SERMÓN 275

Traductor: Pio de Luis Vizcaíno, o.s.a.

En el natalicio del mártir Vicente

1. Nuestro espíritu ha percibido un espectáculo grandioso y digno de toda admiración. Al leerse la gloriosa pasión del bienaventurado Vicente, gracias a los ojos interiores, hemos obtenido un placer no vano y dañino en extremo, como suele acontecer con las frivolidades de los teatros, sino en verdad sumamente útil y fructuoso. Consistía en ver el alma invicta del mártir combatir en durísimo combate contra las asechanzas del antiguo enemigo, contra la crueldad de un juez impío, contra los dolores de la carne mortal y superarlo todo con la ayuda del Señor. Así fue, amadísimos; así fue exactamente. Alabemos a esta alma en el Señor para que lo escuchen los mansos y se alegren1. El relato leído nos mostró qué preguntas le hicieron, cuáles fueron sus respuestas y cuáles los tormentos que superó, y puso como ante nuestra mirada todo lo acontecido. El tormento que sufría en sus miembros se correspondía con la seguridad de sus palabras, dando la impresión de ser uno el atormentado y otro el que hablaba. Y efectivamente era otro; el Señor lo predijo y prometió a sus mártires, diciendo: No sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre quien habla en vosotros2. Sea alabada, pues, esta alma en el Señor. Pues ¿qué es el hombre, si no es porque te acuerdas de él?3 ¿O cuáles son las fuerzas del polvo si no le ayuda quien nos hizo del polvo?4 Para que quien se gloríe, se gloríe en el Señor5. En efecto, si con frecuencia el espíritu diabólico y seductor llena a sus falsos adivinos, o a sus falsos mártires, para que ellos se apliquen a sí mismos .tormentos corporales o desprecien los que otros les apliquen, ¿qué tiene de extraordinario para Dios nuestro Señor el que, con vistas a consolidar la predicación de su nombre, entregue el cuerpo de sus predicadores en las manos de los perseguidores, a la vez que acoge su mente en la fortaleza de la libertad, de modo que, incluso cuando aquél sufre la iniquidad, ésta proclame la verdad, y así no sea la resistencia, sino la justicia, la .que los haga vencedores? Porque es la causa, no la pena lo que manifiesta quiénes son mártires. Muchos, en efecto, soportaron los dolores no por constancia, sino por testarudez; por vicio, no por virtud; por un error malvado, no por una recta razón; poseyéndolos, no persiguiéndolos el diablo. En el caso de nuestro vencedor Vicente vencía5 el que lo poseía; pero lo poseía el que había arrojado al príncipe de este mundo6 a fin de que fuese vencido, incluso cuando luchaba exteriormente, él que ya lo había sido para que no dominase interiormente. El que fue arrojado fuera, ronda sin cesar cual león rugiente, buscando a quién devorar7. Pero le somete a favor nuestro quien, expulsado aquel, reina en nosotros.

2. Además, mayor tormento era para el diablo no vencer a Vicente que para Vicente ser perseguido por el diablo. Cuanto más truculentos y refinados eran los tormentos, tanto mayor era el triunfo del torturado sobre el torturador, y de aquella carne, cual tierra regada con la propia sangre, crecía la palma que mayor tormento aún causaba al enemigo. Mas quien ocultamente se ensaña, ocultamente sufre también una vez vencido; claramente se manifestaba en el magistrado humano cuánto sufría ocultamente el diablo, y este enemigo invisible se dejaba ver por las grietas de su propio vaso, que él había llenado y que estaba estallando. En efecto, los gritos de ese hombre, los ojos, el rostro y la turbulenta convulsión de todo su cuerpo indicaban cuánto más insufribles eran los tormentos que sufría él en su interior que los que infligía exteriormente al mártir. Si consideramos la turbación del torturador y la serenidad del torturado, es muy fácil ver quién estaba sometido al tormento y quién por encima de él. ¡Cuáles serán los gozos de los que reinan en .la verdad, si tales son los de quienes mueren por la misma verdad! ¡Qué será la fuente de la vida8 , alcanzado ya el cuerpo incorruptible, si su rociada es tan dulce en medio de los tormentos! ¡Qué no hará la llama eterna a los malvados, si la locura de su irritado corazón así los deja! ¡Qué no habrán de sufrir cuando sean juzgados quienes son atormentados hasta cuando juzgan! ¡Qué poder tendrán los futuros juicios de los santos, si ya en esta vida el potro del mártir ha arrollado el estrado del juez!

3. Magnífico testimonio el que el Señor rinde a sus testigos, pues el que rige el corazón de los combatientes tampoco abandona los cuerpos de los que fallecen, como lo mostró el milagro tan portentoso que tuvo por objeto el cuerpo de este turado Vicente. El enemigo había deseado que quedase totalmente oculto, preocupándose y ocupándose de ello; pero la voluntad divina lo sacó a la luz, mostrando que debía ser más devotamente inhumado y venerado para que en él perdurara el recuerdo glorioso de la victoria de la piedad y de la .derrota de la maldad. En verdad, es preciosa en la presencia del Señor la muerte de sus santos9, cuando hasta es objeto de aprecio la tierra en que se convierte la carne cuando la abandona la vida; y, cuando el alma invisible abandona la casa visible, la morada del siervo es custodiada por el Señor y honrada por los fieles, sus consiervos, para gloria del Señor.

Cuando Dios obra maravillas junto a los cuerpos de los santos difuntos, ¿qué otra cosa hace sino dar testimonio de que para él no perece lo que muere? También hace que, a partir de ahí, se entienda el gran honor de que disfrutan a su lado las almas de los mártires, si la carne exánime está adornada con tanta eficacia ante la divinidad. Hablando el apóstol de los miembros de la Iglesia, tomó una comparación de los miembros de nuestro cuerpo, a saber: A nuestros miembros más viles los rodeamos de mayor honor10; de idéntica manera, la providencia del Creador, otorgando a los cadáveres de los mártires los testimonios tan preclaros de los milagros, rodea de mayor honor los despojos exánimes de los hombres, y lo que, al desaparecer la vida, permanece ya como deforme, es el lugar donde se manifiesta más claramente el dador de la vida.