SERMÓN 271

Traductor: Pío de Luis, OSA

La fiesta de Pentecostés

Brilla para nosotros, hermanos, el día grato en que la Iglesia santa aparece llena de resplandor ante los ojos de los fieles y de fervor en los corazones. Celebramos, efectivamente, el día en que Jesucristo, el Señor, después de resucitado y glorificado por su ascensión, envió al Espíritu Santo. Está escrito en el evangelio: Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba; ríos de agua viva fluirán del seno de quien crea en mí. El mismo evangelista explicó a continuación dichas palabras con estas otras: Esto lo decía refiriéndose al Espíritu Santo que iban a recibir los que creyeran en él. En efecto, todavía no había sido otorgado el Espíritu, porque Jesús aún no había sido glorificado1. Sólo quedaba que, una vez glorificado Jesús tras haber resucitado de entre los muertos y haber ascendido a los cielos, se otorgase ya el Espíritu Santo, enviado por quien lo había prometido. Y así sucedió. El Señor subió al cielo después de haber pasado cuarenta días con sus discípulos tras la resurrección y, a los cincuenta días de ella, envió al Espíritu Santo. Así está escrito: De repente se produjo un ruido proveniente del cielo, como el de un viento recio, y aparecieron ante ellos lenguas como de fuego que se posaron sobre cada uno de los presentes, y comenzaron a hablar en todas las lenguas, según el Espíritu les concedía hablarlas2. El viento limpiaba de paja carnal los corazones; el fuego consumía el heno de la vieja concupiscencia; las lenguas que hablaban los llenos del Espíritu Santo anticipaban a la Iglesia que iba a estar presente en las lenguas de todos los pueblos.

Después del diluvio, la impía soberbia de los hombres construyó una torre altísima contra Dios. A consecuencia de ello, el género humano mereció la división mediante la diversificación de las lenguas, de forma que cada pueblo hablaba la propia, con la consecuencia de que no le entendían los demás3. De idéntica manera, la humilde piedad de los fieles aportó a la unidad de la Iglesia la diversidad de las lenguas, de modo que la caridad reúne lo que la discordia había dispersado. Asimismo los miembros dispersos del género humano, cual si fuera un solo cuerpo, son restituidos y unidos a Cristo, cabeza única, y se fusionan en la unidad del cuerpo santo gracias al fuego del amor. De este don del Espíritu Santo están totalmente alejados los que odian la gracia de la paz, los que no perseveran en la sociedad de la unidad. Aunque también ellos se congregan hoy con toda solemnidad, aunque escuchen estas mismas lecturas que narran la promesa y el envío del Espíritu Santo, las escuchan para su propia condenación, no para recibir el premio. ¿De qué les sirve acoger con el oído lo que rechazan en su corazón y celebrar este día cuya luz odian?

Vosotros, hermanos míos, miembros del cuerpo de Cristo, retoños de la unidad, hijos de la paz, celebrad este día alegres y seguros. En vosotros se cumple lo que se anunciaba en los días en que vino el Espíritu Santo. Como los que entonces recibían el Espíritu Santo, incluso cada uno en particular, hablaban en todas las lenguas, así también ahora la misma unidad habla las lenguas de todos los pueblos. En ella estáis enraizados los que tenéis el Espíritu Santo, los que no estáis separados por ningún cisma de la Iglesia de Cristo, que habla todas las lenguas.