SERMÓN 266

Traductor: Pío de Luis, OSA

Comentario al salmo 140,51

1. Entre otras palabras divinas que escuchamos al cantar el salmo, me agrada discutir y comentar de modo especial, con la ayuda del Señor, la frase que suena así: El justo me corregirá y me reprenderá con misericordia, pero el óleo del pecador no ungirá mi cabeza2. Hubo quienes creyeron que el óleo del pecador era el óleo del hombre, puesto que todo hombre es mentiroso3. El óleo de Cristo, en cambio, dado que no tuvo pecado alguno, no es óleo del pecador, aunque sea administrado por un pecador. Tres aspectos se presentan a la consideración de la mente: quién lo da, a quién lo da, por quién lo da; no temamos, pues, el óleo del pecador, puesto que el ministro intermediario no intercepta la gracia del donante.

2. Efectivamente, celebramos ahora la fiesta anual de la venida del Espíritu Santo. En el día de Pentecostés que ya ha comenzado estaban reunidos en un local ciento veinte personas, entre las cuales los apóstoles, la madre del Señor y otras personas de uno y otro sexo, en oración y a la espera de la promesa de Cristo, es decir, en espera de la llegada del Espíritu Santo4. No era vana su esperanza y espera, puesto que no era falaz la promesa del que la había hecho. Llegó lo que estaban esperando y encontró limpios los vasos que le iban a acoger. Se les aparecieron lenguas divididas, como de fuego, que se posaron sobre cada uno de ellos, y comenzaron a hablar en lenguas según el Espíritu les concedía hablarlas5. Cada uno hablaba todas las lenguas, prefigurando la Iglesia, que iba a estar presente en todos los idiomas. Un solo hombre era signo de la unidad: la totalidad de las lenguas en un solo hombre simbolizaba a todos los pueblos congregados en la unidad. Los que estaban llenos del Espíritu hablaban y quienes estaban vacíos de él se admiraban. Y lo que es digno de mayor reproche, a la admiración unían la acusación. Decían: Ésos están borrachos y llenos de vino6. ¡Qué necio e insultante reproche! Un hombre borracho no aprende una lengua extraña; más bien pierde la propia. Por la boca de ignorantes y detractores habla la verdad. Efectivamente, ellos estaban ya llenos del vino nuevo, porque se habían convertido en odres nuevos7 Los odres viejos se llenaban de admiración ante los nuevos, y por dedicarse a difamar, ni se renovaban ni se llenaban. Refutada, finalmente, la falsedad, tan pronto como prestaron oídos a los apóstoles que les dirigieron la palabra explicándoles lo que estaba acaeciendo y anunciándoles la gracia de Cristo, al escucharlos se arrepintieron; con el arrepentimiento se transformaron, y transformados creyeron; y creyendo, merecieron recibir lo que admiraban en los otros8.

3. Luego comenzó a transmitirse el Espíritu Santo por el ministerio de los apóstoles. Ellos imponían las manos, y el Espíritu descendía. Pero esto no era resultado de la obra humana; no se atribuya el ministro más de lo que le corresponde en cuanto ministro. Uno es quien da y otro quien lo sirve. Esto mismo lo atestiguó el Espíritu, para que los hombres no se atribuyesen lo que era propio de Dios. Por esta razón quiso que Simón se inflase; él, pensando que esto había que atribuirlo a los hombres, ofreció dinero a los apóstoles para que el Espíritu Santo descendiese también por la imposición de sus manos9 No conocía la gracia; pues si la hubiese reconocido, la hubiese obtenido gratuitamente. En consecuencia, por querer comprar al Espíritu, no mereció ser rescatado por obra del Espíritu. ¿Por qué quieres hincharte, ¡oh hombre!? Te basta con estar lleno, no inflado. Quien está lleno es rico; quien está inflado está vacío. «Pero se otorgaba -dicen- por manos de hombres». ¿Acaso por eso era obra humana el hecho de darlo? «Pero -dicen- no podía otorgarse más que por el ministerio de hombres santos». ¿Acaso había venido sobre ellos por ministerio humano? Los apóstoles imponían las manos y el Espíritu Santo descendía; ¿quién les impuso las manos cuando vino sobre ellos?

4. Acoged y retened los ejemplos divinos; son palabra de Dios, tienen la autoridad de la Escritura; son palabras auténticas y hechos verídicos. Lo leemos todo, creámoslo todo. El Espíritu Santo se otorgó a muchos mediante la imposición de manos de los apóstoles10; pero incluso aquellos por quienes se otorgaba lo habían recibido. ¿Cuándo? Cuando estaban reunidos en un mismo lugar ciento veinte personas. Todos oraban, ninguno imponía las manos; el Espíritu vino sobre los que estaban en oración, los llenó; llenos, los instituyó ministros, y mediante ellos otorgó lo que era suyo. Escuchad más todavía. Felipe, evangelizador en Samaria, era uno de los siete diáconos, pues por necesidad del ministerio se habían añadido siete diáconos a los doce apóstoles11. Como dije, uno de ellos era Felipe, quien, por su palabra pronta para la predicación, mereció ser llamado con propiedad evangelista. Aunque lo hicieran todos, éste, como he dicho, predicó el Evangelio en Samaria; muchos creyeron allí, y a continuación fueron bautizados. Cuando lo oyeron los apóstoles, enviaron a Pedro y a Juan para que impusiesen las manos a los bautizados, e imponiéndoles las manos obtuviesen el Espíritu Santo que invocaban. Simón, admirado de que los apóstoles poseyesen gracia tan grande, quiso ofrecerles dinero, como si fuese venal lo que era objeto de invocación12; pero fue rechazado al ser encontrado indigno de gracia tan excelsa. Así, pues, aquéllos recibieron el Espíritu por la imposición de las manos de los apóstoles. Entonces, como el tal Simón había pensado que el don de Dios dependía de los hombres, temieron que esta suposición se afianzase entre los débiles. Luego, cierto eunuco de la reina Candace venía de Jerusalén, adonde había subido a orar; sentado en el carro, leía al profeta Isaías. Entonces el Espíritu Santo dijo a Felipe que se acercase al carro. Y él, que había bautizado en Samaria, sin haber impuesto las manos a nadie, y lo había puesto en conocimiento de los apóstoles para que, llegando ellos, las impusiesen a los bautizados por él y mereciesen recibir al Espíritu Santo, se acerca al carro y pregunta al eunuco si entendía lo que estaba leyendo. Él le responde que podría entenderlo si tuviera quien se lo expusiera, y ruega a Felipe que suba al carro. Él subió, se sentó a su lado, y lo encontró leyendo lo que el profeta Isaías había predicho de Cristo: Como una oveja fue conducido al matadero13, y cuanto se relaciona con este texto. Entonces le preguntó si el profeta decía esto de sí mismo o de otro. Habiéndole abierto la ocasión la puerta, le anunció a Cristo, puerta de la salvación. Mientras esto acontecía en el camino, llegaron a un lugar donde había agua, y el eunuco dijo a Felipe: Aquí hay agua; ¿quién impide que yo sea bautizado?14 Felipe le dijo: Si crees, puedes bautizarte.Y él: Creo que Jesús es el Hijo de Dios15. Bajaron hasta el agua y Felipe lo bautizó. Después que se hubieron apartado del agua, descendió el Espíritu Santo sobre el eunuco16. Ved que estaba allí Felipe, quien había bautizado en Samaria y había conducido a los apóstoles hasta los bautizados17; los bautizó, pero sin imponerles las manos; mas el Espíritu, para mostrar que no era cierto lo que había sospechado Simón, a saber, que el Espíritu de Dios era un don humano18, vino libremente sobre el eunuco y lo hizo libre. Vino en cuanto Dios y lo llenó, del mismo modo que vino el Señor y nos redimió.

5. Quizá alguien con ganas de discutir pueda decirme que no se trata aquí del diácono que había bautizado en Samaria, sino de Felipe el apóstol, puesto que entre los apóstoles hay uno de nombre Felipe, y al que propiamente se le llama «el evangelista» es uno de los siete diáconos. Pero piense ése lo que quiera; yo resuelvo la cuestión rápidamente. Dejemos en el aire si se trata del apóstol o del diácono, cosa que calla la Escritura. En todo caso, está escrito que, apenas salió el eunuco del agua, descendió sobre él el Espíritu Santo, sin indicar que nadie le impusiera las manos. Quizá esto mismo sea poco, pues puede replicar: «Con absoluta certeza, alguien le impuso las manos, pero lo calló la Escritura».

6. -¿Qué dices, pues? -Esto digo: sobre los primeros ciento veinte, dado que el Espíritu Santo venía entonces por primera vez, descendió sin imposición de manos; mas, a partir de entonces, ya no vino sobre nadie sino mediante la imposición de las manos. -Te has olvidado del centurión Cornelio. Lee con atención y examínalo sabiamente. Cornelio era un centurión, como se lee en el mismo libro de los Hechos de los Apóstoles, en que se anuncia también la venida del Espíritu Santo. A él le fue enviado un ángel, quien le anunció que sus limosnas habían sido del agrado de Dios y sus oraciones escuchadas, y que, por tanto, debía mandar venir a Pedro, que se hallaba en Jope, en casa de un curtidor de nombre Simón. Entonces se discutía vivamente entre judíos y gentiles, es decir, entre los creyentes que provenían del judaísmo y los de la gentilidad, si había de admitirse al Evangelio a los incircuncisos. Grande era la duda al respecto cuando Cornelio lo mandó llamar. Entretanto Pedro recibió un aviso. El asunto del reino de los cielos lo tramita en un lado y en otro quien está en todas partes.

Al mismo tiempo que acontecía lo dicho en casa de Cornelio, Pedro sintió hambre en Jope, y mientras se le preparaba la comida subió a orar, y su mente fue transportada desde la tierra al cielo, no para sacarlo de su camino, sino para que viera. Llega hasta él un plato grande que descendía del cielo, cual manjar celeste para él que estaba hambriento. Este plato, suspendido de cuatro cuerdas, contenía toda clase de animales, puros e impuros. Una voz de lo alto llamó a sus puertas de hambriento: Pedro, levántate; mata y come19. Él miró con atención, vio en el plato animales impuros, que no acostumbraba a tocar, y respondió a la voz: ¡Lejos de mí, Señor! Nunca alimento vulgar e impuro entró en mi boca20. La voz le replicó: No llames tú impuro a lo que Dios ha purificado21. Aquí no se ofrecía a Pedro un alimento carnal, antes bien se le anunciaba que Cornelio era puro. Esto aconteció por tres veces, y el plato volvió al cielo. El misterio resulta patente. El plato es el orbe de la tierra. Las cuatro cuerdas que lo sujetan son los cuatro puntos cardinales que menciona la Escritura al decir: De oriente y de occidente, del norte y del mar22. Los animales son los pueblos todos. En el triple descenso se nos insinúa la Trinidad. Pedro es la Iglesia; Pedro hambriento, la Iglesia anhelando la fe de los gentiles. La voz del cielo, el santo evangelio. Mata y come: da muerte a lo que ellos son y transfórmalos en lo que eres tú. Nada más mostrar Pedro su disconformidad con la orden, se le comunicó que algunos soldados enviados por Cornelio querían verlo. El Espíritu Santo dijo a Pedro: Acompáñalos; yo los he enviado23. Pedro se puso en camino, sin dudar ya del significado de la visión. Según leemos, se le anuncia a Cornelio, le sale al encuentro, se postra ante él humildemente, y se levanta más humilde aún. Llegan a su casa donde se encuentran reunidos muchos otros. Refieren a Pedro por qué lo fueron a buscar y le agradecen su presencia allí. De esta manera, abriendo su boca, comenzó a evangelizar a los incircuncisos la gracia de Jesucristo, el Señor, sobre lo que se centraba la discusión. Acompañaban a Pedro algunos creyentes del judaísmo que podían sentirse turbados por el bautismo de un incircunciso; entonces precisamente dijo Pedro: Vosotros sabéis, hermanos, cuán abominable ha de ser para un judío el acercarse o juntarse con un gentil; pero Dios me ha manifestado que nadie debe llamar vulgar o impuro a un hombre24. Él, hambriento, puso su mirada en el plato25.

7. ¿Dónde están -he contado todo lo anterior pensando en lo que voy a decir-, dónde están los que decían que un hombre puede otorgar al Espíritu Santo? Ante el anuncio de Pedro, creyeron Cornelio y todos los que estaban con él, es decir, gentiles; e inmediatamente, antes de ser bautizados, se llenaron del Espíritu Santo26. ¿Qué puede responder a esto la soberbia humana? El Espíritu Santo vino no sólo antes de la imposición de las manos, sino incluso antes del bautismo, porque así lo quiso, no porque hubiera de ser necesariamente así. Vino con anterioridad al baño del bautismo para eliminar la controversia en torno a la circuncisión. Los malintencionados o quienes nada habían entendido podían haber dicho a Pedro: «Obraste mal al otorgar el Espíritu Santo». Ved cumplido, ved la prueba de lo que dice el Señor: El Espíritu sopla donde quiere27. Ved hecho realidad, ved cuán verdadero resulta lo que había dicho el Señor: El Espíritu sopla donde quiere.Y, con todo, el hereje soberbio aún no expulsa de sí el espíritu de arrogancia. Todavía dice: «Es cosa mía; no lo recibas de aquél, sino de mí». Le respondes: «Busco lo que es de Dios». Él replica: «¿No has leído: El ungüento del pecador no ungirá mi cabeza28 Entonces, ¿es óleo tuyo? Si es tuyo, no lo quiero; si es tuyo, es malo. Si, por el contrario, es de Dios, es bueno, aunque me llegue a través de ti, que eres malo. El fango no mancha el rayo de sol, y ¿manchas tú el óleo de Dios? Así, pues, para mal tuyo lo tienes, pues tienes lo que es bueno, siendo tú malo. Lo que es de Dios lo recibiste siendo malo, porque, al estar separado, no recogiste, sino que esparciste. Quienes comen indignamente, comen y beben su propia condenación29; ¿acaso no comen, por el hecho de hacerlo indignamente? Cristo dio un bocado a Judas, que era indigno, y él lo recibió para su condenación30. ¿Lo recibió, acaso, de una persona mala? ¿Recibió, acaso, algo malo? Si es culpable, se debe a que recibió un bien de una persona buena, siendo él malo. Así, pues, el óleo del pecador no es el óleo de la salvación. Si se lo recibe bien, es un bien, y, aunque se lo reciba mal, es un bien. ¡Ay de los hombres que reciben mal un bien!

8. Pon atención a lo que quiere decir la Escritura, por si tal vez nos indica algo que esté claro a una mejor comprensión. El justo -dijo- me corregirá con misericordia31. Quien reprende, aunque hiera, quiere, ama; el adulador engaña; aquél se compadece, éste te envuelve. Dura es la vara de quien hiere, y suave el óleo de quien halaga. He aquí que todos los aduladores ungen la cabeza, pero no sanan el corazón. Ama a quien te reprende, guárdate del adulador; pues si amas a quien te reprende con verdad y te guardas de quien te adula con falsedad, puedes proclamar lo que se cantó: El justo me corregirá y me reprenderá con misericordia, pero el óleo del pecador -es decir, los halagos del adulador- no ungirá mi cabeza32. Cabeza pingüe equivale a cabeza grande, y cabeza grande, a cabeza soberbia. Mejor es un corazón sano que una cabeza grande; pero un corazón sano lo hace la vara del que corrige; la cabeza grande, en cambio, el óleo del pecador, es decir, la lisonja del adulador. Si te has procurado una cabeza grande, guárdate del peso de la misma, no sea que te lleve al precipicio. Pienso que es suficiente lo dicho sobre ese único versículo del salmo con la ayuda del Señor, que edifica también vuestros corazones en lo secreto.