SERMÓN 289

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

En el natalicio de Juan Bautista

1. El motivo de nuestra bien conocida convocatoria es el nacimiento de Juan Bautista, cuya admirable concepción y nacimiento hemos escuchado cuando se leyó el evangelio. ¡Gran misterio, hermanos míos! La madre de Juan, además de estéril, era anciana, como su padre; uno y otro habían perdido la esperanza de tener posteridad. Mas como nada hay imposible para Dios, recibió la promesa de un hijo quien no la creyó1. El padre, a quien faltó la fe, se vio privado de la voz, pues ya había sido escrito: He creído, por eso hablé2. No creyó, y tampoco habló. Entre tanto, una virgen concibió; milagro sublime también éste y mucho más extraordinario. La estéril concibe al heraldo; la virgen, al juez. Juan nació de varón y mujer; Cristo, de sólo mujer. ¿Puede compararse, tal vez, Juan con Cristo? De ningún modo. Sin embargo, no carece de importancia el que uno tan grande haya precedido al Grande. Si el Señor Dios nuestro se digna ayudar mi esfuerzo con su don, podré explicar lo que siento, y mi bajeza no se sentirá abandonada, ni vuestra expectación defraudada. Si, por el contrario, soy incapaz de ello, Dios nuestro Señor suplirá en vuestros corazones aquello de que me privó a mí por mi debilidad. He anticipado esto porque yo sé y vosotros desconocéis lo que quiero decir, y ya estoy experimentando la dificultad de exponerlo. Pero tenía que encarecerlo ante vosotros, para que, a la vez que prestáis atención, podáis orar por mí.

2. Isabel concibió a un hombre, María concibió a un hombre. Isabel fue la madre de Juan, y María, la madre de Cristo. Pero Isabel concibió a quien es solo hombre, mientras que María a quien es Dios y hombre. ¡Cosa admirable, que una criatura haya podido concebir al Creador! ¿Qué hemos de entender, hermanos míos, sino que el mismo que hizo al primer hombre sin padre ni madre3 se hizo su propia carne de sólo la madre? Nuestra primera caída tuvo lugar cuando la mujer de quien hemos heredado la muerte concibió en su corazón el veneno de la serpiente. La serpiente, en efecto, la convenció para que pecase, y ese mal consejero encontró oídos abiertos en ella4. Si nuestra primera caída tuvo lugar cuando la mujer concibió en su corazón el veneno de la serpiente, no ha de extrañarnos que nuestra salud haya tenido lugar cuando otra mujer concibió en su seno la carne del Todopoderoso. Uno y otro sexo habían caído, uno y otro tenían que ser reparados. Por una mujer fuimos arrojados a la muerte y por una mujer se nos devolvió la salud.

3. Entonces, ¿qué significa Juan? ¿Por qué aparece aquí en medio? ¿Por qué fue enviado delante? Lo diré, si puedo. Nuestro Señor Jesucristo dijo de Juan: Entre los nacidos de mujer, nadie ha surgido mayor que Juan Bautista5. Si se compara a Juan con los demás hombres, él supera a todos, pues no le supera más que el Dios hombre. Juan fue enviado por delante del Señor. Era tal su excelencia, tal la gracia presente en él, que fue tenido por Cristo. Los judíos esperaban a Cristo, preanunciado en los mismos profetas que ellos leyeron. Lo esperaban cuando estaba ausente y le dieron muerte cuando se hizo presente; pensando que no era él, desfallecieron ellos y permaneció él. Pero no todos desfallecieron, pues fueron también muchos los judíos que creyeron. Por tanto, dado que esperaban a Cristo, ved la gloria de Juan: habiendo advertido en él gracia tan grande, dado que bautizaba en señal de arrepentimiento y preparaba el camino al Señor, cual entendido enviado delante con ese fin, los judíos le enviaron una embajada, preguntándole: —¿Quién eres tú? ¿Eres Elías o el Profeta, o eres tú el Cristo? —No soy el Cristo —dice—; ni Elías ni el Profeta.— Entonces, ¿tú quién eres?, le preguntan. Yo soy, les dice, la voz del que clama en el desierto6. A los judíos, que le preguntaban quién era y que ya comenzaban a pensar que era el Cristo, les respondió: Yo soy la voz del que clama en el desierto. Si estuvisteis atentos, escuchasteis la voz del profeta, leída con anterioridad. Allí está escrito: Voz del que clama en el desierto: «Preparad los caminos al Señor, enderezad sus senderos. Todo valle será rellenado, y todo monte y colina, rebajados; lo tortuoso se convertirá en recto, y lo áspero en caminos llanos. Y toda carne verá la salvación de Dios7 ». Luego dijo el Señor por boca del profeta: «Grita»; y yo dije: «¿Qué gritaré?»8.Y allí mismo el Señor, junto al profeta: Toda carne es heno y todo el resplandor de la carne es como la flor del heno; el heno se secó y la flor cayó; la palabra del Señor, en cambio, permanece para siempre9. Juan dijo: Yo soy la voz del que clama en el desierto: «Preparad el camino al Señor»10, que equivale a decir: «El profeta había predicho que yo iba a estar gritando en el desierto». A Juan, pues, le correspondía decir: Toda carne es heno y todo el resplandor de la carne es como flor del heno; el heno se secó y la flor cayó; la palabra del Señor, sin embargo, permanece para siempre. La Palabra es concebida en el seno de una virgen; la voz grita la Palabra en el desierto. La voz, si no es palabra, es quizá solamente un ruido para el oído, aunque quizá ni siquiera eso pueda decirse de ella. Toda palabra es voz, pero no toda voz es palabra. Si un hombre abre su boca y grita a todo pulmón, tenemos una voz, no una palabra. ¿Qué voz es también palabra? Aquella que tiene un significado; la voz que significa algo es una palabra. Mas he aquí que aún no suena; quiero decir algo, y la palabra ya está en mi corazón. La palabra ya está en el corazón, pero la voz aún no en la boca. Es posible, pues, que haya palabra sin voz, y también voz sin palabra. Añade la voz a la palabra, y se da a conocer la palabra. ¿Qué es Cristo con relación a María? La palabra oculta. Se mandó delante la voz para que precediera a la Palabra. ¿Qué es Juan? La voz del que clama en el desierto. ¿Qué es Cristo? En el principio existía la Palabra11 ¿Qué eres tú, voz? ¿Qué eres tú, hombre? Toda carne es heno y todo el resplandor del hombre como flor de heno; el heno se secó y la flor cayó; pero la palabra del Señor, en cambio, permanece para siempre. Agárrate a la Palabra, pues por ti la Palabra tomó el heno. Cristo es la Palabra encarnada. Pero toda carne es heno y todo honor de la carne es como flor de heno; despreciemos los bienes presentes y esperemos los futuros. Todo valle será rellenado12: toda humildad será exaltada; todo monte y colina serán rebajados13: toda soberbia será derribada. Abaja los montes, llena los valles, y el campo será una llanura. Preséntame los ricos y los que gozan de honores de entre la flor del heno; escuchen: Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes da su gracia14. Dame pobres desesperados, conscientes de su debilidad: no pierdan la esperanza, crean en quien vino por todos. Los unos sean levantados y los otros oprimidos. Cuando él venga, que encuentre un campo, no una piedra en que tropiece su pie15. Por esta razón decía el mismo Juan: Preparad el camino al Señor; no a mí, como si fuera el Señor, sino al Señor que me ha enviado.

4. Pero le preguntan los judíos: ¿Eres tú el Cristo acaso?16 Si en vez de ser valle que debe ser rellenado, hubiese sido monte que ha de ser rebajado, habría encontrado la ocasión para engañar. Ellos querían escuchar de su boca lo que creían respecto a él. Tan maravillados estaban de su gracia, que, sin duda alguna, hubieran creído lo que él hubiese dicho. Ved su gran ocasión para engañar al género humano: si hubiera dicho: «Yo soy el Cristo», le hubieran creído. Pero, si se hubiese jactado en un nombre que no era el suyo, hubiese perdido el mérito propio. Si se hubiera enorgullecido como si fuera el Cristo, ¿no se replicaría él a sí mismo: «Por qué te enorgulleces»? Toda carne es heno, y su resplandor, como flor del heno; el heno se secó y la flor cayó17. Advertid qué permanece para siempre: la palabra del Señor, en cambio, permanece para siempre18. Se conoció a sí mismo; con razón, el Señor dijo que era una lámpara. Esto dice el Señor de Juan: Él era una lámpara que ardía y resplandecía, y vosotros quisisteis regocijaros momentáneamente a su luz19. ¿Qué dice, en cambio, el evangelista Juan de él? Hubo un hombre enviado por Dios cuyo nombre era Juan; él vino para ser testimonio, para dar testimonio de la luz; pero no era él la luz20. ¿Quién? Juan Bautista. ¿Quién lo dice? Juan el evangelista: No era él la luz, pero vino para dar testimonio de la luz. Tú dices: «No era él la luz del mismo de quien dice la misma Luz: Era una lámpara que ardía y resplandecía. Pero yo sé —dice— de qué luz estoy hablando; sé en comparación de qué Luz no es luz la lámpara». Escucha lo que sigue: Existía la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo21. Juan no alumbra a todo hombre, sí Cristo. Juan reconoció que era una lámpara para que no lo apagase el viento de la soberbia. Una lámpara puede encenderse y apagarse. La Palabra de Dios no puede apagarse, sí la lámpara en todo momento.

5. Fue enviado, pues, el hombre más excelente para dar testimonio de quien sería más que hombre. En efecto, cuando aquel mayor que el cual no hay nadie entre los nacidos de mujer dice: Yo no soy el Cristo22 y se humilla ante Cristo, hay que entender que en este hay alguien que es más que un hombre. Pues, si buscas a Juan como el hombre supremo, entonces Cristo es más que hombre. Entiéndele como precursor de modo que busques al juez; escúchale como heraldo de modo que temas al juez. Fue enviado, predijo este que había de venir. ¿Y qué testimonio da Juan acerca de Cristo? Escucha su categoría: No soy digno de desatar la correa de su calzado23. ¿Has comprendido, ¡oh hombre!, qué has de hacer? Todo el que se humilla será ensalzado24. ¿Qué decir, pues, de Cristo? Todos nosotros hemos recibido de su plenitud25. ¿Qué significa: Todos nosotros? Que también los santos patriarcas, profetas y apóstoles, tanto los enviados antes de la encarnación como los enviados una vez encarnado, todos nosotros hemos recibido de su plenitud. Nosotros somos los recipientes, él la fuente. Por tanto, hermanos míos, si hemos comprendido el misterio, Juan es hombre y Cristo es Dios: humíllese el hombre y sea exaltado Dios. Para que se humille el hombre, Juan nació en la fecha en que los días comienzan a decrecer. Para que sea exaltado Dios, Cristo nació en la fecha en que los días comienzan a crecer. ¡Misterio grandioso! Esta es la razón por la que celebramos el nacimiento de Juan al igual que el de Cristo: porque en el mismo nacimiento está lleno de misterio.1¿Qué misterio? El de nuestra excelsitud. Mengüemos en el hombre, crezcamos en Dios. Humillémonos en nosotros para ser exaltados en él. El misterio de tan gran realidad se cumplió también en las pasiones de ambos. Para que el hombre se humille, Juan perdió la cabeza; para que Dios sea exaltado, Cristo fue colgado del madero. Juan fue enviado para que le imitemos y nos aferremos a la Palabra. Por mucho que se jacte la soberbia humana de un santidad descollante, sea la que sea, ¿quién será lo que Juan? Seas quien seas tú que te consideras grande, no serás lo que es Juan. Aún no había nacido y, exultando de gozo en el seno, anunciaba ya el nacimiento del Señor26. ¿Hay santidad más excelente que esta? Imítalo. Escucha lo que dice de Cristo: Nosotros hemos recibido de su plenitud. En cuanto lámpara en la noche te muestra la fuente de la que él mismo bebe: Pues todos nosotros hemos recibido de su plenitud. Todos nosotros. Él es la fuente, nosotros los recipientes; él el día, nosotros las lámparas. Grande es la debilidad de los hombres. Sirviéndose de la lámpara, buscan el día.

6. Pero también los apóstoles, hermanos míos, son lámparas del día. No penséis que sólo Juan era lámpara y que los apóstoles no lo son. A ellos les dice el Señor: Vosotros sois la luz del mundo27. Y para que no pensaran que eran luz como el que fue llamado luz, del que se dijo: Existía la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo28, a continuación les enseñó cuál era la luz verdadera. Tras haber dicho: Vosotros sois la luz del mundo, añadió: Nadie enciende una lámpara y la pone bajo el celemín29. Al deciros que sois luz, os decía que sois lámpara. No exultéis llenos de soberbia, para que no se os apague la pequeña llama. No os pongo bajo el celemín, sino que estaréis en el candelero para que deis luz. ¿Cuál es el candelero para la lámpara? Escucha cuál. Sed lámparas, y tendréis vuestro candelero. La cruz de Cristo es el gran candelero. Quien quiera dar luz que no se avergüence del candelero de madera. Escucha para que comprendas que la cruz de Cristo es el candelero: Nadie enciende una lámpara y la pone bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que ilumine a cuantos están en la casa. Brille vuestra luz ante los hombres de manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen —no como quieres ser glorificado tú, lo que equivale a buscar la propia extinción— a vuestro Padre celestial que está en los cielos30. Para que por vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre. No habéis podido encenderos vosotros para llegar a ser lámparas; tampoco habéis podido colocaros sobre el candelero; sea glorificado quien os lo ha concedido. Escucha, pues, al apóstol Pablo, escucha a la lámpara que exulta de gozo en el candelero: Lejos de mí —dice (aclaman los que conocen el texto)—; lejos de mí, ¿qué?; gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Mi gloria está en el candelero; si él se retira, caigo. Lejos de mí el gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo31. Vuestros gritos de alabanza son también gritos de aprobación. Esté crucificado el mundo para vosotros; crucificaos para el mundo. ¿Qué quiero decir? No busquéis la felicidad del mundo; absteneos de ella. El mundo halaga: precaveos de él como de un corruptor; el mundo amenaza: no le temáis en cuanto opugnador. Si no te corrompen ni los bienes ni los males del mundo, el mundo está crucificado para ti, y tú para el mundo. Pon tu gloria en estar en el candelero; conserva siempre, ¡oh lámpara!, tu humildad en el candelero para mantener tu resplandor. Cuida que no te apague la soberbia. Conserva lo que has sido hecho, para gloriarte en tu hacedor. En efecto, ¿qué eras, oh hombre? Cualquiera que seas, fíjate en lo que eras al nacer. Aunque nacieras en la nobleza, naciste desnudo. ¿Qué es la nobleza? Nazca un pobre, nazca un rico: nacen igualmente desnudos. ¿O, acaso, vives cuanto quieres por el hecho de haber nacido en la nobleza? Entraste en ella sin saberlo y saldrás sin quererlo. Para acabar, mira los sepulcros y trata de reconocer los huesos de los ricos.2