SERMÓN 260 D (= Guelf. 18)

Traductor: Pío de Luis, OSA

Alocución a los recién bautizados

1. Vuestra Caridad sabe que el domingo, es decir, hace ocho días, cantamos por primera vez al Señor lo que hemos repetido hoy: Éste es el día que hizo el Señor1. ¿Hay algún día que no lo hiciera el Señor? Bajo el término «día», el Espíritu de Dios deseaba encarecernos una obra particularísima del Señor. Entre todas las obras de Dios, ¿hay alguna más perfecta que un fiel cristiano? Como recordamos también en aquella fecha, al comienzo de la creación dijo Dios: Hágase la luz, y se hizo la luz. Y Dios estableció la separación entre la luz y las tinieblas. A la luz la llamó día y a las tinieblas noche2. Si llamó día a la luz, no hay duda de que son luz aquellos a quienes dice el Apóstol: En otro tiempo fuisteis tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor3. Todos los santos, todos los fieles y, en consecuencia, todos los justos -puesto que el justo vive de la fe-4, unidos en armoniosa unidad, son día. La unidad de todos es también un único día. ¿Cómo no van a ser un único día aquellos de quienes se dice en los Hechos de los Apóstoles que tenían un alma sola y un solo corazón en el Señor?5 También Dios dividió a los hombres en día y noche, en luz y tinieblas, para otorgar a la luz la eternidad y a las tinieblas la condenación. Tal división no es visible todavía, pero Dios ya la estableció. Un hombre que vive mal no puede estar predestinado por Dios a ser luz, ni otro que vive bien a ser noche. Dios ha establecido ya la división, pero la mantiene oculta en sí, no sea que el día se ensoberbezca y se convierta en noche. Hay, en efecto, algunos que quieren atribuir a su propia virtud el ser justos, y se atreven a decir con corazón infernal y boca sacrílega lo siguiente: «Dios nos hizo hombres, pero el ser justos es obra nuestra». Si son ellos quienes se hacen justos, no son este día que hizo el Señor. El fiel, convertido de tinieblas en luz, a quien dice el Apóstol: En otro tiempo fuisteis tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor, ha de repetir con el mismo Apóstol: No merezco llamarme apóstol, dado que perseguí a la Iglesia de Dios6. He aquí la noche, he aquí las tinieblas. Cuando perseguía a la Iglesia de Dios, las tinieblas posaban sobre el abismo7. Le llamó el Señor de lo alto: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?8 Se disiparon las tinieblas, apareció la luz. Comenzó a anunciar al que perseguía y dijo: No merezco llamarme apóstol, pues perseguí a la Iglesia de Dios. ¿De dónde te ha llegado lo que eres? Por la gracia de Dios soy lo que soy9. He aquí el día que hizo el Señor.

2. Me dirijo, pues, a vosotros, día único, criaturas mal nacidas de Adán, pero bien renacidas en Cristo. Ved que sois día; que fue el Señor quien os hizo. Él ahuyentó de vuestros corazones las tinieblas de los pecados y renovó vuestra vida. Hoy os mezclaréis con el resto del pueblo. Elegid a quienes vais a imitar; no elijáis a los perdidos para ser sus compañeros de perdición. No digáis: «¿Por qué? ¿No es un fiel ese que se emborracha? ¿No es un fiel ese otro que tiene mujer y concubina? ¿No son fieles fulano y mengano, que juran falsamente a diario para aumentar sus ganancias, que prestan su dinero a interés y van a consultar a la pitonisa? ¿No es fiel aquel otro que, cuando siente dolor de cabeza, cuelga de su cuello los amuletos, o el que hace lo mismo porque no quiere morir?». Si ésta es vuestra forma de razonar, estáis perdidos.

Os conjuro ante Dios y sus ángeles: En lo que estuvo en nuestro poder, dimos lo que hemos recibido. Propiamente no fuimos nosotros quienes os lo dimos, sino que se os dio por mediación nuestra. El dinero es del Señor. Nosotros somos distribuidores, no donantes. Tenemos un Señor común. Repartimos el alimento a nuestros consiervos y nos alimentamos de la misma despensa. No nos pertenecemos a nosotros mismos, sino a quien derramó su sangre en precio por nosotros. Todos hemos sido redimidos al mismo tiempo y a un mismo precio. Nuestro trigo es el santo evangelio. Quien nos redimió nos convirtió de siervos en hermanos; el que era hijo único nos hizo coherederos. Era hijo único y se dignó tener hermanos. No olvidéis esta condescendencia, amadísimos.

Se os llama fieles, vivid conforme a vuestra fe; guardad fidelidad a vuestro Señor en el corazón y en las costumbres. No os mezcléis, por vuestras malas costumbres, con la turba de los malos cristianos. Considerad lo que os digo: sed grano. En la era abunda la paja, pero llegará el momento de la aventación y será separada. Ni una sola pajuela entrará contigo al granero, ni un solo grano irá al fuego. Sabe separar quien supo reunir. Te equivocas si piensas que el Señor se equivoca. Quien os creó y os recreó os conoce. Si sólo os hubiese creado, pero no recreado, formaríais parte de la masa de perdición.

¿Os estoy diciendo, acaso, hermanos míos, que no podréis encontrar cristianos que vivan santamente? ¡Lejos de mí pensar tal cosa de la era del Señor! Si así fuera, ¿para qué fatigarme? Fijaos en los buenos para imitarlos. Sed buenos y los encontraréis. Pero si comenzáis a ser malos, creeréis que todos lo son. Eso es falso; os estaréis engañando. Miráis a la era desde lejos, y por eso sólo os salta a la vista la paja. Acercaos, buscad, llenad la mano, aplicad el juicio de la boca: se va fuera todo lo leve y permanece lo que tiene peso. Creedme que encontraréis buenos cristianos; buenos esposos que guardan fidelidad a sus esposas; buenas esposas que la guardan a sus maridos. Buscadlos y los hallaréis; sedlo vosotros y no se os ocultarán. Todo tiende a juntarse con lo que le es semejante. ¿Eres grano? Te juntas con el grano. ¿Eres paja? Te juntas con la paja. Encontraréis quienes no dan su dinero cobrando intereses, quienes odian más el fraude que sufrir un daño. Podéis encontrarlos. Comenzad a ser así vosotros, y veréis cuántos hay. Son pocos, pero en comparación de un número mayor. Una vez aventada la era, resultarán ser un montón. Ha de aventarla el que lleva el bieldo en la mano10.

3. Ahora, amadísimos, me dirijo a vosotros, los fieles bautizados ya de antes, los bautizados el año pasado o años atrás. También a vosotros os dirijo mi palabra: Id por el camino que no os conduzca a la perdición a unos y a otros, si ellos quieren seguiros. Es responsabilidad vuestra, si por vuestras malas costumbres perecéis vosotros y los hacéis perecer a ellos.