SERMÓN 265

Traductor: Pío de Luis, OSA

La ascensión del Señor

1. 1. En este día solemne exhortemos a quienes conocen su significado e instruyamos a los negligentes. Hoy celebramos solemnemente la ascensión del Señor al cielo. En efecto, el Señor, nuestro Salvador, después de despojarse del cuerpo y de haberlo tomado de nuevo al resucitar de entre los muertos, se manifestó vivo a sus discípulos, que, al verle morir, habían perdido toda esperanza. Luego se prestó para que lo vieran con los ojos y lo tocaran con las manos, edificando su fe y mostrándoles la realidad del cuerpo. Era poco para la fragilidad humana y para la debilidad temblorosa el que tan gran milagro se les mostrase un solo día, sustrayéndose luego a sus ojos; por eso -como hemos escuchado en la lectura de los Hechos de los Apóstoles- los acompañó en la tierra durante cuarenta días, entrando y saliendo, comiendo y bebiendo1; no porque sintiera necesidad, sino para demostrar la verdad de su cuerpo. A los cuarenta días precisos, viéndolo y siguiéndolo ellos con la mirada, subió al cielo2. Es lo que hoy celebramos.

2. Después que, llenos de asombro, le vieron ascender y se alegraron de que subiera a lo alto -el que la cabeza vaya delante es garantía para los miembros-, escucharon también la voz de los ángeles: Varones de Galilea, ¿por qué estáis plantados mirando al cielo? Este mismo Jesús vendrá así, como lo habéis visto subir al cielo3. ¿Que significa: Vendrá así? Vendrá en la misma forma, para que se cumpla lo que está escrito: Verán al que traspasaron4. Vendrá así. Vendrá a los hombres, vendrá como hombre, pero como hombre Dios. Vendrá como verdadero Dios y como verdadero hombre, para divinizar al hombre. Ascendió el juez del cielo; sonó el pregonero celeste. Sea buena nuestra causa, para no temer el juicio futuro. Subió ciertamente; quienes nos lo anunciaron lo presenciaron; quienes no fueron testigos lo creyeron; otros, al no darle fe, lo convirtieron en objeto de irrisión. Pues no todos tienen la fe5. Y puesto que no todos tienen la fe y conoce el Señor a los que son de él6, ¿a qué discutir sobre la ascensión de Dios a los cielos? Maravillémonos, más bien, de que Dios bajara a los infiernos. Maravillémonos de la muerte de Cristo; en cambio, su resurrección sea objeto de alabanza más que de extrañeza. Nuestro pecado es nuestra perdición, y la sangre de Cristo el precio pagado por nosotros. La resurrección de Cristo es nuestra esperanza; su segunda venida, la realidad de lo esperado. Hay que esperar, hasta que venga, al que está sentado a la derecha del Padre. Diga nuestra alma sedienta de él: «¿Cuándo vendrá?», y: Mi alma tiene sed del Dios vivo7. «¿Cuándo vendrá? Ciertamente vendrá; pero ¿cuándo?» Deseas que venga; ¡ojalá te encuentre preparado!

2. 3. Mas no creamos que somos sólo nosotros quienes tenemos tal deseo de nuestro Señor, que nos impulsa a decir: «¿Cuándo vendrá?» El mismo deseo lo tuvieron también sus discípulos. Si pudiera deciros a vosotros que suspiráis por él y estáis esperándole, que estáis pendientes de él y deseáis saber cuándo vendrá el Señor nuestro Dios; si pudiera decíroslo, ¡quién no sería yo para vosotros! Pero, si no pensáis en poder oír de mí tal cosa -y, si tenéis esa esperanza, no estáis cuerdos-, tengo la certeza de que, si tuvierais ante vuestros ojos y vuestras manos al mismo Señor Jesucristo presente corporalmente, vivo y en diálogo con vosotros, llevados por el deseo de saberlo, le preguntaríais y le diríais: «Señor, ¿cuándo vas a venir?» Los mismos discípulos se lo preguntaron al Señor Jesucristo que veían presente. Ya que no podéis hacerle la pregunta que ellos le hicieron, escuchad lo que ellos escucharon. Ellos estaban presentes entonces cuando nosotros aún no existíamos; pero, si les damos fe, ellos le preguntaron en lugar nuestro y en lugar nuestro escucharon la respuesta de su boca. Así, pues, los discípulos de Cristo, que iban a seguirle con la mirada cuando subiera al cielo, le preguntaron con estas palabras: Señor, ¿es ahora cuando te vas a manifestar?8 ¿A quién se lo decían? Al que tenían ante ellos. ¿Es ahora cuando te vas a manifestar? ¿Y qué significa eso? ¿No le tenían ante sus ojos? ¿No lo escuchaban y lo tocaban teniéndole presente? ¿Qué significa: Es ahora cuando te vas a manifestar, sino que sabían que el juicio futuro tendrá lugar en presencia de Cristo, para que lo vean tanto los suyos como los extraños? En efecto, después de haber resucitado, sólo los suyos lo vieron. Sabían y creían que habrá un tiempo futuro en el que el que fue juzgado será juez, y el que fue reprobado aprobará y reprobará; un tiempo en el que, visible a ambas categorías de hombres, pondrá a unos a su derecha y a otros a su izquierda. Sabían que ha de decir palabras específicas para aquéllos y para éstos, que su oferta no la recibirán todos y que su amenaza tampoco la temerán todos. Sabían que eso ha de suceder, pero preguntaban cuándo. ¿Es ahora cuando te vas a manifestar? No ciertamente a nosotros, puesto que te estamos viendo; te manifestarás también a quienes no han creído en ti. Si es ahora cuando te vas a manifestar, dinos también cuándo vas a manifestar el reino de Israel. Dos cosas le preguntaron: si se manifestaría él mismo y si manifestaría entonces el reino de Israel. ¿Qué reino? Aquel del que decimos: Venga tu reino9. ¿Qué reino? Aquel sobre el cual oirán los que están a la derecha: Venid benditos de mi Padre; recibid el reino preparado para vosotros desde el comienzo del mundo10; circunstancia en que dirá también a los de su izquierda: Id al fuego eterno, que está preparado para el diablo y sus ángeles11. Palabras terribles y tremendas, pero: La memoria del justo será eterna; nada malo temerá oír12. A cada uno una cosa, pero en unos y otros será veraz, porque en ambos será justo.

3. 4. Escuchemos si oyeron lo que deseaban; si no lo oyeron, quedémonos con lo que ellos escucharon y dejemos de temer lo que ha de venir. Señor, ¿es ahora cuando te vas a manifestar?13 Digámosle también nosotros, imaginándonos tenerlo corporalmente presente ante nosotros: Señor, ¿es ahora cuando te vas a manifestar y cuando vas a restablecer el reino de Israel? ¿Es ahora cuando vas a restablecer el reino para los tuyos, el reino para los humildes, y a mostrar la hinchazón de los soberbios? Esto es ciertamente lo que buscabais y lo que deseabais oír. Veamos lo que les respondió. No tomen a deshonra los corderos oír lo que oyeron los carneros. Escuchemos lo que dijo el mismo Señor. ¿A quiénes? A Pedro, a Juan, a Andrés, a Santiago y a los restantes, personajes tan notables, tan cualificados, tan dignos; a los que encontró indignos, pero transformó en dignos. ¿Qué respondió a quienes le preguntaban: Es ahora cuando te vas a manifestar y cuando vas a manifestar el reino de Israel? No os corresponde a vosotros conocer el momento que el Padre se ha reservado en su poder14. ¿Qué es esto? Se le dice a Pedro: No os corresponde a vosotros; y ¿dices tú: «Me corresponde a mí»? No os corresponde a vosotros conocer el momento, que el Padre se ha reservado en su poder. Creéis, y creéis bien, que ha de venir. Mas ¿qué te importa cuándo ha de venir? Prepárate para cuando llegue. No os corresponde a vosotros conocer el momento que el Padre se ha reservado en su poder. ¡Retírese la curiosidad y preséntese la piedad! ¿Qué te importa a ti cuándo vendrá? Vive como si fuera a venir hoy y no temerás cuando llegue.

4. 5. Con todo, considerad el procedimiento y la pedagogía del maestro bueno, maestro singular, maestro único. No les respondió a lo que le preguntaban, y sí a lo que no le habían preguntado. Sabía, en efecto, que no les convenía saber lo que le preguntaron; pero lo que sabía que les convenía, se lo dijo aun sin preguntárselo ellos. No os corresponde a vosotros -les dijo- conocer el momento. ¿Adónde te conduce conocer el momento? De lo que se trata es de liberarse del tiempo, y ¿tú vas buscándolo? No os corresponde a vosotros conocer el momento, que el Padre se ha reservado en su poder15. Y como si se le hubiese replicado: «¿Qué nos corresponde a nosotros?», escuchemos ahora lo que es, sobre todo, de nuestra incumbencia; escuchémoslo ahora mismo. Le preguntaron sobre lo que no convenía que les respondiese; pero dijo lo que convenía que escucháramos. No os corresponde a vosotros conocer el momento que el Padre se ha reservado en su poder. Pero, ¿qué os corresponde a vosotros saber?

5. 6. Antes bien, recibiréis el poder del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos. ¿Dónde? En Jerusalén16. Esto era lo que lógicamente teníamos que escuchar, pues en estas palabras se anuncia la Iglesia, se pregona la Iglesia, se proclama la unidad y se condena la división. Se dijo a los apóstoles: Seréis mis testigos. Seréis mis testigos, se dice a los fieles, a los vasos de Dios, a los vasos de misericordia17. ¿Dónde? En Jerusalén, donde me dieron muerte; en toda Judea, y Samaria, y hasta los confines de la tierra18. Ved lo que habéis de oír y retener. Sed la esposa y esperad tranquilos al esposo. La esposa es la Iglesia. ¿Dónde se anuncia que ha de existir la que ellos proclamarán en condición de testigos; dónde se anuncia que ha de existir? Muchos, en efecto, han de decir: «Hela aquí». Los escucharía si no me dijera otro: «Hela allí». Ya me dirigía hacia allí, pero otro con voz semejante reclama mi atención: «Mírala aquí». Desde un lado dices tú: «Hela aquí»; de otra parte dice otro: «Hela allí». Preguntemos al Señor, interpelémosle a él. Callen las partes; escuchemos a la totalidad. Dice éste desde una esquina: «Aquí está»; desde la otra dice aquél: «No está ahí, sino aquí». Dinos tú, Señor, dónde está; indícanos tú a la que redimiste, muéstranos tu amada. Nos invitaste a tus bodas; muéstranos tu esposa, no sea que, con nuestras disputas, perturbemos tus deseos. Él nos la indica y nos la muestra, sin duda: ni abandona a los deseosos de saber ni ama a los profesionales de la disputa. Lo dice a sus discípulos, aunque no se lo preguntan, para oponerse a quienes crean litigios. Y hasta es posible que los apóstoles no le hayan preguntado esto debido a que los ladrones aún no habían dividido el rebaño de Cristo. Nosotros que hemos experimentado ya los dolores de la división, busquemos con afán el cuajo de la unidad. Los apóstoles le preguntan por el momento del juicio, y el Señor les responde con el tiempo de la Iglesia. No respondió a lo que le preguntaron, pero preveía nuestros dolores. Seréis -dijo- mis testigos en Jerusalén. Pero esto es poco. No pagaste un precio tan alto para comprar sólo esto: En Jerusalén. Añade algo más: Y hasta los confines de la tierra. Has llegado hasta los confines, ¿por qué no pones fin a tus disputas? Que nadie me diga ya: «Ve que está aquí» o «No ahí, sino aquí». Cierre la boca la presunción humana; escuchemos el anuncio divino y quedémonos con la verdadera promesa: En Jerusalén, y en toda Judea, y Samaria, y hasta los confines de la tierra. Tras estas palabras, una nube lo envolvió19. Ya no era necesario que añadiese más, para evitar otros pensamientos.

6. 7. Hermanos: con gran interés suelen escucharse las últimas palabras de un padre que está a punto de ir al sepulcro; ¿y se van a despreciar las últimas palabras del Señor antes de subir al cielo? Supongamos que nuestro Señor dejó un testamento escrito y que en ese testamento están sus últimas palabras. Previó, en efecto, las futuras disputas de sus malos hijos, previó a los hombres que intentarían hacer parcela propia lo que era posesión de otro. ¿Por qué no dividir entre sí lo que no compraron? ¿Por qué no partir aquello por lo que nada pagaron? Pero él no quiso que se dividiera la túnica inconsútil tejida de abajo arriba; recurrió al sorteo20. En aquella prenda de vestir está simbolizada la unidad; en ella está anunciada la caridad: es ella misma, tejida de arriba abajo. De la tierra nace la ambición; de lo alto la caridad. Obrad en consecuencia, hermanos; el Señor dejó un testamento escrito; en él están sus últimas palabras. Examinadlo, os lo suplico; que os conmueva a vosotros como me conmueve a mí; que os conmueva, si es posible.

7. 8. En su ser humano, Cristo ha sido glorificado dos veces: la primera, al resucitar al tercer día de entre los muertos; la segunda, al ascender al cielo en presencia de sus discípulos. Estas dos son, pues, las glorificaciones que ya han tenido lugar y que se presentan a nuestra consideración. Queda todavía otra, también ante la mirada de los hombres: cuando se presente para el juicio. El evangelista Juan había dicho a propósito del Espíritu Santo: Aún no había sido entregado el Espíritu Santo, puesto que Jesús aún no había sido glorificado21. Aún no había sido entregado el Espíritu Santo. ¿Por qué? Porque Jesús aún no había sido glorificado. Estaban, pues, a la espera de la donación del Espíritu, una vez glorificado Jesús. Es lógico, por tanto, que a la doble glorificación de la resurrección y ascensión correspondiese una doble donación del Espíritu. Uno solo fue quien lo dio, un único Espíritu fue lo que dio, a la unidad lo dio; pero dos veces lo dio. La primera, después de resucitar, cuando dijo a sus discípulos: Recibid el Espíritu Santo22. Y sopló sobre sus rostros. Ésa fue la primera vez. Luego prometió que aún enviaría el Espíritu Santo, diciendo: Recibiréis el poder del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros23; y en otro lugar: Permaneced en la ciudad, pues yo cumpliré la promesa que habéis oído -dijo- de mi boca24. Después de su ascensión, transcurridos diez días, envió al Espíritu Santo: es la próxima solemnidad de Pentecostés.

8. 9. Atended, hermanos míos. Alguien podrá preguntarme: «¿Por qué donó dos veces el Espíritu Santo?» Muchos han hablado abundantemente al respecto, investigando desde su condición de hombres. Dieron explicaciones que no contradicen la fe; unos una, otros otra, sin que ninguna se salga de la regla de la fe. Si yo os dijera que conozco por qué lo dio dos veces, os estaría mintiendo. No lo sé. Si alguien dice saber lo que desconoce, es un temerario; quien niega saber lo que realmente sabe, es un ingrato. Por tanto, os confieso que aún estoy investigando por qué el Señor otorgó dos veces el Espíritu Santo; quiero llegar a una certeza mayor. Ayúdeme el Señor por vuestras oraciones para que no guarde para mí lo que él se digne concederme. Así, pues, lo ignoro. Con todo, no callaré no ya lo que sé, sino lo que opino, pues aún no lo tengo por cierto, como lo tengo el que Jesús entregó el Espíritu. No callaré lo que pienso. Si mi opinión es verdadera, que el Señor la confirme; si hay otra explicación con mayores visos de verdad, que el Señor nos la conceda. Yo juzgo -mera opinión- que el Espíritu Santo fue dado dos veces para encarecernos los dos preceptos de la caridad. En efecto, dos son los preceptos y uno solo el amor: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma; y: Amarás al prójimo como a ti mismo. En estos dos preceptos se resumen toda la ley y los profetas25. Uno solo es el amor y dos son los preceptos; uno solo es el Espíritu y dos las donaciones del mismo. No fue dado uno antes y otro después, puesto que no es uno el amor que ama al prójimo y otro el que ama a Dios. No se trata, por tanto, de un amor distinto. Amamos a Dios con el mismo amor con el que amamos al prójimo. Mas como una cosa es Dios y otra el prójimo, aunque sean amados con un mismo amor, no por eso lo amado es una sola cosa. Aunque se nos encarece en primer lugar el amor de Dios, por ser mayor, y luego el amor al prójimo, se comienza por el segundo para llegar al primero: Pues si no amas al hermano, a quien ves, ¿cómo puedes amar a Dios, a quien no ves?26 Quizá por eso, para enseñarnos el amor al prójimo, cuando aún se hallaba en la tierra, visible y cercano a los demás, otorgó el Espíritu Santo soplando sobre sus rostros; y sobre todo desde la Caridad que está en los cielos, desde el cielo envió al Espíritu Santo. Recibe en la tierra al Espíritu Santo, y amas al hermano; recíbelo del cielo, y amas a Dios. También es del cielo lo que recibiste en la tierra. Cristo lo dio en la tierra, pero lo que dio es del cielo. Lo dio quien descendió del cielo. Aquí halló a quien dárselo, pero lo que dio lo trajo de allí.

9. 10. ¿Qué decir, entonces, hermanos? ¿Acaso he de recordaros también cómo el amor se refiere al Espíritu Santo? Escuchad a Pablo: Y no sólo esto -dijo- sino que nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación obra la paciencia; la paciencia, la prueba; la prueba, a su vez, la esperanza; la esperanza no confunde, puesto que el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones27. ¿De dónde se ha derramado en nuestros corazones el amor de Dios? ¿De dónde? ¿Por qué te lo atribuías a ti mismo? ¿Por qué presumías como si proviniera de ti? ¿Qué tienes que no hayas recibido?28 ¿De dónde, pues? Así sigue: Por el Espíritu Santo que se nos ha dado29.

11. Este amor no se posee si no es dentro de la unidad de la Iglesia. No lo tienen quienes la dividen, según dice el apóstol Judas: Éstos son los que se separan a sí mismos, hombres animales, que no tienen el Espíritu30. Quienes se separan a sí mismos. ¿Por qué se separan? Porque son hombres animales, que no poseen el Espíritu. Por eso fluyen, porque no tienen el cuajo del amor. De ese amor está llena aquella gallina que se hace débil en atención a sus polluelos, que a su lado cloquea y extiende sus alas: ¡Cuántas veces -dijo- quise reunir a tus hijos!31 Reunir, no dividir. Puesto que -dijo- tengo otras ovejas que no son de este redil, y conviene que las traiga, para que haya un solo rebaño y un solo pastor32. Con razón no escuchó al hermano que lo interpelaba en contra de otro hermano y le decía: Señor, di a mi hermano que divida conmigo la herencia33. Señor -dijo-, di a mi hermano. ¿Qué? Que divida conmigo la herencia. Y el Señor: Di, ¡oh hombre! ¿Cómo quieres dividir sino en tu condición de hombre? Si, pues, uno dice: Yo soy de Pablo, y otro: Yo soy de Apolo, ¿no sois hombres?34 Dime, ¡oh hombre!, ¿quién me ha constituido partidor de la herencia entre vosotros?35 Vine a reunir, no a dividir. Por tanto, os digo que os guardéis de cualquier codicia36. La codicia desea dividir como la caridad quiere reunir. ¿Qué significa: Guardaos de cualquier codicia, sino: «Llenaos de amor»? Nosotros, poseyendo el amor en la medida de nuestra capacidad, interpelamos al Señor contra un hermano, como aquél, pero no con las mismas palabras ni con idéntica súplica. Pues aquél decía: Señor, di a mi hermano que divida conmigo la herencia; nosotros le decimos: «Señor, di a mi hermano que posea conmigo la herencia».

10. 12. Ved, por tanto, hermanos, qué debéis amar ante todo y a qué debéis adheriros firmemente. El Señor, glorificado en su resurrección, nos recomienda a la Iglesia; glorificado en su ascensión, nos recomienda otra vez a la Iglesia; enviando al Espíritu Santo desde el cielo, nos recomienda de nuevo a la Iglesia. ¿Qué dijo a sus discípulos al resucitar? Esto os decía cuando aún estaba con vosotros: que convenía que se cumpliera todo lo que está escrito sobre mí en la ley, los profetas y los salmos. Entonces les abrió la inteligencia para que comprendiesen las Escrituras, y les dijo: Así está escrito, y así convenía que Cristo padeciera y resucitase de entre los muertos al tercer día37. ¿Dónde menciona la Iglesia? Y que en su nombre se predicase la penitencia y el perdón de los pecados. Y esto ¿dónde? Por todos los pueblos, comenzando por Jerusalén38. Así sucedió cuando fue glorificado en la resurrección. ¿Qué dijo a punto de ser glorificado mediante la ascensión? Lo que escuchasteis: Seréis mis testigos en Jerusalén, y en toda Judea, y Samaria, y hasta los confines de la tierra39. ¿Qué sucedió cuando vino el Espíritu Santo? Vino el Espíritu Santo, y los primeros en ser llenos de él hablaban las lenguas de todos los pueblos40. Cada uno hablaba las lenguas de todos. ¿Qué significaba esto sino la unidad entre todas las lenguas? Aferrados a esto, apoyados, fortalecidos y clavados en esta fe mediante un amor inquebrantable, alabemos como niños al Señor y cantemos el Aleluya. Pero ¿en una sola parte? ¿Desde dónde? ¿Hasta dónde? Desde la salida del sol hasta el ocaso, alabad el nombre del Señor41.