SERMÓN 311

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

En el natalicio del mártir Cipriano

1. La pasión del bienaventurado mártir Cipriano ha hecho de hoy un día de fiesta para nosotros; la fama de su victoria nos ha reunido llenos de devoción en este lugar. Pero la celebración de la festividad de los mártires debe consistir en imitar sus virtudes. Es cosa fácil honrar a un mártir; lo grande es imitar su fe y paciencia. Hagamos lo uno de forma que deseemos lo otro; celebremos de tal forma lo primero que amemos, sobre todo, lo segundo. ¿Qué alabamos en la fe del mártir? Que luchó por la verdad hasta la muerte, y por eso venció. Despreció los halagos del mundo y no cedió ante su crueldad; en consecuencia, se presentó como vencedor ante Dios. En este mundo abundan los errores y los terrores; el dichosísimo mártir superó con sabiduría los errores, y con paciencia los terrores. Grandiosa gesta la suya: siguiendo al cordero, venció al león. La crueldad del perseguidor era como rugido del león; mas, mirando al cordero que está arriba, pisoteaba abajo al león; al cordero que con su muerte destruyó la muerte, que colgó del madero, que derramó su sangre, que redimió al mundo.

2. Los apóstoles, primeros carneros bienaventurados del rebaño santo, vieron al mismo Señor Jesús pendiente de la cruz, lloraron su muerte, se asustaron con su resurrección, lo amaron hecho poderoso y ellos mismos derramaron su propia sangre por lo que vieron. Pensad, hermanos, en lo que significa que unos hombres sean enviados por el orbe de la tierra a predicar que un hombre muerto resucitó y que ascendió al cielo, y que por esta predicación hayan sufrido cuanto la locura del mundo les ha infligido: privaciones, destierros, cadenas, tormentos, fuego, bestias, cruz y muertes. Esto ¿por no sé quién? En efecto, hermanos míos, ¿acaso moría Pedro por su gloria o se predicaba a sí mismo? Moría uno para que otro fuese honrado; se entregaba a la muerte uno para que otro fuese adorado. ¿Haría esto, acaso, si no estuviese a la raíz el fuego de la caridad y la conciencia de la verdad? Habían visto lo que anunciaban; en efecto, ¿cuándo estarían dispuestos a morir por algo que no hubieran visto? Tenían que negar lo que habían visto, mas no lo negaron: predicaban la muerte de quien sabían que estaba vivo. Sabían por qué vida despreciaban la vida; sabían por qué felicidad soportaban una infelicidad transitoria, por qué premios despreciaban estos males. Su fe no admite ponerse en la balanza con el mundo entero. Habían escuchado:1 ¿De qué sirve al hombre ganar todo el mundo si a cambio sufre detrimento en su alma? Los encantos del mundo no retrasaron su veloz carrera, ni los bienes pasajeros a quienes emigraban a otro lugar; sea cuanta sea y por deslumbrante que sea esta felicidad, hay que dejarla aquí, no puede ser traspasada a la otra vida; llegará el momento en que también los que aún viven han de dejarla aquí.

3. Despreciad, pues, el mundo, cristianos; despreciad el mundo, despreciadlo. Lo despreciaron los mártires, lo despreciaron los apóstoles, lo despreció el bienaventurado Cipriano, cuyo recuerdo celebramos hoy. Queréis ser ricos, sentiros llenos de honores y hallaros sanos; todo lo despreció aquel ante cuya memoria os habéis reunido. ¿Por qué —os suplico— amáis tanto lo que despreció aquel a quien tanto veneráis; aquel a quien, sin duda alguna, no honraríais si no lo hubiese despreciado? ¿Por qué te encuentro enamorado de las cosas despreciadas por aquel a quien veneras? Con toda certeza: si él las hubiese amado, no lo venerarías. No las ames tampoco tú, pues no cerró la puerta para que no entraras tú. Desprécialas también tú y entra detrás de él. Está claro por dónde has de hacerlo: Cristo es la puerta2. La puerta se abrió para ti cuando su costado fue perforado por una lanza. Recuerda lo que manó de allí y elige por dónde poder entrar. Del costado del Señor que colgaba de la cruz y moría en ella, después que fue perforado por una lanza, brotó agua y sangre3 : la una es tu purificación, la otra tu redención.

4. Amad y no améis; según qué, amadlo o no lo améis. Hay, en efecto, cosas cuyo amor es provechoso y cosas cuyo amor es un estorbo. No ames lo que te es un estorbo si no quieres encontrarte con un tormento. Lo que amas de la tierra es un estorbo; es visco para las alas del espíritu, es decir, de las virtudes, con las que volamos a Dios. ¿Quieres no ser capturado y amas el visco? Por el hecho de ser capturado dulcemente, ¿no has sido capturado? Cuanto mayor deleite causa, tanto mayor estrangulamiento produce. Esto es lo que digo: vosotros lo alabáis, aclamáis y amáis. La respuesta no os viene de mí, sino de la sabiduría: «Quiero vidas, no palabras». Alaba a la sabiduría con la vida; no con palabras, sino yendo de acuerdo con ella.

5. El Señor dice en el evangelio: Os hemos cantado, y no habéis bailado4. ¿Cómo podría decir yo esto de no haberlo leído? Quien es vanidoso se ríe de mí, pero me apoya quien tiene autoridad. Si no hubiese anticipado de quién son tales palabras, ¿quién de vosotros hubiese podido soportar el que yo dijera: Os hemos cantado, y no habéis bailado? ¿Es que hay que bailar en este lugar, aunque haya que cantar el salmo? Tiempo atrás, hace no muchos años, la inmoralidad de los bailarines había penetrado incluso en este lugar. Hasta en este mismo lugar donde yace el cuerpo de mártir tan santo, como recuerdan muchos de una cierta edad; tan santo lugar, repito, se vio invadido por la pestilencia e inmoralidad de los bailarines. Durante la noche entera se cantaban aquí cosas nefandas y al compás de las canciones se bailaba. Cuando plugo al Señor, sirviéndose de mi santo hermano, vuestro obispo, desde el momento en que comenzaron a celebrarse aquí las santas vigilias, aquella peste que había ofrecido una cierta resistencia, luego cedió ante su celo y se avergonzó ante su sabiduría.

6. Por benevolencia de Dios, ahora ya no tienen lugar aquí tales cosas, puesto que no celebramos juegos en honor de los demonios, ocasión en que suele acontecer todo eso para deleite de los que son honrados, quienes con su inmundicia acostumbran a depravar a sus adoradores; antes bien, aquí se celebra la santidad y la solemnidad de los mártires. Aquí no se baila; pero, no obstante que no se baile, se leen las palabras del evangelio: Os hemos cantado, y no habéis bailado5 . Se reprocha, se recrimina y se acusa a los que no bailaron. ¡Lejos de nosotros el retornar a aquella inmoralidad! Escuchad cómo quiere la sabiduría que lo entendamos6. Canta quien manda; baila quien cumple lo mandado. ¿Qué es bailar sino ajustar el movimiento de los miembros a la música? ¿Cuál es nuestro cántico? No voy a decirlo yo; no sea algo mío. Me va mejor ser ejecutor que autor. Recito nuestro cántico: No améis el mundo ni las cosas del mundo; si alguien ama al mundo, el amor del Padre no habita en él, puesto que todo cuanto hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y ambición del mundo, que no es del Padre, sino del mundo. Pero el mundo pasa, y también su concupiscencia; quien, en cambio, cumpla la voluntad de Dios, permanece en eterno, igual que Dios permanece también en eterno7.

7. ¡Qué cántico, hermanos míos! Escuchasteis al cantor, oigamos a los bailarines: haced vosotros con la buena ordenación de las costumbres lo que hacen los bailarines con el movimiento de sus miembros. Hacedlo así en vuestro interior: que las costumbres se ajusten a la música. Arránquese la apetencia torcida, plántese la caridad. Cuanto produzca este árbol es cosa buena. La apetencia torcida no puede engendrar nada bueno, la caridad nada malo. Se dice, se alaba, pero nadie es cambiado. Pero no, no es verdad lo que acabo de decir: fueron cambiados los pescadores, fueron cambiados más tarde incluso un gran número de senadores, fue cambiado Cipriano, a cuya memoria hemos llegado hoy en masa. Él mismo escribe y da testimonio de cómo fue su vida en otro tiempo, cuán malvada, impía, reprochable y detestable. Escuchó al cantor, y se exhibió, bailando no corporal, sino espiritualmente. Se ajustó al ritmo del cántico bueno y del cántico nuevo; se ajustó, lo amó, perseveró, combatió, venció.

8. Y vosotros decís: «Los tiempos son difíciles, los tiempos son duros, los tiempos abundan en miserias». Vivid bien, y cambiaréis los tiempos con vuestra vida santa; cambiáis los tiempos y no tenéis de qué murmurar. En efecto, hermanos míos, ¿qué son los tiempos? La extensión y sucesión de los siglos. Nace el sol; transcurridas doce horas, se pone en la parte opuesta del mundo. Al siguiente día vuelve a salir por la mañana, para ponerse otra vez. Enumera cuántas veces acaece lo mismo: eso son los tiempos. ¿A quién hirió la salida del sol? ¿A quién dañó su puesta? En consecuencia, a nadie ha dañado el tiempo. Los dañados son los hombres; los que dañan son también hombres. ¡Oh gran dolor! Son hombres los dañados, los despojados, los oprimidos. ¿Por quién? No por leones, no por serpientes o escorpiones, sino por hombres. Los que sufren el daño se lamentan de ello; si les fuera posible, ¿no harían ellos lo mismo que reprochan a otros? Llegamos a conocer al hombre que murmuraba en el momento en que le sea posible hacer lo mismo contra lo que murmuraba. Lo alabo, vuelvo a alabarlo si deja de hacer lo que él reprochaba.

9. Amadísimos, aquellos que parecen ser poderosos en el mundo, ¡cómo son alabados cuando hacen un mal menor del que pueden hacer! A uno de ésos alabó la Escritura: Quien pudo transgredir y no lo hizo; quien no fue tras el oro8. Es el oro quien debe seguirte a ti, no tú al oro. Buena cosa es el oro, pues Dios no creó nada malo. No seas tú malo, y el oro será bueno. He aquí que entre un hombre bueno y otro malo pongo al oro. Suponte que se lo apropia el malo; los pobres son oprimidos; los jueces, corrompidos; las leyes, violadas, y la vida social, perturbada. ¿Por qué esto? Porque fue el malo quien se apropió el oro. Supón que lo toma el bueno: los pobres reciben alimento, los desnudos vestido, los oprimidos liberación y los cautivos redención. ¡Cuántos bienes produce el oro en manos del bueno y cuántos males en manos del malo! ¿Por qué, pues, decís, a veces llenos de mal humor: « ¡Oh, si no existiese el oro!»? No ames el oro. Si eres malo tú, vas tras él; si eres bueno, va él tras de ti. ¿Qué significa que va él tras de ti? Que lo gobiernas tú a él, no él a ti; que lo posees tú a él, y no él a ti.

10. Volvamos, pues, a las palabras de la Sagrada Escritura: Quien no fue tras el oro. Quien pudo transgredir y no lo hizo9. ¿Quién es este, y lo alabaremos?10 ¿Quién es este o quién hay tal aquí? Muchos son los que lo oyen; pero ¿quién lo es aquí? Con todo, lejos de mí perder la esperanza de que aquí se encuentre alguno; mejor, no alguno, sino algunos. Lejos de mí desconfiar de la era de tan gran padre de familia. Quien ve la era desde lejos, piensa que en ella sólo hay paja; mas quien sabe mirar, halla también grano. Donde te molesta la paja, allí se esconde el montón de grano. Donde te molesta ver lo que la trilla machaca, allí está lo que la trilla limpia; allí está, ten la seguridad; allí está. Para acabar, bien lo sabe quien lo sembró, quien lo cosechó y lo juntó en la era; sabe que de allí sacará con qué llenar el granero una vez hecha la limpia. Una cierta limpia tuvo ya lugar en la época de las persecuciones. ¿Qué granos salieron de ella? En aquella ocasión floreció la Masa Cándida de Útica; entonces este magnífico y selecto grano que fue el bienaventurado Cipriano. ¡Cuántos ricos despreciaron entonces todas sus riquezas! ¡Cuántos pobres desfallecieron entonces ante la prueba! Ved que en aquella prueba, cual en una aventación, el tener oro no fue ningún obstáculo para los ricos; ¿de qué sirvió a los pobres no tener oro? Los primeros vencieron, los segundos desfallecieron.

11. Las costumbres no las hacen buenas más que los buenos amores. Elimínese el oro de los asuntos humanos; mejor, haya oro para que sirva de prueba para los asuntos humanos. Córtese la lengua humana, porque hay quienes blasfeman contra Dios. ¿Cómo habrá entonces quienes le alaben? ¿Qué te hizo la lengua? Si hay un buen cantor, es un buen instrumento. Tenga la lengua un alma buena: hablará el bien, pondrá de acuerdo a quienes no lo están, consolará a los que lloran, corregirá a los derrochadores y pondrá un freno a los iracundos; Dios será alabado, Cristo será recomendado, el alma se inflamará de amor, pero divino, no humano; espiritual, no carnal. Todos estos bienes son producto de la lengua. ¿Por qué? Porque es buena el alma que se sirve de la lengua. Suponte ahora la lengua en un hombre malo: aparecerán los blasfemadores, litigantes, calumniadores y delatores. Males todos que proceden de la lengua, porque es malo quien la utiliza.

12. No desaparezcan las cosas de la sociedad; existan, pero haya un buen uso de las mismas. Hay cosas que no se hallan más que en los buenos y hay cosas comunes a los buenos y a los malos. Bienes que se hallan solamente en los buenos son: la piedad, la fidelidad, la justicia, la castidad, la prudencia, la modestia, el amor y cosas parecidas. Bienes que son comunes a los buenos y a los malos son: el dinero, el honor, el poder secular, la administración, la misma salud corporal. También estas cosas son bienes, pero requieren gente buena.

13. Ya hace acto de presencia el murmurador que siempre está buscando algo que reprochar; y algo que reprochar precisamente a Dios. ¡Ojalá volviera sobre sí mismo, se viera, se reprochase a sí mismo y se corrigiese! Ese tal, pues, dado al reproche y a la discusión, inmediatamente va a objetarme contra Dios: «¿Y por qué Dios, que todo lo gobierna, otorga estos bienes a los malos? No debería darlos más que a los buenos». ¿Esperas que yo te diga lo que Dios tiene pensado? ¿Quién espera, de quién y qué cosa? Con todo, según mi modo de ver, según mis luces y según cuanto él se digna concederme, voy a decirte algo que quizá no sea suficiente para ti, pero aquí hay alguien para quien lo es. He de cantar, pues; en esta multitud tan grande no podrá faltarme quien baile. Escucha, ¡oh sabiondo!; escucha. El que Dios dé estos bienes incluso a los malos, si quieres entenderlo, es para tu instrucción, no perversidad de Dios. Sé que aún no has entendido lo que acabo de decir; escucha, pues, lo que te decía, tú a quien hablaba, tú que reprochas a Dios y le acusas de dar estos bienes terrenos y temporales incluso a los hombres malos; bienes que, según tu modo de ver, sólo debería darlos a los buenos. Este es el agujero por el cual se coló a algunos la mortífera impiedad de creer que Dios no se preocupa en absoluto de los asuntos humanos. Dicen, en efecto, y argumentan: «Si Dios se preocupara de los asuntos humanos, ¿tendría, acaso, aquel riquezas, aquel otro honores y el otro tal poder? Dios no se preocupa de los asuntos humanos; pues, si se preocupase, estos bienes los daría solamente a los buenos».

14. Vuelve a tu corazón, y desde él asciende hasta Dios. Si vuelves a tu corazón, vuelves a Dios desde un lugar cercano a ti. Si todas estas cosas te molestan, es que has salido de ti; eres un exiliado de tu interior. Te sientes agitado por las cosas que están fuera de ti y te pierdes. Tú estás dentro, ellas se encuentran fuera. Fuera son bienes, pero están fuera. El oro, la plata, todo dinero; el vestido, la clientela, los servidores, los animales, los honores, están fuera. Si estos bienes ínfimos, terrenos, temporales, transitorios, no se otorgasen también a los malos, los buenos creerían que eran algo grande. Así, pues, Dios, al conceder estos bienes también a los malos, te enseña a desear otros mejores. Mira que te digo: mediante este modo de administrar los bienes humanos, Dios, tu padre, te habla en cierto modo, y, como a un niño sin juicio, te alecciona mediante estas palabras que, en cuanto puedo, te dirijo con tanta mayor confianza cuanto más se digne él permanecer en mí. Imagínate que Dios, que te renovó y te adoptó, te dice: «¡Oh hijo!, ¿por qué te levantas a diario, oras, doblas tu rodilla, golpeas el suelo con la frente; a veces, derramas lágrimas y me dices: ?Dios mío, dame riquezas?? Si te las concedo, pensarás haber conseguido algo bueno y de gran valor».

15. Por haberlas pedido las recibiste; mira, compórtate bien con ellas. Antes de tenerlas eras humilde; comenzaste a tener riquezas, y despreciaste a los pobres. ¿Qué clase de bien es lo que te ha hecho a ti peor? Te hizo peor porque ya eras malo; ignorabas lo que te podía hacer peor, y por eso me pedías esas cosas. Te las di, y te sometí a prueba; te encontraste a ti mismo y fuiste encontrado. Te desconocías cuando no las tenías. Corrígete; vomita tu ambición y bebe la caridad. Tu Dios te dice: «¿Qué tiene de grande lo que me pides? ¿No adviertes a quiénes se lo he dado? ¿No ves a qué clase de gente se lo he concedido? Si esto que me pides fuese un gran bien, ¿lo poseería el salteador? ¿Lo tendría el incrédulo? ¿Lo tendría quien blasfema contra mí? ¿Lo tendrían el infame comediante o la impúdica meretriz? ¿Tendrían todos estos el oro si el oro fuese un gran bien?».

16. Pero tú me dices: —¿Es que no es un bien el oro? —Ciertamente, el oro es un bien, pero los malos hacen el mal con el bien que es el oro, y los buenos hacen el bien con el bien que es el oro. Por tanto, puesto que estás viendo a quiénes he dado esos bienes, pídeme otros bienes mejores y mayores, pídeme los bienes espirituales, pídeme a mí mismo.

17. «Pero —dices— en el mundo acontecen muchas cosas malas, insoportables, inmundas y odiosas». Es feo, no se le ame. Ved cómo es, y, siendo tal, es amado. La casa está en ruinas y se es perezoso para abandonarla. Las madres o nodrizas, cuando ven que los niños ya han crecido y que ya no conviene nutrirlos con leche, si ellos, no obstante, desean el pecho con importunidad, para que no mamen mucho, untan sus pezones con alguna cosa amarga que desagrade al pequeño y no vuelva a pedir la leche. ¿Por qué, pues, mamas de él con tanto deleite todavía, si el mundo se te ha hecho amargo? Dios llenó el mundo de amarguras; pero tú lo deseas con ardor, te apoyas en él, mamas de él y sólo en él encuentras placer. ¿Por cuánto tiempo? ¿Qué harías si fuese dulce? ¿Cómo lo amarías? ¿Te causan molestia estas cosas? Elige otra vida. Ama a Dios y desprecia esta. Aparta tu vista de las cosas humanas, puesto que alguna vez tendrás que partir de aquí; no quedarás aquí para siempre. Y, sin embargo, tal como es el mundo: malo, amargo, lleno de calamidades, si Dios te dijese que ibas a quedarte aquí por siempre, no cabrías de alegría, saltarías de gozo y le darías las gracias. ¿Por qué? Porque tu miseria no tendría fin. La infelicidad mayor es la que obliga a que la amen. Si no se la amase, sería menor; cuanto más se la ama, tanto peor es. Existe otra vida, hermanos míos; después de esta vida hay otra, creedme. Preparaos para ella; despreciad todo lo presente. Si tenéis bienes, haced el bien con ellos; si no los poseéis, no os abrase la ambición. Enviadlos, hacedlos llevar delante de vosotros; vaya lo que aquí tenéis al lugar al que habéis de seguirlo. Escuchad el consejo de vuestro Señor: No acumuléis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los corrompen y donde los ladrones excavan y los roban; antes bien, procuraos un tesoro en el cielo, a donde el ladrón no tiene acceso ni la polilla corrompe, pues donde está tu tesoro, allí está tu corazón11. A diario escuchas, ¡oh hombre fiel!, estas palabras: «En alto el corazón»; pero tú, como si escucharas lo contrario, lo hundes en la tierra. Cambiad el lugar. ¿Tenéis cómo? Haced el bien. ¿No tenéis cómo? No murmuréis de Dios. Escuchadme, ¡oh pobres!: ¿Qué no tenéis, si tenéis a Dios? Escuchadme, ¡oh ricos!: ¿Qué tenéis, si no tenéis a Dios?