SERMÓN 306

Traductor: José Anoz Gutiérrez, o.a.r.

En el natalicio de los mártires de la Masa Cándida

1. Como hemos escuchado y hemos respondido cantando, La muerte de los santos del Señor es preciosa, pero en su presencia1, no ante los ojos de los insensatos. En efecto, A los ojos de los insensatos parecía que morían, y su partida fue juzgada como malicia2. «Malicia» en la lengua latina no suele tener el mismo significado que tiene en la lengua en que fue escrita la Escritura. «Malicia» en latín designa la maldad de los hombres; pero en aquella lengua incluye también el mal que padecen los hombres. Así, pues, en este lugar, «malicia» tiene el significado de castigo. Por esto dijo: A los ojos de los insensatos pareció que morían, y su partida fue juzgada como un castigo; pero ellos están en paz. Y si ante los hombres han sufrido tormentos —he aquí esa «malicia»—, su esperanza —dice— está llena de inmortalidad. Y vejados en poco, dispondrán de muchos beneficios3. Pues los sufrimientos de este tiempo no son equiparables con la gloria futura que se revelará en nosotros4. Pero mientras se revela está escondida. Y, debido a que está escondida, a los ojos de los insensatos parecía que morían. ¿Mas acaso, por el hecho de estar escondida, está escondida también para Dios, en cuya presencia es hermosa? Así, pues, la muerte de los santos es preciosa en la presencia del Señor. En consecuencia, a este misterio escondido debemos aplicar los ojos de la fe para creer lo que no vemos y tolerar con fortaleza todo el mal que padezcamos injustamente.

2. Elijamos bien nuestra causa para que no nos dañe la pena, pues una mala causa no comporta premio alguno, sino un merecido tormento. Pues no está en poder del hombre el elegir en qué modo ha de acabar esta vida, pero está dentro de su poder cómo vivirla para acabarla con tranquilidad. Mas ni siquiera esto lo podría si el Señor no le hubiese dado el poder de ser hijos de Dios5. ¿A quiénes? A los que creen en su nombre6. He aquí la primera causa de los mártires; he aquí la Masa Cándida de mártires. Si la causa es cándida, también la Masa es cándida. Se habla de Masa en atención a la grande muchedumbre; de Cándida, en atención al resplandor de la causa. Siendo tantos compañeros, no temieron a los bandidos. Pero, aunque hubiesen caminado uno a uno, hubiesen estado protegidos contra los asaltos de bandidos, porque el mismo camino era su protección. Me pusieron —dice— tropiezos junto al camino7. De esta manera, quien no abandona el camino no cae en ellos. Tenemos la solemne y fiel promesa de nuestro Señor Jesucristo, que dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida8.Todo hombre, quienquiera que sea, desea ser feliz. No hay nadie que no lo desee ni que no lo desee por encima de las demás cosas; más aún, todo el que desea cualquier otra cosa, la desea con la mirada puesta en ella.

3. Los hombres son arrastrados por diversas apetencias; uno apetece esto, otro aquello. Dentro de la raza humana hay distintos estilos de vida. Y, dentro de esa multitud de estilos de vida, cada uno elige y se apodera de una cosa; sin embargo, cualquiera que sea el estilo de vida elegido, nadie hay que no desee la vida feliz. Por tanto, la vida feliz es algo que todos quieren poseer; pero la división de pareceres comienza a propósito de por dónde se va a ella, cómo se tiende a ella y qué camino seguir para llegar a ella. Por esta misma razón, ignoro si podremos encontrar la vida feliz si la buscamos en la tierra; no porque sea malo lo que buscamos, sino porque no lo buscamos en el debido lugar. Unos dicen: «Felices son los hombres de armas». Lo niega el otro, que dice a su vez: «Felices son los que cultivan el campo». También esto es negado por un tercero, que añade: «Felices son quienes viven en el foro en medio de la gloria popular, defienden causas judiciales y con sus palabras disponen sobre la vida y la muerte de los hombres». También esto lo niega otro, y dice: «Felices, sí, pero los jueces, que tienen poder de oír y sentenciar». Otro, negando lo anterior, dice: «Felices son los marineros, que conocen muchas regiones, adquieren grandes fortunas». Veis, amadísimos, que dentro de esta gran multitud de estilos de vida no hay una sola cosa que agrade a todos. Pero la vida feliz, sí. ¿Qué significa que a todos agrade la vida feliz, siendo así que no a todos agrada cualquier vida?

4. Demos, pues, si podemos, una definición de la vida feliz ante la cual respondan todos: «Esto es lo que yo quiero». Puesto que no hay nadie que, interrogado sobre si desea la vida feliz, diga que no, nos preguntamos en qué consiste esa vida feliz. Debemos hallar una definición con la que todos estén de acuerdo, sin que haya nadie que diga: «Eso no es lo que quiero yo». ¿Qué es, hermanos míos; qué es la vida feliz, que todos desean y no todos poseen? Investiguemos, pues. Si se le pregunta a uno si quiere vivir, ¿acaso le hace la misma impresión que si le preguntaran si desea ser soldado? Respecto a la segunda pregunta, unos me dirían que sí, y otros, quizá los más, que no. Si, en cambio, pregunto: «¿quieres vivir?», pienso que no hay nadie que diga que no. Todos, en efecto, tienen ínsito por naturaleza el querer vivir y el no querer morir. De idéntica manera, si pregunto «¿quieres estar sano?», pienso que no habrá nadie que me diga que no; nadie desea experimentar el dolor. La salud es, ciertamente, bien precioso en el rico y, ciertamente, el único del pobre. Pero ¿de qué le sirve la opulencia al rico, si no va acompañada de la salud, que es patrimonio del pobre? ¡Con qué ganas cambiaría el rico su lecho de plata por el cilicio del pobre si con el lecho pudiera marcharse la enfermedad! Ved que ante estas dos cosas —la vida y la salud— se acuerda conmigo el parecer de todos. ¿Se da acaso el mismo acuerdo entre todos respecto a la milicia, o a la agricultura, o a la navegación? Todos están de acuerdo en querer la vida y la salud.

5. Pero, una vez que el hombre está vivo y sano, ¿no busca nada más? Si tiene sabiduría, quizá no deba buscar nada más. Donde existe la vida perfecta y la salud perfecta, si se busca algo más, ¿qué puede ser sino una apetencia viciosa?. Los impíos tendrán vida en medio de sus tormentos. Pues —como dice el evangelio— vendrá el momento en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz; y los que obraron el bien saldrán para la resurrección de la vida, y, en cambio, los que obraron mal, para la resurrección del juicio9. Por tanto, unos se encaminarán al premio, otros al tormento, pero unos y otros vivirán, sin que ninguno pueda morir. Los que vivan en el premio abrazan una vida dulcísima; en cambio, quienes vivan en medio de los tormentos desearán, en caso de serles posible, dar fin a esa vida, pero nadie les dará muerte para quitarles el tormento. Mas pon atención a lo que dice, distinguiendo, la Escritura: a esa no se dignó llamarla vida. No quiso llamar vida a la que transcurre entre torturas, tormentos y el fuego eterno, para que ya la misma palabra «vida» exprese alabanza, no tristeza; para que, dondequiera que oigas hablar de vida, nunca pienses en tormentos. En efecto, el vivir perpetuamente entre tormentos no es vida alguna, sino una muerte eterna. Las Escrituras la llaman muerte segunda, que viene después de esta primera, que todos debemos a nuestra condición humana. Se la llama muerte, muerte segunda, pero allí nadie muere. Mejor y más acertado hubiese sido decir que allí nadie vive. Vivir, pues, en medio de dolores no es vivir. ¿Y cómo probamos que habla así la Escritura? Mira cómo; con el texto que poco antes mencioné: Oirán —dice— su voz, y los que hicieron el bien saldrán para la resurrección de la vida. No dijo: «De la vida feliz», sino: para la resurrección de la vida10.6.La sola palabra «vida» lleva consigo la felicidad; pues, si no fuese así, no se diría a Dios: Porque en ti está la fuente de la vida11. Tampoco aquí se dijo: «Porque en ti está la fuente de la vida feliz». No añadió «feliz»; dijo solamente vida, para que la entiendas feliz. Puesto que, si es desgraciada, ya no es ni vida.

6. Advierte otro testimonio, además de los dos mencionados. Se dijo, en efecto: Quienes obraron el bien, para la resurrección de la vida12; y también: En ti está la fuente de la vida13. En ningún lugar se ha añadido: «feliz», pero no se comprende que haya vida si no es feliz, pues la que no es feliz no es vida. Escucha otro, tomado de nuevo del evangelio. Se trata de aquel rico que no quería abandonar lo que poseía, y al que indignaba tener que perder sus bienes, que por fuerza tendría que dejar al morir. Pienso que, en medio del disfrute de una opulencia tan grande de bienes, aunque terrenos, se sentía interpelado por el temor de la muerte y en cierto modo le decía el corazón: «Mira que disfrutas de tus bienes, pero ignoras cuándo te visitará la fiebre. Acumulas, adquieres, compras, guardas y disfrutas. Te exigirán el alma; eso que tienes adquirido, ¿de quién pasará a ser?» Punzado frecuentemente por este pensamiento, cual aguijones de temor, en cuanto nos es dado entender, se acercó al Señor y le dijo: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para conseguir la vida eterna?14 Temía morir, y se veía obligado a ello. No tenía escapatoria para evitarlo. Acorralado ante la necesidad de morir y el deseo de vivir, se acercó al Señor y le dijo: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para conseguir la vida eterna?Entre otras cosas, para mencionar solamente lo que concierne a nuestro caso, escuchó lo siguiente: Si quieres venir a la vida, guarda los mandamientos15. Esto es lo que había dicho que iba a probar. Ni el que preguntó dijo: ¿Qué he de hacer para conseguir la vida feliz?; habló solamente de la vida eterna. Al no querer morir, buscó la vida que no tiene fin. Y, como dije, ¿tiene, acaso, fin la vida de los impíos en medio de tormentos? Pero a esta él no la llamaba vida. Sabía que no es vida la que transcurre en medio de dolores y tormentos; no ignoraba que es más acertado hablar de muerte. Por eso buscaba la vida eterna; para que, cuando se oiga hablar de vida, no se dude de que será feliz. Tampoco el Señor le respondió: «Si quieres llegar a la vida feliz, guarda los mandamientos», sino que también él mencionó solamente la vida, diciendo: Si quieres llegar a la vida, guarda los mandamientos. Así, pues, la vida que transcurre entre tormentos no es vida; no hay más vida que la que es feliz; y no puede ser feliz si no es eterna. Este es el motivo por el que aquel rico, consciente de que día a día lo interpelaba el temor de la muerte, buscaba la vida eterna; pues, a su modo de ver, la vida feliz ya la poseía. Era, en efecto, rico, gozaba de salud, y pienso que se decía a sí mismo: «No quiero más, a condición de que esto se perpetúe eternamente». Tenía placeres en apariencia dignos de ser amados, dado que saciaba sus necias pasiones. Por eso el Señor lo corrigió —si él lo entendió— al pronunciar únicamente la palabra «vida». No le dijo: «Si quieres llegar a la vida eterna», que él buscaba, como si ya poseyese la vida feliz; ni tampoco: «Si quieres llegar a la vida feliz», sabiendo que, si es miserable, ni siquiera es vida; sino: Si quieres llegar a la vida: cuando es eterna, entonces es feliz. Si quieres llegar a la vida, guarda los mandamientos. Así, pues, no hay más vida que la eterna y la feliz, puesto que, si no es eterna, no es tampoco feliz, y si la eternidad incluye los tormentos, tampoco es vida.

7. ¿Qué es esto, hermanos? Al preguntaros si queréis vivir, todos respondíais que sí, y lo mismo al preguntaros si queréis estar sanos. Pero la salud y la vida, si existe el temor de que deje de existir, ya no es vida. El vivir por siempre se trueca en un temer siempre. Temer siempre es estar siempre atormentado. Y si el tormento es eterno, ¿dónde está la vida eterna? Admitimos con toda seguridad que la vida no es feliz si no es eterna; más aún, que sólo la vida eterna es feliz, puesto que, si no es eterna, si la saciedad no es perpetua, sin duda alguna, ni es feliz ni es vida. Advertimos que todos convienen en esto. Hallamos que así es ciertamente, pero en el plano de las ideas, aún no en el de la posesión. Tal es la posesión que todos buscan; nadie hay que no la busque. Sea bueno, sea malo, la busca; pero el bueno con confianza; el malo, desvergonzadamente. ¿Por qué buscas el bien, tú, malo? Tu misma petición, ¿no te muestra ya cuán ímprobo eres al querer el bien siendo malo? ¿No estás buscando una cosa ajena? Así, pues, si buscas el sumo bien, es decir, la vida, sé bueno para llegar al bien. Si quieres llegar a la vida, guarda los mandamientos16. Una vez que hayamos llegado a la vida —¿qué necesidad tengo de añadir «eterna» o «feliz»?, la vida sin más, puesto que esa es la vida: la que es eterna y feliz—; una vez que hayamos llegado a la vida, tendremos la certeza de permanecer siempre en ella. Si hemos de encontrarnos en ella con la incerteza de si durará por siempre, también allí habrá temor. Y, si hay temor, habrá tormento; no de la carne, sino —lo que es peor— del corazón. Donde hay tortura, ¿cómo puede hablarse de felicidad? Tendremos, pues, la seguridad de que permaneceremos por siempre en aquella vida, sin conocer fin, puesto que nos hallaremos en aquel reino del cual está dicho: Y su reino no tendrá fin17.Y al mostrar la gloria de los santos de Dios, cuya muerte es preciosa en su presencia18, dice la Sabiduría al final de la lectura escuchada: Y su Señor reinará por siempre19. Nos hallaremos, por tanto, en un reino grande y eterno; grande y eterno precisamente por ser justo.

8. Allí nadie engaña y nadie es engañado. Allí no hay motivo para sospechar mal de tu hermano. En efecto, la mayor parte de los males del género humano no proceden más que de sospechas falsas. Piensas que te odia un hombre que tal vez te ama, y por una perversa sospecha te conviertes en el peor enemigo de tu mejor amigo. ¿Qué puede hacer aquel a quien no das fe y no puede mostrarte tu corazón? Se dirige a ti y te dice: «Te amo». Mas como podía decirte esto mintiendo —las mismas palabras dice quien miente que quien habla verdad—, al no creerlo aún, lo has odiado. Por esta razón, quien te dijo: Amad a vuestros enemigos20, quiso ponerte en guardia contra este pecado. Cristiano, ama incluso a tus enemigos, no sea que, incauto, odies incluso a tus amigos. En esta vida, en efecto, no podemos ver nuestros corazones hasta que venga el Señor e ilumine lo recóndito de las tinieblas; entonces manifestará los pensamientos del corazón, y cada cual recibirá su alabanza de Dios21.

9. Por tanto, si un hombre de plena confianza, o un profeta, o Dios nos dijese del modo que quisiera y por medio de quien él desease: «Vivid tranquilos; abundaréis en todas las cosas, ninguno de vosotros morirá, ninguno enfermará, ninguno experimentará dolencia alguna». Si dijera: «He hecho desaparecer la muerte del género humano, no quiero que nadie muera», recibida tal seguridad, exultaríamos de gozo y nada más buscaríamos. Así nos parece en verdad. Si escuchásemos palabras como ésas, inmediatamente querríamos que se nos añadiese algo más: que se pudiesen ver mutuamente los corazones y que no hubiese animosidad alguna, de modo que nuestro ver no se apoye en la sospecha humana, sino en la verdad divina; para no estar pendiente de si mi amigo o mi vecino me odia, de si me quiere mal, y con esa preocupación causar antes mal que sufrirlo. Sin duda, buscaríamos eso; buscaríamos la certeza de la vida y el conocimiento mutuo de nuestros corazones. Ya habéis advertido a qué llamo vida; no lo repetiré, no sea que, en vez de aclararlo, lo haga más oscuro. Así, pues, querríamos que a la vida se añadiese la verdad, para conocer mutuamente nuestros corazones y no sentirnos engañados por nuestras sospechas; para estar seguros de que nunca abandonaremos ya esa vida perpetua. Añade a la vida la verdad, y has hallado la vida feliz. En efecto, nadie quiere ser engañado, como nadie quiere morir. Preséntame un hombre que quiera ser engañado. Se encuentran muchos que quieren engañar, pero nadie que quiera ser engañado. Ponte de acuerdo contigo mismo. Si no quieres ser engañado, no engañes; no hagas lo que no quieres sufrir. Si quieres venir a la vida donde no sufras engaño, vive ahora sin engañar. ¿Quieres venir a la vida donde no sufras engaño? ¿Quién no lo quiere? Si te deleita la recompensa, no desdeñes el trabajo que la merece. Pasa ahora tu vida sin engañar, y llegarás a la vida donde no serás engañado. Al veraz se dará la verdad como recompensa y al que en el tiempo vive bien se le recompensará con la eternidad.

10. Todos, pues, hermanos, queremos la vida y la verdad. Mas ¿por dónde llegar, por dónde ir? Aunque aún no la poseemos, gracias a la mente y a la razón, ya conocemos por fe y vemos la meta adonde nos dirigimos: tendemos a la vida y a la verdad. Una y otra cosa es Cristo. ¿Buscas por dónde ir? Yo soy —dice— el camino. ¿Buscas a dónde ir? Y la verdad y la vida22. He aquí lo que amaron los mártires, por lo que despreciaron los bienes presentes y pasajeros. No os cause extrañeza su fortaleza: el amor venció al dolor. Celebremos, pues, la solemnidad de la Masa Cándida con cándida conciencia y no temamos la aspereza del camino si queremos llegar a tan gran bien: sigamos las huellas de los mártires y pongamos nuestra mirada en la cabeza de los mártires y nuestra. Quien nos ha hecho la promesa es veraz, es fiel, y no puede engañar. Digámosle, pues, con cándida conciencia: Por amor a las palabras de tus labios, he caminado por caminos ásperos23. ¿Por qué temes los caminos duros de las pasiones y las tribulaciones? Él pasó por ellas. Quizá me respondas: «Pero era él». Pasaron también los apóstoles. Todavía replicas: «Pero eran apóstoles». Lo admito. Responde ahora: «Luego pasaron también muchos varones». Avergüénzate: «Pasaron también mujeres». «¿Llegaste a la pasión en tu ancianidad?». No temas la muerte, al menos pensando en que tienes cercana a la muerte. «¿Eres joven?». Pasaron también jóvenes que aún lo esperaban todo de la vida. Pasaron también niños, pasaron también niñas. ¿Cómo es que aún resulta áspero el camino que ha suavizado el caminar de tantos? Esta es, pues, hermanos, la solemne y reiterada exhortación que os hago, para no celebrar con vana pompa las solemnidades de los mártires. A quienes amamos en sus solemnidades, no hemos de temer imitarlos también con fe semejante.