SERMÓN 307

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

En la degollación del bienaventurado Juan Bautista

1. La lectura del santo evangelio presentó ante nuestros ojos un cruel espectáculo: la cabeza del santo Juan en una bandeja; él, testimonio de la crueldad, por odio a la verdad, de una bestia. Danza una joven, su madre rebosa crueldad y, en medio de los placeres y lascivias de los comensales, se jura temerariamente, y sin piedad alguna se cumple lo jurado. Se realizó en Juan lo que él mismo había predicho. En efecto, había dicho acerca de Jesucristo el Señor: Conviene que él crezca y que yo mengüe1. Juan menguó al ser decapitado y Cristo creció levantado en la cruz. La verdad engendró odio. No pudo soportar con ánimo sereno la amonestación que hacía el santo hombre de Dios, que ciertamente buscaba la salvación de aquellos a los que la dirigía. Ellos le devolvieron mal por bien. ¿De qué podía hablar él sino de lo que estaba lleno? ¿Y qué podían responderle ellos sino de lo que estaban llenos? Él sembró trigo, pero encontró espinas. Decía al rey: No te es lícito tener la mujer de tu hermano2. El rey estaba dominado por la pasión carnal y tenía consigo la mujer de su hermano, algo prohibido. Con todo, Juan le resultaba grato, de modo que no era cruel con él. Sentía respeto por quien le decía la verdad. Pero la mujer detestable concebía el odio, que en algún momento, cuando se presentase la oportunidad, tenía que darlo a luz. Mientras sufría los dolores de este parto, alumbró a una hija, la hija danzadora. Y aquel rey que tenía a Juan por un santo varón; que, aunque no le obedeciera, le temía por respeto al Señor, se llenó de tristeza cuando se le pidió la cabeza de Juan Bautista en una bandeja. Mas, en atención al juramento hecho y a los comensales, envió a un verdugo y cumplió lo que había jurado3.

2. Este pasaje, amadísimos, me invita a hablaros algo sobre el juramento, mirando a vuestra vida y costumbres. Un juramento en falso no es un pecado sin importancia; al contrario, el jurar en falso es pecado tan grande que el Señor prohibió todo juramento para evitar el juramento en falso. Dice en efecto: Se os dijo: «No perjurarás», pues has de dar cuenta al Señor de tu juramento; pero yo os digo que no juréis de ningún modo, ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es el escabel de sus pies; ni con ningún otro juramento; ni siquiera por tu cabeza, puesto que no puedes hacer blanco o negro un cabello. En vuestra boca no haya más que el «Sí, sí» y el «No, no». Si algo pasa de ahí, procede del mal4.

3. En las Sagradas Escrituras advertimos que el Señor juró cuando Abrahán le obedeció hasta la inmolación de su hijo querido. Un ángel le habló desde el cielo, diciendo: Juro por mí mismo, dice el Señor, que, puesto que obedeciste a mi voz y no perdonaste a tu hijo querido en atención a mí, te bendeciré y multiplicaré tu linaje como las estrellas del cielo y como la arena del mar; y en tu linaje serán bendecidos todos los pueblos5. Lo que estáis viendo, esto es, que los cristianos llenan todo el orbe de la tierra, muestra que el juramento de Dios fue veraz. Igualmente, en los salmos está profetizado de Jesucristo el Señor: Juró el Señor, y no se arrepentirá: «Tú eres sacerdote por siempre según el rito de Melquisedec»6.Quienes conocen la Escritura saben qué ofreció Melquisedec, sacerdote del Dios excelso, cuando bendijo a Abrahán7. No es preciso que lo recordemos, en atención a los catecúmenos. Mas los fieles reconocen cómo fue profetizado lo que ahora vemos cumplirse. ¿De dónde procede todo ello? Del juramento del Señor. Juró el Señor, y no se arrepentirá8, lo contrario de Herodes, que se arrepintió de haber hecho el juramento.

4. Entonces, si el Señor juró, ¿por qué Cristo el Señor prohibió a los suyos jurar? Os digo por qué. Jurar conforma a verdad no es pecado. Pero como es un gran pecado el jurar en falso, quien no jura en absoluto se aleja de él. Hasta quien jura en verdad está cercano al juramento en falso. Así, pues, el Señor, que prohibió jurar, no quiso que caminases por el borde para que no suceda que en algún lugar estrecho resbale tu pie y te caigas. «Pero el Señor juró» —dice —. Jura sin temor quien no sabe mentir. No te preocupe el que el Señor haya jurado, pues quizá nadie deba jurar a no ser Dios. ¿Qué haces tú cuando juras? Pones a Dios por testigo. Tú le pones a él, y él se pone a sí mismo. Pero tú que eres hombre y te engañas en muchas cosas, con frecuencia presentas a la Verdad como testigo de tu falsedad. A veces, el hombre perjura, aun sin quererlo, cuando piensa que es verdad lo que jura. No es pecado tan grave como el de quien jura a pesar de saber que es falso lo que jura. ¡Cuánto mejor es quien obedece a Cristo el Señor y no jura! Él se aleja a gran distancia de pecado tan grave.

5. Sé que se trata de algo muy duro para vuestra costumbre, pero también lo fue para la mía. El temor de Dios alejó de mi boca el juramento. Veis que vivo en medio de vosotros. ¿Quién me ha oído jurar una sola vez? ¿No tenía la costumbre de jurar a cada momento? Mas, cuando leí el evangelio, temí, luché contra mi costumbre, y en la misma lucha invoqué la ayuda del Señor. El Señor me la concedió para que no volviese a jurar. Nada me resulta ahora más fácil que no jurar. Esto lo he recordado a Vuestra Caridad para que no digáis: «¿Quién es capaz de ello?». ¡Oh! Si se teme a Dios y se siente pavor al perjurio, la lengua se refrena, la verdad se mantiene y el juramento desaparece.