SERMÓN 310

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

En el natalicio del mártir Cipriano

1. Que el Espíritu Santo me indique lo que he de deciros en este momento, pues he de proferir el elogio del gloriosísimo mártir Cipriano, cuya fecha de nacimiento celebramos hoy, como sabéis. La Iglesia utiliza con frecuencia este término, es decir, «nacimientos», pero indicando con él la muerte preciosa de los mártires1. La Iglesia —repito— lo utiliza con tanta frecuencia que hasta quienes no pertenecen a ella hablan como ella. Sin referirme a sólo esta ciudad, sino a toda el África.3y hasta las regiones del otro lado del mar, ni sólo a los cristianos, sino también a los paganos, judíos o incluso herejes, ¿quién puede encontrarse que no hable con nosotros del nacimiento del mártir Cipriano? ¿Qué significa esto, hermanos? Ignoramos la fecha de su nacimiento; mas, dado que en el día de hoy sufrió su pasión, celebramos hoy su nacimiento. Pero aquella fecha no la celebraríamos ni aunque la conociéramos. En aquel día, en efecto, contrajo el pecado original, mientras que en este venció todo pecado. En aquel día salió desde el fatigoso seno de su madre a esta luz que fascina a los ojos de la carne; en este día, en cambio, partió desde el seno profundo de la naturaleza a aquella luz que baña de felicidad y dicha la mirada de la mente.

2. En vida gobernó a la Iglesia de Cartago, y al morir la llenó de gloria. Allí ejerció el episcopado, allí consumó el martirio. En aquel lugar donde dejó sus restos mortales se reunió entonces una muchedumbre cruel para derramar la sangre de Cipriano por odio a Cristo; allí mismo concurre hoy una devota multitud, que en atención al nacimiento de Cipriano bebe la sangre de Cristo. Y en aquel lugar se bebe la sangre de Cristo, en atención al nacimiento de Cipriano, tanto más dulcemente cuanto más devotamente se derramó allí la sangre de Cipriano. Finalmente, como sabéis quienes conocéis Cartago, en aquel mismo lugar se ha construido una mesa.4para Dios, a la que, sin embargo, se llama mesa de Cipriano; no porque allí hubiera comido alguna vez, sino porque allí fue inmolado y porque con su misma inmolación preparó esta mesa, en la que ni da ni se da en comida, sino en la que se ofrece un sacrificio a Dios, a quien él mismo se ofreció. Mas ¿por qué se llama mesa de Cipriano a aquella mesa que es de Dios? Este es el motivo: si ahora se encuentra rodeada de fieles obsequiosos, allí mismo se vio Cipriano rodeado de perseguidores; donde ahora recibe el honor de la oración de los amigos, allí fue pisoteado Cipriano por el furor de los enemigos; para acabar, donde ella fue levantada, allí fue abatido él. Cantad a Dios, proclamad un salmo al nombre de quien asciende sobre el ocaso2: él fue quien ha realizado todo esto sobre el occiso.

3. Mas, habiendo tenido Cartago su cátedra y teniendo su memoria, ¿qué motivo tendríamos nosotros para celebrar su nacimiento, de no ser preciosa en la presencia del Señor la muerte de sus santos3? Su voz se oyó por toda la tierra, y sus palabras en los confines del orbe de la tierra4. Enseñó con fidelidad lo que él mismo iba a hacer, e hizo con fortaleza lo que había enseñado. Viviendo santamente, llegó hasta una muerte preciosa, y muriendo injustamente, a una vida gloriosa. Y consiguió el calificativo triunfal de mártir porque combatió el combate por la verdad hasta derramar la sangre.

4. No sólo predicó para que lo oyesen, sino que también escribió lo que puede ser leído; a unos lugares llegó por las lenguas de otros, y a otros por sus cartas; fue conocido en muchas regiones; en parte, por la celebridad de su valerosísima pasión, y en parte, por la dulzura suavísima de sus escritos. Celebremos, pues, llenos de alegría este día y elevemos todos nosotros súplicas con tanta unanimidad que merezcamos oír y ver al padre común en una iglesia más grandiosa. Su palabra será nuestro gozo, y la gloria de su pasión, nuestro provecho, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.