SERMÓN 299

Traductor: José Anoz Gutiérrez, o.a.r.

Sobre el natalicio de los apóstoles Pedro y Pablo

1. Sin duda alguna, mis palabras no bastan para ensalzar a predicadores tales como aquellos de quienes hemos oído y cantado: Su voz se extendió a toda la tierra, y sus palabras hasta el confín del orbe de la tierra1. Os debo entrega, no satisfago vuestra expectación. Esperáis, en efecto, que os haga hoy un elogio de los apóstoles Pedro y Pablo, de quienes celebramos en esta fecha la fiesta solemne. Sé cuál es vuestra expectación y, al reconocerla, me vengo abajo. Advierto qué esperáis y de quién. Mas como el Dios de los apóstoles se digna ser alabado por todos nosotros, no tomen a mal sus siervos ser ensalzados como sea por quien está al servicio de vosotros que me escucháis.

2. Como sabéis todos los que conocéis las Sagradas Escrituras, el apóstol Pedro fue el primero de los discípulos en ser elegido por el Señor presente en la carne. Pablo, en cambio, no fue elegido entre ellos ni con ellos, sino mucho después, sin ser por eso desigual a ellos. Pedro, por tanto, fue el primero de los apóstoles, y Pablo el último; Dios, en cambio, de quien ellos eran siervos, heraldos y predicadores, es el primero y el último. Pedro es el primero de los apóstoles, y Pablo el último: Dios el primero y el último, antes de quien no hay nada, ni tampoco después. Dios, pues, que se encareció a sí mismo como el primero y el último por su eternidad, unió en la pasión al primero y al último de los apóstoles. Las pasiones de uno y otro se aúnan en la fecha de celebración, la vida de uno y otro tienen el sonido de la caridad. Su voz se extendió a toda la tierra y el sonido de sus palabras llegó hasta el confín del orbe de la tierra2. Sonaron. Todos sabemos dónde fueron elegidos, dónde predicaron, dónde también sufrieron el martirio. Mas ¿cómo hemos podido conocerlos a ellos mismos sino porque su voz llegó a toda la tierra?

3. Al leer su carta, escuchamos lo que decía Pablo acerca de su pasión, cercana e inminente: Yo estoy a punto ya de ser inmolado y se acerca el tiempo de mi partida. He combatido el buen combate, he concluido la carrera, he mantenido la fe. Por lo demás, me aguarda la corona de justicia con que me retribuirá aquel día el Señor, juez justo. Mas no solo a mí —dice—, sino a todos los que aman su manifestación3. Voy a decir algo al respecto, pues me son de ayuda sus palabras, que han llegado hasta el confín del orbe de la tierra. Ante todo, ved su santa disponibilidad. No dijo que estuviese a punto de morir, sino de ser inmolado; no porque no muera el que es inmolado, sino porque no todo el que muere es inmolado. Ser inmolado, por tanto, equivale a morir para Dios. La palabra procede del lenguaje sacrificial. Sacrificar es dar muerte a algo para Dios. El apóstol comprendió a quién se debía su sangre derramada en la pasión. Se hizo deudor de su propia sangre aquel en cuyo favor fue derramada la de su Señor. Él, uno solo, derramó su sangre, y la dio en prenda a todos. Cuantos recibimos esa fe, debemos lo que recibimos, y esto porque se dignó hacernos deudores y pagadores. ¿Quién de nosotros, llenos de la indigencia y pobreza que significa la propia flaqueza, puede pagar a tan grande acreedor? Pero, según está escrito, el Señor dará su palabra, junto con una gran fortaleza, a quienes la anuncien4. La palabra, por cuya predicación se dan a conocer; la fortaleza, que los capacite para sufrir. Él, pues, se preparó las víctimas, él se dedicó los sacrificios, él llenó a los mártires del Espíritu, él instruyó a los confesores de la fe con la fortaleza. A ellos, en efecto, les dijo: No sois vosotros los que habláis5. Por tanto, aunque ha de padecer la pasión, aunque ha de derramar su sangre por la fe en Cristo, con toda razón dice: ¿Con qué retribuiré al Señor por todos los bienes con que él me retribuyó a mí?6¿Y qué se le ocurrió? Tomaré el cáliz de la Salvación.3 e invocaré el nombre del Señor7. Pensabas en retribuir, buscabas qué; y, como si fueras a retribuirle con algo, se te ocurrió: Tomaré el cáliz de la Salvación e invocaré el nombre del Señor. ¿Es cierto que ibas a devolverle algo? Advierte que lo recibes. Recibiste lo que ahora te pesa como una deuda, y recibes también con qué pagarla; eres deudor cuando recibes y cuando devuelves. ¿Con qué le retribuiré?—dice—. Tomaré el cáliz de la Salvación. Así, pues, también esto lo recibes, es decir, el cáliz de la pasión, del que dice el Señor: ¿Podéis beber el cáliz que he de beber yo?8He aquí que el cáliz está ya en tu mano, tu pasión es ya inminente. ¿Qué haces para no temblar? ¿Qué para no dudar? ¿Qué haces para evitar que no puedas beber lo que ya llevas contigo? «¿Qué haré?», dice. También en este caso seré yo quien reciba, y me constituiré en deudor, puesto que invocaré el nombre del Señor. Yo —dice— estoy ya a punto de ser inmolado9. Le había sido confirmado mediante una revelación, pues la fragilidad humana nunca hubiera osado prometérselo. Su confianza no procedía de sí, sino de quien se lo dio todo, al que se refería cuando antes decía: ¿Qué tienes que no hayas recibido?10 Así, pues, yo —dice— estoy ya a punto de ser inmolado y se acerca el momento de mi partida. He combatido el buen combate11. Pregunta a la conciencia; no tiene duda, porque se gloría en el Señor12. He combatido —dice—, el buen combate, he concluido la carrera, he mantenido la fe13.Con razón concluiste la carrera, pues mantuviste la fe. Por lo demás —dice— me aguarda la corona de justicia con que me retribuirá aquel día el justo juez14.

4. Y para no dar la impresión de que era el único que se gloriaba excesivamente y que reclamaba para sí solo al Señor, dice: Mas no solo a mí, sino a todos los que aman su manifestación15. No pudo insinuar de forma mejor y más breve qué deben hacer los hombres para merecer aquella corona de justicia. De hecho, no todos debemos esperar el derramamiento de nuestra sangre: aunque los fieles son muchos, los mártires son pocos. ¿No te es posible ser inmolado como Pablo? Puedes conservar la fe; conservando la fe, amas su manifestación. Pues, si temes que venga el Señor, no amas su manifestación. Cristo el Señor ahora está oculto; se manifestará a su debido tiempo, siendo justamente juez él, que fue injustamente reo bajo un juez. Ha de venir. ¿Cómo? A juzgar. No volverá para ser juzgado, pero sí para juzgar a vivos y muertos, como sabemos y creemos. Pregunto a cualquier hombre que está atento para escucharme. Le pregunto. Respóndase a sí, no a mí: —¿Quieres que llegue este juez? —Quiero. —Mira lo que dices. Si hablas sinceramente, si quieres que llegue, mira a ver cómo te va a encontrar. El juez ha de llegar: ya te entregó por adelantado su humildad; ha de llegar su poder. Su venida no será para revestirse un cuerpo, nacer de una madre, tomar el pecho, ser envuelto entre pañales y colocado en un pesebre; ni, ya en edad madura, para que los hombres se burlen de él, lo apresen, lo flagelen, lo cuelguen y calle mientras es juzgado. No sea que tal vez esperes que ha de venir, porque piensas que aún ha de venir en una condición humilde. Calló cuando iba a ser juzgado, pero no callará cuando tenga que juzgar él. Aquí se mantuvo oculto para no ser reconocido: Pues, si lo hubiesen reconocido, nunca hubiesen crucificado al rey de la gloria16. Así, pues, como aquí apareció oculto, incluso en su poder, calló bajo el poder ajeno. La venida que esperamos será lo contrario de este ocultamiento y taciturnidad. Pues Dios vendrá manifiestamente17. Quien primero vino ocultamente, luego vendrá a las claras. Has visto ya lo contrario de aquella ocultación; mira ahora lo contrario de aquella taciturnidad: Nuestro Dios vendrá y no callará18. Calló cuando permanecía oculto, dado que fue llevado como una oveja a ser inmolado19 ; calló cuando permanecía oculto: como cordero sin voz ante el esquilador, así él no abrió su boca20 ; calló cuando estaba oculto, porque su juicio en la humildad fue exaltado21; calló cuando estaba oculto, porque fue considerado solo como un hombre, pero Dios vendrá manifiestamente; vendrá nuestro Dios y no callará. ¿Qué es, pues, lo que tú decías? Quiero que venga; quiero —dice— que venga, que venga y que venga. ¿No temes aún? Le precederá el fuego22 . Si no temes al juez, ¿tampoco temes al fuego?

5. Pero si mantienes la fe, y amas verdaderamente su manifestación, debes esperar confiadamente la corona de justicia. A los tales no se les regala, sino que se les debe. De hecho, hasta el mismo apóstol la reclama como algo debido: Con que me retribuirá —dice— aquel día el Señor, juez justo23. Retribuirá con ella porque es justo; al prometerlo se hizo mi deudor. Él dio órdenes, yo lo escuché; él predicó, yo creí. He combatido el buen combate, he concluido la carrera24...

6. Mira al mismo apóstol , el primero de los cuales soy yo. Cristo Jesús25 —dice—, esto es, Cristo el Salvador. Esto significa la palabra «Jesús». Y no pregunten los gramáticos en qué medida se trata de un término latino, sino los cristianos hasta qué punto es verdad. Salvación (salus) es una palabra latina. Salvare y salvator no fueron palabras latinas antes de la venida del Salvador; cuando vino él a los latinos, hizo latinas también a esas palabras.6. Por tanto, Cristo Jesús, Cristo el Salvador, vino al mundo26. Y como si preguntáramos el porqué, dice: Para salvar a los pecadores27. Por ese motivo vino Jesús. Así, en efecto, interpreta y en cierto modo expone el evangelio este nombre: Le pondrán por nombre Jesús, pues él salvará a su pueblo de sus pecados28. Palabra, pues, digna de ser aceptada, digna de todo crédito; es decir, que Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, de los cuales el primero soy yo29. No por haber sido el primero en pecar, sino por haber pecado más que nadie. De idéntica forma, decimos, con referencia al arte médico, que alguien es el primero; aunque en edad sea inferior a otros muchos, es superior en ese arte. Así solemos hablar también del primer artesano y del primer arquitecto. En este sentido dijo el apóstol que era él el primer pecador. Nadie, en efecto, persiguió más duramente a la Iglesia. Por tanto, si preguntas qué se debía a los pecadores a quienes vino Jesús.