SERMÓN 286.

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

En el natalicio de los mártires Protasio y Gervasio.

1. «Mártir» es un término griego que la costumbre ha naturalizado en la lengua latina. En latín equivaldría a «testigo». Hay, pues, mártires verdaderos y mártires falsos, como hay testigos verdaderos y testigos falsos. Dice la Escritura: El testigo falso no quedará impune1. Si ningún testigo falso quedará sin castigo, tampoco quedará sin corona ningún testigo verdadero. Fácil fue, en verdad, dar testimonio en favor de Jesucristo el Señor y de la verdad de su divinidad; la grandeza consistió en darlo hasta la muerte. El evangelio menciona a algunos príncipes de los judíos que habían creído en el Señor Jesús, quienes, sin embargo, no se atrevían —dice— a proclamarlo públicamente por miedo a los judíos. Y acto seguido se añadió una explicación a lo afirmado. En efecto, el evangelista, dice a continuación: Amaron la gloria de los hombres más que la de Dios2. Hubo, pues, quienes se avergonzaron de confesar a Cristo delante de los hombres3; hubo otros, ya mejores, que no tuvieron reparo en confesarlo públicamente, pero sin poder confesarlo hasta la muerte. Se trata de dones de Dios, que a veces se desarrollan gradualmente en el alma. Prestad antes atención y comparad estos tres testigos entre sí: uno que cree en Cristo y tímidamente apenas susurra a Cristo; otro que cree en Cristo y lo proclama públicamente; un tercero que cree en él y está dispuesto hasta a morir por confesarlo. El primero es tan débil que lo vence la vergüenza, no ya el temor; el segundo osa ya dar la cara, pero no hasta derramar la sangre; el tercero lo da todo, de forma que nada le queda ya. Cumple, pues, lo que está escrito: Lucha por la verdad hasta la muerte4 .

2. ¿Qué hemos de decir de Pedro? Anunció a Cristo, fue enviado a evangelizar aun antes de la pasión del Señor. Sabemos, en efecto, que los apóstoles fueron enviados a anunciar el Evangelio; fue enviado y lo anunció. ¡Cuán superior era a aquellos judíos que temían confesarlo públicamente! Pero, con todo, aún no era comparable a Gervasio y Protasio. Ya era apóstol, el primero de ellos; estaba unido al Señor. Se le había dicho: Tú eres Pedro5, pero aún no era Gervasio o Protasio, aún no era Esteban, ni el niño Nemesiano.4; aún no era esto Pedro. Aún no era lo que ciertas mujeres o niñas, lo que Crispina., lo que Inés; aún no era Pedro lo que la debilidad femenina de estas.

3. Yo alabo a Pedro, pero comienzo sintiendo rubor ante él. ¡Qué alma tan dispuesta, pero que no sabía medir sus fuerzas! En efecto, de no estar dispuesta, no hubiese dicho al Salvador: «Moriré por ti». Y, aunque sea preciso morir contigo, no te negaré6. Pero el médico que sabía auscultar el corazón le pronosticó lo crítico y peligroso de su estado. ¡Qué entregas tú —dice— la vida por mí!7.Advierte cuál es el orden debido. La entrego yo primero. ¡Qué entregas tú la vida por mí! En verdad te digo que antes de que el gallo cante me habrás negado tres veces8. El médico pronosticó lo que desconocía el enfermo. El enfermo se dio cuenta de que había presumido sin motivo cuando le preguntaron: ¿Eres tú de ellos?9.La criada que le hizo la pregunta era la fiebre. Ved el acceso de fiebre que no se va. ¿Qué decir? Ved que Pedro está en peligro, que muere. ¿Qué otra cosa es, en efecto, morir sino negar la vida? Al negar a Cristo, negó la vida, murió. Pero el Señor que resucita los muertos le miró, yPedro lloró amargamente10. Al negarlo pereció y al llorar resucitó. Como convenía, murió antes el Señor por él, y luego, como lo exigía el justo orden, murió Pedro por el Señor. Luego le siguieron los mártires. Se inauguró un camino lleno de espinas, pero que, al ser pisoteado por los pies de los apóstoles, se hizo más suave para los que les siguiesen.

4. Con la semilla de su sangre casi se llenó de mártires la tierra; de esa semilla brotó la cosecha de la Iglesia. Dieron mayor testimonio de Cristo con su muerte que con su vida. Aún hoy hablan de él, aún hoy lo anuncian; calla la lengua, pero resuenan los hechos. Eran apresados, atados, encerrados, juzgados, torturados, quemados, lapidados, golpeados y expuestos a las fieras. En todas estas formas de muerte eran objeto de burla, como si se tratase de gente vil, pero la muerte de sus santos es preciosa a los ojos del Señor11. Muy preciosa entonces a los ojos del Señor, y preciosa también ahora para los nuestros. Entonces, cuando ser cristiano era algo bochornoso, a los ojos de los hombres su muerte carecía de valor; eran detestados; se les execraba; con tono de maldición, se les espetaba: «Que así mueras, que así te crucifiquen, que así te quemen». ¿Qué fiel no desea ahora estas maldiciones?

5. Celebramos, pues, hermanos, en este día la memoria, establecida aquí, de los santos mártires milaneses Gervasio y Protasio. No celebramos el día en que se estableció aquí, sino el día en que fue descubierta la muerte, preciosa a los ojos de Dios12, de estos santos por obra del hombre de Dios, el obispo Ambrosio. También yo fui testigo entonces de la gloria inmensa de esos mártires.8. Me hallaba allí, en Milán; vi los milagros hechos con los que Dios daba testimonio en favor de la muerte de sus santos. Gracias a aquellos milagros, en efecto, su muerte ya no fue sólo preciosa a los ojos del Señor, sino también a los de los hombres. Un ciego conocidísimo en toda la ciudad recobró la vista, corrió, hizo que lo llevasen, y volvió sin que nadie lo guiase. Aún no he oído que haya muerto; quizá viva todavía. Prometió pasar toda su vida al servicio de la basílica en que yacen los cuerpos de los santos. Yo que me alegré de que viera, lo dejé entregado a ese servicio. Dios no cesa de dar testimonio de sí y sabe cómo explotar sus milagros; sabe actuar para que sean magnificados y para que no se les considere sin valor. No a todos da la salud por medio de sus mártires, pero promete la inmortalidad a cuantos los imitan. Quien no recibe algo que no se da a todos, no se queje, ni murmure contra quien no se lo otorga, para que le conceda lo que prometió para el final. Efectivamente, también los que ahora reciben la curación morirán alguna vez, no mucho después; los que resucitan al final vivirán con Cristo.

6. La cabeza fue delante, y espera que le sigan los miembros; se completará el cuerpo entero: Cristo y la Iglesia. Que él nos cuente entre los inscritos y nos conceda en esta vida lo conveniente para ello. Él sabe lo que conviene a sus hijos. Pues si vosotros —dice—, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará los bienes a quienes se los piden!13. ¿Qué bienes? ¿Acaso bienes temporales? También estos los da; pero los da hasta a los infieles, los da hasta a los impíos, los da hasta a los que blasfeman contra él. Busquemos los bienes que no hemos de tener en común con los malos. Sabe aquel Padre darlos a sus hijos. Sucede que un hijo le pide ahora la salud del cuerpo y no se la da, antes bien sigue azotándolo. ¿Pero, acaso, el padre, cuando azota, no da nada? Le aplica el castigo, pero piensa en la magnífica herencia que le prepara. Azota —dice— a todo hijo que acoge14. El Señor ama a quién corrige. Os digo estas cosas, hermanos míos, para que no os entristezcáis cuando pedís y no recibís, ni penséis que Dios no os tiene ante sus ojos si ocasionalmente no escucha vuestra voluntad. No siempre atiende el médico a la voluntad del enfermo, aunque no quepa duda alguna de que procura y desea su curación. Le niega lo que le pide, pero le procura lo que no le pide. Pide agua fría, y se la niega. ¿Es acaso cruel quien vino a sanarlo? No es que sea cruel, sino que aplica sus conocimientos. No da lo que momentáneamente deleita, para que, una vez sano, pueda tomar todo; cuando aún no lo está, se le niegan algunas cosas.

7. Considerad las promesas de Dios. ¿Qué? ¿Pensáis que Dios concedió a estos mártires todo lo que le pidieron? No. Muchos desearon verse en libertad incluso mediante un milagro, de idéntica manera a como fueron liberados aquellos tres muchachos del horno. ¿Qué dijo el rey Nabucodonosor? Porque —dice— esperaron en él e hicieron cambiar la palabra del rey15. ¿Qué testimonio es éste en boca de quien intentaba darles muerte? Quien luego creyó gracias a ellos, antes quiso quemarlos. Si ellos hubiesen muerto en medio del fuego, hubiesen sido coronados en secreto, pero al rey nada le hubiese aprovechado. Por ello fueron mantenidos en vida por algún tiempo todavía, para que aquel infiel que los había condenado creyese y alabase a Dios. Uno solo fue el Dios de los tres muchachos y el de los Macabeos; a los primeros los libró del fuego, a los segundos los dejó morir en él16. ¿Era un veleta? ¿Amaba más a los primeros que a los segundos? Mayor fue la corona concedida a los Macabeos. Ciertamente, aquellos escaparon del fuego, pero les estaban reservados los peligros de este mundo; para estos acabaron en el fuego todos los peligros. No había tiempo ya para ninguna otra prueba; sólo para la coronación. En consecuencia, los Macabeos recibieron más. Activad vuestra fe, aplicad los ojos del corazón, no los de la carne. Tenéis, en efecto, otros ojos interiores; son obra del Señor, que abrió los ojos de vuestro corazón cuando os otorgó la fe. Preguntad a esos ojos quiénes recibieron más: los Macabeos o los tres niños. Pregunto a la fe. Si pregunto a los hombres amantes de este mundo, dirán: «Yo quisiera estar con aquellos tres muchachos». Es la respuesta de un alma débil. Avergüénzate ante la madre de los Macabeos, que prefirió que sus hijos muriesen, porque sabía que no morían17 .

A veces, me viene a la memoria la recopilación de los milagros de los mártires que se leen en vuestra presencia.9. Hace días se leyó un relato según el cual a cierta mujer enferma, torturada por muy agudos dolores, hasta llegar a decir: «No los puedo soportar», le respondió el mártir mismo que había venido a sanarla: «¿Qué dirías si hubieras de sufrir el martirio?». Muchos, pues, sufren un auténtico martirio en el lecho; muchos en verdad. Se trata de una persecución de Satanás más oculta y más refinada que las de entonces. Un fiel yace en la cama atormentado por los dolores; ora sin ser escuchado; mejor dicho, es escuchado, pero es puesto a prueba, pero es ejercitado, pero es azotado para ser acogido en condición de hijo. Así, pues, en medio del tormento del dolor llega la tentación de la lengua, se acerca al lecho o alguna mujerzuela o algún varón, si es que así puede llamarse, y dice al enfermo: «Haz tal vendaje y sanarás; recurre a tal encantamiento y sanarás; Fulano, y Mengano, y Zutano curaron así; pregúntales». No cede, no les obedece, no doblega su corazón, pero lucha. Le fallan las fuerzas, pero vence al diablo. Alcanza el martirio en el lecho, coronándolo quien por él colgó del madero.