SERMÓN 276

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

En la fiesta del mártir Vicente

1. En la pasión que hoy se nos ha leído, hermanos míos, se descubre con toda claridad un juez feroz, un verdugo sanguinario y un mártir invicto. Sobre cuyo cuerpo, hecho jirones por los distintos tormentos, ya se habían agotado las torturas, a pesar de lo cual aún persistían sus miembros. Si la impiedad, aunque convicta por tantos milagros, no cedía; si la debilidad, atormentada con tantos suplicios, no sucumbía, reconózcase, pues, la intervención de la divinidad. En efecto, si el Señor no habitase en él, ¿cómo podría resistir el polvo corruptible tan crueles torturas? En todo ello, por consiguiente, hay que reconocer, glorificar y alabar a quien, en la llamada primera le dio la fe y, en la pasión final, la fortaleza. ¿Queréis saber que ambas cosas le fueron donadas? Escuchad al apóstol Pablo: A vosotros —dice—, se os ha otorgado no sólo que creáis en Cristo, sino también que sufráis por él1.

Ambas cosas había recibido el diácono Vicente; las había recibido y las conservaba. En efecto, si nada hubiera recibido, ¿qué tendría?2 Tenía seguridad en el hablar y resistencia en el sufrir. Que nadie, pues, cuando hable, presuma de su ingenio; que nadie, cuando sufra la tentación, confíe en sus fuerzas, pues la sabiduría por la que hablamos rectamente y en el momento oportuno nos viene de Dios, y de él también la paciencia para soportar hasta el final los males con fortaleza. Traed a la memoria a Cristo el Señor, que en el evangelio amonestaba a sus discípulos; traed a la memoria al rey de los mártires instruyendo a sus cohortes en el uso de armas espirituales, mostrándoles las batallas, suministrándoles auxilios y prometiéndoles galardones. Tras haber dicho a sus discípulos: En este mundo padeceréis tribulación3,inmediatamente, con el fin de consolarlos, pues estaban aterrados, añadió: Pero tened confianza, pues yo he vencido al mundo4. ¿De qué nos extrañamos, amadísimos, de que haya sido Vicente en aquel que venció al mundo? En este mundo —dice— padeceréis tribulación, a fin de que, aunque apriete, no oprima y, aunque ataque, no venza.

2. El mundo presenta dos líneas de ataque contra los soldados de Cristo. Prestad atención, hermanos. He dicho que el mundo presenta dos líneas de ataque contra los soldados de Cristo: los halaga para seducirlos y los aterroriza para quebrantar su resistencia. Si no nos aprisiona la propia ansia de placer ni nos aterroriza la crueldad ajena, está ya vencido el mundo. En uno y otro paso se hace presente Cristo, y el cristiano queda invicto. Si en este tormento se toma en consideración la paciencia humana, comienza a ser increíble; si se advierte el poder divino, deja de causar admiración. Cuanta era la crueldad que se cebaba en el cuerpo del mártir, tanta la serenidad que emanaba de su voz; y cuanta era la aspereza de las penas que sufrían sus miembros, tanta la seguridad que resonaba en sus palabras, de forma que, aunque era Vicente el que sufría, se podía pensar que el atormentado era otro distinto del que hablaba. Y, en verdad, hermanos, así era; así era realmente: otro era el que hablaba. También esto lo prometió Cristo en el evangelio a sus testigos, a quienes preparaba para combates de este tipo. Así dice, en efecto: No penséis en cómo o qué habéis de decir, pues no sois vosotros los que habláis, sino que es el Espíritu de vuestro Padre el que habla en vosotros5. Así, pues, la carne sufría y el Espíritu hablaba. Y al hablar el Espíritu, además de confundir la impiedad, fortalecía la debilidad.

3. La multitud de suplicios aumentaba la gloria del mártir ante nuestros ojos. Aunque surcado su cuerpo con heridas de toda especie, en vez de abandonar la lucha, la reemprendía con mayor vigor Se podía pensar que la llama, en vez de quemarlo, lo endurecía, igual que el horno del alfarero recibe barro blando y lo convierte en una resistente vasija. Nuestro mártir podía decir a Daciano: «Tu fuego ya no quema mi carne, porque mi vigor se ha secado como una vasija6».Y puesto que es verdad lo escrito: El horno prueba la vasija de barro, y a los hombres justos la tribulación7, Vicente fue probado y cocido con aquel fuego; Daciano, en cambio, ardió y estalló. Pues, si no ardía, ¿de dónde procedían sus gritos? ¿Qué otra cosa eran sus palabras de furor sino humo de quien está ardiendo? Así, pues, él aplicaba llamas exteriores a nuestro mártir, que tenía refrigeración en su corazón; en cambio, él mismo, encendido con la antorcha del furor, ardía por dentro como un horno, abrasando, al mismo tiempo, al diablo que lo habitaba. A través de los gritos rabiosos de Daciano, a través de la fiereza de sus ojos, de sus amenazadoras miradas y el movimiento de todo su cuerpo, se manifestaba su inquilino interior, y se dejaba ver mediante estos signos visibles, cual grietas de la vasija que él llenaba y se resquebrajaba. Los tormentos no torturaban al mártir tanto como trastornaba a aquel la locura.

4. Pero, hermanos, todo aquello son cosas pasadas: el furor de Daciano y el tormento de Vicente. Solo que ahora a Daciano le queda el tormento, y a Vicente la corona. Además, anticipadas ya las diferencias en la retribución futura, mostremos la gloria que poseen los mártires incluso en este mundo. ¿Qué región, o qué provincia dentro del imperio romano o hasta donde se extiende el nombre cristiano, no se alegra hoy de celebrar el nacimiento de Vicente? ¿Quién hubiese escuchado hoy, aunque sólo fuera el nombre de Daciano, de no haberse leído la pasión de Vicente? En el hecho de que el Señor haya custodiado con tanto esmero el cuerpo de su mártir, ¿qué otra cosa manifestó sino que él había dirigido en vida a quien no abandonó una vez muerto? Así, pues, Vicente que venció a Daciano en vida, lo venció también después de muerto. En vida despreció los tormentos; ya muerto, atravesó los mares. Pero el que le otorgó un ánimo invicto en medio de garfios de hierro, él mismo dirigió su cadáver exánime en medio de las olas. La llama de la tortura no doblegó su corazón, ni el agua del mar cubrió su cuerpo. Pero en este y otros sucesos parecidos no se manifiesta otra cosa sino que la muerte de sus santos es preciosa delante del Señor8.