SERMÓN 284

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a

En el natalicio de los mártires Mariano y Santiago.

1. Hoy ha llegado el momento de saldar mi deuda con la ayuda de Dios. Entonces, si los deudores se hallan bien dispuestos, ¿por qué se alborotan los acreedores? Si encuentro en calma las mentes de todos, puede llegar también a todos el pago de la deuda. Os debo un sermón sobre la pasión y gloria de los santos mártires. Puesto que ellos sufrieron el martirio cubriéndose de gloria, nos dan una lección de paciencia. Ellos, pues, soportaron el ensañamiento de las turbas; tengamos nosotros a las masas sosegadas, puesto que las hemos visto ya dentro de la fe. La constancia de los mártires es digna de todo elogio. Pero ¿qué elocuencia basta para hacer su panegírico? ¿Cuándo hago yo realidad con la palabra lo que ya se ha realizado en vuestros corazones por la fe? ¿Cuál es el origen del don tan grande de la paciencia? ¿De dónde procede sino de donde proviene toda dádiva óptima? ¿De dónde la dádiva óptima sino de donde el don perfecto? Pues así está escrito: La paciencia posee la obra perfecta1. Toda dádiva óptima —dice— y todo don perfecto desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de cambio2. La paciencia desciende desde la fuente inmutable hasta las mudables mentes humanas, a las que hace también inmutables. ¿De dónde le viene al hombre el agradar a Dios sino de Dios mismo? ¿De dónde le llega al hombre una vida buena sino de la fuente de la vida? ¿De dónde la iluminación sino de la luz eterna? Porque en ti está —dice— la fuente de la vida3. En ti está, dijo. Podía decir: «Procede de mí»; pero, si digo que procede de mí, me aparto de ti. En ti está, pues, la fuente de la vida. En tu luz, no en la nuestra; en tu luz veremos la luz4. Por tanto, acercaos a él y seréis iluminados5. Él es la fuente de la vida: acércate, bebe y vive.4; es la luz: acércate, aprópiatela y ve. Si no fluye hacia ti, te secarás.

2. De esa fuente bebieron nuestros mártires; embriagados en ella6, no conocieron a los suyos. ¡Cuántos fueron los mártires santos que, al acercarse la pasión, fueron tentados con las palabras lisonjeras de los suyos, que intentaban hacerlos volver a la dulzura temporal, vana y fugitiva, de esta vida! Pero ellos, que, sedientos, habían bebido y se habían embriagado de la fuente que está en Dios, regurgitaban la confesión de Cristo, sin prestar atención ni reconocer a los suyos, gente carnal y ebria del vino del error, que, guiados de un desnortado amor, les aconsejaban que abandonasen la vida. No era una de ellos la madre de Mariano.5; no estaba entre los que aconsejaban mal, halagaban a la carne y se servían del amor para engañar; no estaba entre ellos la madre del santo Mariano. No llevaba en vano su nombre propio, no en vano se llamaba María. Aquella mujer que no era virgen, que no había concebido del Espíritu Santo sin que nadie la hubiese tocado, sino de la unión casta con su marido, había alumbrado tal prenda que, antes que retraerlo con sus malvados halagos, lo arrastraba, más bien, a la gloria de la pasión con sus exhortaciones. ¡Oh tú, María, santa también, desigual en el mérito, pero igual ciertamente en el deseo! ¡Dichosa también tú! La otra María dio a luz al príncipe de los mártires, tú al mártir del príncipe; ella al juez de los testigos, tú al testigo del juez. ¡Parto dichoso y más dichoso afecto! ¡Cuando lo pariste, gemiste; cuando lo perdiste saltaste de gozo! ¿Qué significa que hayas gemido cuando lo pariste y hayas saltado de gozo cuando lo perdiste? No fue en vano, puesto que no lo perdiste. Donde estaba ausente el dolor, estaba presente la fe. La fe espiritual había arrojado del corazón el dolor carnal. Veías que no perdías al hijo, sino que lo enviabas por delante. Todo tu gozo era el deseo de seguirlo.6.

3. Todo esto nos llena de admiración, lo alabamos y lo amamos. Mártires bienaventurados, ¿de dónde os vino? Sé que tenéis corazones humanos, pero ¿de dónde os han llegado estos sentimientos divinos? Yo os lo digo: de Dios. ¿Hay quien diga que de vosotros? ¿Quién os mira tan mal que os alaba falsamente? ¿Ignoro quién dice que eso proviene de vosotros? Respondedle: Mi alma se gloriará en el Señor7. ¿Ignoro quién dice que eso proviene de vosotros? Respondedle; si sois humildes, respondedle: Mi alma se gloriará en el Señor. Responded también esto en medio del pueblo de Dios: Escuchen los humildes y alégrense8. ¿Ignoro quién dice que eso proviene de vosotros? Respondedle: El hombre no puede recibir nada si no le es dado de lo alto9. En efecto, a vosotros y a mí nos dice el Señor Jesús: Sin mí no podéis hacer nada10. Sin mí —dijo— no podéis hacer nada. También se os ha dicho a vosotros. Reconoced las palabras del pastor y guardaos de la adulación del impostor. Sé que os desagrada esta soberbia impía, malvada e ingrata. Mártires santos, vosotros habéis padecido por Cristo, pero ello fue de provecho para vosotros, no para Cristo. ¿Por qué os faltaría, de no habérseos otorgado? Repeled de vuestros oídos estos venenos de la serpiente, vuestro enemigo. Es la misma lengua que dijo: Seréis como dioses11. El desagradecido libre albedrío mandó al hombre al precipicio; liberado ya, diga ahora al Señor: Tú, Señor, eres la paciencia de Israel12 ¿Por qué te enorgulleces, oh infiel? ¿Ensalzas la paciencia de los mártires, como si por sí mismos estuviesen capacitados para sufrir? Escucha, más bien, al apóstol, doctor de los gentiles y no engañador de los infieles. ¿Es cierto que alabas en los mártires su capacidad de sufrir por Cristo y se la atribuyes a ellos mismos? Escucha, más bien, al apóstol dirigiéndose a los mártires y calmando los corazones de los hombres. Escúchale —repito— decir: A vosotros se os ha concedido a favor de Cristo. Escucha la exhortación de la piedad, no el engaño de la adulación. A vosotros —dice— se os ha concedido. Se os ha concedido, escucha: A vosotros se os ha concedido a favor de Cristo, no sólo creer en él, sino también sufrir por él13. A vosotros se os ha concedido; ¿qué más se puede añadir a esta sentencia? A vosotros se os ha concedido. Reconoce el don para no perderlo por haberlo usurpado. A vosotros —dice—, se os ha concedido a favor de Cristo. ¿Qué se les ha concedido a favor de Cristo, sino el padecer? No creas que se trata de una suposición; escucha lo que sigue: no sólo creer en él, puesto que también esto os ha sido concedido; pero no sólo esto, sino también sufrir por él; también esto os ha sido concedido. Vuelva el mártir la espalda al ingrato e infiel adulador, dé la cara al benignísimo dador y atribuya a Dios su mismo martirio; pero no como si este ofrecimiento a Dios fuese obra suya; antes bien diga: Mi alma se gloriará en el Señor; escúchenlo los humildes y alégrense14. Y si le preguntas: «¿Qué significan estas palabras: Mi alma se gloriará en el Señor? ¿Es glorificado entonces en ti?». Él responderá: «¿No estará sometida a Dios mi alma? De él procede mi paciencia15. ¿Por qué, entonces, es mía? Abrí mi corazón y la recibí con agrado. De él procede mi paciencia. Procede de él y es mía. Es de él y es mía, y precisamente por ser de él la tengo con más seguridad. Es mía, pero no la tengo de mí. Para tener como mío este don, reconozco que me lo ha dado Dios. Pues, si no reconozco que es Dios el dador, Dios retira su bien, y, a causa de mi libre voluntad, solo queda mi mal».

4. Dice la fiel Escritura: Dios hizo al hombre recto, pero ellos mismos se fueron tras muchos pensamientos16. Dios —dice hizo al hombre recto, pero ellos mismos; ¿cómo ellos, sino mediante el libre albedrío? Pero ellos mismos se fueron tras muchos pensamientos. Había dicho que el hombre fue creado recto, y, sin embargo, no dice: «Pero ellos mismos se fueron tras pensamientos torcidos», puesto que antes había hablado de rectitud; ni «tras pensamientos malvados», sino que habló sólo de muchos. Tomando origen de esta multitud, el cuerpo que se corrompe apesga al alma y la habitación terrestre abate la mente dispersa en muchos pensamientos17. Que Dios nos libre de esa multiplicidad de pensamientos y elévenos hacia el Uno.8, para ser en él una única cosa a partir de la multitud. Que nos funda con el fuego de la caridad para que persigamos esa única cosa con un solo corazón, no sea que, desde esa única cosa, caigamos en la multiplicidad y, abandonada esa única cosa, nos dispersemos en un sin fin de ellas. De esta única cosa hablaba, en efecto, el apóstol cuando decía: Hermanos, yo mismo no pienso haberla alcanzado18 ¿No haber alcanzado qué? Pero una sola cosa. ¿Qué cosa? Olvidando lo de atrás y puestos los ojos en lo que está delante, persigo19. Una sola cosa persigo; una sola cosa —dice— persigo; pero no creo haberla alcanzado, puesto que el cuerpo corruptible oprime a la mente dispersa en muchos pensamientos20. Ved a dónde se encaminaban los mártires; cuando se sentían llenos de ardor, no se preocupaban del mucho ruido, porque amaban una única cosa. Ved cuál era el deseo de los mártires. Una única cosa he pedido al Señor —dice—. Una única cosa; ¡adiós — dice— a la muchedumbre de afanes seculares! Una única cosa he pedido, es decir, una única dicha, una sola felicidad, una sola, pero la auténtica, no las muchas falsas. Una sola cosa —dice— he pedido al Señor, esa buscaré21. ¿A cuál se refiere? Habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida22 . ¿Con qué finalidad? Para contemplar las delicias del Señor23. Cuando los santos mártires pensaban en tal delicia, les parecían insignificantes todos aquellos males, por amargos y duros que fuesen. Un deleite frente a otro; un deleite contra el dolor. Aquel deleite luchaba a la vez contra el mundo que se ensañaba y contra el que halagaba. Respondía al mundo: «¿Por qué me halagas? Más dulce es lo que amo que lo que me prometes. Escucho a Dios; mejor, a la Escritura santa, que me dice: ¡Cuan abundante es, Señor, la dulzura que has reservado para los que te temen!24». Aquí vuelve a aparecer una muchedumbre buena, porque no es discordante, sino que se fundamenta en una única cosa.

5. Por tanto, hermanos míos, nada tiene de extraño. ¿Sabéis en qué momento se hace mención de los mártires? La Iglesia no ora por ellos.10. Con razón ora por otros difuntos, pero no por ellos; al contrario, ella misma se encomienda a sus oraciones. Lucharon contra el pecado hasta derramar su sangre. Cumplieron lo que está escrito: Lucha hasta la muerte por la verdad25. Despreciaron las promesas del mundo; pero esto es poca cosa. No es mucho despreciar la muerte ni soportar los tormentos. En el combate hasta la muerte está la victoria plena y gloriosa. En efecto, las primeras tentaciones propuestas a nuestro Señor, el rey de los mártires, eran lisonjas: Di que todas estas piedras se conviertan en pan26. Te daré todos estos reinos27. Veamos si te acogen los ángeles, pues está escrito: «Para que no tropiece tu pie contra la piedra28 ». Las alegrías del mundo se hallan en el pan —la concupiscencia de la carne—; en la promesa de reinos —la ambición mundana— y en la curiosidad asociada a la prueba —la concupiscencia de los ojos29—. Todas estas cosas pertenecen al mundo, no obstante, halagan, no atormentan. Mirad ahora al rey de los mártires presentándonos ejemplos de cómo hemos de combatir y ayudando misericordiosamente a los combatientes. ¿Por qué permitió ser tentado sino para enseñarnos a resistir al tentador? Si el mundo te promete el placer carnal, respóndele: «Más deleitable es Dios». Si te promete honores y dignidades seculares, respóndele: «El reino de Dios es más excelso que todo». Si te promete curiosidades superfluas y condenables, respóndele: «Sólo la verdad de Dios no se equivoca». ¿Qué dice el evangelista después que el Señor sufrió esta triple tentación, puesto que en todo lo que halaga en el mundo aparecen estas tres cosas: o el placer, o la curiosidad, o la soberbia? Después que el diablo hubo acabado con toda tentación30; toda tentación, pero relacionada con lo que halaga. Quedaba todavía otra tentación, relacionada con algo áspero y duro, atroz y cruel. Quedaba aún esta tentación. Sabiendo el evangelista lo que ya había tenido lugar y lo que aún quedaba, dice: Después que el diablo hubo acabado con toda tentación, se alejó de él hasta el momento oportuno31. Se alejó de él en cuanto serpiente astuta; ha de volver como león rugiente. Pero lo vencerá, porque pisoteará al león y al dragón. Regresará el diablo: entrará en Judas y lo convertirá en traidor del Maestro32. Llevará también a los judíos, ahora crueles, no ya aduladores. En posesión de sus instrumentos, gritará con las lenguas de todos: ¡Crucifícalo, crucifícalo!33 ¿Por qué nos extrañamos de que Cristo haya salido vencedor allí? Era Dios todopoderoso.

6. Cristo quiso padecer por nosotros. Dice el apóstol Pedro: Padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas34. Te enseñó a padecer, y te enseñó padeciendo él. Poca cosa serían sus palabras si no las hubiera acompañado su ejemplo. ¿Cómo nos enseñó, hermanos? Pendía de la cruz, y los judíos se ensañaban contra él; estaba sujeto con ásperos clavos, pero no perdía la dulzura. Ellos se ensañaban, ladraban en torno a él y le insultaban cuando pendía de la cruz35. Locos furiosos, le atormentaban en todo su cuerpo a él, cual único y supremo médico. Estando él colgado, los sanaba. Padre —dice—, perdónales, porque no saben lo que hacen36 Pedía, y, con todo, pendía; no descendía, porque iba a convertir su sangre en medicamento para aquellos locos furiosos. Dado que no pudieron resultar vanas las palabras suplicantes del Señor, ni su misericordia que las escuchaba —puesto que al mismo tiempo que elevó súplicas al Padre las escuchó con él—, después de su resurrección sanó a los dementes en grado supremo que había tolerado en la cruz. Ascendió al cielo, envió al Espíritu Santo. Pero después de resucitado no se manifestó a todos, sino sólo a sus fieles discípulos, para no dar la impresión de que quería burlarse de quienes le habían dado muerte. Era más importante enseñar la humildad a los amigos que echar en cara a los enemigos la verdad. Resucitó, y de esta forma hizo más de lo que le pedían no desde la fe, sino en plan de burla, cuando le decían: Si es Hijo de Dios, baje de la cruz37. Quien no quiso descender del madero, resucitó del sepulcro. Subió al cielo, desde allí envió al Espíritu Santo; llenó de él a los discípulos, corrigió a los temerosos y les infundió confianza. El pavor de Pedro se convirtió repentinamente en fortaleza para predicar. ¿De dónde le vino esto al hombre? Busca al Pedro que presume y lo hallarás negándolo; busca a Dios que le ayuda, y hallarás a Pedro que lo anuncia. Por un momento tembló su flaqueza para derrotar su presunción, no para destruir la piedad. Lo llena del Espíritu Santo, y convierte en valeroso predicador al presuntuoso al que había predicho: Me negarás tres veces38. Pedro, en efecto, había presumido de sus fuerzas; no del don de Dios, sino de su libre voluntad. Le había dicho: Iré contigo hasta la muerte39. En su abundancia había dicho: No me moveré nunca jamás40 . Pero el que, por propia voluntad, había dado vigor a su hermosura, retiró su rostro, y aquel quedó lleno de turbación. El Señor —dice— apartó su rostro41: manifestó a Pedro al mismo Pedro; pero luego volvió a él sus ojos42 y afianzó a Pedro sobre la piedra. Imitemos, pues, hermanos míos, el ejemplo de la pasión del Señor en cuanto podamos. Podremos realizarlo si le pedimos ayuda; no adelantándonos como el presuntuoso Pedro43 , sino yendo tras él y orando como Pedro progresando ya. Poned, pues, atención a lo que dice el evangelista cuando Pedro negó al Señor tres veces: Y el Señor le miró, y Pedro se acordó44. ¿Qué significa: le miró? En efecto, el Señor no le miró al rostro como para recordarlo. La realidad es otra. Leed el evangelio. El Señor estaba siendo juzgado en el interior de la casa cuando Pedro era tentado en el atrio. Por tanto, el Señor le miró no con el cuerpo, sino con su majestad; no con la mirada de los ojos de carne, sino con su soberana misericordia. El que había apartado su rostro de él le miró y quedó liberado. Así, pues, el presuntuoso hubiese perecido de no haberle mirado el redentor. Ved ahora a Pedro, lavado en sus propias lágrimas, corregido y levantado, entregado a la predicación. El que lo había negado, ahora lo anuncia; creen quienes se habían encontrado en el error. La medicina de la sangre del Señor mostró ser eficaz en aquellos dementes. Convertidos en creyentes, bebenloque, furiosos, derramaron. «Pero —dice— es demasiado para mí imitar al Señor». Imita a tu consiervo con la gracia del Señor; imita a Esteban, a Mariano y a Santiago. Eran hombres, eran consiervos tuyos; nacieron como tú, pero fueron coronados por quien no nació de esa misma manera.