SERMÓN 278

Traductor: Pio de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Sobre la conversión del apóstol Pablo,

y recomendación de la oración del Señor

1. Hoy se ha leído el texto de los Hechos de los Apóstoles que narra cómo el apóstol Pablo, de perseguidor de los cristianos, se convirtió en heraldo de Cristo1. Aun hoy, hasta los lugares mismos de aquellas regiones atestiguan lo que entonces tuvo lugar; y ahora lo leemos y lo creemos. La utilidad de este acontecimiento es la que el apóstol mismo menciona en sus cartas. Dice, en efecto, que a él, instrumento del furor de los judíos tanto en la lapidación del santo mártir Esteban2 como en la tarea de descubrir a los demás y conducirlos al castigo, se le concedió el perdón de todos sus pecados y de aquel frenesí y locura que arrastraba a los cristianos a la muerte. El perdón miraba a que nadie, aunque se halle envuelto en grandes pecados y apresado en la red de los mayores crímenes, pierda la esperanza —como si le estuviesen cerradas las puertas del perdón— en el caso de que se convirtiese a quien, pendiente de la cruz, oró por sus perseguidores, diciendo: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen3]. De perseguidor, se convirtió en predicador y doctor de los gentiles. Antes fui —dice— blasfemo, perseguidor y violento; pero precisamente he alcanzado misericordia4], para que en mí primeramente mostrase Jesucristo toda su longanimidad para ejemplo de los que habían de creer en él para la vida eterna5]. Por la gracia de Dios, pues, somos liberados de nuestros pecados, causa de nuestra enfermedad. Suya, suya es la medicina que sana el alma, pues ella pudo herirse a sí misma, pero no pudo sanarse.

2. En efecto, incluso por lo que se refiere al cuerpo, el hombre tiene en su poder el enfermar, pero no el restablecerse. Si se excede en algo viviendo intemperantemente y hace lo que es dañoso o va en contra de la salud, si quiere, le basta un día para caer enfermo; pero, una vez que ha caído, no se restablece con la misma facilidad. Para enfermar, él mismo se entrega a la destemplanza, mas para restablecerse recurre al médico en busca de la curación. Como dije, no puede tener en su potestad el recuperar la salud, de la misma manera que tiene en su poder el arruinarla. Dígase lo mismo con referencia al alma. Por su pecado, el hombre fue a caer en la muerte, de forma que el convertirse de inmortal en mortal y el someterse al diablo seductor dependió de su libre albedrío. Obra del mismo fue el inclinarse a las cosas inferiores, abandonando las superiores, y prestar oído a la serpiente, cerrándoselo a Dios. Puesto entre quien le daba el precepto y el que trataba de engañarle, aceptó obedecer al segundo antes que al primero6. Con lo mismo que oyó a Dios, oyó también al diablo. ¿Por qué, pues, no dio crédito al mejor? En consecuencia, luego encontró que era verdad lo que había predicho Dios, y falso lo que había prometido el diablo. Este origen primero de todos nuestros males, esta raíz de todas las miserias, esta semilla de la muerte, procede de la propia y libre voluntad del primer hombre, quien fue hecho tal que, si obedecía a Dios, sería por siempre dichoso e inmortal; si, en cambio, descuidaba y despreciaba el precepto de quien quería mantener en él la salud perpetua, iría a parar en el mal de la mortalidad. Así, pues, entonces estando sano despreció al médico, que ahora lo cura ya enfermo. Unas son, en efecto, las prescripciones médicas para conservar la salud —se dan a los sanos para que no enfermen—, y otras las que reciben quienes ya están enfermos para que recuperen la salud que perdieron.Era un bien para el hombre el obedecer al médico cuando aún estaba sano, para no necesitar después de él. Pues no necesitan de médico los sanos, sino los enfermos7. Se llama médico propiamente a aquel gracias al cual se recupera la salud. Pero incluso los sanos tienen necesidad de Dios como médico para conservarse en ella. Era un bien para él conservar la salud indeficiente en que había sido creado. Lo despreció, cometió abusos, y por su intemperancia cayó en la enfermedad de esta mortalidad. Aunque sea ahora, escuche las prescripciones del médico, para poder salir del pozo al que él mismo se arrojó por su pecado.

3. Hermanos, en relación con la medicina, si el que está sano hace lo que prescribe la ciencia médica, ciertamente se mantiene sano; pero, cuando comienza a enfermar, si en verdad se preocupa de recuperar la salud plena e íntegra, comienza también a dar oído a las prescripciones médicas y acumplirlas; mas no por el hecho de comenzar a cumplirlas sana de repente, sino que debe hacerlo durante un cierto período de tiempo para recuperar la salud que perdió por falta de templanza. El haber comenzado a hacer caso de las prescripciones médicas le sirve para que no progrese la enfermedad, y no sólo para evitar ponerse peor, sino también para que comience a mejorar quien poco a poco volverá a ponerse sano. Cuando el hombre advierte que la enfermedad va desapareciendo gradualmente, recobra la esperanza de la curación total. De esta forma, ¿enqué otra cosa consiste el vivir rectamente en esta vida sino en escuchar y cumplir los preceptos de la ley? ¿Entonces están ya sanos todos los que cumplen sus preceptos? Aún no, pero los cumplen para estarlo. No desfallezcan en su cumplimiento, porque lo que se perdió de golpe sólo se recupera poco a poco. Si el hombre volviese al instante al primitivo estado de bienaventuranza, el caer en la muerte por el pecado hubiese sido para él un juego.

4. Supongamos, por ejemplo, que alguien cayó físicamente enfermo por intemperante. En su cuerpo hizo su aparición algo que es preciso sajar; sin duda alguna, tendrá que sufrir dolores, pero tales dolores no dejarán de dar su fruto. Si no quiere sufrir el dolor de la sajadura, tendrá que aguantar la podredumbre y sus gusanos. Comienza, pues, el médico a decirle: «Guarda esto y aquello, no toques lo otro, no comas o bebas tal cosa, no estés preocupado por tal otra». Comienza a llevar a la práctica lo dicho y cumple todas las prescripciones, pero aún no está sano. ¿De qué le sirve todo ello? Para que la enfermedad que le acosa no vaya en aumento e incluso para que disminuya. Entonces, ¿cuál es el paso siguiente? Es preciso que, además de lo anterior, intervenga el quirurgo y le inflija dolores saludables. Si el que tiene una úlcera infecta de podredumbre pregunta: «¿De qué me sirve el cumplir las prescripciones, si tengo que sufrir el bisturí?», se le responderá: «Ambas cosas son necesarias para tu curación: guardar lo prescrito y soportar los dolores. Tan grande es el mal que te procuraste al no cuidarte cuando estabas sano». Obedece, por tanto, al médico hasta que sanes; las molestias que padeces son resultado de tu úlcera.

5. Así para los afligidos y fatigados vino Cristo en condición de médico, quien dijo: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores8. Convoca a los pecadores a la paz, a los enfermos a la curación. Ordena la fe, la continencia, la templanza, la sobriedad; refrena el deseo de dinero; nos dice qué hemos de hacer, qué hemos de observar. De quien observa sus preceptos, ya puede decirse que vive de acuerdo con lo que ordena la medicina, pero aún no ha alcanzado aquella salud plena que promete Dios por boca del apóstol al decir: Conviene que esto corruptible se revista de incorrupción, y esto mortal, de inmortalidad. Entonces se cumplirá la palabra que está escrita: «La muerte ha sido absorbida por la victoria. ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu contienda? ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón»?9 Entonces será plena la salud y la igualdad con los santos ángeles. Pero ahora, hermanos míos, antes de que eso llegue, cuando comencemos a observar las prescripciones del médico, incluso cuando sufrimos algunas tentaciones y tribulaciones, no hemos de pensar que estamos perdiendo el tiempo al observarlas porque parezca que tales prescripciones aumentan el dolor. Sufrir esas tribulaciones se debe a la mano del cirujano que saja, no a la sentencia del juez que condena. Se hace esto con la mirada puesta en recuperar la salud plena: suframos y soportemos los dolores. Dulce es el pecado, pero su dulzura perniciosa necesita como digestivo la amargura de la tribulación. El mal te deleitaba cuando lo cometiste, pero al cometerlo fuiste a parar en la enfermedad. La medicina actúa en sentido inverso: te procura un dolor temporal para que alcances la salud que dura por siempre. Haz uso de ella y no la rechaces. Se le responderá: «Ambas cosas son necesarias para tu curación: guardar lo prescrito y soportar los dolores. Tan grande es el mal que te procuraste al no cuidarte cuando estabas sano». Obedece, por tanto, al médico hasta que sanes; las molestias que padeces son resultado de tu úlcera.

6. Ante todo, se juicioso y ten siempre contigo aquel antídoto de tanta eficacia contra toda clase de podredumbre, contra el veneno de cualquier pecado, a saber: decir, y decir sinceramente al Señor tu Dios: Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores10. Tal es el pacto que médico y enfermos redactaron y firmaron. Hay dos clases de pecado: uno que va dirigido contra Dios y otro que va dirigido contra el prójimo. De aquí aquellos dos preceptos de los que pende toda la ley y los profetas: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, y amarás a tu prójimo como a ti mismo11. En estos dos está contenido también el decálogo de los mandamientos de la ley, en el que tres se refieren al amor de Dios y siete al amor del prójimo. De ellos hemos hablado lo suficiente en otras ocasiones.

7. Como son dos los preceptos, en consecuencia son también dos las clases de pecado: o se peca contra Dios o se peca contra el hombre. Pero pecas también contra Dios si profanas su templo en ti, pues Dios te redimió con la sangre de su Hijo. Aunque, antes de ser redimido, ¿de quién eras siervo sino del que creó todas las cosas? Redimiéndote con la sangre de su Hijo, quiso que fueras suyo de un modo en cierta manera peculiar. No sois de vuestra propiedad —dice el apóstol—, pues habéis sido comprados a gran precio; glorificad y llevad a Dios en vuestro cuerpo12. Por tanto, el que te redimió hizo de ti su morada. ¿Quieres tú, acaso, derribar tu casa? De igual manera, tampoco Dios la suya, es decir, tú mismo. Si no tienes compasión de ti en atención a ti mismo, tenla en atención a Dios, que te hizo templo suyo. El templo de Dios es santo —dice— y sois vosotros y A quien destruya el templo de Dios, Dios lo destruirá a él13. Cuando los hombres cometen estos pecados, piensan que no pecan, puesto que, según ellos, no dañan a ningún hombre.

8. En cuanto la brevedad del tiempo me lo permita,, esto quiero intimar a vuestra santidad: cuánto mal se hacen los que se destruyen a sí mismos por la voracidad, la embriaguez y la fornicación. Cuando se les reprende, responden: «He actuado dentro de mi derecho y de lo que me pertenece; ¿a quién he arrebatado algo? ¿A quién he quitado algo? ¿Contra quién he obrado? Quiero pasarlo bien con las cosas que Dios me dio». Parece inocente, como si no dañara a nadie. Pero ¿cómo puede ser inocente quien no tiene compasión consigo mismo? Es inocente el que a nadie daña, porque la regla del amor al prójimo comienza por amarse a uno mismo. Así lo dijo el Señor: Amarás a tu prójimo como a ti mismo14. ¿Cómo quedará a salvo en ti el amor al prójimo, cuando hieres con tu intemperancia el amor que te debes? Además, Dios te dice: «Cuando aceptas destruirte con tus embriagueces, no derrumbas la casa de un cualquiera, sino la mía propia. ¿Dónde habitaré en adelante? ¿Entre estos escombros? ¿Entre estas inmundicias? Si fueras a recibir como huésped a un siervo mío, arreglarías y limpiarías la casa a la que él iba a entrar; ¿no limpias tu corazón en el que quiero habitar yo?».

9. Así, pues, he mencionado, hermanos, una sola cosa, para que veáis cómo pecan quienes se corrompen a sí mismos, no obstante que se creen inocentes. Mas como, dada la fragilidad y la mortalidad de esta vida, es difícil que el hombre no se exceda un tanto en las cosas de que tiene que servirse necesariamente, ha de aplicarse aquel remedio: Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores15, si se dice, y se dice con sinceridad. Se te prohíbe cometer adulterio para no dañar al prójimo. Como no quieres que ningún otro hombre se acerque a tu mujer, así tampoco debes tú acercarte a la de otro. Supuesto que uses más inmoderadamente de la tuya., ¿crees que dañarías a alguien, dado que usas la tuya? Una vez concedido que la usas más inmoderadamente, profanas en ti el templo de Dios. Nadie de fuera te acusará; mas ¿qué respuesta dará tu conciencia a Dios, que dice por boca del apóstol: Sepa cada uno de vosotros poseer su vaso en santidad y honor; no con deseos pecaminosos, como los gentiles, que ignoran a Dios?16 ¿Quién hay que, teniendo esposa, use de ella de tal modo que no exceda el criterio de la procreación de los hijos? Con esta finalidad se le ha dado; prueba de ello son las actas matrimoniales.6. Has pactado las condiciones bajo las cuales te llevas la mujer; la cláusula del pacto suena así para ti: Para procrear hijos. Si te es posible, pues, no te acerques a ella más que para procrear hijos. Si te excedes, será contra lo escrito en las actas y contra el contrato. ¿No está claro? Serás un mentiroso y un violador del contrato. Pero Dios busca en ti la integridad de su templo y no la encuentra; no por haber usado de tu mujer, sino por haberlo hecho sin moderación. También bebes vino de tu bodega; pero, si bebes hasta emborracharte, no por el hecho de haber bebido del tuyo, ya no pecaste, pues convertiste el don de Dios en instrumento para tu corrupción.

10. ¿Entonces qué, hermanos? Está ciertamente claro, y lo proclama la conciencia de todos, que es difícil usar de las cosas permitidas sin excederse un tanto. Pero, cuando te excedes, ofendes a Dios, de quien eres templo. El templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros17]. Que nadie se engañe: A quien destruya el templo de Dios, Dios lo destruirá18].La sentencia está dictada; quedas declarado reo. ¿Qué dirás en tus oraciones cuando ores a Dios, a quien ofendes en su templo y a quien arrojas de él? ¿Cómo volverás a limpiar en tu persona la casa de Dios? ¿Cómo le harás volver a ti? ¿Cómo, a no ser diciendo con corazón sincero, de palabra y de obra: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores19]?¿Quién te acusará de servirte inmoderadamente de tu alimento, tu bebida y tu mujer? Ningún hombre te acusará; pero, dado que Dios te arguye exigiéndote la integridad de su templo y la santidad de su morada, él mismo te dio el remedio, como diciéndote: «Si, traspasando la moderación, me ofendes, yo te consideraré culpable incluso allí donde ningún hombre te acusa; perdona al hombre el que pecara contra ti, para que te perdone haber pecado contra mí».

11. Retened esto firmemente, hermanos. Quien renuncie a este antídoto no le quedará esperanza ninguna de recobrar la salud. A quien me diga: «No perdonaré los pecados que pudieran cometer los hombres contra mí», no tengo dónde agarrarme para garantizarle la curación. Yo no puedo prometer lo que no ha prometido Dios, pues dejaría de ser dispensador de su palabra, para convertirme en dispensador de la palabra de la serpiente. La serpiente, en efecto, prometió un bien para quien pecase; Dios, en cambio, amenazó con la muerte. ¿Qué le aconteció a aquel hombre sino aquello con que le había amenazado Dios? La promesa de la serpiente quedó muy lejos de él20. ¿Queréis, pues, hermanos, que os diga: «Aunque pequéis, aunque no perdonéis los pecados a los hombres, recibiréis la salud plena, porque, cuando venga Cristo Jesús, concederá el perdón a todos»? No lo digo, porque no lo escucho; yo no digo lo que no se me ha dicho. Es cierto que Dios promete el perdón al pecador; pero si perdona todos los pecados pasados es a los convertidos, a los creyentes y a los bautizados. Esto es lo que leo, esto me atrevo a prometerlo, esto prometo, y lo que yo prometo, se me promete a mí. Todos lo escuchamos cuando se lee, pues somos todos condiscípulos: en esta escuela hay un solo maestro.

12. Así, pues, a quienes se han convertido se les perdonan todos sus pecados pasados. Por lo demás, en esta vida hay algunos graves y mortales que no se perdonan si no es mediante el intensísimo dolor proveniente de la humillación del corazón, de la contrición del espíritu y del sufrimiento de la penitencia.9. Estos se perdonan en virtud de las llaves de la Iglesia. Si, pues, comienzas a condenarte a ti mismo, si comienzas a disgustarte contigo, vendrá Dios para compadecerse de ti. Él te perdonará, si tú estás dispuesto a castigarte a ti mismo. Ahora bien, quien se arrepiente en la forma debida se castiga a sí mismo. Conviene que sea severo consigo para que Dios sea misericordioso con él. Como dice David: Aparta tu rostro de mis pecados y borra todas mis iniquidades21]. ¿Pero en atención a qué? Lo dice en el mismo salmo: Pues yo reconozco mi maldad, y mi pecado está siempre en mi presencia22] . Por tanto, si tú mismo lo reconoces, él te lo perdona. Hay, sin embargo, otros pecados leves y menudos que no pueden evitarse en absoluto; que ciertamente parecen diminutos, pero oprimen por su cantidad. Pues también un muelo de trigo se compone de granos menudísimos, y, no obstante, con él cargan naves; y, si se cargan más de lo debido, se hunden. Cae un rayo sobre alguien y lomata; pero también la lluvia, si es persistente, mata a muchos con sus menudísimas gotas. El primero mata de un solo golpe; la segunda, a fuerza de muchas gotas. Las grandes fieras matan al hombre de una sola dentellada; pero también las pequeñas, cuando se juntan muchas, con frecuencia causan la muerte, y causan tanto daño que el orgulloso pueblo del faraón mereció ser castigado con esta clase de tormentos23. Así, pues, estos pecados, aunque sean menudos, son tantos que, reunidos, forman una masa capaz de aplastarte; pero Dios es bueno porque perdona también estos, sin los cuales es imposible vivir en esta vida. Mas ¿cómo te los va a perdonar, si no perdonas tú los cometidos contra ti?

13. Esta sentencia es para el corazón del hombre como las tinajas para achicar el agua de la nave en el mar, pues es imposible que no pase agua por las rendijas de su estructura. Agregándose paulatinamente gota a gota, se junta tal cantidad de agua que, si no se la achica, hunde la nave. De idéntica manera, también en esta vida tenemos ciertas rendijas, propias de nuestra mortalidad y fragilidad, a través de las cuales entra el pecado, procedente de las olas de este mundo. Echemos mano de esta sentencia, cual si fuera un cántaro, para achicar el agua y evitar el hundimiento. Perdonemos las deudas a nuestros deudores, para que Dios nos perdone las nuestras24. Mediante esta sentencia, si aconteciere que la dices sinceramente, echas fuera toda el agua que se había introducido. Pero sé cauto; aún te hallas en alta mar. No te basta con hacerlo una vez, a no ser que, atravesando este mar, hayas llegado a la tierra firme y sólida de la patria, donde ninguna ola te sacudirá ni tendrás que perdonar, porque nadie te ofenderá; ni querrás que se te perdone, porque a nadie ofenderás.

14. Pienso haber recomendado lo suficiente esto a vuestra caridad; pero, a causa de estas olas que nos ponen en peligro, os exhorto a aferraros a este remedio saludable. Y si ya no hay que soportar a quien no perdona a quien le haya dañado, ved la magnitud del pecado de quien premeditadamente daña al inocente. Reflexionen, pues, nuestros hermanos, y vean si tienen contra alguien alguna amargura, nacida del odio. Si no las han perdonado ya, al menos en estos días vean cómo echarlas de sus corazones. O, si se consideran seguros, echen vinagre en los cántaros en los que acostumbraron a guardar el vino bueno. Son cautos, y no lo echan por no estropear la vasija; ¿y dejan caer el odio en su corazón, sin temer que llegue a corromperlos? Conservad, pues, hermanos, lo bueno para no hacer daño a nadie, en cuanto os sea posible. Y, si a causa de la debilidad de la vida humana, se os cuela alguna inmoderación en el uso de las cosas permitidas, puesto que tiene que ver con la profanación del templo de Dios, conservad lo bueno, echad fuera lo malo; perdonando luego a los hombres las ofensas que os hagan, para que vuestro Padre que está en los cielos os perdone vuestros pecados25.