SERMÓN 269

Traductor: Pío de Luis, OSA

El espíritu testimonia contra los cismáticos

1. Como cada año, celebramos la festividad de la venida del Espíritu Santo, que merece una afluencia masiva, a la vez que gran solemnidad en las lecturas y en el sermón. Las dos primeras cosas son ya una realidad, puesto que os habéis reunido muchísimos y habéis escuchado los textos leídos. Pasemos a la tercera; no falte el obsequio de nuestra lengua a quien concedió a unos ignorantes hablar todas las lenguas, sometió las lenguas de los hombres cultos en todos los pueblos y congregó los distintos idiomas de los pueblos en la unidad de la fe. Se produjo de repente un ruido proveniente del cielo, como el de un viento que sopla con fuerza, y aparecieron ante ellos lenguas divididas, como de fuego, que se posaban sobre cada uno de ellos, y comenzaron a hablar en lenguas según el Espíritu les concedía el hablarlas1. Aquel viento no hinchó, sino que vigorizó; aquel fuego no los quemó, sino que los reavivó. Se cumplió en ellos lo profetizado tanto tiempo atrás: No hay lengua ni idioma cuyas palabras no se oigan2, para que luego, al distribuirse para predicar el Evangelio, cumpliesen lo que sigue: En toda la tierra se oyeron sus voces, y hasta los confines del orbe de la tierra sus palabras3. ¿Qué otra cosa prefiguraba el Espíritu Santo al conceder hablar en las lenguas de todos los pueblos a quienes no conocían más que las de su propia gente -lo que quiso que fuera una prueba de su presencia- sino que todos los pueblos habían de creer en el Evangelio? Del mismo modo que entonces cada uno de los fieles hablaba las lenguas de todos, así lo haría después la unidad de la Iglesia. ¿Qué tienen que decir a esto los que no quieren incorporarse y agregarse a la comunidad cristiana que crece y da frutos en todos los pueblos? ¿Van a negar, acaso, que también ahora viene el Espíritu Santo sobre los cristianos? ¿Por qué, pues, ahora nadie, ni entre nosotros ni entre ellos, habla las lenguas de todos los pueblos -lo que entonces era la señal de que había llegado- sino porque ahora se cumple lo que entonces se simbolizaba? Entonces, en efecto, cada fiel hablaba todas las lenguas; ahora las habla todas la unidad de los fieles. En consecuencia, también ahora son nuestras todas las lenguas, puesto que somos miembros del cuerpo que las posee todas.

2. No estamos descaminados al entender que los herejes o cismáticos, aunque confiesan tener también ellos el bautismo de Cristo, no reciben el Espíritu Santo mientras no estén adheridos al organismo de la unidad por el consorcio de la caridad. Entonces poseerán también ellos las lenguas de los pueblos, porque donde estén ellas, allí mismo estarán ellos también, es decir, en el mismo Cuerpo de Cristo que se expande por doquier, si guardan la unidad del espíritu en el vínculo de la paz4. Quien no está ligado por este vínculo es un esclavo. Pues no hemos recibido -dice el Apóstol- el espíritu de servidumbre para recaer en el temor, sino que recibimos el espíritu de adopción de hijos, en el que clamamos: ¡Abba, Padre!5 Así, pues, pensamos sabiamente que, si el Espíritu Santo manifestó en aquel tiempo su presencia mediante las lenguas de todos los hombres, fue para que entendamos que, de igual modo, en este tiempo en que no se manifiesta de esa manera, nadie que esté separado de la unidad de todos los pueblos posee el Espíritu, aunque haya recibido el baño del sacramento del bautismo. Y para que nadie piense que, por lógica, quien haya recibido el bautismo en nombre de la Trinidad ha de poseer también el Espíritu Santo, dentro de la misma unidad se establecieron tantas distinciones. Así encontramos algunos que merecieron recibir el Espíritu cuando llegaron los apóstoles a Samaria después de haber sido bautizados en ausencia de ellos6. Otros -de lo que sólo poseemos un ejemplo- lo recibieron antes del bautismo; es el caso de Cornelio y sus acompañantes, a quienes se les concedió por potestad celeste, a la que ningún hombre puede oponerse, cuando estaba hablando Pedro7. Sobre otros vino nada más ser bautizados; por ejemplo, sobre aquel eunuco a quien Felipe había anunciado a Cristo sirviéndose del profeta Isaías8. Sobre unos, la gran mayoría, vino mediante la imposición de manos de los apóstoles; sobre otros sin que nadie se las impusiese, pero estando todos en oración, como aquel día, cuya memoria anual celebramos hoy, cuando estaban reunidas en un lugar cerrado ciento veinte personas, con los apóstoles entre ellos. Sobre otros sin que nadie les impusiese las manos y sin que nadie orase, pero escuchando todos la palabra de Dios, como sobre Cornelio y los de su casa, según antes mencioné. ¿Por qué, pues, tanta variedad de formas sino para que nada se atribuya a la soberbia humana, sino todo a la gracia de Dios? Por tanto, esta distinción entre la recepción del bautismo y la recepción del Espíritu Santo nos instruye lo suficiente para que no pensemos que tienen el Espíritu Santo quienes reconocemos que tienen el bautismo. ¡Cuánto menos lo recibirán los que no sólo no están armados con el amor a la unidad de los cristianos...! Pues la caridad de Dios se ha derramado en nuestros corazones; no por nosotros mismos, sino, según dice a continuación, por el Espíritu Santo que se nos ha dado9. Por lo cual, como entonces el que un solo hombre poseyese las lenguas de todos los pueblos indicaba la presencia del Espíritu Santo, así ahora lo manifiesta la caridad presente en la unidad de todos los pueblos.

3. El hombre animal -según palabras del Apóstol- no percibe las cosas del Espíritu de Dios10. Y, efectivamente, también les increpa a ellos, diciéndoles: Cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo. ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso fue crucificado Pablo por vosotros? ¿Habéis sido, por ventura, bautizados en el nombre de Pablo?11 Como el hombre espiritual goza con la unidad, así el animal se afana por crear disensión. De éstos escribe también con toda claridad el apóstol Judas: Éstos son -dice- los que se separan a sí mismos, hombres animales que no poseen el Espíritu12. ¿Hay algo más evidente? ¿Puede decirse más claro? Cesen, pues, los insensatos de halagarse a sí mismos y de decirnos: «Si pasamos a vosotros, ¿qué podemos recibir, puesto que ya poseemos el bautismo, según reconocéis?». Nuestra respuesta es: «Poseéis el bautismo de Cristo; venid a nosotros para poseer también el Espíritu de Cristo. Temed lo que está escrito: Quien no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece13. Os habéis revestido de Cristo con la forma del sacramento; revestíos de él imitando sus ejemplos: Porque Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas14. No seáis de los que tienen la forma de la piedad, pero niegan su fuerza»15. ¿Posee la piedad fuerza mayor que el amor de la unidad? Se dice en los Salmos: He visto el límite de la perfección: tu mandamiento, espacioso en extremo16. ¿Qué mandamiento es éste sino aquel del que se dijo: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros?17 ¿Por qué es espacioso? Porque el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones18. ¿Por qué es el límite de toda perfección sino porque el amor es la plenitud de la ley19, y toda la ley se resume en lo que está escrito: Amarás a tu prójimo como a ti mismo?20 Y así amáis a vuestros prójimos como a vosotros mismos que, aunque no queréis que se os atribuya a vosotros ninguna acción mala que nadie os vio hacer ni se ha probado que la hicierais, atribuís a todo el orbe de la tierra lo que ni visteis que lo hiciera ni lo recibisteis como demostrado.

4. Os parece que le decís: Señor Jesús.Y quizá escucháis atentamente, aunque sin entenderlo, lo que dice el Apóstol: Nadie dice «Señor Jesús» sino en el Espíritu Santo21. Al verbo dice le dio un resalte especial y en cierto modo peculiar. Nadie dice «Señor Jesús» sino en el Espíritu Santo; pero a condición que lo diga con la vida, no sólo con las palabras. En efecto, Señor Jesús pueden decirlo también aquellos a quienes se refieren las palabras: Haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen22. Todas las herejías, que con toda certeza también vosotros condenáis, dicen: Señor Jesús.Está claro que no ha de alejar de su reino a los que encuentre en posesión del Espíritu Santo; no obstante, dice: No todo el que me dice «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos23. Mas nadie dice «Señor Jesús» sino en el Espíritu Santo; nadie absolutamente; pero se trata de decirlo con la vida, como ya mencioné. Por eso añadió a continuación: Mas el que cumpla la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése entrará en el reino de los cielos24. El mismo Apóstol habla así refiriéndose a cierto tipo de gente: Confiesan conocer a Dios, pero lo niegan con los hechos25. Igual que se niega, también se afirma con los hechos. Entendido de esta manera, nadie dice «Señor Jesús» sino en el Espíritu Santo.Por tanto, si no os agregáis a la unidad, manteniéndoos apartados, seréis animales al no poseer el Espíritu. Si os unís ficticiamente, el Espíritu Santo de la disciplina huye del que finge26. Así, pues, reconoced que poseeréis el Espíritu Santo sólo cuando consintáis en unir vuestra mente a la unidad mediante un sincero amor. A los que os pregunten: «¿Qué vamos a recibir?», respondedles lo dicho, y nosotros mismos, hermanos, presentémonos ante ellos como ejemplos de buenas obras27, sin orgullo por mantenernos en pie y sin perder la esperanza por quienes yacen caídos.