SERMÓN 260 A (= Denis 8)

Traductor: Pío de Luis, OSA

Los sacramentos

1. Mi sermón os lo dirijo a vosotros, niños recién nacidos, pequeños en Cristo, nueva prole de la Iglesia, gracia del Padre, fecundidad de la madre, retoño de piedad, enjambre nuevo, flor de nuestro honor y fruto de nuestra fatiga, mi gozo y mi corona, todos los que estáis firmes en el Señor1. Me dirijo a vosotros con palabras del Apóstol: Ved que la noche ha pasado y el día se ha acercado; deponed las obras de las tinieblas y revestíos las armas de la luz; caminad honestamente como de día; no en comilonas y borracheras, no en amancebamiento y libertinaje, no en disputas y envidias; antes bien, revestíos del Señor Jesucristo, y no hagáis el juego a la carne satisfaciendo sus deseos2, de modo que os revistáis en la vida, de aquel de quien os revestisteis en el sacramento. Pues los que os habéis bautizado en Cristo, os habéis revestido de Cristo. Ya no hay judío ni griego, no hay siervo ni libre, varón o mujer, pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús3. Esto proviene de la fuerza del sacramento, símbolo de la vida nueva, que comienza en el tiempo presente con el perdón de todos los pecados pasados y llegará a su plenitud en la resurrección de los muertos. Pues habéis sido consepultados con Cristo por el bautismo con vistas a la muerte, para que como Cristo resucitó de entre los muertos, así también vosotros caminéis en novedad de vid4. Pero ahora, mientras dura la peregrinación lejos del Señor en este cuerpo mortal, camináis en la fe5. Cristo Jesús en su condición de hombre, que se dignó tomar por nosotros, se ha convertido en camino seguro para vosotros; Cristo Jesús, a quien tendéis, reservó, en efecto, gran dulzura para quienes le temen6; él mismo dará acceso a ella y la otorgará en plenitud a los que esperen en él cuando hayamos recibido también en la realidad lo que ahora hemos recibido en esperanza. Pues somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos; sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es7. Lo mismo prometió en el evangelio. Quien me ama -dijo- guarda mis mandamientos. Y quien me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me mostraré a él8. Ciertamente le estaban viendo aquellos con quienes hablaba, pero en la forma de siervo, en la que es menor que el Padre, no en la forma de Dios, en la que es igual a él. La primera la mostraba a quienes temían, la segunda la reservaba para quienes esperaban en él; en aquélla se manifestaba a los peregrinos, a ésta llamaba a los que iban a habitar con él; aquélla la ponía a los pies de los caminantes, ésta la prometía a los que llegasen a la meta.

2. Teniendo, pues, estas promesas, amadísimos, purifiquémonos de toda mancha en la carne y en el espíritu, llevando a plenitud la santificación en el temor de Dios9. Os exhorto a que caminéis de una manera digna de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad de alma y mansedumbre, soportándoos mutuamente en el amor, solícitos por conservar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz10. ¿Cómo es la realidad, si tal es la prenda que hemos recibido?11 Hay quienes se han revestido de Cristo sólo porque han recibido el sacramento, pero están desnudos de él por lo que se refiere a la fe y las costumbres. También son muchos los herejes que tienen el sacramento del bautismo, pero no su fruto salvador ni el vínculo de la paz. Tienen -como dice el Apóstol- la forma de la piedad, pero niegan su fuerza12. O bien están sellados por los desertores o bien, siendo ellos mismos desertores, llevan el sello del buen rey en carne digna de condenación. Nos dicen: «Si no somos fieles, ¿por qué no nos administráis el bautismo? Y si ya lo somos, ¿por qué nos buscáis?» Como si no leyeran que también Simón el Mago recibió el bautismo, lo cual no le obstó para oír de boca de Pedro: No tienes parte ni lote alguno en esta fe13. Ved que puede darse que alguien tenga el bautismo de Cristo, pero no la fe ni el amor de Cristo; que tenga el sacramento de la santidad y no sea contado en el lote de los santos. Ni importa, por lo que se refiere al solo sacramento, el que alguno reciba el sacramento de Cristo donde no existe la unidad de Cristo, pues también quien ha sido bautizado en la Iglesia, si pasa a ser desertor de la misma, carecerá de la santidad de vida, pero no del sello del sacramento. En efecto, se demuestra que no lo pudo perder al abandonarla por el hecho de que no se le reitera al volver, del mismo modo que el desertor del ejército está privado de los legítimos camaradas, pero no del sello del rey. Y aquél, aunque marque a otro con idéntico sello, no lo hace partícipe de la vida, sino compañero en el castigo; pero, si él regresa y el otro entra en el ejército legítimo y regular, apaciguada su ira, el rey perdona al primero el abandono y acoge al segundo. Ambos reparan su culpa, a ambos les perdona el castigo, a ambos les otorga la paz, pero a ninguno reitera el sello.

3. No nos digan, pues: «Si ya tenemos el bautismo, ¿qué vais a darnos?». No saben lo que dicen y ni siquiera quieren leer lo que atestigua la Sagrada Escritura, a saber, que dentro de la misma Iglesia, en la comunidad de los miembros de Cristo, muchos fueron los bautizados en Samaria que no recibieron el Espíritu Santo y que permanecieron sólo con el bautismo hasta que llegaron los apóstoles desde Jerusalén14, y que, por el contrario, Cornelio y los que estaban con él merecieron recibir el Espíritu Santo antes de recibir el sacramento del bautismo15. De esta manera, Dios dejó claro que una cosa es el signo de la salvación y otra la salvación misma; que una cosa es la forma exterior de la piedad y otra la fuerza de la piedad16. «Si ya tenemos el bautismo -dicen- ¿qué vais a darnos?». ¡Oh vanidad sacrílega la de pensar que no es nada la Iglesia de Cristo que no poseen, de forma que hasta piensan que los que se integran en ella no reciben nada! Dígales el profeta Amós: ¡Ay de aquellos que convierten en nada a Sión!17 «Si ya tengo el bautismo -dice-, ¿qué puedo recibir?». Recibirás la Iglesia que no posees, recibirás la unidad que no tienes, recibirás la paz de que careces. Y si todo esto te parece ser nada, lucha, desertor, contra tu emperador, que te dice: Quien no recoge conmigo desparrama18. Lucha contra su apóstol; mejor, también aquí contra él mismo, que habla por su boca. Dice el Apóstol: Soportándoos mutuamente en el amor, solícitos por conservar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz19. Considera los términos empleados: soportar, amor, unidad del espíritu, paz. El Espíritu aquí mencionado, y que tú no tienes, es el autor de todo ello. ¿Acaso supiste soportar, tú que te apartaste de la Iglesia? ¿A quién amaste cuando abandonaste los miembros de Cristo? ¿Qué unidad posees permaneciendo en ese cisma sacrílego? ¿Qué paz es tan criminal disensión? ¡Lejos de nosotros pensar que estas cosas son nada! ¡Tú sí que eres nada sin ellas! Si desprecias el recibirlas en la Iglesia, puedes ciertamente tener el bautismo, mas para mayor suplicio, si no está acompañado de estas cosas. En efecto, el bautismo de Cristo con ellas es garante de tu salvación, sin ellas es testigo de tu maldad.

4. Pero vosotros, hijos santos, miembros católicos, no habéis recibido otro bautismo, pero sí para otra finalidad, pues no lo recibisteis para vuestro castigo, no para perdición, sino para la salvación; no os condenará, sino que os honrará. Con él recibisteis también la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz20, con la condición de que también vosotros -cosa que deseo, espero, a la que os exhorto y que os suplico- conservéis íntegro lo que habéis recibido y, progresando, alcancéis metas mayores. Hoy es la octava de vuestro nacimiento; hoy adquiere su plenitud en vosotros el sello de la fe, que en los antiguos padres se realizaba mediante la circuncisión de la carne al octavo día del nacimiento carnal. En aquel miembro humano, merced al cual nace el hombre que tendrá que morir, se simbolizaba el despojo de la mortalidad. Por eso también el Señor al resucitar se despojó de la mortalidad de la carne y, resucitando no otro cuerpo, sino el propio, pero ya no sujeto a la muerte, selló con su resurrección el día del Señor, el tercero a contar desde el de su pasión; en el cómputo de los días, el que sigue al sábado, es decir, el octavo, y por eso el primero. Por eso también vosotros habéis recibido la prenda del Espíritu; aunque no en realidad, sí en la esperanza, puesto que tenéis el signo de esa realidad. Si habéis resucitado con Cristo, gustad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; buscad las cosas de arriba, no las de la tierra. En efecto, estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vuestra vida, entonces también vosotros apareceréis con él en la gloria21.