SERMÓN 255

Traductor: Pío de Luis, OSA

Marta y María1

1. 1. Dado que el Señor quiso que me encontrase con vuestra caridad en el momento del Aleluya, debo deciros unas palabras sobre el Aleluya mismo. Espero no resultaros pesado recordándoos lo que ya sabéis, de la misma manera que repetimos diariamente el Aleluya y diariamente nos causa satisfacción. Sabéis que Aleluya se traduce en latín por «Alabad a Dios». De esta forma, cantando lo mismo y con idénticos sentimientos, nos animamos recíprocamente a alabar al Señor. Sólo a él puede alabarle el hombre sin temor, porque nada tiene que pueda desagradarle. También en este tiempo de nuestra peregrinación cantamos el Aleluya como viático para nuestro solaz; el Aleluya es ahora, para nosotros, cántico de viajeros. Nos dirigimos por un camino fatigoso a la patria, lugar de paz, donde, depuestas todas nuestras ocupaciones, no nos quedará más que el Aleluya.

2. 2. Esta dulcísima tarea había escogido para sí María, que se mantenía inactiva, a la vez que aprendía y alababa; en cambio, su hermana Marta estaba ocupada en muchas cosas. Lo que hacía era ciertamente necesario, pero pasajero: cosas para el camino, aún no las propias de la patria; se ocupaba del viaje, aún no de lo que iba a poseer. Había recibido, en efecto, al Señor y a cuantos iban con él. También el Señor tenía carne; y del mismo modo que se dignó tomarla por nosotros, así se dignó también sufrir hambre y sed. Y por el hecho de dignarse sufrir hambre y sed, aceptó ser alimentado por aquellos a quienes él mismo había enriquecido. Se dignó ser recibido como huésped no por necesidad, sino por benevolencia. Marta, pues, se ocupaba de remediar las necesidades de aquellas personas hambrientas y sedientas; en su misma casa preparaba con esmero lo que iban a comer y beber aquellos hombres santos y el Santo de los santos2. ¡Obra hermosa, pero pasajera! ¿Acaso ha de durar siempre el sentir hambre y sed? Cuando nos adhiramos a la bondad sumamente pura y perfecta, no rendiremos ya tributo a necesidad alguna. Seremos felices, sin necesidad de nada; lo poseeremos todo y nada buscaremos. ¿Qué tendremos, pues, para no tener que buscar nada? Ya lo he dicho. Luego veréis lo que ahora creéis. Hablé de poseerlo todo y no buscar nada, es decir, no necesitar nada. ¿Qué será lo que tendremos? ¿Qué dará Dios a los que le sirven, le adoran, creen en él, ponen su esperanza en él y a él aman?

3. 3. Estamos viendo cuántas cosas da Dios en el tiempo presente a cuantos desconfían y a los que nada esperan de él, a los que se alejan y blasfeman contra él. Estamos viendo cuántos bienes les otorga. De él procede, en primer lugar, la salud: cosa tan dulce que nunca hastía. ¿Qué le falta a un pobre cuando goza de salud? ¿Y de qué le sirven las riquezas al rico, si le falta ella? De él procede, pues; de él, es decir, del Señor nuestro Dios, a quien adoramos; del Dios verdadero, en quien creemos, en quien esperamos y a quien amamos, procede cosa tan excelente: la salud. Ved, sin embargo, cómo, a pesar de ser bien tan excelente, la concede a los buenos y a los malos, a quienes blasfeman y a quienes le alaban. ¿Qué voy a decir? Unos y otros son hombres. Incluso el hombre malo es superior a cualquier bestia. Dios concede la salud también a los jumentos, y a los dragones, y hasta a las moscas y gusanillos; quien creó todo reparte salud a todos. Para omitir otras cosas, puesto que nada encontramos mejor que la salud, Dios la da no sólo a los hombres, sino también a las bestias, como dice el salmo: Darás la salud, Señor, a los hombres y a los jumentos, tal como se ha multiplicado tu misericordia, ¡oh Dios!3 Tal eres, puesto que eres Dios; eres tal que tu bondad no queda en las alturas, abandonando lo más bajo. Llega desde los ángeles hasta los más diminutos animales. Extendiéndose desde un confín hasta el otro, la sabiduría llega con fortaleza y dispone todas las cosas con suavidad4. Y porque es suave su disposición de las cosas, es suave para todos la salud.

4. 4. Si, pues, otorga bien tan excelente a buenos y a malos, a los hombres y a los jumentos, ¿qué es, hermanos míos, lo que tiene reservado para los buenos? Ya había dicho: Darás la salud, Señor, a los hombres y a los jumentos, tal como se ha multiplicado tu misericordia, ¡oh Dios!5 Y a continuación añadió: Mas los hijos de los hombres6. ¿Quiénes son éstos? Parece que deja entender que unos son los hijos de los hombres y otros los hombres de quienes antes había dicho: Darás la salud, Señor, a los hombres y a los jumentos. ¿Son los hombres distintos de los hijos de los hombres, y los hijos de los hombres distintos de los hombres? ¿Qué significa esta distinción? Tal vez, que los hombres pertenecen al hombre, y los hijos de los hombres, al Hijo del hombre; los hombres -repito- al hombre, y los hijos de los hombres, al Hijo del hombre. Existe, en efecto, cierto hombre que no fue hijo de hombre. El primero en ser creado fue hombre, pero no hijo de hombre. ¿Qué nos llegó por medio del hombre y qué a través del Hijo del hombre? Recuerdo lo que nos vino por medio del hombre, citando las palabras del Apóstol: Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres, pues todos pecaron en él7. Ved lo que nos dio a beber el hombre, ved lo que bebimos de aquel progenitor, que apenas pudimos digerir. Si esto nos vino por medio del hombre, ¿qué nos llegó a través del Hijo del hombre? Quien no perdonó -dice- ni a su propio Hijo. Si no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va a dar todas las cosas con él?8 Más aún: Como, por la desobediencia de un solo hombre, muchos fueron hechos pecadores, así también, por la obediencia de uno solo, muchos serán hechos justos9. Así, pues, por aquél el pecado, por Cristo la justicia. En consecuencia, todos los pecadores pertenecen al hombre, y todos los justos, al Hijo del hombre. ¿Por qué os extrañáis de que los pecadores, los impíos, los malvados, los que desprecian a Dios, los que se apartan de él, los amadores del mundo, los que se abrazan a la maldad y odian la verdad, es decir, los hombres pertenecientes al hombre; por qué os extrañáis, repito, de que tengan esta salud, si dice el salmo: Darás la salud, Señor, a los hombres y a los jumentos?10 Para que los hombres no se envalentonaran por poseer la salud temporal, adjuntó la salud de los jumentos. ¿De qué te alegras, oh hombre? ¿No es algo que tienes en común con tu asno, con tu gallina, con cualquiera de tus animales domésticos, con estas aves? La salud que tú tienes, ¿no la tienen también todos ellos?

5. 5. Busca, pues, lo prometido a los hijos de los hombres y escucha lo dicho a continuación: Mas los hijos de los hombres esperarán a la sombra de tus alas11. Esperarán mientras están de viaje. Mas los hijos de los hombres esperarán a la sombra de tus alas. Pues estamos salvados en esperanza12. El esperar a la sombra de las alas de Dios no corresponde a los hombres y a los jumentos. Y he aquí que la esperanza nos amamanta, nos nutre, nos afianza y nos consuela en esta afanosa vida. Viviendo de esta esperanza, cantamos el Aleluya. Ved cuánto gozo causa la esperanza. ¡Cómo será la realidad! ¿Preguntas cómo será? Escucha lo que sigue: Se embriagarán de la abundancia de tu casa13. Esto es lo que esperamos. Sentimos hambre y sed de ella; es preciso saciarla. Pero el hambre está en el camino, y la saciedad en la patria. ¿Cuándo seremos saciados? Me saciaré cuando se manifieste tu gloria14. Actualmente está oculta la gloria de nuestro Dios, la gloria de nuestro Cristo, y con ella está escondida también la nuestra. Pero cuando aparezca Cristo, vuestra vida, también vosotros apareceréis con él en la gloria15. Entonces será realidad el Aleluya; ahora lo poseemos sólo en esperanza. La esperanza es la que lo canta; el amor lo canta ahora, y lo cantará también entonces; pero ahora lo canta el amor que hambrea, y entonces lo cantará el amor que goza. ¿Qué es entonces el Aleluya, hermanos míos? Ya os lo he dicho: es la alabanza de Dios. Ahora escucháis la palabra, y el escucharla os deleita, y, envueltos en el deleite, alabáis. Si tanto amáis la rociada, ¡cómo amaréis la fuente misma! Lo que el eructo es para el estómago que eructa, eso mismo es la alabanza para el corazón satisfecho. Si lo alabamos con sólocreer en él, ¡cómo lo alabaremos cuando lo veamos! He aquí lo que María había elegido para sí; pero se limitaba a simbolizar aquella vida, aún no la poseía.

6. 6. Hay dos vidas: una relacionada con el disfrute y otra relacionada con la atención a las necesidades. Ésta es fatigosa; aquélla, gozosa. Pero entra dentro, no busques el gozo en lo exterior; no te hinches por su causa, no sea que te impida entrar por la puerta estrecha. He aquí cómo María veía y escuchaba al Señor en la carne, como por un velo, según oísteis cuando se leyó la carta a los Hebreos16. Cuando lo veamos cara a cara no habrá velo alguno. María, pues, estaba sentada, es decir, no hacía ninguna otra cosa; le escuchaba y lo alababa; Marta, en cambio, estaba ocupada en multitud de quehaceres17. Le dice el Señor: Marta, Marta, estás ocupada en muchas cosas; sólo una es necesaria18. Una sola cosa en verdad; las restantes no serán necesarias. Antes de que lleguemos a esa única cosa necesitamos de otras muchas. Que esa única cosa nos mantenga en tensión, no sea que las muchas otras nos relajen y nos alejen de aquélla. El mismo apóstol Pablo dijo de sí mismo que aún no la había alcanzado. Yo -dijo- no pienso haberla alcanzado. Olvidándome de lo pasado y centrado en lo que está delante, una sola cosa persigo. Centrado, no distraído; la única cosa lo centra, no lo distrae. Las muchas cosas lo distraen, la única lo mantiene centrado. ¿Y durante cuánto tiempo mantiene centrado? Mientras vivimos aquí. Cuando hayamos llegado a la patria, nos recoge en unidad, ya no nos mantiene centrados. Olvidándome de lo pasado y centrado en lo que está delante, persigo la única cosa según mi intención19. Advertid la concentración, nunca la distracción. La persigo según mi intención hasta alcanzar la palma de la suprema vocación de Dios en Cristo Jesús20. El orden de las palabras es éste: Una sola cosa persigo. Llegaremos, pues, entonces y gozaremos de esa única cosa, pero ella será todo para nosotros. ¿Qué dije, hermanos, cuando comencé a hablar? ¿En qué consiste esa excelente cosa que poseeremos cuando no tengamos necesidad de nada? ¿Qué es eso mucho que poseeremos? Me había propuesto decir lo que Dios nos dará a nosotros que no dará a los otros. Desaparezca el impío para que no vea la claridad de Dios21. Así, pues, Dios nos dará su claridad para que gocemos de ella; ésta es la razón por la que desaparecerá el impío: para que no vea la claridad de Dios. Todo lo que tendremos se reducirá a Dios. Avaro, ¿qué esperabas recibir? ¿Qué pide a Dios quien no tiene suficiente con Dios?

7. 7. Poseeremos a Dios, y con él solo estaremos contentos; más aún, tanto deleite encontraremos en él que ninguna otra cosa buscaremos, pues gozaremos de él en sí mismo y en nosotros mismos recíprocamente. ¿Qué somos si no tenemos a Dios? ¿O qué otra cosa podemos amar en nosotros sino a Dios o porque lo poseemos o para poseerlo? De hecho, cuando se nos dice que carecemos de todo lo demás y que sólo Dios será nuestro deleite, el alma, acostumbrada al placer múltiple, se angustia por así decir. El alma carnal, ligada a la carne y atrapada en los placeres carnales y con las alas pegadas con el visco de los malos deseos que le impide volar a Dios, reflexiona para sí: «¿Qué valor tiene eso para mí si no voy a comer, ni a beber, ni a dormir con mi mujer? ¿Qué satisfacción voy a tener?» Lo que tú llamas satisfacción procede de la enfermedad, no de la salud. En este tiempo, tu alma está a veces enferma y a veces sana. Para deciros algo que os lo haga comprender, escuchad un ejemplo de aquello que no podemos expresar. Los enfermos tienen deseos; deseos ardientes de alguna fuente de agua o de alguna fruta; y sienten tal ardor que piensan que, en caso de que estuviesen sanos, deberían dar satisfacción a sus deseos. Curan y desaparece el deseo; lo que tanto deseaban les hastía, porque era la fiebre la que lo pedía. ¿Y cuál es esta salud en la que se está restableciendo el enfermo?

8. ¿Qué es esta salud con referencia a la cual decimos estar sanos? Tomemos de ella un ejemplo. Muchos son los deseos de los enfermos que ella elimina; pues del mismo modo que ella hace que desaparezcan, así también la inmortalidad elimina todos los demás. Recordad lo que dice el Apóstol y ved lo que será: Conviene que esto corruptible se vista de incorrupción y que esto mortal se vista de inmortalidad22. Y seremos igual que los ángeles de Dios23. ¿Acaso son ellos desdichados por el hecho de no comer? ¿No son precisamente más felices porque no necesitan de estas cosas? ¿O habrá algún rico que pueda igualarse con los ángeles? Los ángeles son los verdaderamente ricos. ¿A qué se llama riquezas? A disponer de medios. Los ángeles tienen amplitud de medios porque tienen las máximas facilidades. Cuando se trata de alabar a un rico, oyes que se dice: «¡Cuánta es su grandeza! Es un señor, es rico, es un potentado. ¡Cuánta es su grandeza! Para ir adonde quiera tiene caballería, tiene medios, tiene siervos y equipaje». Esto es todo lo que tiene el rico: va a donde quiere sin sufrir molestia. El ángel está donde él quiere, sin tener que decir: «Unce» o «Ensilla», como dicen con altanería los ricos, inflándose gustosamente por tener a quienes decir que unzan o ensillen. ¡Infeliz! Estas palabras denotan enfermedad más que abundancia de medios. Así, pues, nada necesitaremos, y por eso seremos felices. Estaremos, en efecto, llenos; pero llenos de nuestro Dios, y él será para nosotros todo lo que aquí estimamos valioso. Buscas aquí el alimento como algo de gran valor para ti: Dios será tu alimento. Buscas aquí el abrazo carnal: Mi bien consiste en adherirme a Dios24. Buscas riquezas: ¿cómo va a faltarte algo teniendo al que lo hizo todo? Y para tranquilizarte con palabras del Apóstol, así habló de aquella vida: Para que Dios sea todo en todos25.