SERMÓN 306 D (= Lambot 8)

Traductor: José Anoz Gutiérrez, o.a.r.

En el natalicio de san Cuadrado

1. El bienaventurado apóstol nos adujo un testimonio de las Escrituras en el que nos encareció la gloria de los mártires: Por lo cual —dice— está escrito: «He creído, y por eso he hablado; también nosotros hemos creído, y por eso hablamos»1.Pues si sólo hubiesen creído, pero no hablado, no hubieran sufrido la pasión. De esta manera, creyendo se apoderaron de la vida, y hablando encontraron la muerte; pero una muerte que es siembra del cuerpo corruptible para cosechar la incorrupción. Esta interpretación de la frase hemos creído, y por eso hemos hablado, la explicó así el apóstol en otro lugar: Con el corazón se cree para la justicia y con la boca se confiesa para la salud2.

2. Aquí quizá pregunte alguien: «¿Cómo es que se confiesa para la salud, si los mártires morían precisamente cuando confesaban? Está claro, pues, que la confesión no conduce a la salud». ¿Te has olvidado de: Auxílianos en la tribulación, y será vana la salud que aportan los hombres?3 Sin duda alguna, con la boca confesaron para obtener la salud, pero la salud propia de los fieles, la propia de los cristianos, no la que es común a hombres y jumentos. Esta misma salud común al hombre y a las bestias, ¿quién la otorga sino el creador de todo? De quien hemos recibido el ser hemos recibido también el poder estar sanos. Saben bien los fieles que Dios es creador no sólo del hombre, sino también de las bestias. Por eso mismo —dice— darás salud, Señor, a los hombres y a las monturas, según la abundancia de tu misericordia, ¡oh Dios!4 Como eres Dios y creador de los hombres, la abundancia de tu misericordia llegó también hasta la salud de las monturas. ¿Qué es lo que tienen de más los hombres sino lo que sigue: En cambio, los hijos de los hombres esperarán a la sombra de tus alas?5 ¿Qué esperarán sino la salud, no la temporal, sino la eterna? De hecho, se posee una salud, se espera otra, y por eso los mártires se mantenían firmísimos en la fe, puesto que despreciaron lo que tenían para recibir lo que esperaban. Hay dos clases de salud: una la conocían, la otra la creían; una la veían, otra no la veían. ¡Qué fe, amadísimos, qué fe! Desprecia lo que ves; llegará lo que crees.

3. A partir de aquí comienza a dibujársenos una distinción entre los hombres y el hijo del hombre. Pero si todos los hijos de los hombres son hombres, ¿cómo no son hijos de hombres todos los hombres? Porque Adán y Eva fueron hombres, pero no hijos de hombres. ¿En cuál de estas dos categorías prefirió estar Cristo el Señor? Pues convenía que quien había hecho al hombre se hiciera hombre por el hombre y se hiciese lo que él había hecho, para que no pereciese lo que había hecho. Ciertamente podía formar su carne de donde quisiese, siendo verdadero hombre y verdadera la carne; en efecto, para formar al primer hombre no buscó padre o madre. Para hacer al primer hombre no buscó semen humano. Mas llegó el momento de hacerse hombre quien había hecho al hombre. No quiso ser solamente hombre —algo posible para él en caso de haberlo querido—, sino que prefirió ser hijo del hombre. ¡Y con cuánta vehemencia, con cuánta constancia insiste en que es hijo del hombre! Cuando se leen los santos evangelios, advertid y sentid alivio al reparar en cuántas más veces dice ser hijo del hombre que Hijo de Dios. En efecto, la majestad propia de Dios no necesitaba ser muy encarecida; en cambio, la humildad del Excelso tenía que ser inculcada más asiduamente. En consecuencia, entre las otras muchas ocasiones en que el Señor Jesús atestigua que es hijo del hombre, recordemos, sobre todo, aquella en que dice a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que soy yo, el hijo del hombre?6 ¿Quién dicen que eres sino el hijo del hombre? Pero son muchos los hijos de los hombres semejantes por la raza, pero desiguales por sus virtudes o situaciones personales. Él pregunta, pues: ¿Quién dice la gente que soy yo?7 Se le respondió que unos decían que era Elías, otros que Jeremías, otros que Juan Bautista o uno de los profetas; en cuanto hijo del hombre, uno de los grandes hombres. Pero eso lo son hombres que comparten con las bestias el estar salvos. Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?8, les pregunta, como si ellos no fueran hombres. Él les dijo: «Los hombres que pertenecen al hombre dicen que soy esto y aquello; pero vosotros, hombres ciertamente, que pertenecéis al hijo del hombre, ¿quién decís que soy yo?». Entonces respondió Pedro, uno por todos, la unidad en todos, y dijo: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo9. Cristo encarece su propia humildad; Pedro confiesa la majestad de Cristo. Era justo y conveniente que fuera así. Escucha, Pedro, lo que Cristo se hizo por ti, y tú di quién se hizo hijo delhombre por ti. ¿Quién dicen los hombres que soy yo, el hijo del hombre? ¿Quién es este que por ti se ha hecho hijo del hombre? Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo. «Yo, dice, recomiendo mi humildad; tú reconoce mi divinidad. Yo digo qué me he hecho por ti; di tú cuál era mi condición por la que te hice a ti».

4. Los mártires, pues, despreciaron la salud temporal, común a hombres y monturas, la salud que tenían en común con el hombre Adán, no con el hijo del hombre. Pero los hijos de los hombres, que pertenecen al hijo del hombre, esperarán a la sombra de tus alas10 para despreciar la salud, común a hombres y monturas. Entonces, amadísimos, ¿qué hemos de decir? ¿Que no es un bien esta salud que despreciaron los mártires? Si no fuera un bien, ¿quién se gloriará de despreciar lo que no es ningún bien? Desprecie una cosa buena para llegar a otra mejor. Hablo de esa salud por buscar la cual nadie ha de ser acusado. Vemos que, por lo que se refiere al sustento de la vida presente, los hombres no se preocupan de otra cosa más que de esta salud, para restablecerla si es deficiente o para conseguirla si falta. Mas ¿por cuánto tiempo —quieras o no tendrá un fin—, por cuánto tiempo podrás retener esta salud, tú que no puedes eliminar tu último día? Cada cual tiene fijada la meta que constituye su último día. Hacia esa meta corren todos; pero no voluntariamente, sino forzados. De esa meta estamos más cerca hoy que ayer, mañana que hoy, y alguna vez llegará aquello de lo que siempre se ignoró el cuándo. Vivamos, pues, atentos, porque desconocemos cuándo vamos a morir. Ignoramos el cuándo e ignoramos cuán cerca está eso que designamos como «alguna vez». Por eso, los bienaventurados mártires, llegado el momento de la prueba y de elegir entre quedarse con esta vida temporal aceptando la incerteza del «cuando» o asirse a la que ha de poseerse por siempre —¿de qué os extrañáis, hermanos míos?—, como tuvieron fe, pesaron las dos posibilidades y eligieron; vencieron porque eligieron lo mejor; lo eligieron porque lo amaron; y ¿de dónde les vino el amarlo sino de ser amados ellos? ¡Oh bienaventurados! ¡Oh gloriosos! ¡Oh valerosos! ¡Oh magníficos y felices! ¡Oh dedicación a Dios! ¡Oh hombres, cuadrados por todas partes! Lo que despreciasteis es un bien, pero temporal. Lo que elegisteis es un bien eterno e incorruptible. Con razón os mantuvisteis firmes en la confesión; ninguna de las formas en que os colocó el perseguidor acabó con vosotros en tierra.

5. Esto es ser verdaderamente bienaventurado: él nos emblanqueció de modo admirable con su sangre. Lo dice la palabra divina en el Apocalipsis: Estos son los que han venido de muchas y grandes tribulaciones, lavaron sus vestidos y los volvieron blancos11. ¿Dónde los volvieron blancos? En la sangre, no de cualquiera, sino del cordero12. Toda sangre tiñe de rojo; la sangre del cordero, de blanco. ¿Cómo la vuelve blanca? He aquí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo13. No tiene nada de extraño que hayan lavado sus vestidos en la sangre, pues hay cosas que pueden lavarse en sangre, según dice un autor: «Lavan en sangre abundante sus cuellos y brazos».1Lavan, sí; pero ¿acaso los vuelven blancos? Por eso estuvo atenta la palabra divina, y, tras haber dicho: Lavaron sus vestidos, añadió para tu extrañeza: Y los volvieron blancos en la sangre del cordero. En efecto, ¿cómo no iba a volverse blanca cualquier cosa que se lavase en aquella sangre de la que se dijo: Esta es mi sangre, que será derramada por muchos para el perdón de los pecados14?