SERMÓN 260 E (= Guelf. 19)

Traductor: Pío de Luis, OSA

Exhortación a dar testimonio de la Verdad1

1. Cuando los bienaventurados apóstoles comenzaron a hacer prodigios y curaciones en el nombre de Cristo, los judíos, llenos de cólera, les prohibieron hablar en el nombre de quien los había elegido y les había concedido ser como eran. Pero ellos les respondieron: Juzgad vosotros si es justo ante Dios obedeceros a vosotros antes que a él; no podemos callar lo que hemos visto y oído2. Se declararon testigos de Cristo; a los que en nuestra lengua llamamos testigos, en griego se les denomina mártires. Así pues, al decir: No podemos callar lo que hemos visto y oído, desatendieron la prohibición de unos hombres para obtener la bendición de Dios. Ellos vieron y oyeron; y nosotros, ¿qué? También nosotros debemos predicar. Pero nada hemos visto. Prediquemos, por tanto, lo que hemos oído, puesto que dice el Apóstol: La fe viene por la escucha, y la escucha por la palabra de Cristo3. A Cristo el Señor lo vieron en la carne los habitantes de Judea, pero no los gentiles; y, sin embargo, los que no lo vieron, oyeron y creyeron, mientras que quienes lo vieron lo despreciaron y le dieron muerte. Nosotros, pues, estábamos destinados a oír, no a ver; la visión es algo que nos está reservado, de modo que al fin del mundo veremos lo que ahora creemos. El mismo Señor nos veía de antemano a nosotros cuando decía por el profeta: El pueblo que no conocí me sirvió. Aquel al que conocí me opuso resistencia; aquel al que no conocí me sirvió4. ¿A qué se debe que te sirviera el pueblo que no conociste, es decir, al que no mostraste la presencia de tu carne, a cuyos ojos no presentaste tus cicatrices después de la resurrección? ¿A qué se debe el que te sirviera? Sigue leyendo y escucharás: Me obedeció con la obediencia de la escucha5.

2. Decid también vosotros: «No podemos callar lo que oímos y no anunciar a Cristo, el Señor». Que cada cual lo anuncie donde pueda, y será un mártir. Se da a veces que un hombre no sufre persecución pero teme verse avergonzado. Le acontece, por ejemplo, hallarse en un banquete con paganos, y se avergüenza de proclamarse cristiano. Si tanto teme a su compañero de mesa, ¿cómo podrá despreciar al perseguidor? Anunciad a Cristo donde podáis, a quien podáis y cuando podáis. Se os pide la fe, no la elocuencia; hable en vosotros la fe, y será Cristo quien hable. Pues, si tenéis fe, Cristo habita en vosotros. Habéis escuchado el salmo: Creí, y por eso hablé6. No pudo creer y quedarse callado. Es ingrato para con quien le llena a él el que no da; todos deben dar de aquello de lo que han sido llenados. En él nace una fuente tal que conoce el manar, pero no el secarse: Se originará en él una fuente de agua que salta hasta la vida eterna7. Le anunciáis con seguridad, porque de la fuente de la verdad no mana la mentira; lo que tenéis en la lengua lo habéis recibido. Si quisierais decir algo personal vuestro, seríais mentirosos. Lo dice el mismo salmo: Yo dije en mi arrobamiento: Todo hombre es mentiroso. ¿Qué significa que Todo hombre es mentiroso?8 Todo Adán es mentiroso. Despójate de Adán y revístete de Cristo, y dejarás de ser mentiroso. Baste a vuestra caridad lo dicho, puesto que aún hay mucho que hacer.