SERMÓN 299 A aum (= Mai 19 = Dolbeau 4)

Traductor: José Anoz Gutiérrez, o.a.r.

Sermón de san Agustín, pronunciado ante el pueblo

en el natalicio de los santos apóstoles Pedro y Pablo

1. Partícipes de idéntica muestra de alegría con vosotros y alegres con vosotros, conmemoramos la festividad de un día santo, la cual hoy nos congrega, muy conocida para vuestros oídos, mentes y actos. Ha amanecido el día del nacimiento de los apóstoles Pedro y Pablo, nacimiento que no los ha comprometido en el mundo, sino que los ha liberado del mundo. En efecto, a causa de la humana debilidad nace a la tribulación el hombre, mediante la cristiana caridad nacen a la corona los mártires. Y, con motivo de su mérito, este día se nos ha propuesto como festivo para celebrar su solemnidad e imitar su santidad a fin de que, al recordar la gloria de los mártires, en ellos amemos lo que odiaban quienes los asesinaron y, enamorados de su fortaleza, honremos su pasión. Con la fortaleza se han ganado el mérito, con ocasión de la pasión se [les] ha dado la paga debida. Un único día de dos mártires y de dos apóstoles: según hemos recibido por tradición de la Iglesia, no padecieron el mismo día ambos y el mismo día padecieron ambos.4. Pedro ha padecido hoy el primero, Pablo ha padecido hoy el último: el mérito ha igualado la pasión, la caridad se ha anticipado al día. Esto ha hecho en ellos quien estaba en ellos, quien en ellos padecía, quien con ellos padecía; quien, combatientes, los ayudaba; quien, vencedores, los coronaba. Pero, porque he dicho que se nos ha propuesto un día de solemnidad no sin fundamento ni para celebrar una alegría carnal, sino para imitar la corona espiritual —ahora bien, todos quieren ser coronados, pocos combatir—, según el orden de las pasiones, no según el orden de las lecturas, oigamos al evangelio el mérito de Pedro, a la carta apostólica el mérito de Pablo.

2. Hace un momento se ha recitado el evangelio, hace un momento hemos oído: El Señor dijo a Pedro: «Simón Pedro, ¿me amas?». Respondió: «Te amo». Y el Señor: «Apacienta mis ovejas». Y de nuevo el Señor: «Simón Pedro, ¿me amas?». Y él: «Te amo, Señor». Y a su vez el Señor: «Apacienta mis ovejas». Interroga por tercera vez no otra cosa que lo que ha interrogado dos. A él correspondía interrogar por tercera vez, responder por tercera vez aburría ya a Pedro, pues se contristó Pedro, asevera el evangelio, porque el Señor le interrogó por tercera vez, y aseveró: «Señor, tú sabes todo, conoces que te amo. Y el Señor: «Apacienta mis ovejas»1. Enseñar algo quiere quien interroga lo que conoce. Al interrogar, pues, por tercera vez el Señor lo que sabía, ¿qué ha querido enseñar a Pedro? ¿Qué suponemos, hermanos, sino que la caridad anulaba la debilidad, y que Pedro, quien por temor había negado tres veces, conociera que por amor tenía que confesar por tercera vez? Conducta meritoria de Pedro, haber apacentado las ovejas de Dios; en cambio, nunca habría sido coronado con el martirio, si hubiese apacentado sus ovejas. No sin causa ha añadido tres veces el Señor «mis ovejas?, si no iba a haber quienes, aunque apacentaban ovejas propias, querrían gloriarse del martirio. El alma apostólica, el alma católica, simple, humilde, sumisa a Dios, que busca no su gloria sino la de él, de forma que quien se gloría, en el Señor se gloríe2, apacienta para el Pastor y en el Pastor es pastor. Los herejes apacientan ovejas propias, pero a sus ovejas imponen la marca del Señor no por la verdad sino por defensa. De hecho, muchos hay —lo sabemos, porque todo está lleno de ejemplos— que, temerosos de perder su hacienda, fijan en público títulos de algunos poderosos, para que mediante este hecho uno posea, otro aterrorice. Porque, pues, no ven glorificado a lo ancho del mundo su nombre, han impuesto a las ovejas suyas —y ¡ojalá compradas y no depredadas!— el nombre de Cristo. Solo uno las ha comprado, los otros las han robado. Ha comprado quien ha rescatado del diablo, quien como precio ha dado su sangre, digno precio, por cierto, con que comprar la redondez de las tierras. Quizá se ha dado más de lo que valíamos, pero el comprador era un amador. Siervos perdidos, poseen, pues, ovejas, ya no diré suyas, sino las que quieren suyas; a los productos de sus hurtos han impuesto la marca del Señor. Mas el Señor auténtico no descansa; en otros siervos suyos da a las ovejas voces verdaderas, para que conozcan la voz del pastor y regresen3. Regresen al redil, sin recelos regresen: recibimos la oveja, pero no corrompemos la marca.

3. Probablemente, algunos hermanos se extrañaban de que, pese a que tenemos gran afán de ganar.9 y acoger de la desgracia del error a nuestros hermanos, nada he dicho de los herejes en los sermones anteriores que he predicado. Y hasta mí ha llegado que esos desdichados y dignos de lástima han dicho también que el terror de los circunceliones me ha impuesto silencio. Bien cierto es que no cesan de infundirme terror a predicar la palabra de paz; pero, si me aterran los lobos, ¿qué responderé al que dice: Apacienta mis ovejas?4 Ellos sacan los dientes para desgarrar, yo la lengua para sanar. Hablo claramente y no me callo, y digo lo mismo, con frecuencia digo lo mismo: oigan lo que no quieren oír, hagan lo que deben hacer. Ciertamente soy importuno para quienes no quieren; pero, si entre los que quieren [oír] soy amado hasta el punto de peligrar entre los que no quieren, en el nombre de Cristo tendré confianza para perseverar en predicar la palabra de Dios5 , con ayuda de vuestras oraciones.

Creo, en efecto, que, cuando acerca de mis peligros oís cómo me muevo entre los furores de los bandidos, oráis por mí. Me lo indica el amor mutuo, pues no he entrado en vuestros corazones, pero quien en vosotros está me lo indica porque también en mí está. Desde luego, os aconsejo que, cuando rezáis por mí, pidáis que Dios defienda sobre todo mi salud, la cual, según él, es la salud eterna. De esta salud temporal haga lo que haya conocido que me conviene a mí y a su Iglesia, pues al mismo Maestro, Pastor, Príncipe y Cabeza de los pastores, le hemos oído: No temamos a quienes matan el cuerpo, pero no pueden matar la vida6. También de la voz de un salmo hemos oído una oración salubérrima: Por mi deseo no me entregues, Señor, al pecador7. En efecto, a cada uno lo entrega malamente al pecador su deseo. Han sido entregados a los pecadores los mártires, han sido entregados a los pecadores los apóstoles cuya fiesta natalicia celebramos hoy; pero ha sido entregado a los pecadores, primero, el Señor de los mártires y los apóstoles. Todos estos han sido entregados a los pecadores, pero no por su deseo. ¿Quiénes son, pues, los que por su deseo son entregados a los pecadores, sino quienes por causa de cualquier deseo mundano consienten con los perseguidores? Como si —para no apartarme de este ejemplo en que estoy entreteniéndome—, cuando ésos amenazan y se ensañan con fustas, puñales e incendios, yo, por deseo de esta vida, me callo: mi deseo me entregará a los pecadores, y vivo muerto, al tener la salud de la carne, mas perder la vida de la caridad. En cambio, para vivir bien, yo he de amaros a vosotros, a fin de que no seáis seducidos, y a ellos para ganarlos. Amenazan: argumente yo; se ensañan: rece yo; rechazan: instruya yo.

4. En efecto, hemos oído también el mérito de Pablo —para hablar yo ya, según el orden que he prometido, también de sus méritos—. A fin de anunciar su futura pasión a su discípulo y con su ejemplo quitarle el temor, le decía: Ante Dios y Cristo Jesús, quien ha de juzgar a vivos y muertos, testifico la manifestación y reino suyos. Lo ha constreñido con el testimonio y ha añadido: Predica la palabra, insta oportuna e inoportunamente8. Al oír esto, también yo, según mi medida, soy para vosotros oportuno, importuno para ellos. Ciertamente, no descanso de proferir y repetir en nombre de Cristo oportuna e inoportunamente la palabra de Dios, la predicación de la paz. Oportuno es para el hambriento quien da pan; importuno es para el enfermo quien le obliga a comer: a aquél se le da comida, a éste se le impone; la refección es para uno grata, amarga para otro, pero a ninguno de los dos abandona el amor. Acojamos, pues, entre los ejemplos las conductas meritorias de los apóstoles. En cuanto a sus martirios, no sólo no los temamos, sino incluso, si necesario fuese, sufrámoslos.

Oíd qué dice ese mismo apóstol: Yo ya soy inmolado, o soy libado —algunos códices tienen soy libado, otros soy inmolado; ser libado e inmolado tiene que ver con el sacrificio—; sabía que su pasión era sacrificio a Dios. Al Padre ofrecían tal sacrificio no quienes le asesinaban, sino el sacerdote que había dicho: No temáis a quienes matan el cuerpo9. Afirma: el tiempo, de mi liberación apremia10. Oh Pablo, oh laborioso a cambio de qué descanso, a propósito de esa liberación ¿qué esperas, pues? Afirma: el tiempo de mi liberación apremia. ¿Qué has hecho? ¿Qué esperas? He luchado la buena lucha, he consumado la carrera, he conservado la lealtad11. ¿Cómo ha conservado la lealtad, sino porque quienes le perseguían no le han arredrado de predicar oportuna e inoportunamente la palabra de Dios? ¡De nuestra parte cuán criminal es que, cuando tememos, no conservemos la lealtad, sobre todo a quien nos enseña a amar lo mejor y asimismo a temer lo mayor!..

5. Cualquier cosa dulce que esta vida puede tener no es el paraíso, no es el cielo, no es el reino de Dios, no es la sociedad de los ángeles, no es el consorcio de los ciudadanos de la Jerusalén superna. Llévese arriba el corazón, la carne pisotee la tierra. El Señor nos ha enseñado a no preocuparnos de lo transitorio, a amar lo eterno; nos ha enseñado, nos ha curado y nos cura porque se digna, pues no ha hallado sanos, sino que, médico él, ha venido a los enfermos. La copa de la pasión es amarga, pero cura por completo todas las enfermedades; la copa de la pasión es amarga, pero la ha bebido primero el médico, para que el enfermo no dudase en beberla. Bébase, si él quiere, pues su voluntad respecto a nosotros es mejor que la nuestra. Él es más conocedor que nosotros, pues sabe más que nosotros qué nos conviene, y sabe más que nosotros qué hay que hacer con nosotros. Como enfermo y médico, uno padece y desconoce qué tiene, el otro inspecciona el padecimiento ajeno y diagnostica con verdad. Uno pregunta al otro qué le pasa, y desea [que] del exterior [venga] el testimonio sobre las interioridades propias. Y si esto puede el arte del médico, ¡cuánto más la potestad del Señor!

Por cierto, el estímulo para proponer un ejemplo de este asunto me llega de este día de hoy precisamente. Antes de la pasión del Señor e inminente la pasión del Señor, Pedro mismo, cuyo día celebramos hoy, estaba enfermo y no sabía qué le pasaba: no conocía en absoluto las interioridades de su debilidad. Había presumido de que iba a morir con el Señor12: osaba más que podía. El enfermo ha presumido de la pasión futura, el médico anuncia públicamente la negación futura. ¿Qué tiene, pues, de extraño que, en el caso de esa debilidad, la sentencia del médico haya resultado más verdadera que la del enfermo? Se produjo un acceso de fiebre muy alta, digamos, y él no ha podido seguir la pasión. Bébase, pues, esta copa, si la da quien sabe qué da y a quién la da. Si, en cambio, no quiere que se beba, sane de otro modo, con tal que empero sane. Por nuestra parte, sometámonos seguros a las manos del médico, absolutamente ciertos de que nada nos aplicará que no nos convenga.

6. Evidentemente, según mérito, digamos, reclamaba Pablo la deuda que exigía. Y ¿qué mérito? He consumado la carrera, he luchado el buen combate, he conservado la lealtad. Esto has hecho: ¿qué esperas? Por lo demás, me falta la corona de la justicia, con la que el Señor, el justo juez, me pagará aquel día13. Pagará el justo juez. Ahora bien, como Padre misericordioso ha hecho a quién pagar con ella. En efecto, ¿en qué condición encontró a Saulo, Pablo después, en qué condición lo encontró Cristo?, ¿acaso no totalmente enfermo, en peligro y enloquecido contra los judíos por una especie de enfermedad? ¿Acaso no es ese Saulo que estuvo presente cuando lapidaban a Esteban, que guardó a los lapidadores los vestidos14, de forma que lapidaba con las manos de todos? ¿Acaso no es él quien, recibidas de los jefes de los sacerdotes cartas, iba adonde podía, para atar a los cristianos y conducirlos a los suplicios? ¿Acaso, cuando iba y, como leemos, bufaba amenazas y muerte, no le llamó la voz celeste, no le abatió y la Palabra lo sometió a la Palabra?15 Para que, pues, lo llamase así el Señor, ¿qué méritos suyos habían precedido? No digo qué había precedido digno de ser coronado, sino qué no digno de ser condenado. Hizo predicador de la paz al perseguidor de la Iglesia, perdonó todos sus pecados, lo puso en un puesto tal, que por medio de su persona quedasen perdonados los de los otros. Estas cosas fueron dones de misericordia, no deudas debidas a méritos.

7. Oye a Pablo mismo, ciertamente no ingrato a la gracia de Dios; óyelo recordarlos y divulgarlos: Antes, afirma, fui blasfemo, perseguidor y nocivo, pero he conseguido misericordia16. ¿Acaso asevera ahí: «Se me ha pagado»? Por cierto, si dijera «Antes fui blasfemo, perseguidor y nocivo, pero se me ha pagado», ¿qué había que pagar por estas acciones, sino condenación? En cambio, asevera: «He conseguido misericordia. Para que después se me pagase con la corona, no se me ha pagado con la pena». He ahí, hermanos, que a quien se debía la pena se debe la corona. Afirma: Primero fui blasfemo, perseguidor y nocivo. Ves el mérito: se debía la pena. No se paga, pues, con la pena; en vez de pena consigue misericordia. Ahora bien, recibida la misericordia, no ingrato lucha el buen combate, consuma la carrera, conserva la lealtad17. Del perdonador de sus pecados hizo deudor suyo. Me falta, afirma, la corona de la justicia, con la que el Señor, el justo juez, me pagará aquel día18. No asevera ?da?, sino pagará; si pagará, la debía. Oso decir taxativamente: si pagará, la debía. Y ¿acaso había recibido un préstamo, para deberlo? Debe la corona, paga con la corona, hecho deudor no en virtud de un préstamo nuestro, sino en virtud de una promesa suya, pues no dejaba de coronar sus dones cuando coronaba los méritos de aquél. Por eso, pues, hermanos carísimos, por eso es deudor Dios, porque es promisor. Igualmente, si alguien nos promete algo, cuando vamos a que nos lo dé, usamos esta expresión: «Paga lo que me has prometido». Exigimos a un deudor cuando decimos «paga»; pero sin embargo, reconocemos [su] benevolencia cuando decimos «paga lo que has prometido», no «devuelve lo que has recibido». A todos nosotros, pues, y a todo el mundo ha prometido ciertas cosas, y precisamente esas ciertas cosas son grandes. Para no decir yo mucho: ha prometido a Cristo, la pasión de Cristo, la sangre de Cristo por nosotros; ha prometido mediante sus profetas, ha prometido mediante los Libros suyos, ha prometido la Iglesia difundida por todo el orbe, ha prometido las victorias a los mártires, ha prometido a la Iglesia las roturas de los ídolos, ha prometido, en fin, el juicio y la vida eterna. Para no conmemorar yo muchas cosas —por lo demás, es difícil enumerar todas sus promesas—, entre tanto consideremos las que he dicho.

8. Ha prometido a Cristo: He ahí que la virgen concebirá y parirá un hijo, y llamaréis su nombre Emmanuel, que se traduce «con nosotros Dios»19, y lo demás que conocéis y es largo conmemorar. Ha prometido acerca de su pasión, resurrección, glorificación: estas cosas han sucedido. Ha prometido que por su nombre los mártires serán fuertes en los sufrimientos, vencedores con la perseverancia. Se ensaña el mundo, está prometido que se ensañará, no para que la semilla fuese pisoteada, sino para que fuese sembrada la mies; por doquier ha sido derramada la sangre de los mártires, la cosecha de la Iglesia ha llenado el mundo: han sucedido estas cosas. En las Escrituras se prometía que esa Iglesia iba a reinar, en la realidad no se mostraba aún. Los apóstoles la predicaban, la sembraban por doquier; aún no había sucedido lo que está dicho: Y lo adorarán todos los reyes de la tierra, todas las gentes le servirán20; aún no había sucedido, pero se lo mantenía en caución. De hecho, que de su promesa esté segura la debilidad humana, Dios lo ha querido hasta el punto no sólo de decirlo, sino también de escribirlo. A los creyentes ha hablado, a los dubitativos ha dado garantías, y todo se guardaba en cierto recibo, en la Santa Escritura, todavía no en la experiencia del cumplimiento. Han creído también los reyes, pues en el recibo de Dios estaba: Lo adorarán todos los reyes de la tierra, todas las gentes le servirán. Para que también le sirvan ya todas las gentes, se ha dilatado la Iglesia. Tienes en el recibo también esto: Y en los ídolos de las naciones estará puesta la atención21. Tienes en el recibo: Señor Dios, mi refugio, a ti vendrán del extremo de la tierra las gentes y dirán: «Nuestros padres adoraron verdaderamente simulacros mendaces, que no les aprovecharon»22. Sin duda, no los simulacros sino, a causa de los simulacros, demonios y hombres se han ensañado, han asesinado a los mártires, han hecho triunfar sobre estos a aquellos: se paga a Babilonia lo que ha hecho. En efecto, cierta ciudad impía se describe como acuerdo de la impiedad humana [extendido] por todos los países, y en las Escrituras se la llama místicamente Babilonia. Asimismo, a cierta ciudad peregrina en esta tierra por todas las naciones, se la describe como acuerdo de la piedad y se la llama Jerusalén. Ahora mismo están mezcladas ambas ciudades, al final serán separadas. A ambas habla en muchos lugares la Escritura divina, y en cierto lugar dijo a Jerusalén que Jerusalén pagase a Babilonia el doble: Retribuidle el doble lo que ha hecho, retribuidle23. ¿Qué significa este doble?, ¿cómo entendemos que a la ciudad de Babilonia se paga el doble? Por causa de sus ídolos asesinaba ella cristianos, pero a Cristo, al Dios nuestro, no podía asesinarlo. Devastaba la carne de los cristianos, no dañaba su espíritu, no llegaba a tocar al Dios nuestro. Se le paga el doble: en sus hombres y en sus dioses. En efecto, ellos asesinaban a hombres, al Dios nuestro no podían asesinarlo. Ahora, en cambio, en Jerusalén, matada la perfidia, los hombres son acogidos, los simulacros son destrozados. Buscan a sus hombres y no los encuentran24, pues de paganos son hechos cristianos. Quien no es lo que era, ha sido asesinado. Por ejemplo, Pablo, el cual, primeramente Saulo, aunque en cuanto predicador vivió, fue asesinado empero en cuanto perseguidor. Antes, al ensañarse los paganos, los cristianos buscaban dónde esconderse; ahora mismo buscan los paganos dónde esconder sus dioses. Y cuando [éstos] son despedazados, aún no quieren callar sus defensores, sino que, si alguna vez se atreven [a despedazarlos], murmuran en su grupo como si realmente hicieran algo, excepto lo que ha prometido quien nos rige. O es que, cuando lo han hecho ¿lo han hecho por potestad de ellos? He ahí que los cristianos han sido arrestados, han confesado a Cristo y han sido asesinados. Confiese alguien a Mercurio, jure por Mercurio. Cuando ve a un solo policía, incluso con abrigo de capucha. [dice]: «No lo he hecho, no estuve presente, no he sacrificado; ¿dónde me has visto?». En cambio, los santos siervos de Dios: «¿Has estado en la reunión de los cristianos?». «He estado». Hemos leído las confesiones de los mártires, exultamos por la alegría de los ejemplos. Esto ha sucedido; el Señor lo ha cumplido porque lo había prometido. Antes estaba contenido en la Escritura, ya se ha manifestado también. Y lo que he dicho de los ídolos se ha manifestado y se manifiesta. Y la Iglesia, difundida por todo el orbe, ha llegado ya a contener a casi todas las naciones y contendrá a las que no contiene. En el nombre de Cristo, el pueblo cristiano crece cada día, aumenta por doquier.

9. Entre los cristianos, pocos viven bien; entre los cristianos, muchos viven mal. Pero esos pocos son pocos en comparación con su paja; repito, en comparación con su paja son pocos. Esta era será aventada, ingente será el montón de pajas, pero también aparecerá lúcida la aglomeración de los santos. La paja irá al fuego, el trigo al granero, pero sin embargo, ahora uno y otro por doquier25. ¿Por qué esto? Hermanos, mediante estos que sembraron, cuya memoria celebramos hoy, Dios ha mostrado lo que les ha prometido, y mediante estos, lo que nos ha prometido. ¿Qué les ha prometido? Por lo demás, me falta la corona de la justicia, que el Señor, el justo juez, me pagará aquel día26. ¿Qué nos ha prometido? En tu semilla serán bendecidas todas las naciones27. ¿Cómo ha sucedido mediante estos? A toda la tierra ha salido el sonido de ellos y hasta los límites del disco de la tierra las palabras de ellos28. ¿Qué recitarán contra esto los herejes? Supongo que también ellos celebran el día del nacimiento de los apóstoles: simulan ciertamente celebrar este día, pero no osan cantar este salmo.