SERMÓN 299 C (= Guelf. 24)

Traductor: José Anoz Gutiérrez, o.a.r.

Homilía sobre el natalicio de los santos apóstoles Pedro y Pablo

1. Los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo fueron llamados en momentos diversos, pero coronados en un mismo día. El Señor llamó a Pedro antes que a todos los demás, y a Pablo el último de todos. Pedro fue el primero de los apóstoles, Pablo el último: el que es el primero y el último los unió en un mismo día. Cuando los últimos se armonizan con los primeros, se mantiene la más hermosa integridad. El apóstol Pedro titubeó en el mar; Pedro fue el único que titubeó, pero fue también el único que caminó sobre él1. Sólo él negó al Señor por temor, pero fue el único que le siguió por amor hasta el peligro2. Allí estaba también el bienaventurado Juan, pero él presumía de amistad con el príncipe de los sacerdotes; en efecto, era Juan amigo del príncipe de los sacerdotes, a cuya casa fue llevado el Señor3. Pedro lo siguió por amor; tembló la debilidad, pero lloró la caridad, y obtuvo el perdón la debilidad. En cambio, Pablo, antes Saulo, fue incluso enemigo de Cristo: persiguió durísimamente a los cristianos. Allí estaba él cuando san Esteban, el primer mártir, sufrió su pasión; cuando fue apedreado, él mismo guardaba las ropas de todos los que lo apedreaban. De hecho, le parecía poco lapidarlo solo con sus propias manos; así estaba en las de todos, cuyas ropas guardaba. Después de esto, una vez muerto el bienaventurado Esteban, el primero en ser coronado —su mismo nombre significa en griego «corona»—, este enemigo acérrimo recibió cartas de los príncipes de los sacerdotes para llevar encadenados al suplicio a cuantos hallase que seguían ese camino. Se dirigió, pues, a Damasco lleno de furor, ávido de muerte y sediento de sangre4. El que habitaba en los cielos, según el salmo, se reía y el Señor se mofaba de él5. ¿Por qué anhelas, cruel, lo que tú mismo has de sufrir pronto? ¡Qué poca cosa fue para Cristo el Señor salvar a su enemigo, derribar con una voz de lo alto al perseguidor y levantarlo como predicador! Saulo —dice— Saulo, todavía Saulo, ¿por qué me persigues?6

2. Cuánta condescendencia, hermanos míos! Reconozcámonos en la voz del Señor. ¿Quién puede perseguir a Cristo, ya sentado en el cielo a la derecha del Padre? Pero allí reinaba solo la cabeza, mientras que sus miembros aún se fatigaban aquí. El mismo doctor de los gentiles, el bienaventurado apóstol Pablo, nos enseñó lo que somos respecto a Cristo: Vosotros, en cambio —dice— sois el cuerpo de Cristo y sus miembros7. Así, pues, el Cristo entero lo forman la cabeza y los miembros. Vedlo en nuestro cuerpo; tomad de él la semejanza. Si te cuadra hallarte apretujado en medio de la muchedumbre y alguien pisa tu pie, la cabeza grita en favor del pie. ¿Qué dice? «Me pisas». Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?8 En efecto, cuando Saulo perseguía a los evangelizadores que llevaban al Señor por todo el orbe de la tierra, pisoteaba los pies del Señor; de hecho, en ellos iba el Señor a los gentiles, mediante ellos corría por doquier. El que iba a ser él mismo pie, pisoteaba los pies de Cristo; el que iba a llevar a los hombres por toda la tierra el Evangelio del Señor, pisoteaba lo que él mismo iba a ser. ¡Qué hermosos son los pies —dice el profeta, y lo recuerda el mismo doctor— de los que anuncian la paz, de quienes pregonan el bien!9 Esto lo hemos cantado también en el salmo: Su voz se extendió por toda la tierra10. ¿Quieres ver hasta dónde llegó Cristo por medio de estos pies? Y sus palabras, hasta los confines del orbe de la tierra11.

3. Finalmente, el Señor habla a Ananías. Y, cuando lo envió a bautizar a Saulo, escuchó estas palabras del mismo Ananías: Señor, he oído, a propósito de ese hombre, que por doquier persigue a tus siervos12. Como si le dijera: «¿Por qué envías a una oveja al lobo?». En efecto, Ananías es una palabra hebrea que significa «oveja». Respecto a Saulo, luego Pablo, perseguidor primero y luego predicador, había anticipado el profeta: Benjamín, lobo rapaz13. ¿Por qué Benjamín? Escucha al mismo Pablo: Pues también yo soy israelita, de la estirpe de Abrahán, tribu de Benjamín14. Lobo rapaz: Por la mañana hará presa, por la tarde repartirá alimentos15; primero destruirá, luego alimentará. Aquel predicador repartía ya el alimento; sabía qué y a quién daba: qué alimento suministraba al débil y al enfermo y con cuál alimentaba al fuerte. Repartiendo el alimento, repartiéndolo, no arrojándolo sin orden ni concierto; repartiendo, pues, el alimento, decía: Tampoco yo, hermanos, pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales; como a párvulos en Cristo, os he dado leche por bebida, no alimento sólido, pues aún no podíais con él, ni podéis todavía16. Lo reparto, no lo arrojo caiga donde caiga. Así, pues, la oveja Ananías había oído el nombre de este lobo, y temblaba en manos del pastor; mas, aunque está aterrorizada por el lobo, el pastor la consuela, le da aliento, la protege. Respecto al lobo mismo, oye cosas increíbles, pero veraces y fieles por decirlas la verdad. ¿Qué respondió el Señor a Ananías, que temblaba ante la fama de Pablo? ¿Qué le respondió? Deja eso ahora; ese hombre es para mí un vaso de elección para llevar mi nombre ante los gentiles y reyes. Yo le mostraré cuánto le conviene padecer por mi nombre17. Yo le mostraré: es palabra de quien amenaza, pero que prepara la corona. Al fin, una vez convertido de perseguidor en predicador, ¿qué tuvo que soportar? Peligros en el mar, peligros en ríos, peligros en la ciudad, peligros en despoblados, peligros entre los falsos hermanos; en fatigas y trabajos, en vigilias frecuentes, en hambre y sed, en el frío y la desnudez18, en peligros más frecuentes de muerte19. Además de estas cosas exteriores, el embate de cada día, la preocupación por todas las Iglesias. ¿Quién enferma que no enferme yo también? ¿Quién se escandaliza que yo no me abrase?20He aquí aquel perseguidor. Sufre, aguanta; padeces más de lo que hiciste padecer; pero no te sientas molesto, pues has cobrado los intereses. Pero ¿qué esperaba cuando soportaba tales cosas? Escúchalo en otro lugar: En efecto —dice—, lo llevadero de nuestra tribulación21. Ya todo eso es llevadero. ¿Por qué? Un peso eterno de gloria, en medida increíble, se nos prepara a nosotros que mi3ramos no a lo que se ve, sino a lo que no se ve. Pues lo que se ve es temporal; en cambio, lo que no se ve es eterno22. Cuando soportaba con valentía todos los males, por duros y pésimos que fueran, pero siempre temporales, ardía en amor por las cosas eternas. Cualquier suplicio que tenga fin es llevadero cuando se promete un premio eterno.

4. Y, con todo, cuando soportaba eso, ¿no lo soportaba en él, y con él quien no desfallece? Decididamente, me atrevo a afirmarlo: no era Pablo mismo quien lo soportaba. Lo soportaba él, porque en su fe así lo quería, y, a la vez, no lo soportaba él, porque en él habitaba la fuerza de Cristo. Cristo reinaba, Cristo le otorgaba las fuerzas, Cristo no lo abandonaba, Cristo corría en la persona del corredor, Cristo lo conducía hasta la palma. Así, pues, no le hago ninguna injuria cuando digo que no lo soportaba él mismo. Lo digo sin dudar, lo digo confiadamente, y confirmo mis palabras poniéndole a él mismo por testigo; repitiendo sus mismas palabras, no dejo que el santo apóstol se enoje conmigo. Dinos, Pablo; dinos, santo; dinos, apóstol; escuchen mis hermanos que no te he hecho ninguna afrenta. Entonces, ¿qué dice él mismo comparándose en sus trabajos con los demás apóstoles? No temió decir: He trabajado más que todos ellos23. Ya aquí se me responde: «Cierto que no él». Di, pues, lo que sigue, no sea que esta tardanza mía sea hinchazón. He trabajado más que todos ellos. Ya habíais comenzado a enojaros conmigo; pero él intercede por mí y en cierto modo os habla a vosotros. «No os enojéis: Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo»24. De idéntica manera, ¿qué dijo hablando de su pasión inminente, cuya gran solemnidad se celebra hoy? Pues yo estoy ya a punto de ser inmolado y es inminente el tiempo de mi partida. He luchado el buen combate, he concluido la carrera, he mantenido la fe. Por lo demás, me queda la corona de gloria con que me retribuirá aquel día el Señor, juez justo25. Me retribuirá; hay a quién retribuir. He luchado el buen combate, he concluido la carrera, he mantenido la fe. Lo que se retribuye se debe; pero no habría a quien se le debiera si no se le hubiera dado de antemano lo que no se le debía. Ciertamente le escuchas ahora presumir de lo que le debe Dios; escuchas ahora que Cristo le retribuye; escucha también de boca del mismo Pablo cómo se le dio antes lo que no merecía. No soy digno —dice— de ser llamado apóstol, puesto que perseguí a la Iglesia de Dios26. Presta ahora atención a lo que se le debía a aquel a quien ves que ya se le prepara la corona; echa tu mirada atrás y considera si no lo hallas digno de castigo por sus hechos. Perseguí a la Iglesia de Dios. ¿Qué cruz no se merece? ¿Qué tormentos bastarían para castigarlo? No soy digno —dice— de ser llamado apóstol. Yo sé lo que se me debía. ¡El apostolado a mí que perseguí a la Iglesia de Dios! ¿De dónde, pues, me vino el ser apóstol? Mas por la gracia de Dios soy lo que soy27. ¡Oh gracia gratuitamente dada! Encontró qué castigar, pero hizo qué coronar. Ved lo que sigue. Por la gracia de Dios —dice— soy lo que soy. Pues tampoco soy digno de ser apóstol, pues he perseguido a la Iglesia de Dios: esperaba suplicios, encuentro premios. ¿De dónde me ha venido esto? Porque por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue estéril en mí, sino que trabajé más que todos ellos28. ¿Has comenzado otra vez a envanecerte? Mas no yo, sino la gracia de Dios conmigo29. Bien, extraordinario, no ya Saulo, sino Pablo; no ya soberbio, sino pequeño. Saulo, pues, fue nombre de soberbia, porque aquel rey de gran estatura, tanto más envidioso cuanto más inflado, que perseguía al santo David, se llamaba Saúl30. De él había tomado el nombre: Saulo viene de Saúl, nombre adecuado a un perseguidor. Y luego, ¿qué? ¿Qué significa «Pablo»? Pequeño, mínimo. Los que tenéis conocimientos gramaticales, recordad la palabra; recordad también el modo habitual de hablar quienes desconocéis los escritos llamados liberales. Paulus significa «poco», «pequeño». Post paululum, es decir, después de un poco te veré; paulo post equivale a poco después.

5. Mirad, pues, a Pablo, hasta hace poco Saulo, sediento de sangre y ávido de muertes, pero ahora ya Pablo. Yo soy el menor de los apóstoles31; el menor sin duda, pero muy salutífero. Quizá fue este, el menor, la orla en el vestido del Señor; orla que tocó aquella mujer, figura de la Iglesia de los gentiles, y quedó curada del flujo de sangre. El Pablo pequeño fue enviado a los gentiles con la salvación. Sabed también que el Señor ignoró que había sido aquella mujer la que le había tocado la orla; pero la ignorancia del Señor es figura de algo. ¿Ignoraba él algo en verdad? Y, sin embargo, puesto que aquella mujer simbolizaba a la Iglesia de los gentiles, donde el Señor no se hallaba con su presencia corporal, aunque sí por medio de sus discípulos, en quienes iba a ser tocada su orla, dijo: ¿Quién me ha tocado? Los apóstoles le responden: la muchedumbre te apretuja, y dices: «¿Quién me ha tocado?»32.Pero él insiste: Alguien me ha tocado33. La muchedumbre apretuja, la fe toca. Hermanos, estad entre los que tocan, no entre los que apretujan. ¿Quién me ha tocado? y: Alguien me ha tocado. Cristo se asemeja a un ignorante, mas para significar algo; no miente, sino que significa. ¿Qué significa? El pueblo al que no conocí me sirvió34. Di, pues, apóstol, acercándose ya tu pasión, trabajador incansable, que exige ya la corona; di: Yo estoy ya a punto de ser inmolado y es inminente el tiempo de mi partida. He combatido el buen combate35. ¿De qué serviría el haber combatido de no haber seguido la victoria?

Afirmas haber combatido; dinos cómo venciste. Pregunta a otro pasaje: Demos gracias a Dios, que nos dio la victoria por Jesucristo nuestro Señor36. He concluido la carrera37.¿Concluiste tú mismo la carrera? Reconoce aquello: No es obra del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que se compadece38. Di lo que queda: He mantenido la fe39. La mantuviste, la guardaste; pero, si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los que la custodian40. Así, pues, él te ayudó a conservar la fe; la conservó en ti aquel que dijo al apóstol con quien compartes el día de la pasión lo que has leído en el evangelio: Yo he rogado por ti, Pedro, para que tu fe no desfallezca41. Exige, por tanto, el premio que se te ha preparado. Di: He combatido el buen combate, pues es verdad; he concluido la carrera, pues es verdad; he mantenido la fe, pues es verdad. Por lo demás, me queda la corona de justicia con que me retribuirá aquel día el Señor, juez justo42. Exige lo que se te debe; tu corona está ya preparada; sí, ciertamente lo está ya; pero recuerda que tus méritos son dones de Dios.