.

SERMÓN 299 B (= Guelf. 23)

Traductor: José Anoz Gutiérrez, o.a.r.

Homilía sobre el natalicio de los santos apóstoles Pedro y Pablo.

1. La pasión de los bienaventurados apóstoles ha hecho sagrado este día para nosotros; despreciando el mundo, alcanzaron esta gloria en todo el mundo. Pedro fue el primero de los apóstoles, Pablo el último. Cristo, el primero y el último, unió las pasiones del primero y el último en un mismo día. Para que recordéis lo que acabo de decir, pensad en las letras alfa y omega. Claramente dice el Señor mismo en el Apocalipsis: Yo soy el alfa y la omega1: el primero2, antes del cual no hay nadie; el último3, después del cual tampoco hay nadie; el que precede a todo y a todo pone término. ¿Quieres ver que es el primero? Todo fue hecho por él4. ¿Buscas saber que es el último? Pues Cristo es el fin de la ley para justificación de todo el que cree5. Para poder vivir, lo tuviste a él por creador; para vivir por siempre, lo tienes a él como redentor. Fijémonos, amadísimos, en el primero de los apóstoles, el bienaventurado Pedro, que dice en su carta: Cristo padeció por nosotros, dejándonos el ejemplo para que sigamos sus huellas6. Además, cuando se leyó el evangelio, escuchasteis: Sígueme7. Le preguntó a él, es decir, Cristo a Pedro, el maestro al discípulo, el Señor al siervo, el médico al sanado, lo siguiente: Pedro, ¿me amas? Y, como sabéis, no solamente le preguntó: ¿Me amas?, sino que añadió: ¿más que a estos?8«¿Me amas más que a estos, más que estos?» Él no le respondió que le amaba más que ellos, pues no corresponde al hombre juzgar los corazones ajenos, sino que le contestó: Señor, tú sabes que te amo9 . ¿Por qué me preguntas sobre lo que hiciste en mí? Tú sabes lo que me has dado; ¿por qué me preguntas sobre el amor que no tengo sino en cuanto me lo has dado tú? Tú sabes que te amo. El Señor volvió a preguntarle lo mismo, y Pedro volvió a responder lo mismo. El Señor le interrogó por tercera vez, y Pedro se entristeció, porque le preguntó por tercera vez: «¿Me amas?»10. El Señor preguntaba por el amor de Pedro; averigüemos nosotros la causa de su tristeza. ¿Por qué pensamos que se entristeció Pedro cuando le preguntó por tercera vez: Me amas? Aunque el Señor preguntase cuantas veces quisiese, ¿qué motivos podría tener el siervo para entristecerse? La pregunta por tercera vez le recordó su triple negación.

2. Te das cuenta, bienaventurado Pedro, te das cuenta de tu defección; su recuerdo te apena; pero goza una vez pasada ya la tristeza. Confiese el amor a quien había negado el temor. Ved ahora ya como amante al negador de antes; mejor, amante también antes, pero aún débil. Nos fijamos en que Pedro negó a Cristo y no en que le siguió hasta el peligro de la pasión. El médico guardó un orden en la curación: primero mostró a Pedro al mismo Pedro y luego se mostró a sí mismo en Pedro. Como si le dijera: «Tú presumiste de que ibas a morir por mí, pero no presumiste apoyándote en mí, sino en ti. Cuando fuiste interrogado por la sirvienta, te encontraste a ti mismo; lloraste y volviste a mí».

Ahora, pues, al encomendarle el Señor sus ovejas, le anunció su pasión que hoy celebramos. Cuando eras —dice— más joven, te ceñías tú mismo e ibas adonde querías; cuando envejezcas, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieres. Esto lo dijo indicando de qué muerte iba a glorificar a Dios11. Así tuvo lugar: Pedro negó, Pedro lloró, Pedro lavó con lágrimas su negación. Resucitado Cristo, Pedro sufrió el interrogatorio acerca del amor; recibió las ovejas que le fueron encomendadas, no suyas, sino de Cristo. En efecto, no se le dice: «Apacienta tus ovejas», sino: Apacienta mis ovejas; apacienta a las que yo compré.3, puesto que también a ti te rescaté. Luego, Cristo el Señor convivió durante cuarenta días con sus discípulos, y en su presencia una nube lo arrebató y subió al cielo. Siguieron con su mirada al que ascendía; a continuación se asentaron en la ciudad, a los cincuenta días de la resurrección recibieron al Espíritu Santo y se llenaron de él; en aquel instante de tiempo aprendieron las lenguas de todos los pueblos, y comenzaron a hablar en ellas, ante el estupor y admiración de quienes habían dado muerte a Cristo. Entonces aquel negador, ahora amante, el único entre todos, porque era el primero entre todos, se dirigió a los judíos y comenzó a anunciar a Cristo a los asesinos de Cristo: sembró en ellos la fe en Cristo, y quien había temido morir por él a manos de ellos, persuadió a que muriesen por Cristo a muchos de ellos.

3. ¿Dónde se dijo, cuándo se predijo que los apóstoles de Cristo iban a hablar las lenguas de todos los pueblos? Los cielos pregonan la gloria de Dios12; comprende bajo el término «cielos» a los que llevan a Dios; y las obras de sus manos, es decir, la gloria de Dios la anuncia el firmamento13. Este firmamento son los cielos. El día pasa la palabra al día y la noche anuncia la ciencia a la noche14. No se calle a Cristo ni a los días ni a las noches. Pero piensa que el día pasa la palabra al día: Cristo a los discípulos, la luz a las luces. Y la noche anunciaba la ciencia a la noche: Judas anunció a los judíos dónde estaba Jesús. Cristo fue apresado, matado: la muerte recibió la muerte en Cristo, puesto que él resucitó, subió al cielo, envió el Espíritu Santo prometido, y se llenaron de él cual odres nuevos de vino nuevo. Efectivamente, había dicho el Señor: Nadie echa vino nuevo en odres viejos15. Sabed que también esto se cumplió. Llenos de estupor, y algunos en plan de mofa, sin saber lo que hablaban, dijeron los judíos: Estos están llenos de mosto16. Así, pues, por don del Espíritu Santo, que les dictaba y enseñaba, hablaron en lenguas que no habían aprendido. En su pueblo habían aprendido una, quizá dos; pero ¿hablaron —cuántas podemos decir— tres, cuatro, cinco, seis? ¿Por qué buscas un número? No hay lengua ni idioma en los que no se oigan sus palabras17. Habéis oído ahora el salmo cuando se cantó. También a ellos se les dio muerte, pero sus palabras quedaron escritas. ¿Qué hicieron quienes les dieron muerte? Su voz se extendió a toda la tierra18. Nosotros, africanos, estábamos muy lejos de allí, donde no había ni lengua ni idioma en que no se oyesen sus palabras. Nosotros estábamos lejos de allí, lejos yacíamos, lejos dormíamos. Mas, para despertarnos del sueño, su voz se extendió a toda la tierra, y sus palabras hasta el confín del orbe de la tierra19. Levántate tú que duermes; surge de entre los muertos y te iluminará20 el que preguntó a Pedro: ¿Me amas?21 ¿Quién se basta para decir algo digno de Pedro? ¿A quién que hable de Pedro le basta lo que él pueda decir? Sin ánimo de ofenderte, bienaventurado Pedro, séame lícito dejar de hablar por un momento de ti, cuya voz me ha despertado. No puedo dedicarte a ti mi sermón entero; no has sido tú el único en sufrir la pasión en el día de hoy; eres, ciertamente, el primero de los apóstoles, pero el último de ellos mereció ser tu compañero.

4. Sálganos al encuentro también el bienaventurado Pablo; digamos unas pocas palabras sobre él, pues quien antes se llamaba Saulo quiso llamarse Pablo. Primero Saulo, luego Pablo, porque primero soberbio, luego humilde. Considerad su primer nombre, y ya en él reconoceréis el crimen de ser perseguidor. Saulo se llama así de Saúl. Saúl, de donde procede Saulo, persiguió al santo David, figura de Cristo, que había de venir del linaje de David por medio de la virgen María. Cuando perseguía a los cristianos, Saulo representó el papel de Saúl. Había sido un perseguidor acérrimo; cuando fue lapidado el bienaventurado Esteban, él guardaba los vestidos de los que le apedreaban, para así hacerlo él mismo en las manos de todos. Tras el martirio del bienaventurado Esteban, se dispersaron los hermanos que estaban en Jerusalén, y, puesto que eran luces, ardían con el Espíritu de Dios; adondequiera que llegaban prendían fuego. Entonces Saulo se llenó de celo muy amargo viendo que el Evangelio de Cristo se difundía; recibió cartas de los príncipes de los sacerdotes, y marchó con el fin de traer encadenados, para entregarlos al tormento, a cuantos encontrase confesando el nombre de Cristo. Marchaba sediento de sangre y ansioso de matar. Y así, cuando caminaba con estas disposiciones, sediento de sangre, a buscar a cuantos pudiera traer y dar muerte, precisamente cuando era un perseguidor de ese talante, oyó la voz del cielo: Hermanos míos, ¿qué había merecido de bueno? ¿Qué mal no había merecido? Y, sin embargo, una voz del cielo lo golpeó en cuanto perseguidor y lo levantó como predicador.

5. Mira que Pablo sucede a Saulo para ti; mira que ya predica; mira que nos indica quién fue y quién es. Yo —dice— soy el menor de los apóstoles22. Si el menor, con razón eres Pablo. Considerad la palabra latina: paulum equivale a «poco», «pequeño». En efecto, así solemos hablar: Post paulum, es decir, dentro de poco te veré. Aquel Pablo, pues, se confiesa el menor, reconociéndose en el vestido del Señor como la orla que tocó la mujer enferma23. Efectivamente, ella, que padecía flujo de sangre, figuraba la Iglesia de los gentiles; a esos mismos gentiles fue enviado Pablo, el menor y el último, puesto que la orla es lo más bajo y lo último del vestido. Una y otra cosa confesó ser Pablo: el menor y el último. Yo soy el menor de los apóstoles24, dijo él; Yo soy el último de los apóstoles25, dijo también él. No le hago ninguna afrenta; él mismo lo dijo. ¿Y qué más dijo? Dígalo él para no dar la impresión de que le injurio. Aunque el encarecer la gracia de Cristo no comporta, en verdad, ninguna injuria para Pablo, con todo, hermanos, escuchémosle. Yo soy —dice— el menor de los apóstoles yo que no soy digno de ser llamado apóstol26. Ved lo que era: Yo que no soy digno de ser llamado apóstol. ¿Por qué? Porque perseguí a la Iglesia de Dios27. ¿Y de dónde te viene el ser apóstol? Mas por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue estéril en mí, sino que he trabajado más que todos ellos28. Te suplico, Pablo; los hombres que no entienden piensan que aún es Saulo quien está hablando; estas palabras: He trabajado más que todos ellos, parecen dictadas por la soberbia. Y, sin embargo, están dichas con verdad. ¿Qué sigue? Pero cuando vio que había dicho algo que podía llevarle a cierta vanidad, es decir: He trabajado más que todos ellos, añadió a continuación: Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo29. Se reconoció a sí misma la humildad, tembló la debilidad, confesó el don de Dios la perfecta caridad. Di, pues, ya en cuanto lleno de gracia, en cuanto vaso de elección, en cuanto convertido en lo que no merecías; habla, escribe a Timoteo anunciando esta fecha: Pues yo —dice— estoy ya a punto de ser inmolado30. Palabras recién leídas de la carta de Pablo; en ella hemos leído lo que estoy diciendo: Yo estoy ya a punto de ser inmolado. Mi inmolación es inminente; en efecto: la muerte causada a los santos es un sacrificio para Dios. Yo ya estoy a punto de ser inmolado y es inminente el tiempo de mi partida. He combatido el buen combate, he concluido la carrera, he mantenido la fe; por lo demás, me queda la corona de justicia con que me retribuirá aquel día el Señor, juez justo31. Retribuirá los méritos quien otorga esos mismos méritos. Quien no lo merecía fue hecho apóstol: ¿no va a ser coronado cuando lo merece? Entonces, cuando recibió la gracia, no la merecía; fue gratuita. No soy digno —dice— de ser llamado apóstol, mas por la gracia de Dios soy lo que soy. Ahora, en cambio, exige lo que le es debido: He combatido el buen combate, he concluido la carrera, he mantenido la fe. Por lo demás, me queda la corona de justicia; la corona de justicia se me debe. Y para qué sepas que se le debe: Con que me retribuirá. No dijo: «Que me da» o «Me regala», sino: con que me retribuirá aquel día el Señor, juez justo. Misericordioso, me lo donó; justo, me retribuirá. Estoy venido, bienaventurado Pablo, a qué se debe la corona: a tus méritos; pero, examinando lo que fuiste, reconozco que tus mismos méritos son dones de Dios. Dijiste: He combatido el buen combate; pero tú mismo dijiste también: Demos gracias a Dios, que nos otorga la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo32. Combatiste, pues, el buen combate, pero venciste por don de Cristo. Dijiste: He concluido la carrera; pero tú mismo dijiste: No es obra ni del que quiere ni del que corre, sino de Dios que se compadece33. Dijiste: He mantenido la fe; pero tú mismo dijiste: He alcanzado la misericordia de ser fiel34 . Estamos viendo, pues, que tus méritos son dones de Dios, y por eso nos alegramos de tu corona. Y, aunque no haya estado a la altura de las circunstancias en este elogio de los bienaventurados apóstoles cuya solemnidad celebramos, no he defraudado la expectación de vuestra caridad, en cuanto se dignó concederme quien a ellos coronó.