SERMÓN 299 E (= Guelf. 30)

Traductor: José Anoz Gutiérrez, o.a.r.

Homilía sobre el natalicio de los santos escilitanos predicada en la Basílica Novarum

1. La fortaleza de los mártires de Cristo, varones o mujeres, es Cristo. En efecto, si solamente los varones se hubiesen mantenido fuertes en la pasión, tal fortaleza se atribuiría a su sexo más fuerte. Portanto, el que también el sexo más débil haya sido capaz de sufrir valerosamente, se explica, porque fue Dios quien dio el poder tanto al uno como al otro. Así, pues, tanto si es varón como si es mujer, ante su tribulación, toda persona debe decir El Señor es mi fortaleza1; y Te amaré, ¡oh Dios!, mi fortaleza2. El mismo amor es fortaleza, pues quien sabe amar es capaz de sufrir cualquier cosa por lo que ama. Y si el amor lascivo ha persuadido a sus amantes a que sufran con valor infinidad de cosas por sus bagatelas y delitos, y quienes acechan al pudor ajeno cierran los ojos a cualquier clase de peligro, ¡cuánto más fuertes deben ser en el amor de Dios los que aman a aquel de quien no pueden separarse ni en vida ni en muerte! En efecto, el amante lascivo perderá lo que ama en el caso de recibir la muerte por su amada; en cambio, el valeroso y justo amante de Dios no solo no lo perderá al morir, sino que mediante la muerte encontrará lo que amó. Por eso, el amante del delito teme confesar, mientras que el amante de Dios teme negar. Elijamos, entonces, hermanos, el amor que haga nuestra vida inocente y nuestra muerte tranquila. Una vez elegido tal amor, cuando nuestras entrañas sean poseídas por él, nuestro vivir será Cristo, y el morir ganancia3. Al morir evitamos lo que odiamos y llegamos a lo que amamos. Por tanto, quien ama esta vida vea si puede hacerla duradera a fuerza de amarla. Lo ames o no lo ames, eso que amas huye; eso que amas huye, sin que puedas sujetarlo. Sumas años, la vida disminuye, lo que te queda es menos. En efecto, el sumar años no equivale a alargar tu vida; al contrario, si te fijas en lo que te queda, esos años se fueron. Si se te hubiesen sumado, habrían hecho tu vida más larga. Ahora, por ejemplo, te quedaban treinta años; tú vives para que ellos disminuyan. Sin motivo, pues, añadiste muchos años a tu nacimiento, años que con tu largo vivir has ido reduciendo. Haz la cuenta sirviéndote de los dedos, no para que te indiquen los que ya pasaron, sino los que quedaron, y verás que se encaminan a la no existencia. Efectivamente, si ahora son las nueve de la mañana, no puedes hacer que vuelvan las seis; tampoco puedes hacer un mañana con el ayer que se fue; más aún, no tardando mucho, hasta el mañana será un ayer. ¿De qué sirve el no despreciar estas cosas que no puedes sujetar aquí con tu amor? El día amado huye de ti, el Dios deseado se te acerca. Ama aquello adonde puedas llegar con tu amor. Él es fiel, está a tu lado, ven a él. Hasta para esto eras perezoso: él vino a ti, nació por ti y por ti murió.

2. No temas, pues, el cáliz amargo de la muerte; la muerte es, ciertamente, amarga, pero a través de esa amargura se llega a la gran dulzura. Ese amargor cura las vísceras de tu alma; pero no el hecho de morir, sino el morir por la verdad. Ese amargor es medicinal, no mortal; bébelo tranquilo, que sanará tu interior. ¿Por qué duda en beber el enfermo lo que no dudó en beber el médico? Él no tenía en sí mismo nada que necesitara curar mediante la amargura de tal bebida; la bebió por ti, para que no pensases que se te propinaba un veneno. La bebió por ti, para que aprendieses a decir: La muerte de sus santos es preciosa a los ojos del Señor4. Quienes confesaron a Cristo han sufrido diversidad de tormentos. Unos fueron heridos a espada, otros entregados al fuego, otros arrojados a las fieras y a otros ni siquiera se les permitió que fueran sepultados. Cosas todas que son duras, crueles y horripilantes, pero a los ojos de los hombres. Por eso la Escritura, cuando encarece la muerte de los mártires, dice: La muerte de sus santos es preciosa a los ojos del Señor, a los ojos de quien sabe juzgar y desconoce el equivocarse. Viendo los necios y los infieles que los sabios y fieles despreciaban la felicidad de esta vida, consideraron como desgraciados a quienes morían por el nombre de Cristo. Al carecer de los ojos de la fe, eran incapaces de mirar a lo que aquellos tenían prometido. Vino el que prometía y cumplía la promesa; con su exhortación los confirmó; otorgándoles el Espíritu, los dejó totalmente sanos. Dice, en efecto: No temáis a quienes matan el cuerpo, sin poder hacer más5. Mira a esos necios que tanto se ensañan: ¡si oyeran eso de que no pueden hacer más! Son muchos los desmanes que hacen con los cadáveres: los desgarran, los queman, esparcen sus cenizas, no permiten que sean sepultados, y, como gloriándose, dicen: «¿Dónde queda lo que Cristo dijo, que, cuando un hombre mata a otro hombre, no puede hacer nada más? Ved cuánto he hecho con el cadáver del muerto». Ese tal es, en su corazón, semejante al otro, que no siente ya en carne. ¡Hombre sin entrañas y necio! ¿Qué has hecho? Algo le hiciste, si tiene sensibilidad; pero, si ya carece de ella, tu ensañamiento ha sido en balde. Os muestro—dice— a quién tenéis que temer: a quien, además de daros muerte, tiene poder para arrojaros al infierno6. Poder que no tiene el hombre que hiere y mata, pues su acción no llega más que a la carne; al alma que sale del cuerpo no puede perseguirla, porque ni siquiera la ve. ¿A quién hay que temer? Mira quién te da muerte y mira cómo mueres. Tiene poder sobre ti después de la muerte quien lo tenía antes de ella, pues ningún hombre te hubiese hecho nada de no habérselo permitido él. ¿Te extraña que se lo permita? Escucha al príncipe de los mártires, quien, cuando era juzgado por un hombre, él, Dios oculto, hombre manifiesto, donde era objeto de desprecio; cuando era juzgado por un hombre, este hombre se hinchó. ¿No me respondes a mí?,—dice—. ¿No sabes que tengo poder para darte muerte y para dejarte libre?7 Pero él, manso, Señor de todos, siervo de todos, al servicio de los enfermos por amor, no por exigencia de su naturaleza, curó incluso a aquel hombre inflado e hinchado. Parecía que Cristo era juzgado por él, y era él curado por Cristo. El hinchado aterrorizó, pero el médico sajó. Obtuvo respuesta a propósito de lo que le permitía hincharse a voluntad. No le dijo: «No tienes poder sobre mí; antes bien soy yo quien lo tiene sobre ti». Si lo hubiera dicho, hubiera dicho la verdad, pero no nos hubiera dado ejemplo. Hasta cuando padecía nos estaba enseñando, porque también nos enseñó cuando fue tentado. Igual que, cuando fue tentado, te enseñó lo que debes responder al tentador, así te enseñó, cuando fue juzgado, lo que has de responder al perseguidor. Aquellas palabras eran nuestras palabras; la cabeza hablaba en lugar del cuerpo. ¿Qué le dijo, pues? No tendrías poder sobre mí si no te hubiese sido dado de lo alto8. No dijo que no lo tenía, sino que no lo hubiera tenido si no lo hubiese recibido. Enseñó al mártir que debe estar sometido no a un hombre, sino a Dios; enseñó al mártir a no temer al hombre cuando tiene que padecer algo, sino a aquel que permite al hombre hacer eso, a quien otorga poder al hombre. Instruida por tal enseñanza, dijo aquella valerosísima mujer: «Honramos al emperador como a emperador, pero tememos solo a Dios».Retribuyó a cada uno lo suyo, con justa distribución; respondió ni orgullosa ni temerosa. Puso su mirada en el apóstol, que decía: Someteos a toda autoridad humana por Dios9. «Honramosdice— al César como a César». Aunque se muestre cruel, reciba el honor que le corresponde; manténgasele el orden de la humildad, aunque él no tenga la supremacía del poder. En efecto, el sumo poder lo tiene aquel en cuyas manos estamos nosotros y nuestras palabras10. Temed, pues —dice el Señor—, a quien tiene el poder; poder que, cuando da muerte, no se para aquí, sin poder ir más lejos, sino que, cuando causa la muerte, está capacitado para arrojar al fuego del infierno.

3. ¡Oh infiel, que te fijas en las cosas presentes y solo las presentes te atemorizan!, piensa alguna vez en lo futuro. Tras un mañana y otro, llegará alguna vez el último mañana; un día empuja a otro día, pero no arrastra a quien hizo el día. En él, en efecto, se da el día sin ayer ni mañana; en él se da el día sin nacimiento ni ocaso; en él se halla la luz sempiterna, donde está la fuente de la vida y en cuya luz veremos la luz11. Esté allí, al menos, el corazón; mientras sea necesario que la carne esté aquí, hállese allí el corazón. Si el corazón está allí, allí estará todo. Al rico vestido de púrpura y lino finísimo se le terminaron sus placeres; al pobre lleno de llagas se le acabaron sus miserias. Aquel temía al último día, este lo deseaba. Llegó para los dos, pero no los encontró a ambos igual; y, como no los encontró a ambos igual, no vino igual para los dos. El morir fue semejante en uno y otro; el acabar esta vida fue condición común para ambos. Escuchaste lo que les unió; pon atención ahora a lo que los separa: Aconteció, pues, que murió aquel pobre, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; murió también el rico, y fue sepultado12. Aquel, quizá, hasta ni fue sepultado. Ya conocéis lo restante. Él rico era atormentado en los infiernos, el pobre descansaba en el seno de Abrahán. Pasaron los placeres y las miserias. Todo se acabó y se transformó. Uno pasó de los placeres a los tormentos; el otro, de las miserias a los placeres. Efectivamente, tanto los placeres como las miserias habían sido pasajeros; los tormentos y los placeres que les sucedieron no tienen fin. Ni se condena a las riquezas en la persona del rico ni se alaba la pobreza en la persona del pobre; pero en el primero se condenó la impiedad y en el segundo se alabó la piedad. Sucede a veces que los hombres escuchan estas cosas en el evangelio, y quienes nada tienen se llenan de gozo y hasta el mendigo exulta ante esas palabras. «En el seno de Abrahán —dice— estaré yo, no aquel rico». Respondamos al pobre: «Te faltan las llagas; aplícate a conseguir méritos; desea hasta las lenguas de los perros. Tú te jactas de ser pobre; yo te pregunto si eres fiel; en efecto, la pobreza en un infiel significa tormento aquí y condenación allí». Dirijámonos también al rico: «Cuando escuchaste lo que se dice en el evangelio de aquel que se vestía de púrpura y lino purísimo y que banqueteaba a diario espléndidamente, te llenaste de temor; no desapruebo ese temor; pero teme más lo que allí se desaprueba. Aquel despreciaba al pobre que yacía a la puerta de su casa esperando las migas que caían de su mesa; no se le otorgaba ni vestido, ni techo, ni misericordia alguna. Esto es lo que se castigó en la persona del rico: la crueldad, la impiedad, la soberbia, el orgullo, la falta de fe; estas son las cosas castigadas en la persona del rico». ¿Cómo lo pruebas? Dice alguien: Son precisamente las riquezas las que han sido condenadas». Si no soy capaz de probarlo sirviéndome del mismo capítulo del evangelio, que nadie me haga caso. Cuando aquel rico se hallaba en medio de los tormentos del infierno, deseó que una gota de agua cayese a su lengua del dedo de quien había deseado las migas de su mesa. Más fácilmente, quizá, hubiese llegado este a las migas que aquel a la gota de agua. De hecho, se le negó esa gota. Le respondió Abrahán, en cuyo seno se hallaba el pobre: Recuerda, hijo, que recibiste tus bienes en tu vida13. Lo que me he propuesto mostrar es que en él se condenó la impiedad y la falta de fe y no las riquezas ni la abundancia de bienes temporales. Recibiste —dice— tus bienes en tu vida. ¿Qué significa tus bienes? Los otros no los consideraste como bienes. ¿Qué significa en tu vida? No creíste que hubiera otra. Tus bienes, pues, no los de Dios; en tu vida, no en la de Cristo. Recibiste tus bienes en tu vida. Se acabó aquello en que creíste, y, en consecuencia, no recibiste los bienes mejores, puesto que, cuando te hallabas en los inferiores, no quisiste creer en ellos.

4. Quizá estamos acusando a este rico e interpretamos según nuestra capacidad el sentido de lo dicho por el padre Abrahán. Para decir algo más claro, desenvuélvase lo envuelto, véase lo oscuro, ábrase a los que llaman14. Cuando al rico se le negó el socorro o aquella mínima misericordia, para que se cumpliese lo que está escrito: El juicio será sin misericordia para quien no practicó misericordia15, suplicó que fuera enviado Lázaro a sus hermanos a fin de que les informase de lo que había tras esta vida. Se le respondió que no era posible, y que, si no querían ir a parar a aquel lugar de tormentos, que escuchasen a Moisés y a los profetas. Tienen —dice— a Moisés y a los profetas; escúchenlos16. Pero él se conocía a sí mismo y a sus hermanos. En efecto, los hermanos carentes de fe solían musitar entre ellos tales cosas, mofándose de las palabras divinas. Si les cuadraba escuchar algo dicho en la ley o en los profetas sobre los castigos eternos que debían evitarse o sobre los premios, también eternos, que habían de desearse, solían susurrar entre sí: «¿Quién de los de allí ha resucitado? ¿Quién ha venido de allí? ¿Quién ha podido contarnos lo que allí se cuece? Desde que enterré a mi padre no he vuelto a oír su voz». Sabiendo él que acostumbraba charlotear estas cosas con corazón y boca de incrédulo en compañía de sus hermanos, pedía que se realizara lo que ellos decían que nunca había tenido lugar, razón por la que despreciaban las palabras divinas. Y dice: «Vaya alguien de aquí y dígales...». Y el padre Abrahán: Tienen allí a Moisés y a los profetas; escúchenlos. Pero él, acordándose de sus conversaciones, le responde: No, padre Abrahán17. Como si dijera: «Yo sé lo que solíamos hablar. No, padre Abrahán; sé lo que digo, sé lo que pido». El que despreció al pobre quiso, con tardía misericordia, que se hiciese a sus hermanos la misericordia que no se hizo él a sí mismo. «No, dijo; no, padre Abrahán; no dan crédito a Moisés y a los profetas. Lo sé yo, que fui como ellos; pero, si se presenta a ellos alguno de los muertos, le creerán18 ». Y el padre Abrahán: Si no creen a Moisés y a los profetas; eran, en efecto, judíos, pues no diría él «padre Abrahán» de no ser judío. Respondió, pues, el padre Abrahán: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite uno de entre los muertos19. Así fue en realidad, así se cumplió: no escucharon a Moisés ni a los profetas y despreciaron al Señor resucitado. Como habían desdeñado a los profetas, de idéntica manera no quisieron escuchar al Señor resucitado de entre los muertos, contra quien compraron falsos testigos. Os damos dinero —informana los guardias del sepulcro—; pero decid: «Cuando nosotros dormíamos, vinieron sus discípulos y lo robaron20 ».¡Testigos adormentados, comprados, corrompidos, que niegan a su Vida y sueñan hurtos ajenos! Si estabais despiertos, ¿por qué no detuvisteis a los ladrones? Si estabais dormidos, ¿cómo visteis lo que sucedió?

5. He probado —así pienso— que en la persona de aquel rico no se condenaron las riquezas, sino la impiedad, la falta de fe, la soberbia, la crueldad. Escucha una prueba aún mayor de que no se acusa allí a las riquezas. ¿Dónde fue sumergido el rico? En un abismo de tormentos. ¿Adónde fue elevado el pobre? Al seno de Abrahán. Contempla al pobre en el seno de Abrahán: Abrahán lo recibió; él fue el recibido. Abrahán, el patriarca creyente. Añade y, cosa que tenía que decir, lee en el libro del Génesis cuáles eran las riquezas de Abrahán, su oro, plata, rebaños, servidumbre21: en todo eso abundaba Abrahán. ¿Por qué acusas al rico? Un rico recibió al pobre. Lejos de mí condenar las riquezas; mas no por esto levanto el edificio de la avaricia. No diga el rico que he defendido su causa, que he querido consolarlo. En efecto, se llenó de temor al recordar el evangelio; cuando oyó que el rico había sido precipitado en las penas del infierno, se atemorizó. Yo le he dado seguridad. No tema las riquezas, sino los vicios; no tema la abundancia, sino la avaricia; no tema la posesión, sino la ambición. Posea como Abrahán, pero poséalo junto con la fe; tenga, posea, no sea poseído. Me dirá alguien: «¿Cómo tuvo las riquezas Abrahán?» ¿Quieres saberlo? ¿Qué se hallaba en él? La piedad. ¿Qué? La fe. ¿Qué? La obediencia. ¿Qué? Las riquezas interiores. ¿Quieres saberlo? ¿Quieres conocerlo mediante el texto mencionado? Todo lo que cualquier hombre reúne, excusablemente a su juicio, lo guarda para sus hijos. Todos los hombres guardan sus riquezas para sus hijos, y quienes no los tienen sufren violencia interior, porque no tienen a quién dejar lo que han atesorado. Como, por otra parte, está claro que todo hombre ama más a sus hijos que a sus riquezas; que aman más a aquellos para quienes lo reservan que aquello que reservan, ¿quieres conocer cómo tenía Abrahán aquella herencia? Lee cómo despreció al heredero ante el mandato de Dios. Imagínate a un padre rico; imagínate al que guarda, lo que guarda y aquel para quien lo guarda. Pon en la balanza estas dos últimas cosas, reparte tus ganancias, fija un orden para tu amor. Con toda certeza pesaba más la persona para quien lo guardaba que lo que le guardaba. —Si a él le hubiese dicho Jesucristo el Señor: Si quieres ser perfecto, vete, vende todo lo que tienes, pero dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, y ven y sígueme22, creo que, como aquel rico en el evangelio, también Abrahán se hubiese alejado triste. —¿Hubiese escuchado con tristeza: «Abandona tus riquezas», quien escuchó con alegría: «Inmólame tu heredero? Inmólame tu hijo único, tu hijo querido; dame el hijo que yo te di». —No dudó, no vaciló, la tristeza no nubló su devoción: ninguno, ni el que iba a inmolar ni el que iba a ser inmolado, pues ni siquiera el niño tembló bajo la espada del padre. Lleno de gozo, fue llevado por otro lleno de gozo, fue atado, colocado sobre el altar sin vacilación alguna. Se alzó la derecha armada del padre, nada temblorosa, sin debilidad alguna, ni abatida antes de recibir la orden de quien le había ordenado alzarla. He aquí cómo habéis de tener; y, si es así, tened cuanto podáis, no para nutrir la ambición, sino para realizar la piedad y esperar con tranquilidad el último día. Los verdaderamente ricos son ricos interiormente; exteriormente, como podáis; interiormente, como se os ordene. ¿Posees riquezas? El Señor me las dio23. ¿Las perdiste? El Señor me las quitó24. Alégrate, porque quien te las quitó no se quitó a sí mismo. ¿O no te basta quien te hace? Como plugo al Señor, así se hizo25. Dime, ¿qué temes? Siendo tú malo26 y él bueno, ¿te agrada a tilo bueno y a él lo malo? No puede ser. Cree que es bueno lo que agradó al que es bueno. Como plugo al Señor, así se hizo; sea bendito el nombre del Señor27. Sabemos que todo coopera al bien de los que aman a Dios28.