SERMÓN 312

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

En el natalicio del mártir Cipriano

1. La solemnidad de este día tan grato y alegre y la festividad tan feliz y gozosa de la coronación de tan gran mártir me está reclamando el sermón debido. Sus oraciones soportan conmigo tan gran carga; de este modo, si no soy capaz de cumplir con él de la forma que se me exige, no me desprecie hablándoos a vosotros, antes bien nos reconforte a todos orando por vosotros. Haré, sin duda, lo que con toda certeza sé que le es gratísimo: alabarle a él en el Señor, cuando alabo al Señor en él. Era, en efecto, manso, incluso cuando soportaba en varias pruebas los peligros de esta vida turbia y procelosa. Bien sabía aquel varón cantar a Dios con corazón veraz: Escuchen los mansos y alégrense1. Y ahora, abandonada la tierra de los muertos, feliz posee la tierra de los vivos. En efecto, aquí era uno de aquellos de quienes se dijo: Dichosos los mansos, porque ellos poseerán la tierra2. Pero¿qué tierra sino aquella de la que se dice a Dios: Tú eres mi esperanza, mi porción en la tierra de los vivos3?O, si la tierra de los vivos no es otra cosa que el cuerpo de los que resucitan, tomado de la tierra y transformado en gloria celestial, él ya no gime en la debilidad de esta condición mortal; él, para quien permanecer en la tierra no fue lo óptimo deseable, sino algo necesario en atención a nosotros4; antes bien, desatado y liberado de ataduras de deuda y de vínculo, aguarda en la paz de Cristo la redención de su cuerpo5. En efecto, quien no salió vencido en la prueba a que fue sometida su carne viva, está seguro de la reparación de su carne sepultada.

2. Sea alabada, pues, su alma en el Señor para que lo escuchen los humildes y se alegren6. Sea alabada en el Señor el alma buena; si él la posee, se hace buena; si él le infunde su espíritu, adquiere vigor; si él la ilumina, resplandece; si él le da forma, se vuelve hermosa; si él la llena, se torna fecunda. En efecto, abandonada por él, antes de creer en Cristo, en otro tiempo estaba muerta, en tinieblas; era fea, estéril y fluctuante. Siendo aún pagano, ¿de qué le servía su elocuencia, mediante la cual, cual vaso precioso, bebía y daba a beber los mortíferos errores? Mas cuando brilló la benignidad y humanidad de Dios, nuestro salvador7, ya creyente, lo purificó para sí, librándolo de todos sus apetencias seculares, y lo convirtió en vaso de honor, útil para su casa, dispuesto para toda obra buena8. Él no calló estas cosas como si fuera ingrato. Lejos de él el no haberle glorificado como Dios una vez que lo reconoció como tal, antes bien se mostró agradecido9 , no volviendo a ingerir las impiedades anteriores que había vomitado, sino considerando devotamente el cambio efectuado en él. Escribiendo, en efecto, a un amigo suyo, para que también él, de las tinieblas que era en sí, se convirtiese en luz en el Señor10, le dice: «Yo, cuando yacía en las tinieblas y en noche cerrada y cuando fluctuaba en el mar de este siglo jactancioso sin saber qué hacer, lleno de dudas, ignorante de mi vida y extraño a la verdad y a la luz». Y luego después: «En efecto —dice— como tú mismo me encontraba encadenado por los muchos errores de mi vida anterior, de los que no creía poderme liberar; de esta forma era condescendiente con los vicios arraigados en mí, y, desesperando de alcanzar nada mejor, secundé mis males como algo propio y nacido en mi casa».

3. Ved cómo encontró Cristo a Cipriano; ved a qué alma se acercó quien arranca y planta para herirla y sanarla. No dice en vano: Yo daré muerte y yo haré vivir; yo heriré y yo sanaré11. Tampoco se dijo en vano a Jeremías, como imagen de realidades futuras: He aquí que te he constituido hoy sobre los pueblos y los reinos para que arranques y caves, para que derribes, reedifiques y plantes12. Se acercó, pues, a aquella alma el que arranca y planta; derribó al viejo Cipriano y, poniéndose a sí mismo como fundamento, edificó en sí al nuevo Cipriano e hizo a partir de sí al auténtico Cipriano. La Iglesia, en efecto, dice a Cristo: Racimo de alheña (cypri) mi amado13. Así, cuando Cristo lo hizo cristiano, convirtió el «cipro» en Cipriano. En efecto, se convirtió en buen olor de Cristo en todo lugar, como dice el apóstol Pablo, quien también fue derribado como perseguidor y edificado como predicador. Somos —dice— buen olor de Cristo para Dios en todo lugar tanto en quienes se salvan como en quienes se pierden; para unos, olor de vida para la vida, y para otros, en cambio, olor de muerte para la muerte. Mas para esto, ¿quién está capacitado?14 Unos, en efecto, hallaron la vida imitando a Cipriano; otros perecieron por animosidad hacia él.

4. Alabanza y gloria a aquel que libró de los impíos al alma de su siervo justificándolo por la fe e hizo de él su propia espada de dos filos, de modo que quedase al desnudo y herida la necedad de los gentiles por medio de aquella lengua, que antes la encubría y velaba para que pareciese hermosa a los prudentes; de modo que el instrumento de la tan brillante elocuencia, ornato inmerecido de las ruinosas doctrinas de los demonios, se tornase en instrumento para la edificación de la Iglesia, cuyo crecimiento iría a la par con la desaparición de aquéllas; así aquella trompeta de sonido tan poderoso, habituada a enardecer los combates forenses llenos de mentira, pusiese en pie a los soldados de Cristo y a los piadosos mártires, que se glorían en él para abatir al diablo con las muertes preciosas de sus santos15. Entre ellos está el mismo Cipriano, con cuya santa y piadosa palabra se inflamaban; pues, en vez de desprender el humo de las fábulas, resplandecía con la luz del Señor; muriendo, vivió; al ser juzgado, venció al juez; herido, venció al adversario y, muerto, dio muerte a la muerte. El que en el juego del extravío humano había enseñado a su propia lengua y a las de los otros a hablar mentira, de modo que cuanto objetase el adversario fuese negado con falaz audacia, había aprendido ya en otra escuela a esquivar al adversario confesando la verdad. Donde el enemigo convierte en crimen el nombre de Cristo, allí Cristo convierte en alabanza el suplicio.

5. Quizá alguien pregunte todavía quién venció. No hablaré del reino de los cielos, en el que los infieles no quieren creer, porque no pueden verlo. Pero he aquí que en esta misma tierra, en esta vida, en las casas, en los campos, en las ciudades de todo el orbe de la tierra, se elevan fervientes alabanzas a los mártires. ¿Dónde quedan las furiosas acusaciones de los impíos? Ved cómo son honradas las memorias de los que perecieron; ahora que muestren ellos los ídolos de los demonios. ¿Qué les harán en el momento del juicio, si con la propia muerte destruyeron sus templos? ¿Cómo condenará sus envanecidas falacias con el resplandor de sus soldados resucitados quien extinguió con la sangre de los que morían sus humeantes aras?

6. Entre estas legiones al servicio de Cristo, el bienaventurado Cipriano, estratega de gloriosos combates y él mismo combatiente glorioso, enseñó lo que iba a hacer e hizo lo que había enseñado, de tal forma que ya en las palabras del maestro se entreveía el temple del mártir y en el temple del paciente se reconocían las palabras del maestro. En nada se parecía a aquellos de quienes dice el Señor: Haced lo que os digan mas no hagáis lo que ellos hacen, pues dicen pero no hacen16 . Porque creyó, él habló17; y porque habló, padeció. Enseñó, pues, en vida lo que hizo, e hizo en la muerte lo que enseñó. Gloria y alabanza al Señor nuestro Dios, rey de los siglos, creador y regenerador de los hombres, que enriqueció a la Iglesia de esta ciudad con tal pastor y consagró este espacioso lugar con tan santo cuerpo. Gloria y alabanza a quien se dignó predestinar, desde antes de los tiempos, a este varón entre sus santos, hacerlo aparecer entre los hombres en el momento oportuno, llamarlo cuando se hallaba extraviado, limpiarlo cuando estaba manchado, darle forma en cuanto creyente, enseñarle en cuanto obediente, gobernarlo cuando enseñaba, ayudarlo cuando combatía y coronarlo cuando vencía. Gloria y alabanza a quien así lo hizo, de forma que en él, sobre todo, manifiesta a su Iglesia a cuántos males hay que oponer y a cuántos bienes anteponer la caridad, y cuán nula es la caridad del cristiano si no se mantiene en la unidad de Cristo. Unidad que Cipriano amó tanto que en bien de la caridad no condescendió con los males y en bien de la paz soportó a los malos, mostrándose libre para decir lo que 6 pensaba y pacífico para escuchar lo que sabía que pensaban los hermanos. Con razón mereció destacar por tan gran honor en la Iglesia católica, cuyo vínculo de máxima concordia mantuvo con tanta humildad. Por lo tanto, amadísimos, una vez concluido, según mis fuerzas, el sermón que correspondía a tan grata festividad, exhorto a vuestro amor y devoción a vivir este día en honestidad y sobriedad y a mostrar en esta fecha, en que el bienaventurado Cipriano sufrió su pasión, lo que él amó hasta la muerte.