qué temes?». Podía el Señor arrojar su carne sin permitir que muriera, pero Cristo no enseñaba a los futuros cristianos lo que el diablo le sugería cuando lo tenía presente. Esto mismo sugiere el diablo a los donatistas, diciéndoles: «Precipitaos, los ángeles os reciben; con tal muerte no vais al castigo, sino que os encamináis a la corona». Serían cristianos si prestasen oído a Cristo y no diesen crédito al diablo, que primeramente los separó de la paz de la Iglesia y luego les dio a quienes se precipitan. Les preguntamos y les decimos: «Si os agrada la muerte voluntaria y creéis que es cosa hermosa morir espontáneamente sin que os fuerce ningún enemigo ni os mate ningún adversario, ¿por qué corréis tan rápidos al precipicio y nunca a la soga? Es otra muerte fácil, y ahorcarse con ella conserva los miembros del muerto íntegros a diferencia de la muerte que habéis elegido, el tiraros por un precipicio. ¿Por qué, pues, no os ahorcáis con la soga cuando queréis morir?» Responden: «Lejos de nosotros tal cosa; maldita sea la soga, pues Judas el traidor se ahorcó con ella»10. ¡Miserables e infelices! ¿Qué demencia es esta de no querer hacer lo que hizo el traidor y hacer lo que les enseñó el maestro del traidor, el diablo? Según está escrito, para que Judas entregase a Cristo, entró Satanás en su corazón11; quien le persuadió a entregar a Cristo, él mismo lo convenció para que se ahorcase con una soga. Se arrepintió de haber entregado la sangre de un justo, pero su arrepentimiento fue sin esperanza; se arrepintió, pero perdió la esperanza, no creyó que podía recibir el perdón. No se acercó al que había entregado, no le pidió perdón, no imploró su liberación, no se encomendó a la redención obrada por su sangre. El Señor, que fue misericordioso con los judíos, no se hubiera mostrado cruel con Judas. Judas vendió a Cristo para que le dieran muerte, y los judíos lo compraron para eso mismo. ¿Quieres tener la certeza de que hubiese perdonado al que lo vendió? Rogó por quienes lo compraron; colgando de la cruz, dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen12. De los que crucificaron a Cristo, perecieron los que quisieron permanecer en el pecado, puesto que no quisieron hacer penitencia; al perder la esperanza en el perdón, no se hicieron acreedores a él. Pero algunos de ellos corrieron, para ser liberados, a obtener el perdón del mismo Cristo, igual que, incitados por el diablo, habían corrido a derramar su sangre; se arrepintieron y merecieron el perdón. Fueron bautizados: crueles, derramaron la sangre de Cristo; creyentes, la bebieron.

5. El diablo, pues, que persuadió a los herejes la separación y a los donatistas el precipitarse, fue quien persuadió a Judas la entrega de Jesús, la desesperación y la soga. Entonces tú, donatista, que quieres quitarte la vida y que evitas la soga del traidor, ¿por qué no evitas el precipicio del diablo? El diablo persuadió a Judas a atarse al cuello una soga; él mismo fue quien sugirió al Señor que se precipitase. Por tanto, evitad al diablo en una y otra cosa; si evitáis al diablo en lo de la soga, igualmente debéis negarle el consentimiento en cuanto a precipitaros. Cuando el diablo sugirió al Señor que se precipitase, ¿qué escuchó de él? Atrás, Satanás13. Di esto al diablo tú, donatista, cuando te sugiera el precipicio; él os ha llenado, para que, una vez precipitados, le rindáis culto. En verdad, hermanos, ellos mismos se precipitan y son precipitados por sus masas extraviadas. Son homicidas en mayor manera quienes recogen con veneración los cuerpos de los precipitados, quienes recogen su sangre, quienes veneran sus sepulcros y quienes se embriagan junto a sus sepulturas.6. Cuando ellos ven la honra que se otorga a los precipitados, se inflaman en ansias de hacer lo mismo; unos se embriagan con vino sobre sus tumbas, y otros de furor y pésimo error. Contra ellos, el bienaventurado Cipriano encarece la paz de Cristo y enseña el martirio. Ved en él una y otra cosa: mantuvo la paz en la unidad, y el martirio en la confesión. También Jesucristo nuestro Señor había venido ciertamente a padecer y había predicho su pasión, y si él no la hubiese sufrido, no hubiéramos sido redimidos. Él había dicho también: Tengo poder para entregar mi vida y poder para recuperarla de nuevo; nadie me la quita; soy yo mismo quien la entrego14. También se había dicho del Padre: Quien no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros15. Y del mismo Jesucristo nuestro Señor: Quien me amó y se entregó por mí16. Habiendo venido, pues, para que el Padre lo entregase a los impíos para redimirnos a nosotros y él mismo se entregase a los impíos para redimirnos a nosotros, después de celebrada la cena, se retiró al monte17 y huyó de los ojos de los perseguidores; quiso que vinieran ellos a él, no se metió voluntariamente entre sus manos. Mira cómo lo imita Cipriano. Cuando se leyó su pasión, escuchasteis que dijo al procónsul: «La disciplina prohíbe que se entregue uno a sí mismo».7. Ved aquí cómo él sabía la norma del padecer; ciertamente, se encaminaba a la altura de la pasión; sin embargo, no se precipitaba, no se lanzaba él, para que se presentasen ellos por su cuenta. Envían un agente a la casa de Cipriano; este es conducido, pero no se ofreció voluntariamente. Los donatistas, en cambio, se precipitan voluntariamente, se presentan ante los hombres y les dicen: «Matadnos». Ellos les contestan: «No os matamos». ¡Necios, extraviados! Habéis llegado hasta el punto de llamaros mártires por haber causado un homicidio o un homicida; por haberos presentado ante los hombres, haberlos armado contra vosotros mismos y obligado con el terror a que os den muerte. Si tuviesen el corazón sano, aborrecerían el precipicio y no cometerían el homicidio; pero hacen lo que les enseñó su padre el diablo y actúan según las instrucciones de su maestro Donato. Contra ellos defendió valerosamente la unidad y la paz el bienaventurado Cipriano.

6. Van, pues, a buscarle. Le llevan ante el procónsul, comparece ante el tribunal de un juez humano. Se había retirado a sus jardines.8 por causa de la persecución, como el Señor al monte de los Olivos después de la cena18. En el monte de los Olivos, el Señor rogó y cuidó el óleo de la paz; Cipriano nutría en sus jardines el grano de mostaza. Llevado de allí, comparecía físicamente ante el procónsul, pero con su corazón ante el Salvador; honraba al poder humano, pero no negaba la gloria divina. Primeramente fue enviado al exilio.9; confesó a Cristo, marchó al exilio; hecho volver de él, fue conducido al martirio, como sarmiento a la podadera, no para ser cortado, sino para ser podado. El Señor dijo: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos19; mi padre, el viñador20; a todo sarmiento que da fruto en mí lo poda mi Padre para que dé mayor fruto; y a todo sarmiento que no dé fruto en mí lo cortará21, se seca y será arrojado al fuego22. Mirad, pues, al mártir Cipriano, sarmiento podado; mirad a los herejes y donatistas, sarmientos cortados. ¿Por qué os empeñáis en decir que pertenecéis al sarmiento que da el fruto de la paz y de la unidad, podado con la podadera del martirio para recibir la corona de la salvación eterna? ¿Por qué os comparáis con este, herejes y donatistas, desgajados por la separación y manchados al precipitaros? Se mantiene en pie el bienaventurado Cipriano, confiesa a Cristo y no da su consentimiento a aquello a lo que se le obliga; acata la sentencia del juez temporal y con Cristo se convierte en juez para siempre. Acata la sentencia, diciendo rectamente: «Gracias a Dios», porque rectamente lo confesó. ¡Donatistas dementes y rabiosos! «Gracias a Dios». Dicen que celebran el nacimiento de Cipriano; pero todos los varones cristianos sienten pánico a sus «Alabanzas a Dios».10. Los donatistas se han congregado para cometer todos sus crímenes; antes de precipitarse gritan: «Alabanzas a Dios»; en su boca: «Alabanzas a Dios»; en sus hechos: «Aborrecibles para Dios»23. Efectivamente, cualquier cristiano católico que oiga: «Alabanzas a Dios», aunque se halle lejos, ya se estremece, ya busca adonde huir para no verlos precipitarse. Ved cómo los donatistas hicieron amargas las alabanzas a Dios.

7. Pero nosotros, fijándonos en las enseñanzas de Cristo, pongamos delante de nuestros corazones el ejemplo de Cipriano, suplicando al Señor Dios, con la ayuda de las oraciones de los santos, que no temamos a tales hombres y no dejemos de hablarles de la fe y esperanza que reside en nosotros24. Confesemos, pues, a Cristo, para no temer a los hombres ni callemos por temor. Pues el bienaventurado Cipriano, viviendo entre perseguidores y gentiles, hallándose en medio de idólatras, no temió el poder del imperio temporal, ni dejó de decirles que los ídolos no eran dioses. No sólo no calló en el interior de la iglesia, sino que lo proclamó también en sus escritos. ¿Dijo acaso: «Atenderé a las circunstancias; quienes mandan, adoran los ídolos; me abstendré de sonrojarlos; pues, aunque son temporales, son emperadores»? ¿Calló acaso? ¿Huye, por ventura, el buen pastor cuando ve venir al lobo? ¿De qué sirve que el pastor esté presente corporalmente, si con el corazón ha huido? En efecto, quien calla por temor, huye con su corazón. Dios, por el contrario, le diría: Te he puesto como vigía25; debías haberlo dicho, no callarte; pero callaste para no morir. ¿No había dicho yo: No temáis a quienes matan al cuerpo, pero no pueden dar muerte al alma26? Mira cuántas muertes causaste a tu alma por temor a la muerte del cuerpo. Así, pues, el bienaventurado Cipriano no calló ni ante los herejes, ni ante los donatistas, ni ante los mismos emperadores. Dijo, y lo dijo seguro de sí mismo y con la certeza que le da el Señor su Dios, que los demonios no son dioses. También yo digo que los herejes no son mártires, que los circunceliones.12 no son mártires. El bienaventurado Cipriano no temió a los adoradores de los demonios; no temamos nosotros las reuniones de herejes ni las agrupaciones de precipitados. Oremos en nuestro interior solo para que nadie opte por callarse. Y si nos dan muerte por nuestra fe, digamos: «Gracias a Dios»; y en el caso de que no nos den muerte, ¿por cuánto tiempo hemos de vivir aquí? Aunque lleguemos a una senectud decrépita, ¿qué es eso? ¿Acaso no hemos de morir? ¿Debe quedar inactivo el ministerio de nuestro corazón y de nuestra lengua en atención a los pocos días de esta vida? De ningún modo. Si esta mi vida es necesaria a Vuestra Caridad por razón de este mismo ministerio, pedídsela al Señor; pero yo no puedo callar. Podéis pedir a Dios que, si aún soy necesario para vosotros, me conserve para vosotros, y a vosotros para mí; él es poderoso para librarnos de las amenazas, de las maldades, de las asechanzas de todos los enemigos, de los extravíos de todos los herejes; que los queremos bien y que deseamos su conversión, lo sabe él, que escruta y guía nuestro corazón. Pero quizá ellos nos paguen mal por bien. ¿Acaso es fruto de ahora el que a los siervos de Dios se les devuelva mal por bien? Es cosa antigua, hay ejemplos; ni acabará ahora ni cesará hasta el fin, y ya estamos al final del mundo27.

8. Así, pues, hermanos míos, ruego a Vuestra Caridad que tengáis vuestro corazón preparado y firme en Dios. Oremos también todos a él para que nos guíe como él sabe, proteja nuestros caminos corporales y espirituales, pues nada puede acontecemos, ni a vosotros ni a mí, si él no lo quiere. No penséis que las oraciones de los santos por todos nosotros pueden salir vacías de la presencia del Señor; por sus oraciones, tampoco las vuestras y las mías serán inútiles ante Dios. Os voy a poner un ejemplo tomado de la Sagrada Escritura. Tabita, una mujer viuda, vestía a otras viudas. Aconteció que murió, se llamó al apóstol Pedro y vino. Le mostraron las túnicas que había tejido para los pobres. El Señor se conmovió de misericordia; escuchó a Pedro, y devolvió a la luz a la buena trabajadora28. Como ella fue rescatada de la muerte por las oraciones de las viudas, así también el Señor es poderoso para librarnos de todo mal por las oraciones del bienaventurado Cipriano y de todos los santos.